Luca Gallinatti – El primado de Roma
Es bien conocido que, a pesar de las enormes diferencias que pueda haber entre un grupo y otro, todos los protestantes van a estar de acuerdo en algo: el papado. En líneas generales, una nota característica de ellos, es el odio que se le tiene al papado y al clero. En palabras de Lutero, “Los cardenales y toda la gentuza de la Curia son hombres por delante y mujeres por detrás”. Luego “toda la Iglesia del papa es una Iglesia de putas y hermafroditas”. Referente a los actos del Sumo Pontífice, están “sellados con la mierda del diablo, y escritos con los pedos del asno-papa”. Quizás es hasta contra el buen gusto citar a semejante blasfemo, pero necesito un botón de muestra para llegar al punto de lo que quiero decir: la nota característica de la “reforma” es el odio al Papa y a la autoridad, como ya lo adelantaría San Pablo [en los postreros tiempos rechazaran toda autoridad]. Es que, según Lutero mismo, nadie tiene por qué contrariar al buen cristiano que tiene a las Escrituras de su lado. ¿Cuál fue el resultado de esto? Preguntémosle a Martín mismo: “Desde que la tiranía del papa ha terminado para nosotros, todos desprecian la doctrina pura y saludable. No tenemos ya aspecto de hombres, sino de verdaderos brutos, una especie bestial”. Es al día de hoy que tenemos una confusión y dispersión que resulta caótica para cualquier persona que esté interesada en acercarse a Dios, ¿qué denominación evangélica es la verdadera? Porque la verdad es una: no puede ser y no ser. O bien algunos la tienen en parte, y la pretendida Iglesia del Verbo de Dios está alejada de la Verdad (¡cuando Él es la Verdad, y el Espíritu Santo nos iba a guiar hacia ella!), o bien hay una Iglesia que posee la entera Verdad, y las demás, por fuerza, son falsas. Pero Dios es un Dios de orden. En el principio creo los cielos y la tierra, y a las aguas puso su límite, y dejó su orden en la tierra. Porque Él, al ser perfecto, y al ser el artífice, deja su huella en la obra. Él es la causa ejemplar: no puede esperarse que un ser que es perfecto cree el desorden y la confusión. ¿Cómo pretenden frenar, además, la ola de estafadores y de sectas escalofriantes que pululan por el mundo?
Pero alguien podría objetar que la respuesta reside en discernir la importancia de las doctrinas: hay doctrinas primarias, en las cuales todos los protestantes están de acuerdo. Estás son doctrinas fundamentales para la fe. Luego hay doctrinas de menor importancia, que son las secundarias, y hasta hay quien habla de doctrinas terciarias. Pero salta a la vista el problema: ¿¡Quién tiene la autoridad para definir cuál doctrina es fundamental para ser cristiano y cuál no!? Al margen de que hay doctrinas “secundarias” que versan sobre asuntos de suma importancia, a saber: a la salvación, ¿uno presta su asentimiento, o es seducido por la gracia irresistible calvinista? ¡Estamos hablando del libre albedrío del hombre! No es un asunto menor. Pero también alguien dirá que no es verdad que no tienen autoridad: tienen pastores, y a su vez estos pastores tienen superiores. A la cual, hemos de contestar dos cosas: en la práctica, hasta los evangélicos recurren a la jerarquía. En segundo lugar, el hecho de que tengan cierta jerarquía no se deduce de una continuidad con sus principios protestantes, sino con la necesidad práctica de ella. Porque, en virtud de la Sola Scrpitura, así como Lutero hacía gala de poder rechazar concilios enteros con solo “fundarse” en la Biblia, ellos también podrían renegar de la estructura que han erigido alegando hacerlo en pos de lo que dicen las Escrituras.
Para dilucidar está cuestión sobre el papado y la jerarquía eclesial, traigamos a colación a los testigos de la fe tal como fue dada: los Padres de la Iglesia. El primero a mencionar será San Clemente de Roma, Papa. Este fue obispo de Roma bajo el Emperador Domiciano, tercer sucesor de San Pedro, y estuvo en el cargo nueve años (ver “Contra las Herejías” 3.3, San Ireneo y “Historia Eclesiástica” 3.15;34, Eusebio de Cesarea). Resaltemos, además, que San Ireneo nos dice que Clemente conoció a San Pedro y a San Pablo[1]. Yendo a lo que nos importa, surgió en Corinto un cisma, razón por la cual San Clemente escribe su carta a los Corintios [ver Eusebio de Cesarea y San Ireneo]. Lo primero a notar es que (y lo contrastaremos con lo que escribe San Ignacio de Antioquia) el tono es el mismo de un superior. No es necesario hacer un estudio extenso para demostrarlo. Basten un par de citas. En primer lugar, al inicio de la carta, leemos “A causa de las repentinas y sucesivas calamidades y tribulaciones que nos han sobrevenido, creemos, hermanos, haber vuelto algo tardíamente nuestra atención a los asuntos discutidos entre vosotros”[2]. Esta oración no tiene sentido sino hay una clara responsabilidad por la comunidad afectada. Si, como quizás alguno pretenda objetar, San Clemente escribe por una cuestión de mero amor fraternal o caridad, no habría necesidad de presentar tales excusas. Eso para empezar. Pero la carta, además, concluye de la siguiente manera: “Mas si algunos desobedecieren a las amonestaciones que por nuestro medio os ha dirigido Él mismo, sepan que se harán reos de no pequeño pecado. Mas nosotros seremos inocentes de ese pecado”[3]. Hay, de hecho, una consciencia de que lo que se escribe es más que la caridad de un hermano en la fe: es mandato de Dios. Al respecto, dejo que explique, mejor que yo, Johaness Quasten en su “Patrología”: “la misma existencia de la carta constituye en sí misma un testimonio de gran valor en favor de la autoridad del obispo de Roma. La Iglesia de Roma habla a la de Corinto como un superior a un subdito. […] la carta no fue inspirada únicamente por la vigilancia cristiana de los orígenes ni por la solicitud de unas comunidades por otras. De ser así hubiera sido obligado el presentar excusas por inmiscuirse en la controversia. En cambio, el obispo de Roma considera como un deber el tomar el asunto en sus manos y cree que los corintios pecarían si no le prestaran obediencia […] El escritor está convencido de que sus acciones están inspiradas por el Espíritu Santo: «Alegría y regocijo nos proporcionaréis si obedecéis a lo que os acabamos de escribir impulsados por el Espíritu Santo» (63,2).”[4] Luego volveremos a analizar a San Clemente cuando veamos concretamente la cuestión de la jerarquía y el orden. Bástenos con esto por el momento.
Pasemos ahora a hablar de San Ignacio de Antioquia. Lo interesante aquí es contrastar cómo le habla a la Iglesia de Roma y cómo se dirige a otras iglesias. Lo primero que salta a la vista es lo siguiente: “Ignacio, por sobrenombre Portador de Dios: A la Iglesia que alcanzó misericordia en la magnificencia del Padre altísimo y de Jesucristo, su único Hijo; la que es amada y está iluminada por voluntad de Aquel que ha querido todas las cosas que existen, según la fe y la caridad de Jesucristo, Dios nuestro; Iglesia, además, que además reside en la capital del territorio de los romanos; digna ella de Dios, digna de todo decoro, digna de todo decoro, digna de toda santidad; y puesta a la cabeza de la caridad”[5] Sobre este sugestivo texto, Johaness Quasten hace notar que es el término que se usa cuando se habla de estar “a la cabeza de la caridad”, San Ignacio solo lo vuelve a usar cuando habla del oficio del Obispo, remitiéndonos a la carta a los Magnesios, capítulo 6[6]. Cito a S. Ignacio: “yo os exhorto a que pongáis empeño por hacerlo todo en la concordia de Dios, presidiendo el obispo, que ocupa el lugar de Dios, presidiendo el obispo”[7]. Además, el tono de la salutación inicial resalta sobre las demás: no se deja vencer en elogios para con quien saluda. Digno de considerar es, a su vez, el tono general de la carta. A diferencia del tono de San Clemente, S. Ignacio les dice “No os doy yo mandatos como Pedro y Pablo[8]. Ellos fueron Apóstoles; yo no soy más que un condenado a muerte”[9]. San Ignacio no se considera autoridad en este caso, como lo vimos hace muy poco con el Romano. El contraste de tono nos da un indicio en favor de la autoridad del Obispo de Roma.
Siguiendo con San Ireneo, quien fue discípulo de Policarpo y, por ende, nieto espiritual de San Juan Apóstol[10], el primado de Roma aparece claramente en su “Contra las Herejías”. En controversia con los herejes de su tiempo, llama por testigo de la sana doctrina a la tradición de los Apóstoles. Y para ello, se vale de la sucesión apostólica: su argumento consiste en que, las verdaderas iglesias, pueden enumerar sus obispos, rastreando su genealogía hasta los Benditos Apóstoles. Pero por cuestiones de espacio, no puede abarcar a todas las comunidades eclesiales, ¿De dónde piensa S. Ireneo tomar referencia? Por Roma. Cito: “Pero como sería muy largo, en un volumen como éste, enumerar las sucesiones de todas las iglesias, nos limitaremos a la Iglesia más grande, más antigua y mejor conocida de todos, fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, demostrando que la tradición que tiene recibida de los Apóstoles y la fe que ha anunciado a los hombres han llegado hasta nosotros por sucesiones de obispos. Ello servirá para confundir a todos los que de una forma u otra, ya sea por satisfacción propia o por vanagloria, ya sea por ceguedad o por equivocación, celebran reuniones no autorizadas.”[11] Lo interesante en este pasaje, es que para determinar la tradición cristiana, se remonta a Roma. Es decir, San Ireneo da por sentado que lo que transmite Roma se cree en el resto de la Iglesia. Hay una declaración (más explicita que implícita) sobre el primado de Roma. Pero no termina aquí. San Ireneo prosigue de la siguiente manera: “Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica.”[12]. A causa de no poseer el texto griego original, el profesor Johaness Quasten hace notar que hay una controversia sobre esta cita en específico[13]. Con todo, el texto en general es de gran peso. Él mismo concluye que “La única razón intrínseca posible para reconocer esta preeminencia de la Iglesia de Roma es, naturalmente, el dogma del primado.”[14]. San Ireneo no concluye ahí, y procede a dar la genealogía eclesial de Roma desde los Apóstoles hasta su época. Y concluye: “a partir de los Apóstoles y la predicación de la verdad. Y ésta es una prueba muy fuerte de que la fe vivificante que existe en la Iglesia, recibida de los Apóstoles, conservada hasta ahora y transmitida en la verdad, es siempre la misma”[15], que es lo mismo de lo que da testimonio San Ignacio: “A nadie jamás tuvisteis envidia; a otros habéis enseñado a no tenerla”[16].
Otra forma de dejar ver la primacía de Roma es la controversia de la Pascua. Sucede que, entre la cristiandad, surgió una diferencia seguida de una polémica no pequeña. Era sobre en qué momento celebrar la pascua. Algunos (los cuartodecimanos), decían que, debido a la tradición heredada, correspondía celebrarla concordando con el día decimocuarto de la luna, indistintamente si caía o no en día de semana. Otros, también apoyándose en una tradición, alegaban que era necesario celebrar la Pascua en el Día del Señor (domingo). Las Iglesias en Asia guardaban la costumbre cuartodecimana, mientras que el resto del orbe no. Luego de Concilios y reuniones de obispos, se llegó a determinar que no se debería observar el misterio de la resurrección otro día que no fuese domingo. Pero las Iglesias de Asia disintieron, aduciendo que no podían renunciar a una tradición aprendida del Apóstol San Juan: “»Todos éstos celebraron como día de Pascua el de la luna decimocuarta, conforme al Evangelio, y no transgredían, sino que seguían la regla de la fe”[17]. Lo que sigue a continuación es un testimonio de suma importancia: “Ante esto, Víctor, que presidía la iglesia de Roma, intentó separar en masa de la unión común a todas las comunidades de Asia y a las iglesias limítrofes, alegando que eran heterodoxas, y publicó la condena mediante cartas proclamando que todos los hermanos de aquella región, sin excepción, quedaban excomulgados”[18]. Esta medida no agradó demasiado, y algunos Obispos intercedieron ante él. El mismo San Ireneo intercedió para que se recuperara la unión con tales Iglesias. En definitiva, lo importante de este episodio, al margen de su conclusión, es cómo el Obispo de Roma tiene la autoridad para escindir a toda una región de la comunión con la Iglesia. Es decir, detenta un poder atípico a un Obispo ordinario. Si contrastamos, de nuevo, con San Ignacio, que fue Obispo en Antioquia, la autoridad que posee Víctor es más que un indicio: es una prueba histórica en favor del primado de Pedro. No hay demasiado para comentar. Los hechos hablan por sí mismos, por decirlo así.
Me gustaría, por último, ver qué comentan los santos Padres sobre algunos pasajes alusivos a esta cuestión. En particular, dos. Iniciemos, primeramente, con S. Mateo 16. Transcribo:
““Bienaventurado eres, Simón Bar-Yoná, porque carne y sangre no te lo reveló, sino mi Padre celestial. 18*Y Yo, te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del abismo no prevalecerán contra ella. 19A ti te daré las llaves del reino de los cielos: lo que atares sobre la tierra, estará atado en los cielos, lo que desatares sobre la tierra, estará desatado en los cielos”[19]
San Mateo 16:17-19, Biblia de Straubinger
San Jerónimo dice: “Y siguiendo la metafora de la piedra, le dice con oportunidad: Sobre ti edificare mi Iglesia, que es lo que sigue: “Y sobre esta piedra, edificare mi Iglesia”. […] “Yo tengo por puertas del infierno a los pecados y a los vicios o tambien a las doctrinas heréticas, que seducen a los hombres y los llevan al abismo. […]Algunos obispos y presbfteros, que no entienden este pasaje, participan en alguna medida del orgullo de los fariseos, llegando al punto de condenar a algunos que son inocentes y de absolver a otros que son culpables, como si el Sehor tuviera en cuenta solamente la sentencia de los sacerdotes y no la conducta de los culpables. Leemos en el Levftico (caps. 13 y 14) que a los leprosos estaba mandado presentarse a los sacerdotes para que si efectivamente tenfan lepra, los sacerdotes los declararan impuros y esto se mandaba, no porque los sacerdotes causasen la lepra o la inmundicia, sino porque podfan distinguir ellos entre el leproso y el que no lo es, entre el que esta puro y el que no lo esta. Asf, pues, como allf el sacerdote declara impuro al leproso, asf tambien aquf en la Iglesia, el Obispo o presbftero ata o desata, no a los que estan inocentes o sin culpa, sino a aquellos de quienes por su ministerio ha tenido necesidad de ofr variedad de pecados y distinguir cuales son dignos de ser atados y cuales de ser desatados.”[20]
San Cirilo de Alejandría comenta lo siguiente: “Segun la promesa de Cristo, la Iglesia apostolica de Pedro permanece pura de toda seduccion y a cubierto de todo ataque heretico, por encima de todos los gobernadores, obispos y sobre todo los primados de las iglesias, en sus pontffices, en su completfsima fe y en la autoridad de Pedro. Y cuando algunas iglesias han sido tildadas por los errores de alguno de sus individuos, solo ella reina sostenida de un modo inquebrantable, impone silencio y cierra la boca a los herejes. Y nosotros, a no ser que estemos engañados por una falsa presuncion de nuestra salvacion, o tomados del vino de la soberbia, confesamos y predicamos juntamente con ella la verdad y la santa tradicion apostolica en su verdadera forma.”[21]
San Juan Crisóstomo dice: “Cuando pregunta el Sehor sobre la opinion del pueblo, contestan todos los apostoles y cuando pregunta a los apostoles, solo contesta Pedro, boca y cabeza de todos ellos. Por eso sigue: “Respondio Simon Pedro y dijo: Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo””[22]
Podría seguir citando a los Santos Padres. De hecho, hay citas que quedarán en el tintero. Considero que las ya mencionadas servirán para mostrar el consenso patrístico en torno al primado de Pedro, y también como una evidencia histórica. Y es que Dios es orden. Clemente nos exhorta a militar considerando “a los que se alistan bajo las banderas de nuestros emperadores. ¡Con qué disciplina, con qué prontitud con qué sumisión ejecutan cuanto se les ordena! 3. No todos son prefectos, ni todos tribunos ni centuriones ni quincuagenarios y así de los demás grados, sino que cada uno en su propio orden ejecuta lo mandado por el emperador y por los jefes superiores,”[23]. Porque de esta manera serviremos mejor a Dios, sujetándonos a aquel a quien le dijo “apacienta mis corderos”[24]. No cabe duda que, si como enseña Juan, anticristo es quien niega a Cristo[25], entonces quienes niegan esta verdad de fe, son anticristos, porque “quien los rechaza ustedes, me rechaza a mí”[26]. De esta manera, la Iglesia ha tenido un sostén en su peregrinar, una fuente de autoridad segura, preservada por Dios, porque Cristo pidió por Pedro, para que su fe no falte. “Los cielos, movidos por su disposición, le están sometidos en paz, 2. El día y la noche recorren la carrera por él ordenada, sin que mutuamente se impidan. 3. El sol y la luna y los coros de las estrellas· giran, conforme a su ordenación, en armonía y sin transgresión alguna, en torno a los límites por Él señalados […] Todas estas cosas ordenó el grande Artífice y Soberano de todo el universo que se mantuvieran en paz y concordia, derramando sobre todas sus beneficios, y más copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus misericordias por medio de nuestro Señor Jesucristo.” [27]¡Cuánto más hemos de negarnos a atribuir a Dios el desorden, el caos, y la confusión! Nuestro Dios no nos dejó huérfanos. Tanto nos ama, con una caridad ardiente, que no es compatible con su ardentísimo Corazón que nos deje a la merced de cualquier doctrina que surja en nuestro peregrinar, sino que instituyo maestros y autoridades a las cuales es precioso honrar y sujetarse. ¿Cómo podría ser de otra manera? Cristo derramó hasta lo último en la cruz, hasta que su precioso Corazón dejó de latir, y ¿dejaría que obra tan magnánima quede a su suerte? ¿O, por el contrario, cuidaría de nuestro caminar, como una madre instruye a su pequeño? ¿Qué imagen de Cristo tienen los que niegan al sucesor de Pedro? ¿La de un Cristo indiferente ante sus hijos?
NOTAS:
[1] “Patrología I”, Johaness Quasten, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pag. 53.
[2] “Padres Apostólicos”, Biblioteca de Autores Cristianos. Carta Primera de San Clemente a los Corintios, I.
[3] Ibídem. Cft. “Patrología I”, Johaness Quasten, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pag. 56.
[4] Johaness Quasten, ibídem.
[5] Están los textos de S. Ignacio, de la BAC (Ruíz Bueno), “Padre Apostólicos”, en el siguiente link: https://cupdf.com/document/-cartas-de-san-ignacio-martir-.html?page=1 Fuente: Daniel Ruiz Bueno, “Padres Apostólicos”, (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1974), págs. 447-502. A los Romanos, prólogo.
[6] Johaness Quasten, ibídem.
[7] Link citado. Ruíz Bueno. Carta a los Magnecios capítulo 6.
[8]“Mas dejemos los ejemplos antiguos y vengamos a los luchadores que han vivido más próximos a nosotros: tomemos los nobles ejemplos de nuestra generación. Por emulación y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos Apóstoles. A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio, marchó al lugar de la gloria que le era debido. Por la envidia y rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia.
Por seis veces fue cargado de cadenas; fue desterrado, apedreado; hecho heraldo de Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la noble fama de su fe; y después de haber enseñado a todo el mundo la justicia y de haber llegado hasta el límite del Occidente y dado su testimonio ante los príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo, dejándonos el más alto dechado de paciencia” (San Clemente de Roma, citado en Johaness Quasten, obj. Citado); “A estos hombres que llevaron una conducta de santidad vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos, los cuales, después de sufrir por envidia muchos ultrajes y tormentos, se convirtieron entre nosotros en el más hermoso ejemplo. Por envidia fueron perseguidos mujeres, nuevas Danaidas y Dirces, las cuales, después de sufrir tormentos, crueles y sacrilegos, se lanzaron a la firme carrera de la fe, y ellas, débiles de cuerpo, recibieron generoso galardón” (San Clemente de Roma citado en Johaness Quasten, obj. Citado). Estas dos citas, junto con la de San Ignacio, nos llevan a pensar en la enseñanza tradicional de la estancia de San Pedro en Roma y su martirio y el de San Pablo en la Ciudad Eterna.
[9] Link citado. Ibídem.
[10] San Ireneo (y Eusebio de Cesarea recoge este testiomonio) cuenta cómo aprendió de San Policarpo, y nos muestra que tuvo contacto personal con él. A su vez, nos muestra el contacto personal que éste tuvo con San Juan y otros testigos (presenciales) de Cristo. (Véase: Eusebio de Césarea, “Historia Eclesiástica”.
[11] Johaness Quasten, obj citado. Cft. Con la siguiente edición: “Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada» (Rom 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos.” “Contra los herejes: exposición y refutación de la falsa gnosis”, San Ireneo de Lyon, The Ivory Falls Book, 2015.
[12] The Ivory Falls Book, 2015.
[13] Véase Johaness Quasten, obj. Citado. Págs. 303-304.
[14] Johaness Quasten, obj. Citado.
[15] Johaness Quasten, obj. Citado.
[16] Ruíz Bueno, obj. Citado. Es notorio, también, como San Ignacio les encomienda lo siguiente: “Acordaos en vuestras oraciones de la Iglesia de Siria, que tiene ahora, en lugar de mí, por pastor a Dios. Sólo Jesucristo y vuestra caridad harán con ella oficio de obispo” (Ruíz Bueno, obj. Citado). Llamativo encargo que no se encuentra en sus otras cartas.
[17] “Historia Eclesiástica”, Eusebio de Cesarea, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.
[18] Ibídem.
[19] Dejo también el comentario del propio Straubinger: “. Pedro (Piedra) es, como lo dice su nombre, el primer fundamento de la Iglesia de Jesucristo (véase Efesios 2, 20), que los poderes infernales nunca lograrán destruir. Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos Padres y toda la Tradición ven en este texto el argumento más fuerte en pro del primado de San Pedro y de la infalible autoridad de la Sede Apostólica. “Entretanto, grito a quien quiera oírme: estoy unido a quienquiera lo esté a la Cátedra de Pedro” (San Jerónimo).”
[20] Ver “Catena Aúrea”, Santo Tomás de Aquino en: https://archive.org/details/el-gobierno-monarquico-santo-tomas-de-aquino/Catena%20Aurea%20-%20Santo%20Tom%C3%A1s%20de%20Aquino%20%5BEvangelio%20segun%20San%20Mateo%5D%20%282%29/mode/2up?view=theater
[21] Ibídem
[22] Ibídem
[23] Hay un fragmento de libro “Padres Apostólicos”, de la BAC, en Internet Archive. Ver: https://archive.org/details/1acartas.clementeromanoaloscorintios1y2cartasalasvirgenesmartiriodes.clementeded/page/n1/mode/2up?view=theater
[24] Ver San Juan 21:15-17
[25] Ver 1era de San Juan 2:22-23
[26] Ver San Lucas 10:16.
[27] Ibidem.
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