Hernán Capizzano – Inmigración y nacionalismo
El tema elegido deviene de una asociación que por lo común se hace entre xenofobia-nacionalismo e inmigración. En efecto, esta asociación es una suerte de lugar común que tiene no poca cabida en la literatura, el orden político y los medios masivos de comunicación.
La mayoría de los autores que he leído escribe a caballo del final de los años ´20 del siglo pasado. En consecuencia se trata de un contexto donde se está recibiendo de Europa a grupos que llegan de la posguerra mundial. No sería un proceso en sentido positivo sino forzado por las penosas circunstancias de la conflagración. Esto obligó a miradas urgentes, pocas veces mesuradas, propias de un momento tenso y crítico. Ciertamente no era de los temas más abarcativos por parte de los escritores nacionalistas, pero sí estaba por lo menos entre sus planteos de segundo orden. Antes, mayor expresión tenía la crítica política, la filosofía política o los cuestionamientos a la ley Sáenz Peña.
De manera particular he tomado la colección del periódico La Nueva República, impreso entre los años 1927 y 1931[1]. Fue el primer medio nacionalista que alcanzó perdurabilidad en el tiempo y cierto grado de influencia. Tuvo entre sus directores a Juan E. Carulla, Julio y Rodolfo Irazusta, Ernesto Palacios y Roberto de Laferrere. La Nueva República fue elaborada por un grupo de jóvenes inquietos e intelectuales, que se distinguieron por un dinamismo particular y que inclusive llegaron a llamar la atención del General José Félix Uriburu antes de encabezar el golpe del 6 de septiembre de 1930. Era ciertamente un protonacionalismo, con conceptos que no siempre seguían una línea de coherencia u ortodoxia.
Frente a este grupo de nacionalistas he tomado la palabra de Leopoldo Lugones, representante de otra vertiente nacionalista que para la misma época también proponía una crítica y propuestas hacia la cuestión inmigratoria. En este caso ha sido de utilidad la conjunción de artículos aparecidos en armónica reunión bajo el título de La Grande Argentina. Editado en 1930, fue texto muy leído especialmente por el nacionalismo de cuño militar.
Entre las distinciones que es preciso hacer en esta introducción está la de algunos conceptos que pueden ser equívocos si bien no se los mira. El primero de ellos es el uso del término ‘raza’. En efecto, los nacionalistas leídos utilizan a coro la palabra raza pero bajo ningún aspecto en sentido biológico, sanguíneo, carnal. Por el contrario, la connotación está referida a la cultura, a la identidad, a la tradición o a un pasado en común, pero jamás a un sentido biologicista. Inclusive, uno de ellos, Ramírez Arellano, habla de heterogeneidad de la raza al reconocer los distintos elementos culturales que se hallan en los orígenes de los pueblos. Pero la raza se construye con ellos y se consolida en el tiempo. En pocas palabras, el término raza no indica superioridad biológica sino identidad o sentido de pertenencia.
Identificación: inmigración-liberalismo
Todos los autores nacionalistas que hemos seguido colocan el origen de la inmigración en el marco del liberalismo decimonónico. La crítica hacia aquella corriente del pensamiento, impuesta luego de Caseros con proverbial fuerza, parece ser la matriz de los nacionalistas en el arco general de sus postulados. Allí, como punto de singular importancia, tenemos plantada una posición tomada frente al problema inmigratorio. Porque si bien no se cree que la inmigración per se sea un proceso discordante, sí se manifiesta que por imperativo del liberalismo los resultados no pueden ser nunca halagüeños. Es más, la identificación del proceso con el liberalismo es lo que echa por tierra todas las ventajas que del mismo se hubieran obtenido bajo otra mirada. El liberalismo, como manzana putrefacta en un cajón, terminaba por contaminarlo todo. Y en este caso lo hizo con la inmigración. Juan Emiliano Carulla, quizás uno de los elementos más dinámicos del grupo de La Nueva República, no dudó a fines de 1928 de identificar la matriz liberal con el desastre inmigratorio que siguió a su prédica. Iba inclusive más atrás al sostener que por seguir los ideales de la revolución francesa se había caído en una heterogeneidad perniciosa, lo que según él hizo decir a Hegel que “éramos el reservorio de los detritus de Europa”[2].
De esta forma, Abel Galíndez, encuentra que “todo quedó al azar del liberalismo imperante y de lo que la iniciativa privada hiciera”[3]. Ese liberalismo imperante había provocado leyes en extremo liberales. Identifica dos elementos que marcaron el proceso y que le resultan inherentes al liberalismo, la imprevisión y despreocupación por un lado, y “el erróneo concepto de nuestra inferioridad con respecto a Europa y lo europeo”. Evidentemente Galíndez tenía presente esa suerte de dogmática liberal en la cual desde antiguo se creía que el país no podría desarrollarse sin el protagonismo del extranjero, concretamente del capital foráneo.
Por su parte, otro nacionalista del grupo La Nueva República, Ramírez Arellano, habla del concepto erróneo que el liberalismo propugna: “la inmigración no ha sido concebida sino como necesidad que exige ir siempre acompañada de la más amplia libertad”[4]. Toda restricción es para los liberales un motivo para salir de su quicio. En su análisis no tiene en cuenta que en algunos casos son los mismos liberales, el mismo Alberdi, quien tarde pero al fin vuelve sobre sus pasos al advertir algunos frutos amargos del proceso inmigratorio.
Otro de los articulistas, Tezanos Pinto, sigue en una línea similar al afirmar que el criterio de la democracia y el liberalismo siempre había impedido la selección del inmigrante. Si la inmigración había sido funesta en muchos de sus frutos era porque al liberalismo el sentido heroico le era lo que el aceite al agua:
“Creían que con sólo poblar se cosecharían monedas acuñadas. Unas veces despreciaban el desierto olvidando que fueron tierras desiertas las que en tiempos del virreinato habían tentado al conquistador […] Otras veces temían al desierto que no se sentían capaces de defender sin darse cuenta que el misticismo democrático y liberal es incompatible con el honor de la patria y con el heroísmo”[5].
En opinión del mismo autor esto sucedía porque el liberalismo tenía un fondo filosófico inequívoco: el hombre es un ente material desprovisto de toda metafísica.
Pero es también la voz del vate Lugones quien señala que la inmigración hacia la Argentina ha sido nefasta precisamente por su identificación con la interpretación liberal de su matriz. En su pensamiento el liberalismo es un sistema de permanentes concesiones, que ha tenido para el inmigrante esta misma dogmática. Lugones cree que las formas liberales resultan agravadas porque el sistema de inmigración abierta ha olvidado que a quien arriba domina una aspiración puramente económica. En el pensamiento nacionalista de Lugones extranjerismo y liberalismo son prácticamente sinónimos. Y por ser una forma más del internacionalismo no tenía sentido alguno pedirle al liberalismo que responda por el genuino interés nacional.
Necesidad de la inmigración
Si la idea que de la inmigración tenía el liberalismo es identificada por el nacionalismo como inherente al fracaso del proceso, no podría adjudicarse al nacionalismo el foco opuesto: el rechazo de todo proceso migratorio. Por el contrario, los autores leídos se manifiestan claramente por la necesidad de una inmigración, ya en su propio contexto ya en el pasado histórico del país. Se reconoce la despoblación y la imperativa de atraer mano de obra para el desarrollo del país. No hay un rechazo en bloque de la inmigración, no hay una voluntad de proponer algo siquiera que se acerque al cierre de las puertas de acceso al país. De hecho el grupo de La Nueva República había elaborado un titulado Programa de Gobierno donde reunían aquellas pautas consideradas como fundamentales. En su punto octavo contemplaba una Ley de Inmigración, que debía establecer un procedimiento selectivo y la organización de establecimientos de trabajo y asimilación del inmigrante[6].
Pero de manera individual los distintos articulistas van ahondando en la cuestión. Galíndez, por ejemplo, no rechaza de plano la necesidad de una inmigración. Dando una mirada al pasado refiere que ya desde los tiempos de la Independencia existía una nación y que la bienvenida a los necesarios inmigrantes no tendría por qué haber sido perjudicial: sus hijos serían argentinos. Ramírez Arellano es más contundente aún:
“No negaremos que la población de nuestra dilatada y rica campaña esperaba brazos laboriosos que hace sesenta años no podían procurarse sino alentando la venida de europeos; es más, ello, como ahora, constituía una necesidad material y moral de los pueblos, como lo es para el individuo la amistad y cooperación con otros hombres”[7].
Leopoldo Lugones tampoco rechaza la inmigración, proceso que considera necesario. Radica esta necesidad en el progreso basado en el interés nacional, no visto a la manera del liberalismo decimonónico: la inmigración es en su pensamiento económico uno de los eslabones más importantes. En una suerte de esquema cíclico, cree necesaria una inmigración que alimente el mercado interno. Mercado productor y consumidor a la vez, que se retroalimenta y que logra el equilibrio. Al aumentar el mercado interno se retroalimentan el resto de los eslabones de este proceso cíclico. Pero esto debe ser construido con responsabilidad, sin la tradicional imprevisión del liberalismo argentino: “necesitamos atraer inmigración para poblarnos, y así sucederá, si organizamos debidamente el mercado interno” [8]. En Lugones, un gran planificador, la imprevisión del proceso es la consecuencia del liberalismo. Pero bajo ningún aspecto niega la imperativa de una inmigración que termina por favorecer a su ideal de nación.
Peligros y consecuencias de la inmigración descontrolada
Hemos visto ya dos cuestiones de importancia. Primero la identificación de la mala inmigración por haberse desarrollado en el marco de la matriz liberal. Segundo, la aceptación sin dudas por parte del nacionalismo de la necesidad de abrir el país a una inmigración determinada, masiva, pero no bajo la mirada de medidas liberales. Y aquí estamos en el tercer punto, la consecuencia de aquel liberalismo llevado a las políticas migratorias.
Galíndez señala como consecuencia de un mal manejo del proceso el ingreso de una gran cantidad de individuos que no necesitaba el país: “delincuentes de toda calaña, enfermos, dementes, antisociales y gentes de raza sin afinidad con la nuestra […] vencidos, inadaptados a la vida regular de las viejas civilizaciones, sin aptitud para el trabajo o sin oficio y movidos por un desenfrenado apetito”. Concluye que “lo que ha salido de Europa y de otros continentes no ha sido de lo mejor”[9].
Otro de los columnistas de La Nueva República, Ramírez Arellano, reconoce con claridad las bondades de los recién llegados pero llama la atención sobre las aleaciones del proceso: “junto al probo campesino de las campiñas de Italia vino el ruso anarquista o socialista, y el judío avaro y excluyente; vinieron, en una palabra los que son extranjeros en todas partes”[10]. Esta última frase hacía referencia a la acusación que bajo el mote de ‘internacionalistas’ aplicaban los nacionalistas a quienes consideraban apátridas, sin patria.
Tezanos Pinto por su parte encuentra que la falta de selección trajo la penetración constante de elementos que no tenían otro bagaje que vicios de toda naturaleza, bajas pasiones, odios de clase, compadraje cínico, descreído e imbécil (sic), “gentes que antes de desembarcar ya están conspirando contra el Estado; gentes que viven en constante rebelión contra todo cuanto signifique orden y autoridad”[11]. Vemos que Tezanos Pinto menciona al odio de clase como un fruto amargo, dando la impresión de una reacción de tinte clasista o elitista. Sin embargo y para encuadrar correctamente su opinión debe mencionarse que en el mismo artículo la emprende contra el extranjero o el nacional al servicio del ‘extranjerismo’: abogados de empresas foráneas, especuladores financieros, entre los que precisa a quienes compran las cosechas del trigo a precios vergonzosos confabulados con medios de prensa que colaboran para divulgar y manipular los precios. Era lo que aquellos nacionalistas denominaban el pulpo cerealero. No sólo el alborotador de ‘abajo’, sino el especulador de ‘arriba’ era tenido como un indeseable y digno de repudio en su categoría de inmigrante.
En las mismas páginas de La Nueva República encontramos citas de Manuel Gálvez, quien si bien no adscribía al grupo, había tejido amistades con numerosos nacionalistas. El novelista e historiador fue citado por el nacionalista Héctor Bernardo, este sí miembro del periódico. Señaló que uno de los factores de riesgo en el proceso inmigratorio era el judío. Toma sus palabras y las transcribe para señalar que ni italianos ni españoles reúnen las condiciones negativas de los inmigrantes hebreos:
“En efecto, si se considera que el judío no asimila nuestras costumbres, que es por su religión y su espíritu absolutamente extraño a su ambiente, se verá que nada hay tan perjudicial para nuestro desarrollo futuro. El hebreo forma un pueblo dentro de otro pueblo, se casa con mujeres de su raza y sus hijos, aunque nacidos en suelo argentino, son tan judíos como ellos”[12].
Lugones sin embargo no la emprende con este mismo argumento. Denuncia el espíritu de muchos inmigrantes que por culpa de las políticas liberales desprecian y actúan de manera deshonesta para con el país que los ha cobijado. La actitud de quienes recibían dádivas apenas llegaban al puerto resultaba perjudicial: “acepta lo gratuito, pero no lo agradece”. Esa liberalidad del país ha traído según Lugones infinidad de males: “nos ha plagado de locos, baldados y delincuentes extranjeros”[13]. Recurriendo a estadísticas refiere que el 60 % de los dementes internados no es natural del país y casi la misma cifra otorga a los delincuentes detenidos.
Soluciones al problema inmigratorio
Los nacionalistas aportaban soluciones puntuales, pero en su conjunto puede sintetizarse como “selección” al concepto más común a sus planteos. Efectivamente, la idea de la selección del inmigrante es aquí la que predomina. No se ha visto ningún escrito que siquiera se acerque a la idea de cerrar las puertas de acceso al país. Palabras como restricción, reglamentación o la mencionada selección fueron las utilizadas en todos los escritos vistos.
El bagaje de errores sobre el proceso inmigratorio, que los nacionalistas adjudicaban a la ideología liberal, aún podía solucionarse con este criterio. Según Galíndez, el inmigrante debía identificarse con el país, ser un patriota útil, confundirse con el natural. Para esto enumera una serie de medidas a tomar por el Estado[14]:
- Modificación de la actual legislación migratoria
- Restricción de la inmigración
- Atracción del inmigrante hacia los puertos del litoral fluvial y atlántico
- Descongestión de los centros urbanos en pos de las colonias
- Mejoramiento de los medios de comunicación
- Eliminación del latifundio improductivo
- Fundación de pueblos
En un artículo ya citado del nacionalista Héctor Bernardo se podía advertir la propuesta del escritor, también de la misma tendencia, aunque sin actividad política, Manuel Gálvez. Para el literato la solución estaba en una selección básica y amplia: sólo abrir las puertas a los llegados de España e Italia. Reconocía que alemanes o franceses no representaban casos de relieve ya que su número era escaso y controlable. Pero llamaba la atención sobre el número de una inmigración hebrea que –como hemos visto más arriba- consideraba perjudicial por considerar que el judío no tenía voluntad de asimilarse al medio local.
Es Lugones el nacionalista que quizás con mayor ahínco persigue la organización de la leva inmigratoria. Y es una característica propia del poeta ya que muchos de sus artículos son fruto de su indudable tendencia normalizadora, previsionalista y planificadora por excelencia. Entre las medidas que propone pueden enumerarse las siguientes:
- Publicidad para atraer inmigrantes en los países de procedencia
- Acuerdos de carácter económico y policial con los países respectivos
Por el primer punto Lugones describe la intencionalidad de atraer a una inmigración selectiva, a aquellos que el país necesita, sea cual fuere la profesión. En el segundo punto los acuerdos bilaterales apuntaban a reglar la llegada de estos elementos, estableciendo los recaudos más ajustados para evitar que se produjesen filtraciones indeseables: agitadores, terroristas, dementes, etc. Otras medidas lugonianas están en la línea más exigente: devolución a sus países de origen de delincuentes y enfermos endémicos[15].
Pero antes aún, Lugones había escrito en La Nueva República algunas líneas que muestran como la educación integral era en su pensamiento una herramienta fundamental para hacer del extranjero un elemento funcional y afectivo para con el país. Fue precisamente cuando les espeta a sus antiguos amigos conservadores sobre cómo debían corregir los errores del pasado. A fuerza de ser algo extenso vale la pena transcribir el párrafo:
“La adecuación de la enseñanza a ese propósito de consolidación social [evitar la disolución de la lucha de clases][16], requerirá un gobierno docente de imperativa caracterización jerárquica y de estricta dedicación a su objeto: la formación del buen argentino. Es decir, a su vez, un buen productor y un buen defensor de la patria. Hay que conservar la República Argentina para ella misma, o sea para el bienestar de sus ciudadanos, y no para ideologías humanitarias o para protección de forasteros, si aquellas o estos difieren de dicho fin. En eso consiste el patriotismo y tal es la fórmula sencilla de su deber. Cuando la constitución dice que es para nosotros y para todos cuantos ‘quieran’ habitar nuestro suelo ese verbo expresa la acción de la buena voluntad. El que viene a perturbarnos y dividirnos, viene de mala voluntad, y es, por tanto, inaceptable. Toda libertad contraria a la nación, deja de ser tal para transformarse en delito”.[17]
Conclusión
Podrían citarse decenas de escritos similares a los comentados en este breve análisis. Y todos ellos giran alrededor de los puntos que aquí hemos desarrollado y que sintetizamos a modo de conclusión. En primer lugar el nacionalista identifica la inmigración como factor negativo en tanto y cuanto ha sido fruto amargo del liberalismo actuante desde antiguo. En segundo lugar se percibe la necesidad de un proceso inmigratorio, no sin aplicar la selección y la previsión respectiva. En tercer lugar hemos identificado cuál es ese fruto malo en el pensamiento del nacionalista. Y en último sitio cuál la propuesta para revertir y detener la acción disolvente que en la mirada de los nacionalistas provocaba un arribo indiscriminado de los inmigrantes. Un último punto queda claro: no hay línea alguna que exprese un rechazo cerrado hacia la idea y necesidad de la inmigración.
Hernán Capizzano
BIBLIOGRAFÍA
Lugones, Leopoldo, La Grande Argentina, Editorial Huemul, Buenos Aires, s/d.
Zuleta Álvarez, El Nacionalismo Argentino, Editorial La Bastilla, Buenos Aires, 1975.
Carulla, Juan Emilio, Al filo del medio siglo, Editorial Llanura, Paraná, 1951.
Lvovich, Daniel, Nacionalismo y antisemitismo, Vergara, Buenos Aires, 2003.
Osés, Enrique P., Discursos y Textos, Memoria y Archivo, Buenos Aires, 2014.
Tezanos Pinto, Fausto de, Inmigración y Democracia, en La Nueva República, 2º época, n. 75, 20.12.1930, p. 2-3.
Bernardo, Héctor, Inmigración buena e inmigración mala, en La Nueva República, 2º época, n. 89, 07.10.1931, p. 2.
Lugones, Leopoldo, La paradoja política, en La Nueva República, a. I, n. 43, 01.12.1928, p. 1.
Ramírez Arellano, Nicasio, Inmigración reglamentaria, en La Nueva República, 2º época, n. 50, 21.06.1930, p. 4.
Galíndez, Abel, Selección del inmigrante, en La Nueva República, a. I, n. 43, 01.12.1928, p. 3.
Programa de Gobierno de La Nueva República, en La Nueva República, a. I, n. 37, 20.10.1928, p. 1.
Carulla, Juan E., La reacción necesaria, en La Nueva República, a. I, n. 39, 03.11.1928, p. 1.
NOTAS:
[1] El material ha sido consultado de las colecciones existentes en el Instituto Bibliográfico Antonio Zinny de la Ciudad de Buenos Aires.
[2] Carulla, Juan E., La reacción necesaria, en La Nueva República, a. I, n. 39, 03.11.1928, p. 1.
[3] Galíndez, Abel, Selección del inmigrante, en La Nueva República, a. I, n. 43, 01.12.1928, p. 3.
[4] Ramírez Arellano, Nicasio, Inmigración reglamentaria, en La Nueva República, 2º época, n. 50, 21.06.1930, p. 4.
[5] Tezanos Pinto, Fausto de, Inmigración y Democracia, en La Nueva República, 2º época, n. 75, 20.12.1930, p. 2-3.
[6] Programa de Gobierno de La Nueva República, en La Nueva República, a. I, n. 37, 20.10.1928, p. 1.
[7] Ramírez Arellano, Nicasio, ibid.
[8] Lugones, Leopoldo, La Grande Argentina, Editorial Huemul, Buenos Aires, s/d, p. 141-142.
[9] Galíndez, Abel, ibid.
[10] Ramírez Arellano, Nicasio, ibid.
[11] Tezanos Pinto, Fausto de, ibid.
[12] Bernardo, Héctor, Inmigración buena e inmigración mala, en La Nueva República, 2º época, n. 89, 07.10.1931, p. 2.
[13] Lugones, Leopoldo, op. Cit., p. 178-179.
[14] Galíndez, Abel, ibid.
[15] Lugones, Leopoldo, op. Cit., p. 177-178.
[16] Agregado del articulista.
[17] Lugones, Leopoldo, La paradoja política, en La Nueva República, a. I, n. 43, 01.12.1928, p. 1.
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