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Vicente Massot – Paso a paso

No siempre es fácil determinar con precisión por dónde comenzar un análisis semanal, como el presente, en un país —el nuestro, se entiende— donde los hechos relevantes de la política se suceden sin solución de continuidad y obran el efecto de taparse entre sí. A veces acontecimientos de entidad menor —como el aumento de las dietas por parte de una mayoría de los senadores de la Nación— oculta otro, infinitamente más relevante —las consecuencias de la nacionalización de YPF, orquestado por Axel Kicillof, que puede costarle al país U$ 16.000 MM— sin que nos demos cuenta. En la Argentina hay de todo, como en botica. Se complementan —para citar a Homero Manzi— la Biblia y el calefón, a diario.

¿Por dónde empezar, entonces? ¿Por el descaro de quienes se sientan en la cámara alta del Congreso o por la reacción del gobierno frente a los aumentos de las prepagas? ¿Priorizamos el comienzo de la discusión en la cámara baja de la ley ómnibus o ponderamos los efectos que, muy probablemente, traerá aparejados la crisis que aqueja al kirchnerismo en el único y fundamental bastión electoral que queda en sus manos, la provincia de Buenos Aires? ¿Fijamos la atención en una posible fractura de los diputados de Unión por la Patria o, en cambio, hacemos referencia a la comedia de enredos que ha protagonizado el oficialismo en el Parlamento? ¿Pasamos revista a las posibilidades que tiene el juez Ariel Lijo de llegar a la Corte Suprema de Justicia o dejamos el tema para más adelante y nos concentramos en el intento de los hermanos Milei de expandir, a lo largo y ancho del territorio nacional, la estructura de La Libertad Avanza, poniendo en riesgo su alianza con el Pro? ¿Nos detenemos en la marcha de las universidades —por llamarla de alguna manera— o clavamos los puntales de la crítica sobre el mensaje que dirigió ayer a las 21 el presidente, sobre el superávit fiscal y financiero del primer trimestre? ¿Comentamos el fenómeno de imán que ejercen los outlets chilenos en los consumidores argentinos, con descuentos de hasta 70%, o la lupa la ponernos en la fuerte suba de acciones y bonos argentinos que se produjo antes de la alocución presidencial?

En rigor, una crónica exhaustiva debería tener en cuenta a todas y cada una de las cuestiones antes señaladas, merced al hecho de que —más allá de la diferencia de peso específico que exista entre las mismas— ninguna merece ser dejada de lado. Pero ello no es posible por elementales razones de espacio. Lo más conveniente es trazar, pues, un panorama general sin prestarle mayor atención a las particularidades. En una palabra, ponderar el bosque a expensas de los árboles.

Las preocupaciones que aquejan a algunos economistas criollos —como son los casos de Domingo Cavallo, Carlos Melconian, Miguel Broda, Carlos Rodríguez, Daniel Artana y Marina dal Poggeto, para citar los más conocidos— a Javier Milei parecen tenerle sin cuidado. Mientras para aquéllos, hay aspectos del manejo que lleva adelante Luis Caputo que comienzan a hacerles ruido, el presidente de la Nación ni los toma en cuenta. Unos alertan sobre las dificultades de mantener la tendencia descendente del índice inflacionario una vez que haya alcanzado 6 % ó 7 % mensual; la falta de un plan de estabilización que le otorgue sustentabilidad al derrotero oficialista; el atraso del tipo de cambio y la caída generalizada de la producción. El otro está convencido de que los logros que ha conseguido en apenas cuatro meses no lo dejan mentir y le permiten imaginar un futuro auspicioso. últimos días aquellos economistas admiten ser tomados en consideración en una puja académica. Por su lado, las convicciones de Milei son las de un estadista que debe adoptar decisiones a diario. Con la particularidad de que sus efectos alcanzarán a los cuarenta y ocho millones de argentinos. Para explicarlo de manera diferente: si Domingo Cavallo estuviese en el Palacio de Hacienda y tuviese que lidiar con los problemas que enfrenta Luis Caputo, posiblemente tendría la obligación de hacer cosas en las que hoy no piensa. Las razones de los expertos en una determinada materia —en el caso que nos ocupa, la economía— nunca son las del presidente de una nación en ruinas.

Milei es un convencido de lo que hace y difícilmente vaya a torcer el rumbo que le ha impuesto a su gestión. Cuando sostiene que se ha terminado la época del “Estado presente” no hace otra cosa más que reafirmar que viene a clausurar el sistema político, económico y social que rigió entre nosotros desde hace ochenta años y ha estancado al país sin remedio. En este orden, los apoyos que ha recibido desde que se calzó la banda presidencial no han mermado. Al fin y al cabo, hay un dato que ni sus más acérrimos opugnadores se animan a discutir seriamente: su principal soporte está en la sociedad y no tanto en los factores de poder. Así como cualquiera conoce las limitaciones que sacuden al oficialismo en el Congreso, de la misma forma no hay quién ponga en tela de juicio la dimensión del respaldo que el presidente tiene hasta el momento en la mayoría de la población.

Hay un cambio cultural innegable. El mejor ejemplo de lo expresado lo tuvimos hoy. Miles de activistas de todas las observancias —desde Horacio Rodríguez Larreta hasta las Madres de Plaza de Mayo— cerraron filas en favor de la educación pública. Se envolvieron en esa ‘bandera sagrada’ y salieron a las calles con la idea de desestabilizar al gobierno. Por mucho menos de lo que decidió Javier Milei, hace veintitres años —poco más o menos— lograron echar a Ricardo López Murphy y jaquear a un jefe de Estado timorato. Ahora se toparon con un poder ejecutivo sólido, con agenda, decisión, convicción y respaldo que no se echa atrás. Las universidades van a ser auditadas, y para esas casas de estudios que —a semejanza de las provincias— gastan con bolsillo de payaso, tampoco habrá más plata. Así de sencillo.

El jefe de los libertarios optó, desde el minuto uno de su mandato, en cargar contra la inflación, aun a sabiendas de que el remedio elegido generaría una recesión de novela. De modo tal que quienes le critican el camino escogido —privilegiar lo urgente desentendiéndose de otros aspectos, sobre todo de la microeconomía— deberían explicar cómo hubiese sido posible detener la deriva hacia la hiperinflación sin generar una caída de la actividad como la que estamos viendo. El último titular de Hacienda durante la fallida presidencia de Mauricio Macri, Hernán Lacunza, reconoció en un reciente reportaje que no ponía en tela de juicio los logros de los primeros ciento veinte días de administración libertaria. Es más, se mostró complacido con los resultados obtenidos, sin perjuicio de vocear la siguiente duda: en caso de mantenerse inalterado el libreto oficialista, lo efectuado en estos cuatro meses no asegura necesariamente que dentro de cuatro meses los frutos vayan a ser iguales. Lo que se recorta en el horizonte como necesidad, una vez aprobada la ley ómnibus y firmado el Pacto de Mayo, es el comienzo de una segunda etapa. El presidente es consciente de ello, pero no puede quemar etapas ni atacar todos los frentes al mismo tiempo. Habrá que esperar para ello a que comience el segundo semestre del año.




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