¿Por qué los católicos nos oponemos radicalmente a la legalización del aborto?
En primer lugar, porque seguimos los mandamientos de Dios que recibió Moisés en las Tablas de la Ley. En el quinto mandamiento dice: “No matarás” (Ex 20, 10). Este Mandamiento luego fue refrendado por el mismo Jesucristo en el Nuevo Testamento (Mt 5, 21-22).
En segundo lugar, porque es una antiquísima enseñanza de nuestra Iglesia recogida en la Tradición. En el Catecismo más elemental, recordamos la postura de los católicos frente al problema del aborto desde el siglo I hasta la actualidad en dos citas que me permito transcribir:
“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido.”[1]
“Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables.”[2]
Queda claro, entonces, que para los creyentes el valor de la vida es el de aquella recibida por Dios que debemos honrar con las acciones. Esta ha sido desde siempre la enseñanza de la Iglesia. Desde los primeros siglos, cuando los cristianos vivían al margen de la sociedad romana, escondidos, sin poder profesar públicamente la Fe, recibían a los descartados de ese sistema esclavista que era el Imperio romano. Es que sabían perfectamente el valor que tenía cada una de esas vidas. Hoy tenemos nuevos descartados en una sociedad que se jacta de tener grandes avances en la ciencia pero no tiene la mirada de misericordia para reconocer el valor intrínseco de la vida. Ni siquiera para reconocer que hay vida.
La lucha que damos sobre el aborto se basa en evidencias racionales muy claras, obviamente sujetas a corroboración, pero también en una valoración ontológica y moral.
Sabemos, por ejemplo, que el óvulo fecundado es la vida en acto. Y es por eso que, aunque se utilicen sofismas para describirlo, el aborto es siempre y en todo lugar un asesinato de un ser humano.
Desde los primeros días en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide, el cigoto comienza su multiplicación celular en la travesía de llegar al útero. Ya tiene un ADN distinto a los del padre y la madre. Luego se transforma en lo que la medicina llama blastocito y queda adherido a la pared uterina. Hasta aquí han pasado 6 días y el proceso de implantación puede durar hasta el día 9 o 10 de fecundado el óvulo. Allí se va formando el embrión y la placenta que luego lo alojará con las hormonas necesarias para mantener esta vida. La placenta transportará oxígeno y nutrientes de la madre al feto y materiales de desecho del feto a la madre.
Entre los días 10 y 12 comienza el desarrollo del embrión, envuelto en el líquido amniótico. Se formarán los órganos internos y la estructura externa del cuerpo. A los 16 días comienza a formarse el corazón que bombeará líquido unos días después. Mas tarde, se forman el cerebro y la médula espinal.
A las 10 semanas de la fecundación ya están prácticamente todos los órganos formados. El encéfalo y la médula espinal seguirán su proceso de forma mas lenta. Se lo denomina feto y cuatro semanas después se podrá saber el sexo. Seis semanas después la madre podrá empezar a sentir los primeros movimientos del feto.
Estos datos son ciencia. Pero qué anima a grupos minoritarios de Buenos Aires a querer imponer una agenda a todo el país, que se ha mostrado mayoritariamente preocupado por la legalización del aborto, pertenece a otro ámbito: el de la moral. Una moral relativista muy bien descripta por el Papa emérito Benedicto XVI.[3]
Aunque los partidarios de la legalización del aborto proclamen querer salvar la vida de las mujeres que utilizan métodos aberrantes para asesinar al feto en su vientre, sabemos muy bien que somos nosotros los únicos que velamos por la vida que sale descuartizada en una bolsa de residuos patológicos. Llámeselo como se quiera, pero es asesinato de una vida que apenas puede protegerse.
No es la única que vez en la historia que “iluminados” no reconocen el valor intrínseco de la vida. En la Unión Soviética y en la Alemania nacional-socialista también existieron ciudadanos de primera categoría y personas a las que no se les reconoció el derecho a existir.
Tanto en ese entonces como ahora, los católicos nos oponemos al acto criminal y no sólo no podemos colaborar[4] con esta abominación sino que debemos pelear el Buen Combate.
NOTAS:
[1] Didaché 2, 2; cf Bernabé, Epístola, 19, 5; Carta a Diogneto, 5, 5; Tertuliano, Apologeticus, 9.
[2] Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 51, 3
[3] http://debatime.com.ar/joseph-ratzinger-cual-es-el-fin-del-estado/
[4] Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2272:
“La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”, es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito”, en las condiciones previstas por el Derecho. Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.”
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