Manuel Gálvez – la ADEA del peronismo
Aun no estaba creada la sociedad cuando el coronel Perón invitó a una gran reunión en la Casa de Gobierno. Creo que había como doscientas personas, entre ellas algunas que no se adhirieron a ADEA: José León Pagano, Alberto Palcos, Silvina Bullrich.. . El coronel Perón reclamaba la unión de todos los escritores en una sola sociedad. Cancela habló. Recordó el agravio que a varios de nosotros se había hecho en la SADE y dijo que si era cristiano el perdonar, era cosa de sonso el olvidar… Y como, además, ni estaban allí los dirigentes de la SADE ni esta sociedad se hallaba dispuesta a salir de su posición contraria al Gobierno, todos comprendimos que el deseo del coronel Perón no era realizable.
ADEA se instaló en un local no muy amplio de la calle San Martín, en los altos del viejo bar Helvecia, al que, según es fama, había concurrido el general Mitre y en donde, hacia 1910, se reunían Roberto Payró, Emilio Becher, Atilio Chiappori y otros escritores y periodistas.
Formé parte de la primera comisión, la que redactó el reglamento. Como en el proyecto, al tratarse de los socios, se exigiese la condición de católico*, protesté enérgicamente. Les dije, más o menos: “Yo soy más católico que cualquiera de ustedes, porque comulgo todos los días; sin embargo, considero una enormidad lo que se quiere hacer.”
No me explico el artículo del proyecto: ninguno de los miembros de la comisión era un “chupacirios”. Mis palabras impresionaron y la mala idea quedó vencida.
Nuestra institución, que era antioligárquica, no tenía presidente, sino un secretario y desde el primer momento solicitamos ser admitidos como afiliados a la Confederación General de los Trabajadores, o sea, la C.G.T., lo que conseguimos.
Cancela fue el primer secretario, pero no terminó el período de dos años. Lo reemplazó Carlos Obligado, cuya designación causó gran sorpresa. Obligado murió repentinamente y fue reemplazado por Manuel Alcobre. El caso de Alcobre es notable. Había publicado siete libros de versos y apenas se le conocía. Yo mismo, que soy curioso, ignoraba quién fuese. Había practicado también el periodismo, en Crítica y otras partes. Es un poeta serio, vigoroso, noble. Se le dio el Primer Premio Nacional, merecidamente.
A poco de fundarse la Asociación hubo un grave incidente. Alguien propuso colocar en el salón de actos los retratos de Perón y de Evita. No hubo inconvenientes por Perón, que era ya el presidente de la República. Alcobre y algún otro hablaron en contra del proyecto. Y se aprobó que se pusiese a Perón en el salón de actos y a Evita en otra de las salas. Esto fue causa de que Evita mirase a la Asociación con antipatía.
Esto de los retratos fue propuesto por un cierto pobre diablo, sujeto desconocido, que ignoro cómo se había metido en la asociación. Creo que era tesorero. Poco después, frecuentó el local un empleado o ex empleado de la Policía.
Desde el primer momento, la Asociación fue considerada como peronista. Entiendo que se quiso hacerla apolítica, es decir, no militante. Eso no impedía que simpatizara con la orientación general del Gobierno. Pero luego fue vinculándose cada vez más a las autoridades y llegó, después de 1950, cuando fue secretario González Trillo —un escritor de valer, autor, en colaboración con Ortiz Behety, de la recia novela Puerto Hambre— a una situación de compromiso.
Ese año de 1950 se me hizo un homenaje, al cumplir cincuenta años de vida literaria. Como mis colegas y amigos eran, en su mayoría, liberales, no asistieron y el homenaje resultó un fracaso. Poco después, como la Academia Sueca escribiera pidiendo proponer un candidato para el Premio Nobel de 1951, fui propuesto yo.
En 1951 se habían retirado muchos socios, porque la Comisión Directiva, en la que tallaba fuerte un periodista de Rosario, persona absolutamente desconocida, había llegado a las más increíbles adulaciones a Perón y a su mujer. Yo debí esperar, por razones personales. Pero a fines de 1951, siéndome ya intolerable permanecer en ADEA, renuncié. Inventé el pretexto de haberse fundado el Sindicato de Escritores, al cual deseaba adherirme, pues me parecía poder representar mejor los intereses de los escritores.
ADEA llegó a tener, si no me equivoco, cerca de mil doscientos socios. Abundaban los autores de textos escolares, y escaseaban los nombres de auténtico prestigio literario, casi todos los cuales estaban en la SADE.
Perón y Evita eran socios de ADEA. Creo que pagaban la cuota. El había publicado un par de libros, uno sobre toponimia araucana. ADEA cayó cuando el gobierno de Perón se vino abajo por obra de dos enemigos: sus propios desaciertos y los rencores de la oligarquía. Junto al edificio donde estaba ADEA funcionaba la Alianza. Como los dirigentes no quisieron entregarse a las nuevas autoridades, el edificio fue atacado con ametralladoras y creo que aún con cañones. Se derrumbó, y con él se incendió y derrumbó ADEA. De este modo se perdieron todos los papeles que allí había.
* El señor Carlos de Jovellanos y Paseyro, consultado por mí acerca de estas cosas, afirma que él redactó el proyecto de reglamento y que allí no figuraba la exigencia a que me refiero. No recuerda, además, que en la discusión del reglamento se hablara de ese asunto. Sin embargo, no he soñado. Tal vez fue algo propuesto por algo de uno de los presentes. Por desgracia, no recuerdo quienes eran.
Fuente: Gálvez, Manuel, En el mundo de los seres reales, Bs.As., Hachette, 1961, pp. 175-176
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