dictadura sanitaria

Luca Gallinatti – Constructivismo moral para el confinamiento

Durante todo el año pasado la concepción sobre la moralidad de nuestros hábitos fue constantemente bombardeada por el poder político, usando todos los medios que este tenía a su alcance.  En ese sentido, el discurso es una herramienta esencial a la hora de intentar malear la mente de los subordinados al poder, y el contenido que éste ha tenido ha girado en torno del concepto de “cuidar al otro”. A partir del discurso de los gobernantes se buscó modificar el lenguaje cotidiano: las reuniones con amigos pasaron a ser “reuniones clandestinas”, las reglas estúpidas y autoritarias reciben el nombre de “protocolo” y el arresto domiciliario se conoce como “cuarentena”. No digo nada nuevo si yo anunciara que esos cambios en nuestro lenguaje cotidiano, que se derivan del discurso impuesto por el gobierno, cambian nuestra forma de pensar y de conocer el mundo. A partir del lenguaje creamos estructuras mentales que nos permiten aprehender el contenido (aunque muchas veces sólo en parte) del mundo,  así como también clasificarlo y darle medidas. Así, con el lenguaje, podemos elaborar conceptos y pensar.

Para Mario Caponnetto, la ética y la moral son definidas de la siguiente forma: “En un principio, el término ética se tradujo al griego “ethos” que se relacionaba al modo de ser del hombre. Ese mismo término pasó al latín como “mos”, “moris”. Cuando los romanos hablan de “mos” se están refiriendo a la misma realidad que los griegos designaban con la palabra ethos; una realidad riquísima que no se agota en un sentido único ni, por tanto, unívoco, sino que hace referencia a una cierta multitud de cosas que en algo se parecen y algo se distinguen. En tanto la moral es el conjunto de principios, criterios, normas y valores que dirigen nuestro comportamiento, que nos hacen actuar de determinada manera y nos orientan en una situación concreta.”[1] De manera que la ética y la moral forman parte de y nos orientan en nuestro actuar cotidiano. Por lo tanto, la forma en que juzgamos nuestros hábitos y costumbres serán determinantes a la hora de nuestro accionar. Y en un contexto de constante acoso discursivo y físico para adoptar esta nueva moral para el confinamiento, evidentemente, por confianza en el dictador o por miedo a su castigo, nuestras formas de vivir se ven afectadas.

En cuanto a lo discursivo, vale la pena citar a Agustín Laje, cuando explica cómo para Gramsci los intelectuales liberales y conservadores jugaban un rol importante en la visión del mundo de los campesinos del sur de Italia, favorable y funcional a la burguesía del norte. Dice Laje: “Existe un vínculo muy claro entre hegemonía y cultura para el pensamiento gramsciano. La dominación cultural es el conducto a través del cual la burguesía italiana logra hegemonizar al campesinado del sur. Y es por eso que Gramsci concluye que es vital que proliferen intelectuales comunistas, pues ¿quién  mejor que los intelectuales para lograr cambios culturales?: ‘También es importante que en las masas de los intelectuales se produzca […] una tendencia de izquierda en el sentido moderno de la palabra, o sea, orientada hacia el proletariado revolucionario. La alianza del proletariado con las masas campesinas  exige esta formación; aún más lo exige la alianza del proletariado con las masas campesinas del sur.’[2] […] la hegemonía precisará en adelante de un accionar cultural que Gramsci llamará ‘intelectual-moral’: la hegemonía se realiza generando cambios a nivel cultural.”[3] Es así como hemos visto proliferar “expertos y profesionales” en los medios de comunicación, y cómo constantemente se apelaba a estos grupos. Porque se necesitaba hacerle entender a la gente que, a partir de a ahora en más, es moralmente condenable juntarte con tus amigos.

Y sobre el acoso físico, creo que no hay mucho que añadir: han sobrado los casos de violencia desde las fuerzas represoras del Estado para con civiles que no pretendían arrodillarse ante tan vil y descarado personaje que hoy lleva el título de Presidente de la Nación. Pero esto es solo la aplicación de recetas ya conocidas: Alberto Fernández ha querido llevar adelante (y lo hizo con bastante éxito) el ejemplo del sistema panóptico de Bentham, posteriormente reflejado en “Vigilar y Castigar”, de Michel Foucault. Para describir esto brevemente, el panóptico consiste en una cárcel con forma de anillo y una torre en el medio. Quien está en la torre puede ver todo en cualquier momento, pero los reos no saben cuándo están siendo observados. De esta manera, al no tener conocimiento de cuándo son vigilados o no, obedecen por inercia. Además, están incomunicados entre ellos, de tal manera que cualquier motín tendría escasas probabilidades de éxito. Aquí pregunto al lector, ¿No es demasiado familiar? Uno nunca sabe qué persona puede llegar a denunciar su “reunión clandestina” o el no uso del bozal (ese aparato del demonio denominado “tapabocas”), y normalmente, al estar todos “encuarentenados” y “distanciados”, puede ser difícil realizar algún tipo de resistencia.

De este modo, Alberto Fernández, con el miedo al castigo y a la vida misma (porque si vivis normalmente te podes contagiar y morir, o contagiar y asesinar: un miedo que constituye una interesante forma de autovigilancia) se ha asegurado de cambiar nuestros hábitos y costumbres. Este es el error fatal (o “fatal arrogancia”, en términos hayekianos): intentar deshacerse de la moral tradicional, comenzando así la obra de reforma y reconstrucción de la moral casi ex nihilo. Contra esta atrevida, arrogante y suicida empresa argumentaré hoy, por qué, en términos de Friedrich Hayek, renunciar a la moral que hemos heredado resultaría en la desaparición de una considerable parte de la población actual y condenaría a la hambruna a la parte restante.

En primer lugar, la cuarentena y su sistema moral es cortoplacista. Hayek explica en “La Fatal Arrogancia” que el sistema moral que nosotros hemos heredado no ha sido resultado de la creación de generaciones recientes o mentes contemporáneas, sino que es producto de un proceso que se remonta a los orígenes del hombre mismo, cuando éste habitaba en pequeñas tribus o pequeños grupos de gente. Y es que el salvaje tenía escasas posibilidades de sobrevivir en soledad. La moral que en este momento del desarrollo humano se destaca es la que se relaciona con nuestras innatas predisposiciones, una moral de corte tribal. El individuo, en sí mismo, nada poseía sino que todo se compartía para poder asegurar la supervivencia del grupo. Pero a medida en que se optaban, ya sea por imitación de otros grupos, motivos religiosos o lo que fuere, otras prácticas que lo obligaban a salir de esa moral innata, el hombre se embarcaba en un largo camino evolutivo de prueba y error: ciertas comunidades elegían determinadas normas para respetar, y aquellas que, al largo plazo, mejores resultados arrojaban, permitiendo alimentar más bocas, eran las comunidades que se imponían, mientras las otras se estancaban y  perecían. Así, aquellos grupos que, por ejemplo, optaron por asentarse en determinados lugares y en esforzarse en trabajar la tierra tuvieron un rol más preponderante que los grupos nómadas, y los pueblos que más prontamente se avinieron a respetar la propiedad privada y el comercio florecieron por sobre los que no. Pero todo este proceso ha iniciado, como se dijo, desde el origen del hombre mismo, y ha coordinado increíbles cantidades de información, debido, por un lado, a la multipiclidad de situaciones que requerían la adaptación del hombre y también, por otro, a  cada hombre que ha hecho su propio aporte personal al proceso (a veces, muy humildemente, rechazando ciertas normas aprendidas en el seno familiar, o también compartiendo opiniones con sus pares). Pero al final, solo aquella comunidad con un sistema normativo que pueda brindar mayor cantidad de alimento para más bocas es la que prevalece. Y los resultados, en espacio de tiempo, están muy lejos de la oportuna toma de decisiones. Por eso se habla de largo plazo en este contexto. Este es un proceso que ha estado y está situado “entre el instinto y la razón”[4], pues va más allá del instinto, pero no es terreno de la razón debido a que no entendemos ni podemos entender el contenido más íntimo, ni la razón por la que seguimos estas prácticas, solo limitándonos a seguirlas por mero hábito aprendido. Esta información no puede ser captada mediante ninguna técnica disponible para la mente humana, ya que el proceso involucra los aportes de millones de situaciones y de millones de individuos que han contribuido, de manera directa o indirecta, al desarrollo de lo que hoy heredamos. Así, han sido las normas de nuestra civilización (el respeto por el contrato, el respeto a la propiedad, la familia como hoy la conocemos, las instituciones intermedias, etc.) las que han demostrado una notable superioridad evolutiva.

Ahora bien, es el ideario socialista el que quiere emprender esta tarea constructivista de tratar de elaborar un esquema normativo alternativo. Y así también, se nutren del cortoplacismo hedonista. En palabras de Keynes “a largo plazo, todos muertos”[5]. Así es cómo se favorecen políticas para el presente, ya que se desestima el largo plazo. Pero esto adolece de ingenuo, puesto que es evidente que lo que hacemos o no hacemos hoy afecta el curso del mañana, y solo alguien cínico propondría descuidar el futuro. Y eso es la cuarentena: preocuparnos por lo inmediato, por lo de hoy, desatendiendo no solo el largo plazo, sino incluso el mediano. Siendo así, quizás modificar compulsivamente los hábitos de la gente, de la noche a la mañana, con la cuarentena tuvo algún efecto analgésico al principio (mayormente para nuestras instintivas inclinaciones), pero hoy, en nuestra Argentina los casos de coronavirus nunca pararon de crecer, y los números concernientes a la pobreza nunca pararon de subir, así como los precios (aquella “constelación” de la que hablaba Hayek) siguieron su camino inflacionista. Fuera del ámbito meramente económico, las relaciones se deterioran, la frecuencia con que se sale a correr, al final del día, rinde consecuencias, el no ir a la Iglesia también desgasta la espiritualidad, y al dejar de socializar cómo antes se hacía se evitan una enorme cantidad de intercambios espontáneos que enriquecen al actor y al proceso de evolución cultural. Como expliqué en líneas anteriores, fuimos encerrados en una especie de panoptismo: vigilados constantemente y separados los unos de los otros. Resulta paradójico, porque se intentaba cuidar a la comunidad aislando a la comunidad de sí misma y destruyendo su esencia: la conexión entre diversos individuos.

Incluso desde el BID se dijo que (si bien quien escribe sostiene que los encierros, largos o cortos, no deberían existir) los casos de cuarentenas largas como en Argentina han sido un fracaso. Siendo que en Latinoamérica concentra al 9% de la población mundial y tuvo las cuarentenas más estrictas, también ha registrado, a nivel global, al 21% de los casos de COVID19 y al 32% de las muertes.[6] Así es como la cuarentena es sólo un parche temporal que ya al mediano plazo nos condena no solo al empobrecimiento sino a no poder controlar eso que se pretendía, en teoría, retener.

En segundo lugar, como ya ha leído el estimado lector, “es imposible abordar mediante el ‘el típico método científico’ aquello que se haya situado entre el instinto y la razón”[7]. Y es que la razón es producto de la tradición. Nosotros no venimos a este mundo razonando, sino que hemos aprendido y heredado la práctica de razonar, siendo la razón un producto de la evolución cultural. Siendo así, el producto del proceso no puede manejar al proceso, ni rebelarse contra él. Tomando prestada del Apóstol Pablo la ilustración del vaso de barro, este utensilio no puede rebelarse contra el alfarero y cuestionar por qué lo hizo de una manera y no de otra, ya que el alfarero hace lo que quiere con el barro[8], y en nuestro caso, el proceso evolutivo (dejando fuera cualquier concepción antropomórfica de este) deja productos más acordes a nuestra necesidad de supervivencia y desarrollo. Como se dijo más arriba, a la mente humana le es imposible acceder a las cuotas de conocimiento que coordina el proceso evolutivo. Fatal pretensión y “auténtica declaración de fe tanto de la ciencia como de la teoría del conocimiento modernas”[9] constituye esta empresa.

Pero aun así, no son pocas las ocasiones en que hemos escuchado hablar del “gran reseteo”, de “la nueva normalidad”, de “reformar al capitalismo” y de postulados parecidos. Tales pretensiones, en realidad, esconden un intento arrogante, de modificar la moral tradicional (¿recuerda el lector lo que explicaba Laje sobre Gramnsci acerca de influir a las masas moral e intelectualmente?). Pero, como ya hemos visto, esto solo puede conducir a la penuria y a la extinción de buena parte de la población que ostentamos.

Para ser claros, hagamos un ejercicio mental: Samuel vive en zona de chacras, y tiene que ser autosuficiente, porque, hasta el momento, no hay nadie cerca de él. Produce verduras con el agua que tiene disponible y ha podido arreglárselas para criar gallinas. A los días llega a la zona Javier. Con Samuel acordaron que Javier producirá las gallinas, y el primero las verduras. Nace un intercambio y ambos se especializan en sus funciones, debido a que pueden dedicar su trabajo, su capital y su tierra a una única tarea. Y debido a esto, aumenta la producción de gallinas y verduras. Se van sumando más vecinos. Ahora Samuel sólo se encarga de producir lechuga, y debido a cómo se han dado las cosas, Javier decidió comprarle malta a un hombre mayor de otra zona (porque ya hay quién se encarga del transporte), y pedir de la ciudad más cercana ollas y demás bienes para producir cerveza. La población en general vive de manera muy superior a la forma en la que vivían Samuel y Javier anteriormente. Todo esto, fruto de hábitos aprendidos como el respeto a los contratos, a la propiedad privada, la división del trabajo, etc., ha dado mayores comodidades. Ahora imaginemos que algún ente coercitivo les impide salir a comerciar y reunirse con otros. ¿Qué pasará? Se destruirá la división del trabajo y, consecuentemente se condenará a la precarización a tales habitantes, poniendo en riesgo su supervivencia y su desarrollo saludable como personas, al no tener contacto entre ellos. Eso es lo que propone nuestro delirante Presidente, y lo que han estado impulsando organismos internacionales como la OMS, hasta que, a fines del año pasado, tuvieron que dar el brazo a torcer. No así los distintos Estados que ya habían establecido medidas restrictivas: hoy siguen encerrando y liberando a la población a gusto. Interrumpir el proceso evolutivo, que es base de la prueba y el error, y querer dirigirlo en el capricho y la arrogancia que conlleva el poder, es sencillamente genocida. Tengamos en cuenta que nuestra moral tradicional es superior a lo que pueda llegar a dilucidar la mente humana en esta cientificista empresa, puesto que tiene en cuenta cuotas de información mucho más grandes, mientras que lo que el estadista pueda aprender sólo será una parte de una realidad en constante cambio.

En tercer y último lugar, la cuarentena es inmoral. Unos cuantos años antes de que se escribiera “La Fatal Arrogancia” de Hayek, Mises escribe en su obra “Liberalismo”, en la misma línea de pensamiento, que “la moral consiste en el respeto a los requisitos necesarios de la existencia social que deben exigirse a todos los individuos miembros de una sociedad”[10]. Con esto Mises no quiere decir que cualquier capricho oportunamente considerado “de interés para el bienestar popular” o afirmaciones semejantes haya de ser impuesto al ciudadano. Mises se está refiriendo, como él explica más adelante en su concepción de los límites y la función del gobierno, a cosas puntuales como la violación de la propiedad, la privación arbitraria de la libertad, etc. El austríaco dice que “al demostrar la función social de la propiedad privada de los medios de producción y de la consiguiente desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza, proporcionamos al mismo tiempo la demostración de la legitimidad ética de la propiedad privada y del orden social capitalista en la que ella se basa”[11], principios que pueden ser extensivos a lo que venimos diciendo. Si las tradiciones heredadas, no solamente las referidas al orden económico, sino las que hacen a la familia, las interacciones y demás instituciones intermedias ayudan a fortalecer y a formar al actor que forma parte y contribuye al proceso por el cual alimentamos más bocas que en tiempos pretéritos hubiéramos podido alimentar, entonces estos hábitos y costumbres que hacen a dichas instituciones son legítimamente éticos y morales. Mises sentencia contundentemente que “un gobierno que, en lugar de cumplir su función, llegará a atentar contra la vida, la salud, la libertad y la propiedad privada, sería naturalmente un pésimo gobierno”[12]. Quizás habría que hacerle llegar dicha cita a Alberto Fernández.

Teniendo esto en cuenta, es cuestión de repasar los males anteriormente mencionados, que son productos de este forzoso cambio de hábitos, para entender la ilegitimidad moral de las restricciones gubernamentales al libre funcionamiento de la sociedad. Seguir extendiendo estas medidas, que tanto daño han causado, solo nos condena a pasar a la historia como un papelón internacional, a registrar esta como una de las épocas de mayor penuria y precarización de nuestra historia nacional, a ver mermar la calidad de vida de nuestros compatriotas… Creo yo que nadie considerará ético llevar a la inanición a varios cientos de personas.

Siendo así, el país ha atravesado uno de sus peores momentos. Este intento de constructivismo moral, condenado a un fracaso ya demostrado, solo recrudece una realidad que ya era lo suficientemente oscura como para girar hacia el camino de la libertad y el orden espontaneo. Y es que, como explica Hayek, ni siquiera los que se dedican a, por ejemplo, “fabricar” elementos químicos para tal o cual actividad, pueden construir ex nihilo u colocar las partes de cada elemento en su lugar. A lo sumo, generan las condiciones para que estos elementos se formen. Y eso es la libertad y las oportunas restricciones a los excesos que vulneran la libertad de terceros (robos, asesinatos, etc). La libertad es la condición sine qua non para la evolución cultural y la adaptación a lo desconocido. La intervención del gobierno y sus comités solo entorpecen y paralizan el proceso. Un proceso que, aunque en su condición actual pudiera ser aprendido, en cuanto a las cuotas de información que maneja, por una especie de semi-dios, al no ser estático y estar continuamente ajustándose, la información recolectada se volvería obsoleta (si es que se puede transmitir, porque esta información es tácita, en buena parte intransmisible, y muchas veces no del todo dilucidada por el actor que porta tal información). Y al ser esta y no otra la naturaleza del proceso evolutivo, podemos decir firmemente que es imposible tratar de coordinar eso que se desconoce.

Esto de “cuidar al otro” no es solamente una inocente premisa con las mejores intenciones. Desde el día uno de la supuesta neo-peste negra se ha dicho que el capitalismo ha demostrado ser un sistema que falló, que mostró la hilacha, qué, al final “vino un virus chiquitito y lo tiró abajo”. Nada se dijo respecto de la injerencia de organizaciones políticas supranacionales y de las medidas paralizantes que causaron tales estragos. Oportuno es el aporte Laje a este respecto: “No se trata de ninguna broma, sino más bien de una izquierda que toca fondo, que encontrándose a sí misma totalmente incapacitada para delimitar o construir un sujeto revolucionario, deposita todas sus expectativas revolucionarias en el accionar de un virus”[13] y más adelante añade que “en este sentido, la fulminante crisis económica que necesariamente llegará y que tendrá escala planetaria, no será una crisis producida por el sistema capitalista, sino precisamente por su momentánea ausencia.”[14]

Se ha enseñado que tenemos que cuidar al otro tratándolo como a un agente patógeno con patas, pero nada se ha dicho del futuro que sobreviene inevitablemente luego de cualquier interrupción en el proceso de selección evolutiva de pautas de comportamiento, a saber: la destrucción de las instituciones que hacen a la supervivencia de los grupos humanos.

Ahora bien, no es momento de quedarse de brazos cruzados. De nuevo pregunto, ¿recuerda el lector lo que se dijo de Gramsci? A estas alturas, no cabe duda de que la revolución moral-intelectual está en marcha. Pero esto no es nada nuevo. Volviendo a citar al joven politólogo Agustín Laje: “El reseteo es el sueño de toda revolución. Si la tradición es el tiempo inconscientemente acumulado, la revolución es tiempo conscientemente destruido […] Resetear es precisamente eso: borrar todo lo anterior con el objeto de comenzar de nuevo.”[15] Y esa siempre fue la cuestión, y siempre fue la intención de fondo. Quien creyó que los gobiernos estaban sinceramente preocupados por nosotros al arrastrarnos a la indefinida pena de prisión domiciliaria, pero que vendían como “cuarentena”, fue muy ingenuo. Como sepulcros blanqueados, que por fuera se ven hermosos, pero por dentro están llenos de inmundicia y podredumbre[16]. Pero hoy es el día (y no mañana) de resistir. Esto desde dos campos que, hoy más que nunca, deben ser atendidos en medidas balanceadas, para que uno no opaque al otro: desde la intelectualidad y desde la puesta en práctica. Ambas son vitales. La primera, por la misma razón que el autor italiano entendía que eran necesarios intelectuales para la causa: porque de esta manera se logra captar a las masas. Masas que hoy están siendo bombardeadas día y noche con la ideología del samaritanismo paranoico, y que no pueden ver a otro ser humano de carne y hueso porque le temen. Sienten puro terror ante la idea de un abrazo, y eso, en parte, es gracias al impacto que ha tenido el discurso del gobierno en la mentalidad de la gente. A estas mentes es preciso mostrarles cuál es el error y, como dijera el Judas (el autor bíblico, no el Iscariote), “[a los que] que dudan, convencedlos.”[17] Quien escribe no se considera un intelectual. Me falta mucho camino y una larga carrera por correr para poder siquiera aceptar que así se me denomine. Y aun así, no sé si me sentiría cómodo con la etiqueta. Pero es indudable que necesitamos que haya gente que se interese por dar la batalla cultural, y para eso hay que formarse e informarse. Ante nosotros yace un mundo que ha sido diezmado en su identidad y en su contenido tradicional. “Occidente se avergüenza de sí mismo”[18]. Nosotros tenemos que lograr que se enorgullezca de lo que ha logrado, sin que caiga en la soberbia de creer haber alcanzado la perfección.

Por otro lado, tenemos que resistir la “nueva normalidad” mediante la presencialidad. No podemos prescindir más de los encuentros sociales. Si entendemos lo vital que es la familia, los amigos, la iglesia, etc., no rompamos estas instituciones, porque lo son en la medida en que son un tipo de relación social. Cuando se elimina toda relación social, sólo somos individuos atomizados, desnudos frente al Leviatán. Es nuestra libertad, nuestra herencia, nuestras familias, nuestros pares y compatriotas. No podemos dejar que la sociedad se vea desintegrada mientras vemos el espectáculo dantesco por televisión, que es lo que pretende el gobierno.

Obviamente, ninguna de estas intenciones es presentada directamente. Recordemos que si bien Gramsci hablaba de que no era creíble esa opinión generalizada de que en la política el arte de mentir era esencial, si creía que “en política se podrá hablar de reserva”[19]. Y eso es lo que precisamente se nos ha ocultado: el fin último de toda esta farsa ha sido destruír, deconstruír, resetear. Todo esto por no decir sin rodeos que nos han mentido descaradamente para lograr su cometido.

Así, es imperioso respetar nuestro sistema normativo heredado, porque no hacerlo supone diezmar nuestra civilización. Civilización que no se ha construido en un día, pero que si se puede destruir en cuestión de horas. Recordemos cómo, hace más de treinta  años, Hayek nos advertía que “la meta socialista no es otra que la radical reconstrucción tanto de la moral tradicional, como del derecho y el lenguaje, para así acabar con el orden existente y sus presuntamente inexorables e injustas condiciones, que nos impiden acceder al imperio de la razón, la felicidad y la verdadera libertad y justicia”[20].

 

NOTAS:

En esta ocasión, quiero agradecer a tres personas en especial:

A Carla Alegre Magliocco, por su motivación y aliento de siempre cuando de estas cosas se trata.

A Horacio Giusto Vaudagna, por siempre abrirme las puertas para comunicar mis ideas.

A Melody Gutiérrez, porque sin su ayuda, sus aportes y correcciones, este artículo no sería lo que es.

[1] “Curso de Introducción a la Bioética”, Caponnetto Mario, Ediciones Escipión, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2017.

[2] “Antología”, Volúmen 1, Antonio Gramnsci, citado en “El Libro Negro de la Nueva Izquierda”, Nicolás Márquez, Agustín Laje, Grupo Unión, Buenos Aires, Argentina, 2016.

[3] “El Libro Negro de la Nueva Izquierda”, Nicolás Márquez, Agustín Laje, Grupo Unión, Buenos Aires, Argentina, 2016.

[4] “La Fatal Arrogancia”, F. A. Hayek, Unión Editorial. Título del capítulo primero de mencionada obra. Recomiendo enfáticamente esta obra para profundizar sobre las cuestiones abordadas en este artículo.

[5] Citado en F. A. Hayek, objeto citado.

[6] “Contundente estudio del BID: las cuarentenas largas sirvieron de muy poco y no habría que repetirlas en 2021”, Infobae, 6 de Febrero de 2021. Ver link en:  https://www.infobae.com/economia/2021/02/06/contundente-estudio-del-bid-las-cuarentenas-largas-sirvieron-de-muy-poco-y-no-habria-que-repetirlas-en-2021/

[7] F. A. Hayek, objeto citado.

[8] Romanos 9:20-21

[9] F. A. Hayek, objeto citado.

[10] “Liberalismo”, Ludwig von Mises, sexta edición, Unión Editorial, 2011.

[11] Ludwig von Mises, objeto citado.

[12] Ludwig von Mises, objeto citado.

[13] Agustín Laje para el PanamPost, publicado en “Pandemonium”, Carlos Beltrano, PhD y Carlos Polo (editores), Mayo de 2020.

[14] Agustín Laje, objeto citado, Mayo de 2020.

[15] Agustín Laje en “Pandemonium II”, Mónica Ballón, Carlos Beltramo, PhD (editores), Octubre de 2020.

[16] Véase Mateo 23:27-28.

[17] Judas 1:22.

[18] Agustín Laje, objeto citado, Octubre de 2020.

[19] Antonio Gramsci, “Quaderni del carcere”, edición a cargo de Valentino Gerratana, Einaudi, Turín, 1975, pag. 299. (Hay traducción castellana de Ana María Palos: “Cuadernos de la cárcel”, Era, México D. F., 6 volumenes, 1981 y siguientes. Citado en la introducción de Antonio A. Santucci para “Para la Reforma Moral e Intelectual”, Antonio Gramsci.

[20] F. A. Hayek, objeto citado.




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