Lic. Andrés Irasuste – Cuando el Liberalismo baja al pueblo. Parte 2
Cuestionar la democracia hoy es un pecado ideológico, ético, moral y político. Es algo que roza la falta de lesa humanidad. Puede implicar el reojo de los amigos y conocidos, el escándalo profesional, e incluso la muerte civil. Aquel quien cuestiona a la democracia es un monstruo. Porque esto no es visto meramente como “tener una opinión diferente”: es algo excluido de todo género discursivo posible. En un mundo que supuestamente se basa en una sociedad libre y abierta, y en donde presuntamente se ensalza la pluralidad de voces y todo el tiempo se hace propaganda discursiva con la noción de “diversidad”, esa voz ciertamente diversa no es admitida. Es un significante clausurado en el orden del discurso, al cual se le atribuyen terribles significados y aciagos sentidos.
Algo muy extraño sucedió, pues antes de los años 50s, sin embargo, era muy usual cuestionar a la democracia: tanto las izquierdas como las derechas veían en la democracia un sistema decadente y extremadamente burocrático e ineficaz, un gran derroche de recursos humanos y de dinero por parte de una elite que presuntamente representa a la voluntad popular y al bien común, pero que en los hechos posee su propia agenda paralela. No solo se la cuestionaba sino que era casi una virtud intelectual hacerlo. Con mucha liviandad se identifica a Inglaterra con la democracia y el liberalismo “puros”, pero esto es una gran simplificación, pues dicho país tuvo diversas vicisitudes parlamentarias, y vaya que el Estado inglés fue un modelo estatista de Welfare desde Lloyd George hasta el advenimiento de Margaret Thatcher.
Latinos y anglosajones no conciben a la democracia de la misma forma, pero más o menos la idea se comprende para el lector.
Mientras que Lenin previamente a la Segunda Guerra Mundial opinaba que la democracia es un sistema repugnante y burgués que debía ser destruido en nombre de la lucha de clases, los fascismos acusaban a la democracia de ser un sistema que es un enorme derroche de energía para culminar en la ineficacia y la displicencia hacia los intereses y necesidades populares y nacionales. Ese fue el sentido de la Marcha sobre Roma de Mussolini y los camisas negras. Los monarquistas (a quienes ya nadie recuerda) hicieron críticas similares. ¡Pero atención! No solo los chicos malos del radicalismo revolucionario decían estas cosas sobre la democracia. También las dijo Sir Winston Churchill, uno de los señores de la Guerra del bando de los Buenos y Bienaventurados Bienpensantes, quienes ganaron la Segunda Guerra Mundial. Conocida es su frase de que la democracia es el peor de los sistemas de gobierno, exceptuando todos los demás. Si bien muchos harán interpretaciones con los matices sesgados del caso acorde a su conveniencia ideológica, nadie puede negar que algo no es bueno por ser lo menos malo. Simplemente es eso: lo menos malo. Quizás sea lo pésimo.
En definitiva, hacia mediados del siglo XX la democracia no parecía convencer ni terminaba de seducir a casi nadie, ni siquiera a quienes ganaron una segunda guerra mundial en nombre de la democracia misma, pues esta va asociada también intrínsecamente a la idea de la libertad de los pueblos y del individuo. ¿Qué decir de los socios de Churchill; qué tan democráticos eran? Truman hizo resplandecer los cielos nipones con fuego nuclear, además de provenir de una casta política putrefacta hasta la médula, entre otras cosas, un partido con una tradición racialista bien interesante, fundador del Ku Klux Klan. Vaya ironía: los mayores racialistas de Occidente estaban indignados con el racismo de los alemanes y en teoría intervinieron para liberar a la humanidad de ese mal. ¿Stalin del otro lado? Un dictador y genocida, responsable de la muerte de más de 30 millones de rusos con purgas, campos de concentración, hambrunas planificadas y la guerra. Al lado de sus socios, Churchill era un campeón de la democracia, sin dudas.
En el Mundo en Desarrollo y periférico respecto a las grandes potencias de aquel momento, la democracia siguió siendo cuestionada por facciones y grupúsculos de izquierda, con un esquema de guerra de guerrillas, inspirados por líderes populistas (golpistas y asesinos) como Mao, Ernesto Che Guevara o Gadafi, y en los 70s intentaron defenestrarla con el poder de las armas y un esquema de acción terrorista. Terrorismo internacional, subsidiado por la Unión Soviética. En nuestros países en desarrollo (o en desdesarrollo…?), conservamos el lastre de seguir discutiendo, cual bucle obsesivo y cerrado del pensamiento, a los presuntos caídos y “víctimas” de aquella época, que si bien aceptaron el riesgo de un combate inconstitucional con las fuerzas armadas de cada país, como hubieron de perder su lucha, han sido mitificados como víctimas por la nueva narrativa histórica. También, a los totalitarios que sobrevivieron, los hemos tenido como gobernantes del llamado “socialismo del siglo XXI”, inspirado y tutelado por el Foro de Sao Paulo y Cuba tras la caída de la URSS.
En todo este trágico itinerario, todos alaban algo que casi todos intentaron destruir en algún momento, por derecha o por izquierda.
Y el resultado ha sido el desastre latinoamericano que no hace falta describir. ¿Existe algún país en este continente que realmente funcione y se halle en buenas condiciones? ¿Uruguay? Se me forma una sonrisa en el rostro.
Vayamos a lo concreto: la Argentina en coyuntura electoral, que bajo la sombra ominosa del socialismo del siglo XXI ha llegado al 40% de pobreza demográfica, y el conteo continúa. Por no mencionar sus otros innumerables dilemas. Qué decir de Venezuela… en fin.
¿Por qué vemos en toda esta historia al quehacer político como algo distinto a las interacciones humanas en el mercado? Acaso esto significa ser “reduccionistas” y “economicistas”? Para nada: quien dice eso no sabe lo que es el mercado. El mercado no son 10 empresarios tomando decisiones de precios en un edificio de cristal, el mercado es la interacción espontánea y voluntaria entre individuos que buscan satisfacer libremente y mutuamente una necesidad y su propio interés, con el dinero como mediador en los intercambios. El mercado no son unos pocos: el mercado somos todos como sistema espontáneo de cooperación social entre personas. El mercado es el Ágora, la plaza, la feria. Sin embargo, la educación estatal y las instancias culturales totalmente en manos de la supremacía ideológica de la izquierda hacen creer que el mercado son unos pocos. Y que el Estado “somos todos”, cuando en verdad a lo largo de la historia humana (no importa el régimen político) el Estado siempre es dirigido y utilizado por unos pocos, con sus aparatos y mecanismos. Su mecanismo por excelencia: el gravámen; los impuestos. Del verbo “imponer”.
Una pregunta interesante entonces es: ¿cuál es el verdadero interés, la auténtica motivación del político de la democracia para su accionar?
La motivación humana (y este es el punto donde economía y psicología se unen), entre otras cosas depende del tiempo de exposición al estímulo. La democracia, allí donde una élite política gobierna por cuatro o cinco años, tiene lo que la teoría de la public choice y la Escuela Austríaca refieren como preferencia temporal alta. Bajo la monarquía, el monarca, el príncipe, tenían en cambio una preferencia temporal baja. Expliquemos esto con un ejemplo bien simple. Supongamos que hacemos ingresar a un niño a una habitación repleta de golosinas deliciosas. En el experimento A, le decimos que sólo podrá estar allí 5 minutos a puerta cerrada para disfrutar de las golosinas. Muy probablemente el niño devore todo lo posible y se guarde en los bolsillos y dentro de la ropa todas las golosinas que pueda. En el experimento B, hacemos ingresar al niño, pero le decimos que lo dejaremos encerrado allí 5 horas. El niño comerá alguna golosina, pero al rato estará suplicando que le dejemos salir debido a su tedio y hartazgo. El experimento A refleja una preferencia temporal alta: una conducta en función del corto plazo, excesiva focalización en el presente, el desplazamiento y el posponer la idea temporal de futuro, la saturación de sensaciones y del umbral del placer en lo inmediato, la imposibilidad de sacrificar satisfacciones inmediatas en aras de un interés mayor a futuro. El carpe diem. El experimento B refleja la preferencia temporal baja: foco en el futuro, la representación del peso de la temporalidad lineal, el ser capaz de posponer placeres inmediatos en función de un deseo a futuro el cual traerá un mejor beneficio, como la libertad.
El político de la democracia es el caso A: sin la certeza de si seguirá gobernando tras 4 o 5 años, la naturaleza de su conducta es cortoplacista, le importa un bledo no derrochar recursos (y los recursos siempre son escasos por definición), no invierte ni ahorra (aumentando el déficit fiscal), le importa un bledo financiar caprichos políticos o negocios corruptos con emisión monetaria (generando inflación); no posee interés ni visión a futuro, asigna recursos arbitrariamente, más en función de simpatías personales hacia sus camaradas que hacia técnicos formados o individuos capaces en términos meritocráticos. La democracia odia la meritocracia. La democracia ya anticipa cómo culminará: siendo el gobierno de los peores. Algunos le llaman populismo. Spengler afirmaba que la democracia liberal es ya bolchevismo. Lo que comienza siendo una bella idea ya posee el germen de su propia destrucción.
En definitiva, el demócrata tomará de la habitación todas las golosinas que pueda vorazmente. Es decir: robará. En los países institucionalmente más opacos, el saqueo del dinero público será descarado, sin anestésicos. En los “países ejemplares” será mucho más sutil, y la maquinaria propagandística de ciertos organismos globales y los medios hegemónicos se encargarán de decir que allí hay corrupción cero. ¿Alguien es tan naïf de creer que los finlandeses o los suecos son criaturas perfectas de otro mundo donde nadie toca un centavo del erario público…?
El caso de Argentina y de todos los países latinos es el primero, naturalmente.
Pero aquí hablamos de Argentina debido al fenómeno de Javier Milei.
Lo interesante de Milei es que la naturaleza de su trayectoria y de sus motivaciones no lo ubican como alguien con alta preferencia temporal. Milei proviene del Ágora, jamás fue hasta donde sabemos un parásito que vive del dinero público. Milei no requiere golosinas.
Parece altamente decidido a hacer transformaciones radicales más que interesantes y necesarias. Algunos dicen temerle a todo esto… ¿Es que acaso no le temen a la situación actual? ¿Qué podría estar peor?
A su vez, Milei se está encargando de convocar a un staff técnico extremadamente capacitado e inusual, y que hasta donde sé no presenta mayores conexiones con la oligarquía prendaria argentina tradicional.
Este séquito que proviene del Ágora, entiende de reformas financieras y económicas. Entiende de asignación de recursos allí donde realmente deben estar. Entiende de capital humano. No andan afirmando en los medios que la inflación es un fenómeno psicológico del pueblo. Conocen la historia y el know how de cómo países decadentes se transformaron en países exitosos: Singapur, Estonia, Nueva Zelanda, Irlanda. Conocen las jugarretas tanto de la oligarquía criolla como de la progresía bananera. Conocen cómo permitir que la gente genere valor agregado y que cree riqueza. Conocen de emprendimiento. No creen en la narrativa progre hegemónica. Están dispuestos a la firmeza en el orden público y el combate al delito. Están dispuestos a defender la Vida y la Libertad. Desean oxígeno y aseo en un panorama tan desaseado.
¿Será el libertarianismo la nueva decepción y el estertor final, o será un punto de inflexión histórico para el ascenso de una nación, impactando también a sus vecinos con ideas promisorias?
Quizás soy un ingenuo, es posible. Esperemos unos meses.
Sapere Aude.
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