Sarmiento, el conservador
A continuación dos reflexiones de la Vida de Sarmiento, el hombre de autoridad por Manuel Gálvez:
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En Chile hay dos partidos: los conservadores o pelucones y los liberales o pipiolos. Del 30 al 40 ha gobernado el Partido Conservador. Cuando Sarmiento comienza su carrera de periodista, el presidente de la República es el general Joaquín Prieto, que ha reasumido el mando el año anterior. Lastarria considera este hecho como una “vuelta a la dictadura”. Los liberales ven en Prieto un tirano, y hasta han fundado el pasquín La guerra a la tiranía, donde escribe el coronel Pedro Godoy y cuyo redactor principal es José Joaquín Vallejos.
En este año de 1841 está alborotado el ambiente político: en julio habrá elecciones presidenciales. El candidato conservador es el general Manuel Ruines, que en 1837 venciera en Yungay al ejército de la Confederación peruanoboliviana. El presidente Prieto trabaja por Bulnes, sobrino carnal suyo, y lo mismo el ministro del Interior, don Manuel Montt. Los liberales tienen por candidato al general Francisco Antonio Pinto.
En marzo de 1841 ocurren dos cosas que van a influir en la vida de Sarmiento. La primera es la designación de Montt como ministro de Instrucción Pública. Montt, que deja la cartera del Interior, tiene treinta y dos años. Es profesor de Derecho. Portales confiaba en él. Sarmiento dice que Montt es jefe del partido “que de pelucón había pasado, rejuveneciéndose en su personalidad e ideas, a llamarse moderado”. Esto no es verdad, pero lo será, aunque momentáneamente, algo más tarde. El otro hecho es la presentación, que Minvielle hace de Sarmiento y de Quiroga Rosas, a Montt. A Sarmiento le encanta el Ministro, y desde esa entrevista son amigos. Y el Ministro revelará después a Lastarria cómo desde el primer momento distinguió a los dos presentados y decidió utilizar en la prensa el talento que acababa de adivinar en Domingo, mediante el sueldo de cien pesos fuertes.
Por esos días los liberales buscan atraer a Sarmiento. Le mandan en comisión, a rogarle que defienda en la prensa los interese del liberalismo, a don Félix Vicuña y al general Las Heras, para lo cual le cederían la imprenta de Vicuña; pero no le ofrecen sueldo sino ochocientos suscriptores. Sarmiento pide ocho días para contestar. Parece lógico que el enemigo de Rosas, el que en su patria se consideraba liberal, se acerque a los liberales chilenos. ¿Quiénes son los conservadores? Los acaudalados, los terratenientes, los aristócratas, los mineros enriquecidos, el clero. Todos quieren, según el historiador chileno Barros Arana, “la conservación del régimen oligárquico”, la resistencia a las reformas liberales y el mantenimiento de la jerarquía social y de los privilegios de las altas clases. Sarmiento reúne a varios argentinos para consultarles. El, que ya ha optado por los conservadores, defiende su decisión. Dice que los emigrados deben aceptar cualquier gobierno, aunque dispuestos a inyectarle ideas de progreso; y que sería fatal para ellos concitar la animadversión del partido que gobierna y que triunfará. Los demás aprueban, y Sarmiento, a quien sus panegiristas consideran como liberal neto y nato, desoye a los liberales y se acopla a los conservadores, los oligarcas, los discípulos del dictador Portales… Con razón el general Las lleras casi se cae de espaldas al oírle que se va con los conservadores. Muchos años más tarde, Sarmiento dirá, olvidándose de su explicación anterior, que no aceptó por no simpatizar “con los hábitos revolucionarios’’ de los liberales; pero los liberales no pencaban, por entonces, en hacer revolución alguna…
Discípulo de Portales es Montt. Poco antes de conocer a Sarmiento, y siendo ministro del Interior, hizo condenar al pasquín liberal y confinar a su director a Valdivia. Montt encarga a Sarmiento la redacción de El Nacional, que aparece en abril, para sostener la candidatura de Bulnes y del que sólo se publicarán nueve números.
En las elecciones del 25 y 26 de junio preséntanse con candidato propio, además de los conservadores y los liberales, los ultraconservadores. Triunfa Bulnes. La circunstancia de existir ahora un grupo más conservador, coloca a los vencedores en un término medio. Pero tan poco liberales son Bulnes y sus correligionarios que entre sus electores figuran el líder católico Mariano Egaña y monseñor Manuel Vicuña, el arzobispo de Santiago…
El triunfo de Bulnes no disgusta a los liberales, y menos que a nadie al general Pinto, cuya hija mayor va a casarse con el Presidente electo, su prometido desde pocos meses atrás. Bulnes asume el poder el 18 de Septiembre. Desde el primer día se muestra muy conciliador, pero no por liberalismo sino por el convenio del 21 de marzo entre conservadores y liberales, según el cual, si triunfara alguno de los dos partidos, ambos se acercarían después.
Gálvez, Manuel: Vida de Sarmiento, el hombre de autoridad, Editorial Tor, Buenos Aires, 1947, p.p. 72-73
Pero ser progresista no es lo mismo que ser liberal. Sarmiento no es liberal en política. Defiende al Partido Conservador, que fue fortalecido por el dictador Portales, destructor del liberalismo, y a un gobierno del cual dice Lastarria que amó el absolutismo y que está apoyado, según Barros Arana, por “mandones despóticos y atrabiliarios”. Sarmiento considera que la oligarquía chilena, “formada por la clase pudiente e ilustrada, es un bien”. Si él ama la igualdad y la democracia, no cree que baste una constitución democrática para que los pueblos mejoren, pues antes que nada estima la moralidad, según dice: “sin la mejora de las costumbres, las constituciones democráticas son una burla”. Y no cree gran cosa en la libertad, como se ve en estas palabras del 14 de noviembre de 1841: “Nosotros pensamos que en los estados sudamericanos la palabra libertad importa sainete ridículo, melodrama horrible y larguísima comedia que no manifiesta tener fin”. El no pertenece, pues, al número de los farsantes o de los tontos para quienes la libertad es la tradición de nuestra América hispana. Y, en fin, tan poco liberal es Sarmiento, que un diario, hablando de El Mercurio, redactado por él casi solo, dice que difícilmente ha habido un periódico “que haya emitido opiniones más peligrosas a la causa de la libertad”.
Menos aún es liberal en religión. Propone suavizar a los mineros y civilizarlos mediante “una sostenida instrucción religiosa y moral’’, la que habrá de ser hecha por dos o más sacerdotes, “animados de un celo piadoso y adornados de virtudes edificantes”. Cree que “la religión salvará a unos centenares de almas perdidas” y afirma que la gloria del cristianismo consiste “no sólo en haber ofrecido al hombre la perspectiva de una dicha imperecedera, sino también en haber llevado la civilización a los extremos de la tierra, dulcificando las costumbres y sometiendo las pasiones”. Se opone a que el clero participe en la política, pero no por irreligión, sino, al contrario, porque “el clero debe ser un consolador de las desgracias de nuestros tiempos y un aquietador de las pasiones demasiado vehementes que los intereses políticos sustentan“. En este mismo artículo dice que el cristianismo “sólo justicia y humanidad respira“; considera como “sagrada“ a nuestra religión; califica de “impiedad“ al descreimiento, y habla de “la misión divina“ que desempeña el clero. Y en otro sobre la educación de la mujer, tiene un párrafo que empieza así: “el cristianismo, reverenciando a la santa y casta niña en cuyas entrañas se había encarnado el Verbo…”
Gálvez, Manuel: Vida de Sarmiento, el hombre de autoridad, Editorial Tor, Buenos Aires, 1947, p.p. 76-77
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