Ramón Doll – La ciudad pintada de rojo de Manuel Gálvez
El veterano y eminente escritor Manuel Gálvez, había abandonado en los últimos años su “metier” de novelista que le dio una fama bien ganada de investigador de la vida familiar argentina, aunque siempre o por lo general, enmarcada en los cuadros políticos de la época.
Sus biografías de hombres discutidos como Irigoyen, Rosas, García Moreno, Aparicio Saravia y otros americanos más o menos resistidos por la constelación liberal, lo colocaron a Gálvez en un plano de historiador novedoso, que no cedía en ningún caso sus dotes de narrador con lograda voluntad estética.
Ahora ha reconstruido un trozo del agitado período rosista, dejando sobre los fondos de la novela, las figuras históricas y prefiriendo describir la fuera inductora de la vida pública sobre la vida privada de hombres imaginados o reales.
Eligió aquel momento decisivo en que los intelectuales de la nueva generación, en los años 36 o 37 abandonaron o parecieron abandonar los tópicos del unitarismo ortodoxo y entrevieron la posibilidad de infiltrarse en el movimiento federal. Como es sabido, Echeverría, Alberdi, Sastre y muchos otros jóvenes inspirados en las doctrinas historicistas, entraron a considerar el rosismo como un hecho y a Rosas como al intérprete de una realidad nacional, que los viejos rivales rivadavianos no podían comprender, ni siquiera intentaron hacerlo. El bloqueo francés del año 38, aventó de aquella generación, aquel anhelo de comprensión, ilustrado por pedantes disquisiciones de que nos da cuenta el “Fragmento preliminar” de Alberdi y los jóvenes del a Asociación de Mayo viraron con decisión al bando unitario, con la resistencia expresa, al principio, del grupo rivadaviano.
La novela de Gálvez presenta esas transiciones, reflejadas en dos o tres familias en que las mujeres y los jóvenes son rosistas netos y los hombres maduros lo son también, pero con tibieza. La trama de la obra se desenvuelve a través de relaciones sentimentales no siempre legítimas, donde las figuras históricas al igual de cuerpos catalíticos, agitan las almas en una generosa pasión que se contrapuntea con las convicciones políticas.
Más interesante que la anécdota amorosa, es la reacción patriótica que la invasión extranjera provoca en gente que permanece con aire relativamente frío ante la política interna del General Rosas, pero que es definitivamente atraída por su denodada defensa del interés nacional. Y es que Rosas redivive el espíritu argentino frente a la empresa que iniciaron las potencias extranjeras, codiciosas de nuestro patrimonio. Por eso el novelista Gálvez acierta magníficamente en este trabajo, al descompaginar el hilo del destino individual de sus protagonistas, señalando el saludable vuelco de los hombres hacia el cumplimiento del deber sagrado, por encima de intrigas y traiciones que entretejían los instintos y los sentimientos.
Cuando una política vivificante y superior se apodera del Estado, los conflictos individuales de la “epopeya burguesa” se desarrollan en función de los ideales que mueven a la sociedad en que actúan y la epopeya distrae su privado menester, alzaprimando sus móviles y subsumiéndolo en la alegría de la vida social, donde anida el bien común de los ciudadanos.
Historiador y sociólogo, Gálvez es siempre el incansable buceador de la vida argentina, sin los prejuicios escolares de nuestra deficiente educación pública. Destacamos como certeramente trazadas las figuras del español don Bonifacio Rando, tozudo rosista, duro como un garrote; del Dr. Elaustro, vacilante en sus conceptos sobre le Gobierno, pero firme en un patriotismo sin tacha; de de Angelis con su curioso conocimiento del país, cuya lengua no dominó.
RAMON DOLL
Fuente: en Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, N° 14, Buenos Aires, 1949, p.p. 117-118
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