michel de Montaigne

MONTAIGNE – DE CÓMO EL ALMA PONE SUS PASIONES EN OBJETOS FALSOS CUANDO LE FALTAN LOS VERDADEROS

IV

DE CÓMO EL ALMA PONE SUS PASIONES EN OBJETOS FALSOS CUANDO LE FALTAN LOS VERDADEROS

Uno de nuestros gentilhombres, muy sujeto a la enfermedad de gota, cuando era instado por los médicos a que dejase del todo el uso de las carnes fiambres, solía responder jovialmente: Que deseaba tener a quien reprochar las congojas y tormentos de su mal, y que así, clamando y maldiciendo, ora al chorizo, ora la lengua de vaca, ora el jamón, venía a sentirse aliviado. Y cuando alzamos el brazo para golpear, nos duele sí damos el golpe en vago; y para que una vista sea placentera no ha de perderse en las vaguedades del aire, sino que debe hallarse a razonable distancia y sobre sólido. Asimismo parece que el alma excitada y conmovida se extravía en sí misma si no se le da a qué aferrarse, y por ello es menester proporcionarle objeto a que se prenda y por el que obre. Dice Plutarco, respecto a quienes se aficionan a monos o gozquecillos, que la parte amorosa que hay en nuestra alma, a falta de legítimo prendamiento, se forja uno falso y frívolo por no hallarse vacía. Vemos también que el alma, en sus pasiones, se erige temas falsos y fantásticos, incluso contra su propia creencia, antes que carecer de cosa en qué ocuparse. Por ellos las bestias, en su cólera, muerden la piedra o el hierro que las ha herido o se vengan en sí mismas, a dentelladas, del mal que sienten.

Pannonis haud aliter post ictum saevior ursa,

Cui jaculum parva Libys amentavit habena,

Se rotat in vulnus, telumque irata receptum

Impetit, et secum fugientem circuit hastam [13].

¿Y qué causas no inventamos de los males que nos ocurren, y a qué no nos acogemos, con razón o sin ella, para desahogarnos? No son las rubias trenzas que desgarras o el blanco pecho que tan cruelmente hieres los que han hecho caer bajo el plomo a tu amado hermano. Busca la causa por otro lado. Hablando del ejército romano de España, dice Livio que después de perder a los dos grandes hermanos que lo capitaneaban flete omnes repente, et offensare capita (14); y ello es uso común. Y el filósofo Bion, viendo a un rey que en su duelo se mesaba los cabellos, chanceóse así: “¿Pensará que el pelarse alivia el duelo?” ¿Quién no ha querido morder y devorar los naipes o tragarse unos dados para consolarse de sus pérdidas de dinero? Jerjes azotó el mar y envió un cartel de reto al Monte Athos, y Ciro dedicó un ejército varios días a vengarse del río Cindo, a causa del miedo que tuvo al cruzarlo. Calígula hizo arruinar una hermosa casa sólo por el placer que su madre había tenido en ella.

Contaba el pueblo, siendo yo joven, que un rey de nuestros vecinos, habiendo sido apaleado por Dios, juró vengarse, ordenando que en diez años nadie orase al Señor, ni hablase de él, ni creyese en él mientras el rey estuviera en autoridad. Con esto no quería pintarse tanto la necesidad, como la gloria natural de la nación vecina a que se refería el cuento: que un vicio y otro van siempre parejos.

Tales actos tienen, en verdad, más de jactancia que de tontería. Sorprendido Augusto César por un temporal en el mar, diose a desafiar al dios Neptuno, y en los juegos del circo hizo quitar la imagen de esa deidad de su puesto entre los otros dioses, como venganza. Con esto fue menos excusable que lo fueran los ejemplos precedentes y menos que cuando, después, habiéndole perdido Quintilo Varo una batalla en Alemania, empezó el César a golpearse la cabeza contra los muros, con desesperación y cólera, y a exclamar: “Varo, devuélveme mis soldados”. En efecto, el caso anterior sobrepasa toda locura y se tinta de impiedad, puesto que se dirige a Dios o a la fortuna como si éstos tuviesen los oídos atentos a nuestras arrogancias, cual deben creer los tracios, que, si truena y relampaguea, entablan contra el cielo tiránico desquite queriendo hacer entrar a Dios en razón a flechazos. Como reza el dicho del antiguo poeta, en Plutarco:

Jamás en nuestras cosas nos airemos,

Porque Él de nuestro enojo no se cura.

Nunca, en verdad, se vituperará lo suficiente el trastorno de nuestro espíritu.

 

Fuente: Montaigne, Ensayos I, Buenos Aires, Hyspamerica, 1984, pp. 17-19

[13] De esta suerte el oso, más terrible después de herido, revuélvese contra su herida, quiere morder el dardo que le desgarra, y gira alrededor de él. (Lucano VI, 220)




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