Manuel Gálvez – En el mundo de los seres reales

Manuel Gálvez – La obra social del coronel Perón (Memorias)

El 13 de agosto del 44 publiqué; “La Obra social del coronel Perón”. Reproducido en muchos periódicos y, en hoja suelta, en centenares de miles, lo comentó el país entero. Sé de una persona que lo leyó en La Quiaca, en el límite con Bolivia, y otra en Ushuaia.

La secretaría de la presidencia me pidió, telefónicamente, autorización para ponerlo como prólogo al libro El pueblo quiere saber de qué se trata (discursos del coronel Perón). Mi deseo fue decir que no. Contesté que lo pensaría, que había que pedir la conformidad del periódico… Vaguedades. Pero lo encajaron en el libro de Perón, con disgusto de mi parte. Además del hecho en sí, me fastidió que pusiesen Para el Pueblo en vez de poner, como era lo honrado, “Para el diario El Pueblo”.

Empecé afirmando que pocos argentinos podían, como yo elogiar a los gobernantes con la conciencia tranquila. Jamás adulé a uno solo. No ambicioné nunca nada, sino realizar lo que me falta de mi obra. “Es un lugar común en el ambiente literario —afirmaba— que soy el único escritor que sólo ha querido ser escritor. Otros fueron o son universitarios, o periodistas o políticos”.

Luego, anuncié que elogiaría por su obra social al coronel Perón, a quien no conocía. Recordé cómo, desde mi adolescencia, yo había sentido la injusticia de la sociedad contra los proletarios y los pobres en general y mencioné mi libro La inseguridad de la vida obrera, sobre el paro forzoso. Agregué:

He traído a colación estos recuerdos, alguno de carácter personal, porque deseo que los lectores, que sólo me consideran como novelista o literato, sepan que no hablo de cosas que ignoro, sino de asuntos que estudié y conozco.

Y dije también que en diversas obras literarias he mostrado cómo siento las inquietudes y los padecimientos del pueblo.

Miré la revolución del 4 de junio como “el más grandioso acontecimiento imaginable” para los proletarios. Recordé lo realizado hasta la fecha por Perón, a quien llamé “un nuevo Yrigoyen”, pero con aptitudes que Yrigoyen no tuvo: una actividad asombrosa, la despreocupación de la politiquería, el don de la palabra y un sentido panorámico y profundo de la cuestión obrera.

Veía a Perón como a un hombre providencial. Las masas, que ya lo adoraban, así lo iban comprendiendo. Conductor de hombres, caudillo, gobernante de excepción. El parecer de este soldado, con su intuición de lo que el pueblo necesitaba, era “un acontecimiento trascendental”.

Afirmé esta verdad: “Ningún gobernante de esta tierra ha dicho jamás palabras tan bellas, tan penetradas de humanidad, como las que pronuncia con frecuencia el coronel Perón”. Cité esta frase, dicha en Rosario:

Queremos que desaparezca de nuestro país la explotación del hombre por el hombre, y que, cuando ese problema desaparezca, igualemos un poco las clases sociales para que no haya, como he dicho ya, en este país, hombres demasiado pobres ni hombres demasiado ricos.

Y terminaba el artículo, de este modo:

Las palabras y la obra del coronel Perón colman mis esperanzas de que ha de organizarse en esta Patria un mundo mejor. Sí, no debe haber hombres demasiado ricos ni demasiado pobres. Las grandes fortunas son tan injustas como las grandes pobrezas. Todos somos iguales ante la muerte y ante Dios, pero también debemos serlo, dentro de lo posible, en las realidades de la vida. Las palabras del coronel Perón son verdaderamente cristianas, patrióticas y salvadoras. No obstante, habrá que luchar para establecer la justicia social como él la quiere. Los poderosos, las empresas capitalistas, los ricos, los serviles ante toda riqueza, los hombres sin corazón y hasta algún gobierno extranjero, se han de oponer a nuestra justicia social. Las clases privilegiadas no se conformarán con perder uno solo de sus privilegios, y calumniarán y mentirán y pretenderán burlarse, como ya empiezan a hacerlo.

Este artículo tuvo las más serias consecuencias para mi. La oligarquía, los socialistas, los comunistas, los radicales, lo comentaron acerbamente. ¿Cómo no veían mi desinterés, que los años han demostrado sincerísimo? ¿No declaraba que renunciaba a pedirle cargo alguno a Perón? Muchos años han transcurrido, y me hallo en la misma situación que en 1944, viviendo de una mediocre jubilación, de una insignificante rentita y del producto escaso de mis libros. Ningún cargo le pedí a Perón, ni él ningún cargo me ofreció.

Fui un profeta. Se realizó cuanto anuncié, inclusive la actitud de los Estados Unidos —el “gobierno extranjero” a que me refería— contra nuestra justicia social. ¡Serias consecuencias para mí tuvo el desinteresado artículo! Me insultaron algunos periódicos, recibí anónimos canallescos, se me cerraron las pocas puertas que no se me habían cerrado después del Yrigoyen y el Rosas. Una tarde, en el centro, un viejo amigo, hombre inteligente y culto, me pregunta: “Pero ¿es cierto que le escribes los discursos a Perón?” Y yo había hablado una sola vez con Perón, a quien fui a pedirle, en mi nombre y en el de otros, que no se suprimiese la enseñanza religiosa.

Fui un profeta, pero en algo me equivoqué. Porque Perón resultó demagogo y arbitrario. Permitió el incendio del Jockey Club y de muchos templos y de la Casa de los socialistas y persiguió a la Iglesia. Y el 55, la policía allanó espectacularmente la casa de mi hija en el Tigre, hasta con ametralladoras; encarceló a mi hijo mayor, médico, por el “delito” de haber ido a defender la Catedral, que iba a ser quemada; y allanó dos veces mi propia casa, en busca de armas…

Fuente: Gálvez, Manuel, En el mundo de los seres reales, Bs.As., Hachette, 1961, pp. 78-80




Comentarios