Los Inklings discutieron sobre los juicios de Nuremberg
«Hablando apropiadamente, no era un club ni una sociedad literaria, aunque participaba de la naturaleza de ambos. No había reglas, oficinas, agendas o elecciones formales». Tolkien fue un poco más poético y describió el grupo como «una fiesta de la razón y el flujo del alma».
(C.S. Lewis)
Aunque él y Lewis eran sus figuras más célebres, otros amantes de la literatura fantástica integraban el club. Tal es el caso de Charles Williams (editor del periódico de Oxford), W. H. Lewis (hermano de C. S. Lewis), Victor Hugo Dyson, Adam Fox, Lord David Cecil, Neville Coghill, Owen Barfield, Robert Humphrey Havard, Gervase Matthew y el comandante James Dundas-Grant. Era usual la presencia de «invitados» como Colin Hardie, Christopher Tolkien (hijo de J. R. R. Tolkien), Roger Lancelyn Green, Percy Bates, Ronald McCallum, Charles Wrenn y otros visitantes invitados por lo miembros del «no club».
A continuación, transcribo un fragmento del libro Los Inklings de Humphrey Carpenter, quien reconstruye una conversación acerca de la posibilidad, en pleno contexto de la segunda guerra mundial, de sancionar retrospectivamente a los alemanes. Algo que después decidieron las máximas autoridades de las naciones aliadas y se conoció como los Juicios de Núremberg.
***
– Por supuesto, Charles. Tienes toda la razón, pero ya es demasiado tarde y, como siempre, estás complicando el tema más de la cuenta con asuntos que no nos conciernen en este momento. (Williams sonríe). Veo que quieres una respuesta directa (para el propósito de tu libro) a la cuestión: ¿Qué vamos a hacer con los alemanes una vez que la guerra termine? Pues bien, creo que simplemente tendrás que resignarte a dejar todo el asunto en manos de las autoridades civiles, cuya tarea consiste en decidir esas cosas. Puedes decir que es nuestro deber estar en la mejor predisposición para perdonar y que su trabajo es – me refiero a la Liga de las Naciones – hacer lo que consideren oportuno.-
– Sí – dijo Williams –. La Liga de las Naciones. ¿Acaso no debe su existencia a una serie de tratados? El problema con los alemanes es que rompen todos los tratos y niegan a la Liga de las Naciones.
– Bien, entonces la Liga responderá promulgando leyes que declaren a los alemanes culpables de varios crímenes – dice Warnie –, y así poder castigarlos. Serán, por supuesto, leyes retrospectivas, pero no serán más injustas que el comportamiento de los alemanes.
-Ni más ni menos – dice Jack –. De nuevo estamos con la ley del ojo por el ojo. Eso sería Solamente venganza legalizada y ya hemos acordado que la venganza está fuera de toda cuestión.
Williams responde:
-Podríamos vengarnos si quisiéramos, pero debemos ser honestos y llamar a eso venganza.
-¿Qué estás sugiriendo? – pregunta Havard. – ¿Ejecuciones?
-¿Ejecución? Sí; o quizás sacrificio. Es peligroso, pero se podría hacer. Es una responsabilidad que debemos aceptar si la eligiéramos.
-No sé cómo – dice Lewis.
-Digamos, por ejemplo, que la nueva Liga de Naciones, sea cual sea la forma que tome, surge por la sangre derramada en la guerra. De esa forma sería dedicada definitivamente al futuro con sangre formalmente derramada.
-Pero ya hemos hablado de que no hay justificación para tal cosa – dice Tolkien.
-No, justificación no. Sería algo nuevo. En su lugar debemos decir: <<no tenemos derecho a castigaros, pero estamos determinados a purgar nuestros corazones con vuestro sacrificio>>. Y ejecutar a nuestro enemigo después de que esa manera sea admitida como una forma de solidaridad con él.
-Pero eso es imposible para un cristiano – postula Lewis –. Está prohibido para la Iglesia. Además, si la sangrienta venganza es un pecado, entonces el sacrificio sangriento es un ultraje.
-¿Y qué pasaría si nos lo concedieran fuera de la Iglesia? – preguinta Williams –. La Iglesia, aunque lo rechaza en un sentido, lo puede permitir en otro, como ocurre con el divorcio.
-Me dejas de piedra, Charles – estalla Warnie –. Estás sediento de sangre.
Williams se ríe y enciende un cigarrillo con manos temblorosas (como siempre).
-Cuando estaba en Múnich – dice –, me consideraban un cobarde porque deseaba la paz y el apaciguamiento. Ahora me llaman sanguinario. Un caminante solitario, eso es lo que soy.
Se levanta, dice adiós a los presentes, le da las gracias a Warnie por el té (¿por qué nadie, excepto mi esposa, sirve té a todas horas?) y se va. Warnie y Havard hacen lo mismo unos minutos después y se dirigen al coche de Havard, aparcado en la parte trasera del colegio. El reloj del Magdalen señala las doce cuando salen y, cuando suena la última campanada, les llega otro sonido desde la distancia. Jack Lewis ha acompañado a Tolkien a la planta de abajo; cuando salen del claustro de los Nuevos Edificios y cruzan el césped, han empezado a improvisar su opera acerca del padre de Hamlet. Es un ruido muy extraño.
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