Milei

Lic. Andrés Irasuste – El liberalismo baja al pueblo: parte 3. Milei y los planes sociales.

“La “Seguridad Social” ha traído consigo un ominoso aumento de la inseguridad social.”

Henry Hazlitt

 

Vivimos en la era del Estado Benefactor y del colectivismo. Aquel quien no sepa o no esté dispuesto a proferir afirmaciones que no sigan una lógica colectivista, automáticamente será declarado enemigo de la sociedad, de la humanidad y será visto como un monstruo, entre los márgenes de una suspicaz oligarquía desprovista de sensibilidad hacia “el pueblo”, y la hollywoodense tentación fascista y totalitaria, la famosa reductio ad Hitlerum que pareciera que todo lo explica.

No obstante, si nos atrevemos a mirar un centímetro por fuera de la Matrix cultural, hay muchas preguntas para hacerse.

Estamos en América, y particularmente en la cuenca del Plata, y tenemos a dos países como la Argentina y el Uruguay, ambos formados y construidos con migrantes casi en su totalidad. Nuestros abuelos y bisabuelos vinieron hasta aquí, millones de ellos, escapando de una Europa que aún era pobre (en ciertas regiones miserable), y que además tuvo el flagelo de muchas guerras, como por ejemplo la guerra franco-prusiana, la guerra civil española, y las dos guerras mundiales.

Cuando ellos llegaron hasta aquí -desde mediados del siglo XIX-, no existía nada parecido al Estado Benefactor. No había leyes laborales, no había planes sociales, no había asistencia a los inmigrantes; “justicia social” y “derechos humanos” eran conceptos que aún lejos estaban de ser construidos.

Por el contrario, al llegar, no sólo sobrevivieron perfectamente (la prueba empírica más evidente es que nosotros estamos aquí), sino que inmediatamente se pusieron a trabajar, a producir, a comerciar, y en conjunto mediante el mercado (el cual es un mecanismo de cooperación social libre y espontáneo), construyeron la Argentina y el Uruguay pujantes de principios de siglo XX. Aquellos políticos como Grabois, quienes dicen que “el mercado no es humano”, tienen el desafío de explicar cómo precisamente estos (y tantos otros) países prosperaron antes de la existencia del Estado de Bienestar simplemente mediante el mercado. Además, los izquierdistas de hoy olvidan algo: el Estado Benefactor -o de Bienestar-, fue construido casi en todas partes por los políticos liberales de la real Politik para intentar robar votos a la izquierda por derecha, desde Lloyd George en Inglaterra a Lyndon Johnson en USA o Batlle y Ordóñez en Uruguay. En el imaginario mitológico de los neo izquierdistas, pareciera que el Welfare nació de un big Bang de las izquierdas. Oscilan entre la ignorancia y el delirio.

Mientras que Argentina era conocida como “el granero del mundo”, Uruguay era llamado “la Suiza de América”. Montevideo y Buenos Aires se transformaron en capitales relucientes, con una arquitectura europea, que eran envidiadas por las pobres urbes europeas de aquel momento. Mientras Buenos Aires era una ciudad cultural y pujante, la Berlín de la República alemana de Weimar estaba llena de mendigos en las esquinas, fascistas y comunistas se disputaban a balazos con sus respectivas fuerzas de choque ilegales, y la inflación alemana requería que para comprar un kilo de pan se precisara una carretilla llena de marcos, además de que los precios variaban cada día. Ciudades como Viena, París, o San Petersburgo eran lujosas y burguesas en el centro, pero plagadas de tugurios en la periferia acorde a muchos escritores de la época, como Stefan Zweig o Gorki.

Tanto Argentina como Uruguay hacia el 1900-1910 estaban en la lista de países con más prosperidad, libertad y progreso del mundo, junto a países como USA o Australia. Los europeos de hoy, gracias a la ignorancia de la educación pública y “gratuita”, creen que esta siempre fue otra tierra de parias donde lo único que abundaba era la merienda de los negros en la miseria bajo un presunto sol tropical, y lo rioplatense les resulta ignoto e incomprensible.

Pero ellos arribaron hasta aquí hace más de un siglo porque obviamente en Europa en aquel entonces se sabía que aquí había libertad y prosperidad para vivir. A pesar de que los viajes eran en barcos, largos y peligrosos trayectos donde se podía perder la vida, aun así se sentían incentivados a venir. Venían aquí por la misma razón que se iban a USA.

 

Hoy, vivimos en la era del Estado Benefactor, pero ni siquiera vienen hasta aquí los ucranianos que están siendo víctimas de una guerra. La pregunta del millón es: ¿por qué?

Hoy, es a nosotros en Argentina a quienes nos ocurre algo muy similar a la República alemana de Weimar de los años 20s. Siendo que tenemos más leyes, planes sociales y regulaciones laborales y comerciales que nunca, Argentina ha alcanzado un 40% de pobres, y más de la mitad, alrededor del 55% de las personas han recibido en la última década al menos un plan social. Ver el siguiente gráfico (fuente: diario La Nación):

Hoy, en Argentina, el 60% de los niños son o nacen ya pobres. Esto es algo que jamás sucedió en la Argentina donde no existía el Estado Benefactor. Si alguien afirma lo contrario, que lo demuestre con datos. Jamás hubo un 60% de niños bajo la línea de pobreza en la Argentina de Yrigoyen o en la Argentina de Borges. Muy por el contrario, nuestros países se transformaron por excelencia en países de clases medias pujantes. ¿Había pobres? Sí, tal como en Noruega hoy, con tendencia a ser cero. Hoy la tendencia es a la inversa: hay más chances de ser o nacer pobres que de ser de clase media. ¿De dónde ha salido, pues, la idea de que un sujeto no puede desarrollarse y tener auto-eficacia sin el amparo absoluto del Estado?

Es que el Estado Benefactor no resuelve la pobreza: además de que lo que hace es asalariar la pobreza ya existente con subsidios o tickets (food stamps), para colmo genera nuevos pobres de forma sistémica. No resuelve el problema de la vivienda: al regularla, produce escasez de oferta y precios al alza que la tornan inaccesible a los menos pudientes, pues precisamente, se elimina la libertad de competencia de precios. Llevado al plano de los alimentos, produce lo mismo, generando desabastecimiento como en Venezuela o Cuba. Jamás puede haber prosperidad laboral en un mercado laboral híper regulado e inflexible: habrá cada vez más empleos con salarios de hambre, y menos ofertas de empleo. La prueba empírica opuesta a esto es que nuestros bisabuelos prosperaron y se volvieron de clase media precisamente en sociedades con muy escasas regulaciones sistémicas estatales y bajos impuestos, produciendo su patrimonio. Hoy, con una tendencia occidental a la inflación mundial en dólares y bajas tasas de interés, y un pesado Estado “de Bienestar” (¿o de Malestar?) mantenido con crecientes impuestos, el multiempleo ya no es sólo una realidad de los países “del tercer mundo”: en países como Alemania, España e incluso USA, es una realidad que se va instalando, y los jóvenes ya ni siquiera sueñan con la vivienda propia. Hoy, el 60% de los estadounidenses no logran ahorrar 500 dólares al mes. Hoy, los jóvenes no logran construir un patrimonio, tan solo son esclavos de un sistema para llegar a fin de mes. Esto se debe al avance innegable del colectivismo estatista.

La combinación de todo ello, más un continuo y creciente déficit fiscal público, más una continua inflación con devaluación de la moneda e impuestos progresivos, es la receta perfecta para la producción endémica de un ejército de pobres en el presente y a futuro, donde en Argentina alcanza su paroxismo calamitoso.

Sé que esto es difícil de comprender para muchos hoy, incluso universitarios, quienes sólo son adoctrinados en una versión académica unidimensional de elementos teóricos. Sólo queda salir de la Matrix por alguna de sus grietas. Una de sus incapacidades es apreciar la causalidad del fenómeno diacrónicamente, es decir, longitudinalmente en la larga duración histórica, pues esto ha sido falseado con una narrativa histórica neomarxista espuria enseñada en las universidades y aulas facciosas, ideológicamente sesgadas. Y al ver únicamente la foto, un corte sincrónico en el hoy, son incapaces de entender cómo acaso no habríamos de ayudar a las personas con subsidios y asistencias varias, cayendo así en un bucle cerrado del pensamiento, en donde la consciencia y la sensibilidad quedan engullidas por una realidad empírica mal conceptualizada.

Tal como decía Henry Hazlitt, la economía es una disciplina contra-intuitiva: se debe de tener mucho cuidado con lo que se plantea e instrumenta. Existe un libro de Hazlitt que condensa de manera formidable todo esto: “Man versus the Welfare State”, “El individuo versus el Estado de Bienestar”, tristemente no traducido al español:

 

Pero podemos recomendar otro, sí traducido al español: “La conquista de la pobreza”. Se puede descargar del siguiente link: http://library.lol/main/ACA0AC6C0C24346CD24FACCD897CE136

Y aquí vamos precisamente con algo polémico que ha dicho Javier Milei: la engañosa idea de la justicia social, oponerse a aquello de que “allí donde nace una necesidad hay un derecho”. Para oídos neófitos, esto suena como algo extremadamente desalmado, propio de una perversidad ideológica tozuda e incorregible. Veamos. Milei es economista, y simplemente aplica un esquema económico, que matemáticamente es irrefutable: las necesidades humanas tienden a ser infinitas. Si le preguntamos a 10 personas, seguramente nos brindarán una lista cada una de ellas distinta de lo que consideran necesidades relevantes. El intelectual libertario Miguel Anxo Bastos se refiere irónicamente a este fenómeno como “el derecho a tener una novia”: https://youtu.be/tCSoDLLXHkg?feature=shared

Si tengo derecho a tener una novia y no la puedo conseguir por mis medios, entonces habrá que utilizar una tercera instancia (¿el Estado?) que coactivamente me la asigne. Suena ridículo, pero no se crea que tanto: el psicoanalista y político del partido comunista alemán Wilhelm Reich propuso en los años 20s en el parlamento, el Reichstag alemán, un proyecto que transformaba al sexo como una necesidad básica del individuo que debía ser satisfecha por el Estado, asignando de manera forzosa agentes de satisfacción sexual de manera aleatoria. He ahí la ilustración máxima de lo que es el colectivismo intervencionista y colectivista, transformado en bolchevismo sexual.

Entonces, siendo que las necesidades transformadas en derechos tienden a ser infinitas, y a los derechos alguien los tiene que pagar (pues el Estado se financia con impuestos, y como decía Milton Friedman “no existe tal cosa como un almuerzo gratis”), los recursos tienden a ser finitos y escasos por definición. Además, matemáticamente llega un momento en donde se produce el llamado “óptimo de Pareto”: una vez asignados los recursos necesarios a todas las partes, habrá un punto en donde es imposible reasignar los mismos sin perjudicar a alguna de las partes.

Esto es un verdadero problema, pues es una ecuación que matemáticamente no cierra, es decir, no tiene solución. Si uno irremediablemente desea insertar esta ecuación en el funcionamiento del Estado y sus agenciamientos con los individuos, entonces uno inexorablemente tendrá como mínimo un problema: el déficit fiscal permanente y acumulativo. Algunos dicen que esto se justifica, pues es “gasto social”. Esto, a nivel lógico es lo mismo que estar de acuerdo con Wilhelm Reich, dado que el sexo es una necesidad acuciante e irremediable. El hambre también lo es: sin embargo, en la inmensa mayoría de países los supermercados no pertenecen al Estado; simplemente vamos y compramos el alimento que deseamos. Los intentos de fundar tiendas de alimentos estatales han fracasado todos, y también lo harán en España, muy a pesar de Pablo Iglesias.

Si yo acepto tener un déficit fiscal permanente, entonces estaré en un túnel sin salida: tendré que recurrir al endeudamiento externo por un lado, y luego para poder pagar tan sólo los intereses de deuda, tendré que, por un lado emitir papel moneda, generando una creciente inflación, empobreciendo a la población, a los ciudadanos consumidores, y aumentar o crear nuevos impuestos por otro, generando así nuevos pobres. Y estaré ante una enfermedad sistémica y estructural sin salida.

Un país como Noruega, que ni siquiera gasta las ganancias de la venta de petróleo, sino que las invierte para generar nuevas ganancias en un Fondo Soberano de Inversión, hasta podría darse el lujo de convivir con cierto déficit fiscal, encubriendo este problema con un poco de su riqueza. Sin embargo, casi todos los años el saldo es positivo, con superávit:

En cambio, véase el casi constante saldo negativo argentino, muy lejos de Noruega:

Si los países ricos tienen buena disciplina fiscal, ¿qué nos ha hecho creer que nosotros, países en decadencia, tendremos un mejor futuro por la vía opuesta?

¿Qué hacer? Milei ya ha propuesto lo suyo.

Pero Milei no es tan desalmado como muchos podrían creer: ya ha dicho que la cuestión de los planes sociales es un tópico de reformas “de segunda generación”. Es decir, hasta por sentido común, los planes sociales no se pueden quitar en 5 minutos en un país donde más de la mitad de su población ha llegado a depender de ellos. Primero hay otras cuestiones para llevar a cabo: la reforma del Estado y la tributaria, el equilibrio fiscal, el combate a la inflación y la dolarización en el plazo aproximado de 12 meses, la apertura de la economía a mercados internacionales, atraer inversiones y la flexibilización del mercado laboral.

Tal como en Weimar, estamos frente a un gran experimento en una coyuntura dramática. La respuesta alemana a eso fue el nacional socialismo y el himno “die Fahne hoch”, la bandera en alto. ¿Lograremos nosotros, con la bandera en alto, dar una respuesta, pero esta vez libertaria…?




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