Con ocasión de un video sobre el Apocalipsis, sobre los sentidos de la Sagrada Escritura y el milenarismo
«Littera gesta docet; quid credas, allegoria;
moralis, quid agas; quo tendas, anagogia»[1]
Hace algún tiempo, en el año 2021, se publicó un video sobre el capítulo 1 del libro del Apocalipsis en el que, entre otras cosas, se hacía la siguiente afirmación ―al sostenerse la interpretación milenarista del pasaje del Ap. 20, 1-10―: «Todos los premios se podrían referir a la vida eterna en el cielo, pero con muchísima más propiedad todos los premios se pueden referir a los mil años de vida feliz y resucitada del capítulo 20 del Apocalipsis. Esta interpretación se llama “milenarismo espiritual”, y consiste en la interpretación literal del capítulo 20, que habla de un reinado de Cristo de mil años en la tierra, luego de su segunda venida. La interpretación literal es la primera que exige la Biblia, como explicó san Jerónimo y actualmente sigue exigiendo también el Catecismo» (minuto 9)[2].
Conforme a esta afirmación parecería sostenerse que la primera interpretación mencionada, admitida como posible, no sería literal, o al menos no tanto como la segunda ―que es la milenarista, para fundar la cual parece apelarse, precisamente, a la literalidad significativa del pasaje Ap. 20, 1-10―[3].
Como decía santo Tomás de Aquino, «un pequeño error al comienzo termina haciéndose grande al final»: «parvus error in principio magnus est in fine…»[4].
En lo que sigue intentaremos exponer y comentar someramente la doctrina del Angélico sobre los sentidos de la Sagrada Escritura[5].
Santo Tomás considera el tema de los sentidos de la Sagrada Escritura en más de un lugar de su magna obra, pero sobre todo lo hace en su Summa Theologiae y en su Quodlibet VII[6].
En el artículo 10 de la primera cuestión de la primera parte de su Suma de Teología (S. Th., I, q. 1, a. 10) se pregunta el Angélico «Si la Sagrada Escritura tiene muchos sentidos en ―o bajo― una letra»: «Utrum sacra Scriptura sub una littera habeat plures sensus». Su respuesta es afirmativa. Y la argumenta del siguiente modo en el cuerpo del artículo:
«El autor de la Sagrada Escritura es Dios, en cuyo poder está no sólo acomodar las voces para significar ―lo cual también puede hacer el hombre―, sino también [acomodar] las cosas mismas [para significar]. Y así, mientras en todas las ciencias las voces significan, lo propio de esta ciencia es que las mismas cosas significadas por las voces también significan algo. Por tanto, la primera significación, por la que las voces significan realidades, corresponde al primer sentido, que es el sentido literal o histórico. En cambio, la otra significación, por la que las cosas significadas por las voces a su vez significan otras realidades se denomina sentido espiritual, el cual se funda sobre el literal y lo supone» (c.)[7].
Tenemos, por tanto, dos sentidos de la Sagrada Escritura, conforme a la intención de su autor[8]: el sentido según el cual las voces ―o palabras, i.e., la letra― significan determinadas realidades o acontecimientos es el sentido literal o histórico, el cual no es exclusivo de la Sagrada Escritura, sino más bien se encuentra en todo texto y en toda palabra con sentido. El otro sentido, en cambio, el espiritual o místico, es propio y exclusivo de la Sagrada Escritura, en cuanto la misma tiene a Dios por autor principal, sentido según el cual las mismas realidades o acontecimientos significados por las palabras significan a su vez otras realidades. Sólo Dios puede establecer un sentido espiritual, es decir, una significación de las cosas mismas, en cuanto sólo Él es «autor de las cosas» (Quodl. VII, q. 6, a. 1, c.)[9] o, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «a causa de la unidad del designio de Dios» (n. 117): dado que «el mismo curso de las cosas está sujeto a su Providencia» (Quodl. VII, q. 6, a. 3, c.)[10], Él puede ordenar las realidades para que estas signifiquen, así como el hombre hace significativas las voces.
Es claro que este sentido espiritual necesariamente supone el literal y se funda en él, pues, precisamente, se supone la primera significación de las voces referida a determinadas realidades, realidades que a su vez, merced al sentido espiritual, significan otras realidades. De modo que sin un sentido literal no podría haber ningún sentido espiritual: pues, en efecto, son las mismas realidades significadas por el sentido literal las que constituyen el sentido espiritual al significar o figurar otras realidades.
Ambos sentidos, tanto el literal ―también llamado «histórico»[11]― como el espiritual ―también llamado «místico»―, admiten una subdivisión. Comencemos por el sentido espiritual, continuando con la cita del pasaje de santo Tomás que acabamos de referir, del cuerpo de este artículo 10 de la cuestión 1 de su Suma de Teología:
«Este sentido espiritual se divide en tres. Pues, como dice el Apóstol, la ley antigua es figura de la ley nueva (Heb 7), y la misma ley nueva es figura de la futura gloria, como dice Dionisio en La jerarquía eclesiástica. Asimismo, en la ley nueva lo que ha tenido lugar en la cabeza es signo de lo que nosotros debemos hacer. Así, pues, en cuanto que lo que es de la ley antigua significa lo que es de la ley nueva tenemos el sentido [espiritual] alegórico. En cuanto que lo que ha tenido lugar en Cristo, o significa a Cristo, es signo de lo que nosotros debemos hacer, tenemos el sentido [espiritual] moral. Y en cuanto significan lo que está en la eterna gloria tenemos el sentido [espiritual] anagógico» (c.)[12].
Es decir, recapitulando: las voces significan cosas, acontecimientos o realidades: tal es el sentido literal o histórico. Dichas realidades, por su parte, pueden significar otras realidades: tal es el sentido espiritual o místico, exclusivo de la Sagrada Escritura ―ya que sólo Dios, que es su autor, puede hacer que las realidades mismas signifiquen[13]―. Pero esta significación espiritual puede ser triple:
- O bien de realidades de la ley antigua respecto de realidades de la ley nueva: tal es el sentido espiritual alegórico o típico, respecto del cual el Catecismo de la Iglesia Católica trae el siguiente ejemplo: «así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2)» (n. 117)[14]. También puede darse el sentido alegórico en la misma ley nueva, cuando las realidades que se significan literalmente de Cristo, Cabeza de la Iglesia, se refieren a su Cuerpo Místico, o también cuando lo que se dice literalmente del estado de la Iglesia primitiva significa, hacia el futuro, la Iglesia presente (cf. Quodl. VII, q. 6, a. 2, ad 5)[15].
- O bien de realidades de Cristo ―o que significan a Cristo― respecto de lo que nosotros debemos hacer, que nos indican lo que debemos obrar: tal es el sentido espiritual moral ―llamado también «tropológico»―: dichos acontecimientos, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «fueron escritos “para nuestra instrucción” (1 Cor 10, 11; cf. Heb 3, 1-4, 11)» (n. 117).
- O bien de realidades de la ley antigua o de la ley nueva respecto de realidades de la gloria eterna: tal es el sentido espiritual anagógico[16], respecto del cual el Catecismo de la Iglesia Católica trae este ejemplo: «Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21, 1-22, 5)» (n. 117). Si en la Suma de Teología no lo dice expresamente, en la q. 6 de su Quodl. VII santo Tomás aclara que tanto las realidades de la ley antigua como las de la nueva pueden significar algo concerniente a la gloria eterna, i.e., a la Iglesia triunfante (a. 2, c.)[17].
Vale aclarar que no necesariamente han de darse siempre estos cuatro sentidos en un mismo texto: a veces se darán los cuatro, a veces tres, a veces dos, a veces sólo uno; pero siempre ha de darse a lo menos el sentido literal, so pena de no tener ningún sentido el texto sagrado ―ya que todo sentido espiritual se funda en el literal, como hemos visto―[18].
En la q. 6 de su Quodl. VII santo Tomás expone el tema de un modo algo distinto. Sostiene allí el Angélico, en primer lugar, que la Sagrada Escritura ha sido ordenada por Dios para manifestarnos las verdades necesarias para la salvación. Dichas verdades se manifiestan en la misma Escritura de dos modos: tanto mediante palabras como mediante realidades, ambas significativas, constituyéndose así dos sentidos: el literal y el espiritual, respectivamente. Todo lo que se toma rectamente de la significación de las palabras corresponde al sentido literal, mientras que lo que se toma de la significación de las realidades significadas por las palabras corresponde, en cambio, al sentido espiritual ―y se llama así porque lo visible suele ser figura de lo invisible―. Ahora bien, la verdad que la Sagrada Escritura presenta por las figuras de las cosas se ordena inmediatamente a dos fines, a saber, a que creamos rectamente y a que obremos rectamente. Si dichas figuras se ordenan a instruirnos sobre el obrar rectamente, tenemos entonces el sentido espiritual moral. Si, en cambio, dichas figuras se refieren al creer rectamente, hay que establecer una distinción según el orden de lo creíble. Porque el estado de la Iglesia militante, dice el Angélico, es intermedio entre el estado de la Sinagoga y el estado de la Iglesia triunfante: así el Antiguo Testamento fue figura del Nuevo Testamento, y tanto el Antiguo y como el Nuevo son figura del Cielo. En consecuencia, el sentido espiritual ordenado a que creamos rectamente se puede fundar: 1) o bien en el modo de figuración por el que el Antiguo Testamento figura al Nuevo, y tal es el sentido espiritual alegórico o típico, conforme al cual las realidades del Antiguo Testamento figuran a Cristo y a la Iglesia; 2) o bien en el modo de figuración por el que el Nuevo y el Antiguo Testamentos figuran a la Iglesia triunfante, y tal es el sentido espiritual anagógico.
Volviendo a la Summa Theologiae, al final de la argumentación santo Tomás, refiriéndolo a san Agustín, alude a una cuestión algo debatida, que trataremos más adelante: la posibilidad de un múltiple sentido literal o histórico, i.e., la posibilidad de que «en una letra», «in una littera» ―es decir, en un sólo signo verbal― haya muchos sentidos literales, es decir, se signifiquen muchas realidades.
Veamos ahora las tres objeciones que santo Tomás se plantea en este artículo de su Suma de Teología y las respuestas que da a las mismas. Las dificultades u objeciones por las que no parece que sea conveniente que un mismo texto ―«una littera»― de la Sagrada Escritura tenga muchos sentidos, o por las que no parece correcta la enumeración de los cuatro sentidos dada, son las tres siguientes:
Primera objeción. La multiplicidad de sentidos parecería engendrar confusión y la posibilidad de engañarse, además de que dificultaría el razonamiento. Pero la Sagrada Escritura debe procurar manifestar la verdad fuera de toda ambigüedad, confusión y posibilidad de error. Por tanto, no debería dar a un mismo texto muchos sentidos.
Respuesta. La multiplicidad de los sentidos de la Sagrada Escritura no engendra ambigüedad ni equívocos porque estos sentidos no se multiplican en cuanto una voz signifique muchas cosas, sino porque las mismas cosas significadas por las voces pueden a su vez ser signos. Y no se engendra entonces confusión, porque todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre uno, el literal, sólo a partir del cual se puede argumentar. La respuesta del Angélico es bastante clara. Ahora bien, conforme a la misma parecería que santo Tomás excluye la posibilidad de un múltiple sentido literal: pues precisamente sostiene que la ambigüedad que señalaba la objeción no es tal, puesto que no son las mismas voces las que significan muchas cosas: «sensus isti non multiplicantur propter hoc quod una vox multa significet». Volveremos sobre esto.
Segunda objeción. San Agustín[19] menciona cuatro sentidos de la Sagrada Escritura, a saber: el histórico, el etiológico, el analógico y el alegórico, los cuales parecen ser distintos de los referidos. Por tanto, la enumeración dada anteriormente no parece correcta.
Respuesta. Santo Tomás sostiene que los tres primeros sentidos mencionados por san Agustín, a saber, el sentido histórico, el etiológico y el analógico, corresponden al sentido literal y en él se incluyen. En efecto, el sentido histórico se da cuando simplemente se propone algo, el sentido etiológico cuando se asigna la causa de lo que se dice, y el sentido analógico cuando se muestra cómo la verdad de un texto de la Escritura no se opone a la verdad de otro. El sentido alegórico mencionado por san Agustín, por su parte, sostiene el Angélico que está puesto por los tres espirituales conjuntamente considerados, como sentido espiritual sin más[20].
Tercera objeción. Además de los cuatro sentidos mencionados está el sentido parabólico, que no se encuentra entre los mismos. Por tanto, la enumeración dada parece a lo menos incompleta.
Respuesta. Santo Tomás responde que el sentido parabólico está incluido en el sentido literal, pues, en efecto, las voces pueden significar algo propiamente ―«proprie»― y algo metafórica o figuradamente ―«figurative»―. Y cuando lo hacen de este último modo, el sentido literal no está dado por la figura sino por lo figurado: por ejemplo, cuando la Sagrada Escritura habla del «brazo de Dios», el sentido literal no es que Dios tenga brazo, claro está, sino lo que este miembro significa, i.e., la virtud operativa, la fuerza de Dios; asimismo, para poner otro ejemplo, en la piedra desprendida del monte sin intervención de ninguna mano (Dn 2, 34), dado que se trataba de una semejanza imaginaria y no real[21], santo Tomás ve una figura de Cristo y, por tanto, dice que este sentido de la profecía no es sino literal o histórico (Quodl. VII, q. 6, a. 2, ad 1; cf. Sup. Is, cap. 6, lect. 1). De este modo hemos llegado a la división del sentido literal: este puede ser, en efecto, o bien propio o gramatical o bien figurado o metafórico ―sobre la conveniencia de que la Sagrada Escritura emplee metáforas, fundamentándola, ha tratado santo Tomás en el artículo inmediatamente anterior de esta misma q. 1, i.e., en el a. 9―[22].
Sobre esta distinción entre el sentido literal propio y el figurado, dice santo Tomás en su Exposición literal al libro de Job:
«Esto se propone simbólicamente y bajo un enigma, conforme a la costumbre de la Sagrada Escritura, que describe las realidades espirituales bajo figuras de las realidades corporales. […]. Y aunque se propongan las realidades espirituales bajo la figura de las realidades corporales, sin embargo lo que se significa sobre las cosas espirituales bajo figuras de las cosas sensibles no corresponde al sentido místico [o espiritual], porque el sentido literal es el que primero se intenta por las palabras, dichas sea propia, sea figuradamente» (cap. 1)[23].
Como hemos visto anteriormente, el sentido literal es fundamento del espiritual, que siempre lo supone, y es por ello primero y, por tanto, el primeramente intentado por las palabras.
En su Comentario a la Carta a los gálatas (cap. 4, lect. 7), luego de expresar la misma doctrina expuesta en su Suma de Teología sobre la distinción entre el sentido literal o histórico y el sentido espiritual o místico a partir de la doble significación, sea de las palabras, sea de las realidades ―aclarando nuevamente que este último modo de significación se da sólo en la Sagrada Escritura―, dice santo Tomás:
«Por el sentido literal se puede significar algo de dos modos, a saber: según la propiedad de la locución, como cuando digo “el hombre ríe”, o según la semejanza o la metáfora, como cuando digo “el prado ríe”. Y ambos modos se emplean en la Sagrada Escritura: en sentido propio cuando dice, por ejemplo, que “Jesús ascendió”, y en sentido metafórico cuando dice que “está sentado a la derecha de Dios”. Y así en el sentido literal se incluye el sentido parabólico o metafórico»[24].
Asimismo pone en este lugar santo Tomás un ejemplo en el que se reúnen los cuatro sentidos de un mismo texto: «Hágase la luz», «Fiat lux». Entendida tal frase de la luz corporal, corresponde al sentido literal. Si se entiende que significa que Cristo nazca en la Iglesia, corresponde al sentido espiritual alegórico. Si se entiende que alude a que por Cristo seamos introducidos en la gloria, corresponde al sentido espiritual anagógico. Finalmente, si se entiende que alude a que por Cristo seamos iluminados en el entendimiento e inflamados en el afecto, corresponde al sentido espiritual moral[25].
Volviendo, el sentido literal puede ser, por tanto, doble: o bien propio o gramatical o bien impropio, figurado o metafórico. Como dice Billuart, el sentido propio y gramatical es el que significan las palabras por su primaria y original significación: v.gr., «león» significa propiamente al animal león. El metafórico, por su parte, se da cuando las palabras son llevadas a significar impropiamente por alguna semejanza o afinidad: v.gr., en «ha vencido el león de la tribu de Judá», «león» significa impropia y metafóricamente ―pero literalmente― a Cristo; y se trata en este caso, sin duda, de un sentido literal, pues no se está significando al animal león en cuanto real, como si hubiera vencido un animal león que a su vez sería signo de Cristo, sino que inmediatamente se da a entender por el león a Cristo. Además de que el sentido literal es siempre verdadero: de modo que si fuera propio en este caso el sentido literal, debería de haber vencido algún león animal. En efecto, cuando el sentido literal propio y gramatical es falso o repugna por algún motivo, entonces el sentido literal ha de ser impropio y metafórico, como ocurre en Mt 5, 29: el «ojo» que hay que arrancarse si resulta motivo de escándalo, ha de tomarse en sentido literal metafórico o impropio, entendido como significando algo que nos resulta muy valioso[26].
¿Puede el sentido literal ser múltiple?
Hemos dejado para el final esta cuestión: ¿puede el sentido literal o histórico ser múltiple, i.e., puede la letra de la Sagrada Escritura significar literal o históricamente más de una realidad? Como vimos, santo Tomás parecía negarlo cuando respondía a la objeción que cuestionaba la pluralidad de sentidos en cuanto la misma podría considerarse ocasión de confusión, ambigüedad o error. El Angélico respondía como sigue a esa objeción:
«La multiplicidad de estos sentidos no produce equívocos u otra especie de ambigüedad, porque, como ya se ha dicho, estos sentidos no se multiplican porque una voz signifique muchas realidades ―«sensus isti non multiplicantur propter hoc quod una vox multa significet»―, sino porque las mismas realidades significadas por las voces pueden ser signos de otras realidades. Y así la Sagrada Escritura no da lugar a ninguna confusión, dado que todos los sentidos se fundan en uno, a saber, el literal» (S. Th., I, q. 1, a. 10, ad 1)[27].
Sin embargo, santo Tomás había dicho justo antes, en el cuerpo del artículo:
«Dado que el sentido literal es el que intenta el autor y el autor de la Sagrada Escritura es Dios, que todo lo comprehende simultáneamente con su entendimiento, no hay inconveniente, como dice san Agustín en el libro XII de sus Confesiones, en que incluso según el sentido literal en una letra de la Escritura haya muchos sentidos» ―«si etiam secundum litteralem sensum in una littera Scripturae plures sint sensus»―[28].
A nuestro entender, es claro que con esos «muchos sentidos» santo Tomás no se está refiriendo a los sentidos espirituales, pues entonces no tendría sentido y sobraría la aclaración previa: «incluso según el sentido literal», dado que, como hemos visto, todo sentido espiritual supone el sentido literal. También se puede corroborar esta lectura que hacemos considerando la referencia dada por santo Tomás: el libro XII de las Confesiones de san Agustín. Pues allí san Agustín, moviéndose en el campo del sentido literal de «cielo», «tierra informe» y «principio» de los dos primeros versículos del libro del Génesis, admite la posibilidad de sentidos ―que serían, por tanto, literales― diversos y verdaderos[29].
Entonces, en la respuesta a la primera objeción, cuando santo Tomás dice que «estos sentidos no se multiplican porque una voz signifique muchas realidades», hay que entender que se está refiriendo a «estos sentidos», es decir, a los cuatro sentidos mencionados en la introducción al artículo y sobre los que versan las objeciones, a saber: el literal, el alegórico, el moral y el anagógico, y que es por tanto respecto de estos que dice que no se multiplican porque una voz los signifique a todos inmediatamente, dado que los tres espirituales se fundan en el literal, el único de los cuatro que significa la realidad a partir de la voz: el único, por tanto, en este sentido inmediato ―mientras que los espirituales siempre son, en cambio, mediatos, i.e., significan mediando la significación literal―. Lo cual se corrobora asimismo al terminar el Angélico la frase sosteniendo que «todos [los sentidos espirituales] se fundan en el literal»: «cum omnes sensus fundentur super unum, scilicet litteralem»: por tanto está hablando, claramente, de los sentidos espirituales.
Asimismo dice santo Tomás en De pot. (q. 4, a. 1, c.) que no se debe querer ceñir la Sagrada Escritura a un sólo sentido excluyendo otros que sean verdaderos y se puedan adaptar a la letra: esto implicaría desconocer la riqueza de la Sagrada Escritura, que «bajo una letra contiene muchos sentidos […]. De donde no es increíble que a Moisés y a los otros autores de la Sagrada Escritura les haya sido concedido por Dios que conocieran las diversas verdades que los hombres podrían entender y las designaran bajo una serie de letras, de modo que cualquiera de dichas verdades fuera el sentido dado por el autor»[30]. Si con los «muchos sentidos» se estuviera refiriendo aquí el Angélico a los sentidos espirituales, no debería decir tan sólo «no es increíble que…», dado que él mismo reconoce la realidad, de hecho, de muchos sentidos espirituales bajo una letra. Asimismo, en este pasaje del De pot. santo Tomás alude a continuación a los distintos sentidos que puede tener la expresión «la materia informe» de que habla el Génesis en el relato de la creación, lo cual concierne al sentido literal o histórico. De modo que parece claro que el Aquinate admite aquí la posibilidad, como lo había hecho ya el mismo san Agustín, de que dicho sentido literal o histórico sea múltiple.
La principal objeción contra la posibilidad de la pluralidad de sentidos literales consistiría ―en la línea con lo que planteaba la primera objeción de la Summa― en la ambigüedad o confusión a que podría dar lugar. A esto responde el P. Garrigou-Lagrange que si las palabras portadoras de más de un sentido literal fueran equívocas, es cierto que se podría originar confusión de su vario o múltiple sentido literal; pero si dichas palabras son análogas, no[31]. Y así ―dice― «cielo» designaría tanto a los astros como a los ángeles, y la petición del «pan», en el Padrenuestro, se referiría tanto al pan ordinario como a la Eucaristía. Asimismo propone el sabio dominico otro argumento, a saber: si los hombres pueden proferir palabras con un doble sentido literal, comprensible para alguien medianamente inteligente, mucho más puede hacer esto Dios, que es el autor principal de la Sagrada Escritura[32]. Y pone un ejemplo gracioso: en una cena un tomista algo mitigado dijo a otro tomista que era mucho más fiel a santo Tomás y a su escuela: «¿Quieres un poco de agua en el vino?». El tomista puro, que entendió muy bien el doble sentido literal ―i.e., la mezcla de agua con vino y la mitigación del tomismo―, le respondió a su vez con otro doble sentido literal: «Sólo admito una gota de agua en el vino de la Misa…», dando a entender, además de lo obvio, que no debe mitigarse la sana doctrina del Angélico.
Incluso el P. Garrigou-Lagrange refiere que el Concilio IV de Letrán parece que encuentra dos verdades en el pasaje del Génesis «En el principio creó Dios el cielo y la tierra», a saber: que Dios creó el mundo no ab aeterno y que «creó simultáneamente, en el inicio del tiempo, la creatura espiritual y la corporal, la angélica y la mundana» (Dz 428). Así parecería que dicho Concilio, en la línea de lo que ya decía san Agustín, entiende por «cielo» tanto al cielo corpóreo como a los ángeles.
En fin, ya santo Tomás había dicho que «el Espíritu Santo fecundó a la Sagrada Escritura con mayor verdad que la que algún hombre pueda en ella encontrar» (Sent., II, d. 12, q. 1, a. 2, ad 7)[33].
Para terminar ya, volvamos al principio. Cuando santo Tomás interpreta el pasaje del Apocalipsis sobre el reino de los mil años (20, 1-10), siguiéndolo en dicha interpretación a san Agustín[34], no se «salta» en manera alguna el sentido literal, pasando a un determinado sentido espiritual. No. El sentido del pasaje que refiere santo Tomás es literal, pero figurado o metafórico ―en consonancia en este caso, en general, con el género literario del libro en cuestión―: no se trata aquí de una realidad a su vez significativa, que es lo propio del sentido espiritual, sino que se trata de una figura significada por la letra del pasaje. En efecto, dice el Angélico:
«A la cuarta objeción debe decirse que con ocasión de esas palabras (Ap 20, 1-10), como narra san Agustín en De civ. Dei (XX, 7), algunos herejes sostuvieron que se daría una primera futura resurrección de los muertos para que reinaran con Cristo mil años en la tierra, de donde se los llama “quiliastas”, esto es, “milenaristas”. Y por esto san Agustín muestra allí mismo que esas palabras deben entenderse de otro modo, a saber, de la resurrección espiritual, por la cual los hombres resurgen de los pecados por el don de la gracia. La segunda resurrección, en cambio, sí es de los cuerpos. El Reino de Cristo, por su parte, es la Iglesia, en la cual reinan con Cristo no sólo los mártires, sino también los otros elegidos ―de modo que por la parte se entiende el todo―. O bien se refiere a que reinan con Cristo en la gloria todos, y se hace especial mención de los mártires porque ellos, sobre todo, reinan muertos, porque combatieron por la verdad hasta la muerte. El “milenio”, por tanto, no significa cierto determinado número, sino que designa todo el tiempo que ahora transcurre, en el cual ahora los santos ya reinan con Cristo. Y esto porque el número mil designa la universalidad mejor que el número cien, pues cien es el cuadrado de diez (102), pero mil es un número completo, que resulta del cubo de diez (103), porque diez por diez por diez dan mil. Y en ese sentido se dice en el Salmo 104, 8: “[Se acuerda de su alianza eternamente,] de la palabra que mandó por mil generaciones”, esto es, por todas» (S. Th., Suppl., q. 77, a. 1, ad 4)[35].
«Parvus error in principio magnus est in fine». Si no se comprende bien en qué consiste cada sentido de la Sagrada Escritura, y en particular en qué consiste el sentido literal y cuáles son sus tipos, se corre el riesgo de quedarse en o con un sentido literal propio e interpretar así «literalísticamente» la Sagrada Escritura cuando no corresponde sino una interpretación literal figurada, como es la que hacen de este pasaje del Apocalipsis san Jerónimo, san Agustín y santo Tomás de Aquino, y asimismo la que hace la Santa Iglesia Católica (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 676[36]), a quien sólo corresponde interpretar auténticamente la Sagrada Escritura: «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer» (Dei Verbum, n. 10).
Federico María Rago
[1] Dístico medieval de Agustín de Dacia (†1282), citado por el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 118: «La letra enseña los hechos, la alegoría lo que has de creer, el sentido moral lo que has de hacer y la anagogía a dónde has de tender».
[2] Es verdad que en el video que continuó al citado, sobre el capítulo 2 del mismo libro del Apocalipsis, se precisó algo la afirmación que hemos referido, al decirse: «En las Escrituras el sentido espiritual y alegórico es secundario y debe basarse siempre sobre el sentido literal, el cual es primario. Así lo enseñó santo Tomás de Aquino y hoy lo enseña el Catecismo. Cuando hablamos de sentido literal no nos referimos solamente al sentido crudo y obvio del texto, sino más bien a la intención que el autor quería comunicar por medio del mismo, para lo cual se ha de tener en cuenta el contexto histórico y, en el caso del libro del Apocalipsis, el lenguaje profético empleado, cargado de símbolos y signos tomados del Antiguo Testamento» (minutos 1-2). Veremos que santo Tomás es mucho más preciso al respecto.
[3] Vale aclarar que no pretendemos tratar aquí directamente el tema del milenarismo, sobre el cual remitimos al artículo de Mons. Miguel Antonio Barriola, «El reino de mil años (Ap 20, 1-10) – Aportes para su interpretación».
[4] De ente et essentia, prooem.
[5] Las traducciones de santo Tomás son nuestras, como asimismo las cursivas. Al pie de página daremos el texto latino según la edición del Corpus Thomisticum. En cuanto a la autoridad de santo Tomás en el campo de las Sagradas Escrituras, decía León XIII: «…tanto sus [de los escolásticos] libros de teología como sus comentarios a la Sagrada Escritura manifiestan la abundancia de doctrina que de ella sacaron. A este título, Santo Tomás se llevó entre todos ellos la palma» (Providentissimus Deus, n. 16).
[6] Más precisamente, en S. Th., I, q. 1, a. 10 y en la q. 6 del Quodl. VII, la cual consta de tres artículos. Además considera el Aquinate algunos aspectos del tema en De pot., q. 4, a. 1, c.; Sent., q. 1, a. 5, c.; ibid., II, d. 12, q. 1, a. 2, ad 7, ibid., IV, d. 21, q. 1, a. 2, qc. 1, ad 3; Sup. Gal, cap. 4, lect. 7; Sup. Iob, cap. 1; Sup. Isaiam, Cap. 6, lect. 1.
[7] «Respondeo dicendum quod auctor sacrae Scripturae est Deus, in cuius potestate est ut non solum voces ad significandum accommodet (quod etiam homo facere potest), sed etiam res ipsas. Et ideo, cum in omnibus scientiis voces significent, hoc habet proprium ista scientia, quod ipsae res significatae per voces, etiam significant aliquid. Illa ergo prima significatio, qua voces significant res, pertinet ad primum sensum, qui est sensus historicus vel litteralis. Illa vero significatio qua res significatae per voces, iterum res alias significant, dicitur sensus spiritualis; qui super litteralem fundatur, et eum supponit». Ya san Agustín había anticipado algo de lo aquí expresado en su De doctrina christiana, I, 2, 2.
[8] Claro que el autor principal de la Sagrada Escritura es el mismo Dios.
[9] «Auctor autem rerum…».
[10] «Deus adhibet ad significationem aliquorum ipsum cursum rerum suae providentiae subiectarum».
[11] Se denomina «histórico», dice Billuart, no porque siempre refiera la historia ―como, por ejemplo, es claro que no la refiere en la proposición «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón…»―, sino para distinguirlo del sentido místico, que se funda en la historia real o en los acontecimientos, y porque cualquier proposición del sentido literal está incluida en la historia como si fuera una parte de la misma. Y vale aclarar que el sentido literal o histórico se distingue del sentido llamado «acomodaticio», que en realidad no es un sentido de la Sagrada Escritura (cf. Divino afflante Spiritu, n. 18).
[12] «Hic autem sensus spiritualis trifariam dividitur. Sicut enim dicit apostolus, ad Hebr. VII, lex vetus figura est novae legis, et ipsa nova lex, ut dicit Dionysius in ecclesiastica hierarchia, est figura futurae gloriae, in nova etiam lege, ea quae in capite sunt gesta, sunt signa eorum quae nos agere debemus. Secundum ergo quod ea quae sunt veteris legis, significant ea quae sunt novae legis, est sensus allegoricus, secundum vero quod ea quae in Christo sunt facta, vel in his quae Christum significant, sunt signa eorum quae nos agere debemus, est sensus moralis, prout vero significant ea quae sunt in aeterna gloria, est sensus anagogicus».
[13] Y de allí también que «solamente Dios pudo conocer y revelarnos este sentido espiritual» (Pío XII, Divino afflante Spiritu, n. 17).
[14] «La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y la del Reino Mesiánico» (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 15).
[15] «…Sed quando secundum litteralem sensum dicitur aliquid de Ecclesia, non potest exponi allegorice; nisi forte ea quae dicuntur de primitiva Ecclesia, exponantur quantum ad futurum statum Ecclesiae praesentis».
[16] Del verbo griego, «ἀνάγω», «anágo»: «conducir hacia arriba», «elevar». De allí que se diga que este sentido anagógico «aedificat spem».
[17] «…vetus [testamentum] simul et novum figura sunt caelestium. […] vel potest fundari [sensus spiritualis] in illo modo figurationis quo novum simul et vetus significant Ecclesiam triumphantem; et sic est sensus anagogicus»
[18] De allí que Tábet sostenga que una de las características del sentido literal es su universalidad, en el sentido de que todas las palabras y frases de la Sagrada Escritura poseen necesariamente un sentido literal, sea propio, sea metafórico.
[19] En De utilitate credendi, cap. 3, 5-9.
[20] También en su Comentario a la Carta a los Gálatas sostiene santo Tomás que a veces «alegoría» se toma por cualquier sentido espiritual o místico (cap. 4, lect. 7).
[21] Tábet expresa esta idea diciendo que la existencia histórica del significante, i.e., de la realidad significativa, es un elemento fundamental del sentido espiritual: dicha realidad ha de tener una entidad real, a diferencia de lo que ocurre con el lenguaje figurado o metafórico.
[22] «Añade [san Jerónimo] que toda otra forma de interpretación se apoya, como en su fundamento, en el sentido literal, que ni siquiera debe creerse que no existe cuando algo se afirma metafóricamente; porque “frecuentemente la historia se teje con metáforas y se afirma bajo imágenes” (In Hab., 3, 14 y ss.)» (Benedicto XV, Spiritus Paraclitus, n. 54).
[23] «Hoc autem symbolice et sub aenigmate proponitur secundum consuetudinem sacrae Scripturae, quae res spirituales sub figuris rerum corporalium describit, sicut patet Is. VI 1 vidi dominum sedentem super solium excelsum et elevatum, et in principio Ezechielis et in pluribus aliis locis. Et quamvis spiritualia sub figuris rerum corporalium proponantur, non tamen ea quae circa spiritualia intenduntur per figuras sensibiles ad mysticum sensum pertinent sed litteralem, quia sensus litteralis est qui primo per verba intenditur, sive proprie dicta sive figurate».
[24] «Per litteralem autem sensum potest aliquid significari dupliciter, scilicet secundum proprietatem locutionis, sicut cum dico homo ridet; vel secundum similitudinem seu metaphoram, sicut cum dico pratum ridet. Et utroque modo utimur in sacra Scriptura, sicut cum dicimus, quantum ad primum, quod Iesus ascendit, et cum dicimus quod sedet a dextris Dei, quantum ad secundum. Et ideo sub sensu litterali includitur parabolicus seu metaphoricus».
[25] «Et omnium horum patet exemplum. Per hoc enim quod dico fiat lux, ad litteram, de luce corporali, pertinet ad sensum litteralem. Si intelligatur fiat lux id est nascatur Christus in Ecclesia, pertinet ad sensum allegoricum. Si vero dicatur fiat lux id est ut per Christum introducamur ad gloriam, pertinet ad sensum anagogicum. Si autem dicatur fiat lux id est per Christum illuminemur in intellectu et inflammemur in affectu, pertinet ad sensum moralem». Billuart pone otro ejemplo en el que se reúnen los cuatro sentidos: «Jerusalén» (Ez 16) significa literalmente la ciudad de Palestina, alegóricamente significa a la Iglesia militante, moralmente significa al alma del justo y anagógicamente significa a la Iglesia triunfante.
[26] Como dice Tábet, el sentido impropio, metafórico o figurado se puede limitar a un término o bien se puede extender incluso a frases y narraciones completas. Y se basa en las figuras retóricas del lenguaje, tales como por ejemplo, en cuanto a los solos términos: la sinécdoque, la metonimia, la metáfora; en cuanto a las expresiones: el énfasis, la hipérbole, la elipsis; y en el caso de narraciones completas: la comparación, la parábola, la alegoría, la fábula, el enigma y el símbolo.
[27] «Ad primum ergo dicendum quod multiplicitas horum sensuum non facit aequivocationem, aut aliam speciem multiplicitatis, quia, sicut iam dictum est, sensus isti non multiplicantur propter hoc quod una vox multa significet; sed quia ipsae res significatae per voces, aliarum rerum possunt esse signa. Et ita etiam nulla confusio sequitur in sacra Scriptura, cum omnes sensus fundentur super unum, scilicet litteralem».
[28] «Quia vero sensus litteralis est, quem auctor intendit, auctor autem sacrae Scripturae Deus est, qui omnia simul suo intellectu comprehendit, non est inconveniens, ut dicit Augustinus XII confessionum, si etiam secundum litteralem sensum in una littera Scripturae plures sint sensus».
[29] Así dice san Agustín en el cap. 31, 42 de este libro XII de sus Confesiones: «Así que cuando uno dice: El pensamiento de Moisés coincide con el mío, y otro le replica: No, más bien coincide con el mío, me parece que yo respondo con un espíritu más religioso: ¿Y por qué no las dos interpretaciones, si ambas son verdaderas? Y si otros descubren en estas palabras una tercera o una cuarta interpretación verdadera o cualquiera otra interpretación, ¿por qué no vamos a creer que las vio todas aquel de cuyo ministerio se sirvió el único Dios para adecuar las Sagradas Letras a las interpretaciones de muchos que en ellas habían de ver sentidos diversos y verdaderos?
Por lo que a mí respecta, desde el fondo de mi corazón declaro decididamente que si, elevado a la cumbre de la autoridad, escribiera algo, preferiría escribir de modo que en mis palabras hallara eco todo cuanto de verdad pudiera captar cada cual en estos temas, antes que darles un sentido verdadero único y claro, con el objeto de excluir los demás sentidos cuya falsedad no pudiera ofenderme. No quiero, pues, Dios mío, ser inconsciente hasta el punto de no creer que un hombre tal no haya merecido de ti esa distinción. En términos absolutos, este hombre sintió y pensó en estas palabras, mientras las escribía, toda la verdad que en ellas hemos podido encontrar y la que no hemos podido aún hallar, pero que puede encontrarse en ellas» (traducción de José Gosgaya, OSA, ed. BAC, Madrid, 1997). Cf. De Gen. ad litteram, I, 19, 38.
[30] Y continúa el Angélico: «Pero incluso si el autor [humano] desconoció algunas verdades propuestas por los expositores de la Sagrada Escritura que se adaptan a las letras de la misma, no hay duda de que el Espíritu Santo, que es el autor principal de la Sagrada Escritura, las conoció. Por tanto, toda verdad que respetando el tenor de las palabras se pueda adaptar a la Sagrada Escritura, es su sentido». «Aliud est, ne aliquis ita Scripturam ad unum sensum cogere velit, quod alios sensus qui in se veritatem continent, et possunt, salva circumstantia litterae, Scripturae aptari, penitus excludantur; hoc enim ad dignitatem divinae Scripturae pertinet, ut sub una littera multos sensus contineat, ut sic et diversis intellectibus hominum conveniat, ut unusquisque miretur se in divina Scriptura posse invenire veritatem quam mente conceperit; et per hoc etiam contra infideles facilius defendatur, dum si aliquid, quod quisque ex sacra Scriptura velit intelligere, falsum apparuerit, ad alium eius sensum possit haberi recursus. Unde non est incredibile, Moysi et aliis sacrae Scripturae auctoribus hoc divinitus esse concessum, ut diversa vera, quae homines possent intelligere, ipsi cognoscerent, et ea sub una serie litterae designarent, ut sic quilibet eorum sit sensus auctoris. Unde si etiam aliqua vera ab expositoribus sacrae Scripturae litterae aptentur, quae auctor non intelligit, non est dubium quin spiritus sanctus intellexerit, qui est principalis auctor divinae Scripturae. Unde omnis veritas quae, salva litterae circumstantia, potest divinae Scripturae aptari, est eius sensus».
[31] En este sentido dice Tábet, al hablar de la unicidad y polisemia del sentido literal, que el sentido literal es único en cuanto no es posible que un texto bíblico contenga sentidos irreductibles entre ellos, opuestos o contradictorios. Pero por otro lado admite que junto al sentido primario y explícito puede haber otros significados homogéneos al primero, que forman una unidad con el sentido literal primario, en cuanto están subordinados a él o a él se pueden reducir.
[32] En efecto, Dios puede hacer que una expresión del lenguaje humano que al parecer tiene un solo significado literal sea ambivalente: Tábet pone al respecto el ejemplo de la profecía de Caifás (Jn 11, 50-52).
[33] «Ad septimum dicendum, quod auctoritati Scripturae in nullo derogatur, dum diversimode exponitur, salva tamen fide: quia majori veritate eam spiritus sanctus fecundavit quam aliquis homo adinvenire possit».
[34] Cf. De civ. Dei, XX, 6-13.
[35] La cursiva es del original latino. «Ad quartum dicendum quod occasione illorum verborum, ut Augustinus narrat, XX de Civ. Dei, quidam haeretici posuerunt primam resurrectionem futuram esse mortuorum ut cum Christo mille annis in terra regnent: unde vocati sunt Chiliastae, quasi Millenarii. Et ideo Augustinus ibidem ostendit verba illa aliter intelligenda esse: scilicet de resurrectione spirituali, per quam homines a peccatis dono gratiae resurgunt. Secunda autem resurrectio est corporum. Regnum autem Christi dicitur Ecclesia, in qua cum Christo non solum martyres, sed etiam alii electi regnant: ut a parte totum intelligatur. Vel regnant cum Christo in gloria quantum ad omnes, et fit specialiter mentio de martyribus quia ipsi praecipue regnant mortui qui usque ad mortem pro veritate certaverunt. Millenarius autem non significat aliquem certum numerum, sed designat totum tempus quod nunc agitur, in quo nunc sancti cum Christo regnant. Quia numerus millenarius designat universitatem magis quam centenarius: eo quod centenarius est quadratum denarii; sed millenarius est numerus solidus ex duplici ductu denarii in seipsum surgens, quia decies decem decies mille sunt. Et similiter in Psalmo dicitur: Verbi quod mandavit in mille generationes, idest in omnes». También dice el Angélico en su Comentario a la segunda Carta a Timoteo: «…así como hay dos muertes, hay también dos resurrecciones, a saber: una del alma y otra del cuerpo. Acerca de la resurrección del alma dice el Apocalipsis 20, 6: “feliz y santo el que tiene parte en la primera resurrección”». «…quod sicut est duplex mors, ita duplex est resurrectio, scilicet animae et corporis. De resurrectione animae habetur Apoc. XX, 6: beatus et sanctus, qui habet partem in resurrectione prima» (Sup. II Tim, cap. 2, lect. 3). Y en su Comentario a la primera Carta a los Corintios sostiene el Aquinate: «Dice, pues, que todos resucitaremos, pero ¿de qué modo? En un momento, en un abrir y cerrar de ojos. Con esto excluye el error de los que dicen que la futura resurrección no será al mismo tiempo para todos, sino que dicen que los mártires resucitarán antes que los demás y vivirán por mil años, y entonces Cristo descenderá, y poseerá el reino corporal de Jerusalén por mil años con ellos. Esta fue la opinión de Lactancio, pero esto es claramente falso, porque todos resucitaremos en un momento y en un abrir y cerrar de ojos». «Dicit ergo quod omnes resurgemus, sed quomodo? In momento. Per quod excludit errorem dicentium resurrectionem non esse futuram omnium simul, sed dicunt quod martyres resurgent ante alios per mille annos, et tunc Christus descendet cum illis, et possidebit regnum corporale Ierusalem mille annis cum eis. Et haec fuit opinio Lactantii. Sed hoc patet esse falsum, quia omnes in momento resurgemus et in ictu oculi» (Sup. I Cor [rep. vulg.], cap. 15, lect. 8).
[36] «Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, Divini Redemptoris, condenando “los errores presentados bajo un falso sentido místico” de esta “especie de falseada redención de los más humildes”; GS, nn. 20-21)».
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A.M.D.G.
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