Notre Dame incendiandose

Diego Díaz – Notre Dame se incendia, pero se incendia por dentro

¿Cual es la diferencia esencial entre una sociedad primitiva y una civilización? No se relaciona con la ausencia o existencia de instituciones -las sociedades primitivas las tenían, como las religiones del ciclo agrícola, el totemismo, la exogamia, los tabúes- tampoco se relaciona con la división del trabajo, o la sedentarizacion, sino con un elemento menos cuantificable y más esencial: la mimesis o imitación. Las sociedades primitivas pasaron de la imitación del pasado en un retorno eterno a la imitación de las élites creativas.

No es el desarrollo de la técnica ni la expansión geográfica elementos determinantes en el desarrollo de una civilización, aunque sí muy importantes. A su vez, las civilizaciones colapsan por razones totalmente diferentes a las relacionadas con su “naturaleza” (“ciclo vital”), o pérdida de dominio sobre el contorno, fracasos técnicos o asaltos extranjeros, necesariamente. Existen fuertes indicios que es en el progresivo debilitamiento de la mimesis creadora, de fuerte carácter aristocrático e intergeneracional, notoriamente cultural y simbólico, y sobretodo, dinámico, la base del desarrollo de las civilizaciones. Es decir, “dejamos de creer” en lo que es.

Lejos estamos en Occidente de comprender el significado último de las religiones, más allá de su carácter de experiencia metafísica: con un pequeño esfuerzo de análisis histórico podemos rastrear en las diferentes corrientes de nuestra matriz judeohelenica e indoeuropea del cristianismo el germen de lo que hoy imaginamos como “novedades ideológicas”, por más seculares, agnósticas o modernas que se presenten. Ellas son expresiones contemporáneas de largas tradiciones filosóficas de carácter religioso. Incluidas las más abiertamente hostiles a ese carácter -se podría sostener, en cambio, que estas ideas antirreligiosas son las expresiones más nítidas del cristianismo secularizado- que contienen en su corpus la marca indeleble de antiguas preocupaciones relacionadas con la naturaleza del misterio de la fe: la naturaleza del reino de Dios, el problema de la gracia, el determinismo, el misterio de la santísima Trinidad, la dimensión del libre albedrío, la tensión sobre la salvación, su forma y su fondo, etc. Su representación secularizada y moderna esconden, pero no ocultan, esta esencia religiosa de las ideas políticas y filosóficas occidentales modernas.

Cuando uno se pregunta en donde estriba la enorme potencialidad de occidente, en general la primer explicación intuitiva es depositar en su victoria técnica el origen último de su predominio. Es demasiado evidente que la técnica superior, elemento crucial y notorio a partir de la segunda revolución material de la humanidad, le significó a occidente un elemento de predominio insoslayable. Pero no olvidemos que la técnica se aprende, se imita y se perfecciona, así como un ejército perdidoso constantemente aprende las técnicas militares del enemigo victorioso, y pone la contienda en igualdad de condiciones. Esto lo vieron y pusieron en práctica, por ejemplo, los romanos frente a los cartagineses.

No, no es la técnica la que pone a una civilización a la vanguardia. No definitivamente. La técnica se aprende. Nuestros vecinos lo hacen. Nuestros enemigos.

En última instancia, la técnica es el medio de domesticar el entorno. Y si los occidentales se imponen por la técnica al entorno humano, es porque no tienen otro método. No saben hacerlo sino es con la espada. El “Militarismo” o el “héroe por la espada”, es, siempre, una señal de irrupción inútil y desesperada frente al colapso y decadencia.

Lejos de depositar en esta técnica superior, en idolizarla, los elementos donde se sostiene la civilización occidental, sus pilares son una cultura. Y esta tuvo, por mucho tiempo, un enorme poder de mimesis formidable para los individuos que estábamos dentro de la misma, e incluso para los proletariados externos que miraban extramuros el esplendor de la misma. Pero ese esplendor no eran las luces de la materia, sino del espíritu.

Notre Dame se incendia, pero se incendia por dentro.




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