DE LA IGLESIA CONCILIAR A LA SINODAL
¿DONDE SE ENCUENTRA LA VERDADERA IGLESIA DE JESUCRISTO, UNA, SANTA, CATOLICA Y APOSTOLICA?
Finalizado el Concilio Vaticano II en 1965 y no obstante las ambigüedades de algunos documentos o los errores de ciertas reformas posteriores, los sectores progresistas más radicalizados comenzaron a exigir un Concilio Vaticano III. Hubo que esperar empero la aplicación del que había concluido, tarea que demandó poco menos de 50 años (1965-2013). Tal aplicación se hizo al mismo tiempo que explotaba dentro de los ambientes eclesiásticos una opuesta interpretación sobre Vaticano II entre conservadores y progresistas, y una oposición creciente de algunos sectores tradicionalistas (las tres posturas principales que dividieron a los católicos a partir de 1965). Los conservadores, con una interpretación según lo que luego Benedicto XVI denominaría “hermenéutica de la continuidad en la reforma”, es decir, conforme a la Tradición; los progresistas, de acuerdo a una “hermenéutica de la ruptura”, adaptando o “aggiornando” las enseñanzas bimilenarias de la Iglesia a los errores ideológicos de la Modernidad; y los tradicionalistas, por su parte, rechazando con diversidad de grados y matices el Concilio Vaticano II, entendiendo que había sido una ruptura clara con la Tradición Apostólica. Con sus más y con sus menos, los Pontificados de Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI optaron por la línea conservadora, aunque en diálogo con una progresista de corte moderado. Por decirlo de manera gráfica, se eligió un camino donde pudieran convivir Cornelio Fabro con De Lubac o Von Balthasar, dejando afuera posturas extremas como la Teología y de la Liberación por un lado y el sedevacantismo por otro. El entonces Cardenal Ratzinger tendió la mano también a ciertos tradicionalistas (Klaus Gamber, Michael Davies, Joseph Bisig, Dom Gérard Calvet) e incluso, ya como Papa, a la FSSPX pero dentro de la tendencia conservadora dominante. Pues bien, todo esto se acabó, para bien o para mal, en 2013, con la llegada de Francisco al solio pontificio y su “interpretación correcta” de Vaticano II, que supuestamente sus predecesores no quisieron o no pudieron hacer, como él mismo afirmó en un reportaje que le hicieron poco después de su elección. “El Vaticano II, inspirado por el Papa Juan XXIII y por Pablo VI – sostuvo en el Diario La República– decidió mirar el futuro con espíritu moderno y abrir a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrir a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y diálogo con los no creyentes. Después de entonces se hizo muy poco en aquella dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de quererlo hacer»”. Esta misma visión acaba de ser recordada y apoyada por el nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe Mons. Victor Manuel (a) “Tucho” Fernández: “Debo garantizar que tanto los documentos del dicasterio como los de los demás ‘acepten el Magisterio reciente’. Esto es esencial para la coherencia interna del pensamiento en la Curia Romana. Porque puede ocurrir que se den respuestas a determinadas cuestiones teológicas sin aceptar lo que Francisco ha dicho de nuevo sobre esas cuestiones. Y no es sólo insertar una frase del Papa Francisco sino permitir que el pensamiento se transfigure con sus criterios. Esto es particularmente cierto para la teología moral y pastoral”. De allí que podamos afirmar sin mucho margen de error que, a partir de 2013, hemos pasado de lo que Mons. Benelli (estrecho colaborador de Pablo VI) denominaba Iglesia Conciliar a una Iglesia Sinodal, haciendo innecesaria la convocatoria a ese eventual Concilio Vaticano III deseado por el progresismo más radicalizado (las infelices expresiones “conciliar” y “sinodal” indican una orientación desviada de la Fe ortodoxa, pero no una sustitución de la única Iglesia de Cristo que es la Iglesia Católica). Mediante la “sinodalidad”, se ha logrado consumar de una vez el paso de la hermenéutica de la continuidad en la reforma a la hermenéutica de la ruptura, sin que los católicos sencillos pudieran darse cuenta, salvo honrosas excepciones, ni que la mayoría de los Obispos y sacerdotes hicieran la más mínima objeción (con excepción de los Cardenales de las “Dubia”, los firmantes de la “Correctio Filialis”, etc). Hemos tenido, desde la asunción de Francisco, el Sínodo de la Familia (2014-2015), el de los Jóvenes (2018), el de la Amazonía (2019), la Cumbre sobre Abusos sexuales (2019) y ahora estamos en pleno Sínodo de la Sinodalidad (2021-2024), sin olvidar el importante como cismático Sínodo Alemán (2020-2023). De este modo y apelando a un falso concepto de obediencia a la autoridad, se terminaron por aceptar numerosas heterodoxias y errores, como los de la Teología del Pueblo, la comunión de los divorciados “vueltos a casar” (vía una casuística laxa), el no reconocimiento de la relación que hay entre sodomía y abusos sexuales, la herejía filo-panteísta sobre la Madre Tierra, la prohibición cuasi-absoluta de la Liturgia Tradicional, la renuncia al proselitismo de conversión a la Fe verdadera, el indiferentismo religioso auspiciado con la Casa de la Familia Abrahámica, la aceptación papal de diversas Leyendas Negras, ciertas doctrinas judaizantes, etc. Y, a la vez, la colusión del Estado Vaticano con la Revolución anticristiana mediante el auspicio y/o apoyo a los socialistas Movimientos Populares, al progresismo económico del Comité para un Capitalismo Inclusivo, a la masónica y globalista Agenda 2030, el respaldo a los sectores más anticristianos del Judaísmo Mundial y la persecución y/o “cancelación” de fieles considerados “rebeldes” o “desobedientes” (entre ellos, 2000 sacerdotes, en contradicción flagrante con la tan proclamada “misericordia”, y el cierre de Seminarios de probada ortodoxia, sano ambiente y abundantes vocaciones). Sabemos por nuestra Fe que las puertas del Infierno no prevalecerán, pero cómo y de qué modo subsistirá el Cuerpo Místico de Cristo, no. También sabemos que todo lo mencionado en nada afecta la infalibilidad de la Iglesia y del Papa, que sólo se da en los Concilios que proclaman dogmas y condenan herejías; en enseñanzas “ex cathedra” del Papa sobre Fe y Moral; y en el Magisterio Ordinario y Universal, no en enseñanzas magisteriales modificables, documentos no magisteriales o simples decisiones de gobierno, que han sido precisamente los instrumentos utilizados por la Iglesia Sinodal para imponer la agenda progresista. Todo ésto es razón más que suficiente para rezar y mortificarse por el Papa y por la Iglesia, enseñar la sana doctrina, refutar las herejías y mostrar con obras nuestro amor a Dios y al prójimo, rogando que termine de una vez por todas, este “tiempo de prueba” de la Iglesia, que sabemos sigue y seguirá viva en todos aquellos que, siendo bautizados, se encuentran en comunión verdadera con Roma (aunque algunos padezcan inválidas sanciones) y sobre todo conservan la Fe católica de siempre, una Fe bien creída, celebrada, vivida y rezada
Hernando Rey
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