Cristián Rodrigo Iturralde – Perón, ¿barrera contra el comunismo?
CUESTIONES DISPUTADAS
Perón, ¿barrera contra el comunismo?
Por Cristián Rodrigo Iturralde
Se sigue repitiendo en nuestros días que ¨Perón evitó la proliferación del comunismo en Argentina¨; particularmente entre la clase trabajadora. ¿Qué hay de cierto en esto?
Sobre el tema se ha escrito bastante, aunque bastante poco en sentido contrario de esta tesis –pues es una tesis, a no dudarlo; y bastante endeble, por cierto-, a pesar de argumentos entitativos que ameritarían su estudio y difusión. El tema es más fangoso de lo que pudiera creerse a simple vista. Si bien de modo forzosamente sumario –por tratarse de un artículo-, nos permitimos trazar algunas consideraciones de orden práctico y general, refiriendo asimismo algunos hechos (objetivos y concretos) fácilmente verificables. Cada cual juzgará luego su valor y posicionamiento dentro de la ecuación.
Prima facie, serían cinco los aspectos nodales de la cuestión (las cuales no desarrollaré aquí y ahora):
- La situación del comunismo en argentina en los años 30´y 40´; su poder real, estructuras e influencia (dentro y fuera de los sindicatos).
- Declaraciones, escritos y acciones de Perón en torno al comunismo y los modelos que lo precedieron.
- El papel del trotskismo y la Cuarta Internacional bajo el gobierno justicialista.
- El relevamiento de los elementos nacionalistas más decididamente anticomunistas
- El factor cultural-revolucionario del peronismo; progresismo en la teoría y la praxis
En cuanto al primer punto, habrá que decir que no se registraban en Argentina grupos, partidos, manifestaciones o actividad comunista mínima o medianamente entitativa como para poder referir una posible ¨amenaza comunista¨. Lo cierto es que tanto comunistas como socialistas y anarquistas constituían prácticamente reductos marginales, sin llegada al pueblo; y menos a los nacionalistas (que habían tomado antes que nadie la bandera del antiimperialismo y la de la cuestión social). Este asunto pareciera ser bastante claro, y en este sentido coincide con nosotros Enrique Zuleta Álvarez, afirmando lo siguiente: ¨la organización sindical, que languidecía bajo el manejo de caudillejos socialistas, comunistas, o anarquistas, envejecidos en la tarea infructuosa de penetrar en una masa obrera que, desde la época del radicalismo, estaba vacunada contra toda infiltración marxista¨.
Lo cierto y verificable es que hasta la llegada de Juan Domingo Perón al poder, como advierte el Padre Julio Meinvielle, no existía lucha de clases en la Argentina ni mayores antipatías entre éstas. Como tampoco existía –más que nominalmente- lo que podría dar en llamarse –en el ámbito sociocultural- ¨progresismo¨ o ¨modernismo¨ (vectores propios del espíritu destructivo del revolucionarismo).
Tales afirmaciones no responden a una hermenéutica arbitraria y parcial –como no pocos se aventurarán a argüir-, pues, además de hechos que le confieren importante asidero –que luego referiremos-, el propio Perón ha sembrado pistas claras en este sentido.
En plena coincidencia con el marxismo, aunque algo más solapadamente, Perón recurre para justificar su existencia al sofisma del reduccionismo[1]; en este caso, reduciendo, acotando, la Historia de la humanidad y la problemática nacional a los conflictos de clase: ¨En todas las épocas de la historia ha existido oposición entre los intereses de las oligarquías, por un lado, y los intereses del pueblo, por el otro¨[2]. En otra alocución, afirmaba que ¨los sabios rara vez han sido ricos, y los ricos rara vez han sido buenos¨[3]. En la misma dirección podrán encontrarse cientos de expresiones del líder y su esposa. Es decir, no habrá que indagar demasiado en el pensamiento de Perón para descubrir en éste una excesiva idealización de las condiciones morales y operativas del pueblo obrero y campesino –sin aportar razones que justifiquen tal aserción-, negando o retaceando -al mismo tiempo- toda virtud o razón a los otros estratos (que en la visión -convenientemente- simplista del peronismo, no podían ser otra cosa que ¨oligarcas¨).
Por cierto, no todo se redujo a la retórica. En el plano de la praxis ejecutiva, no podrá soslayarse el hecho –al menos, sin caro daño a la verdad histórica- de que por primera vez en la Argentina, Perón dio lugar y participación política –en líneas jerárquicas- a conocidos líderes anarquistas, socialistas, masones, sionistas, y comunistas (sin que, en su mayoría, abjuraran éstos a sus ideas). Los únicos que quedaron verdaderamente vedados de ocupar posiciones de primera línea fueron justamente los nacionalistas más decididamente anticomunistas. Difícilmente pueda negarse todo esto.
Si se nos apremiara a buscar un antecedente inmediato, podríamos decir que la antesala de ello podrá encontrarse en la adopción por parte del peronismo de los postulados del denominado ¨nacionalismo popular¨; suerte de socialismo izquierdista (o izquierdizante, si se prefiere), cuyo núcleo central estaba constituido por el grupo FORJA.
Aquí surge una pregunta de vital importancia: ¿Por qué, entre la amplia gama de movimientos y doctrinas nacionales, opta Perón por ellos? Pues habrá que recordar a este propósito que existían otros activos grupos con consciencia social, decididamente anticomunistas y antiliberales; antiimperialistas, como el caso de los hermanos Irazusta –nacionalismo ¨republicano¨[4]– y del nacionalismo ¨restaurador¨ o ¨doctrinario¨ (incluido aquí el confesional católico). Existían, pues, otras usinas de pensamiento nacional de cuales se podría haber nutrido. No lo hizo.
Adelantándonos a lo que no pocos esgrimirán, digamos que mal podría explicarse tal predilección en el hecho de que no hubieran sido éstos lo suficientemente críticos del sistema económico demoliberal (favorable a los intereses británicos); pues, antes que Scalabrini Ortiz se ocupara del asunto, lo habían hecho los hermanos Irazusta e incluso –con mayor o menor precisión- parte del sector que podríamos denominar ¨nacionalista católico¨[5] y el filo fascista. Tampoco podrá decirse que la opción de Perón por los forjistas se hubiera dado por motivos de orden práctico –algunos atendibles-; es decir, por el hecho que éstos comulgaran con el sistema de elecciones libres y populares, pues también lo hicieron en gran medida los irazustianos (y hasta en cierto grado, duela reconocerlo, hombres como el Padre Castellani). Menos todavía podrá calificarse de ¨chupasirios¨, ¨sectarios¨ u ¨oligárquicos¨ a todos los grupos no forjistas o peronistas, como quiso Perón y repite parte del peronismo vernáculo con preocupante ligereza[6].
No; el tema pasó por otro lado.
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Lo cierto es que si Perón no propició deliberadamente la proliferación de elementos izquierdistas, no podrá negarse que hizo el caldo gordo a la nueva estrategia del comunismo de posguerra[7], que había creado una izquierda nacional como estrategia de penetración en cada país, y particularmente, entre los sectores nacionalistas que manifestaban una mayor conciencia social y popular. El trotskismo, representante de esta nueva variante del marxismo, fue albergado y apoyado abiertamente por el peronismo.
Hemos visto como con el transcurrir de los años, varias figuras del nacionalismo popular pasaron prontamente a las filas del izquierdismo, muchas veces mediante el peronismo. La importancia capital que tuvieron a este respecto John William Cooke y Abelardo Ramos dentro del movimiento peronista no puede ignorarse ni soslayarse. Particularmente el primero; a quien Perón designó como autoridad máxima de su movimiento cuando hubo de exiliarse, y a quien se debe en parte el surgimiento y/o recrudecimiento de las acciones terroristas de la izquierda en nuestro país, llevándonos a una verdadera guerra civil[8].
Que nadie se confunda ni se apresure a quebrar lanzas. No estamos afirmando que Perón haya sido comunista. De lo que podremos estar bastante seguros, empero, es que no supuso ninguna valla contra esta ideología, sino que más bien –motivado tal vez más por razones de conveniencia política que ideológicas- dio impulso a su proliferación política afectando particularmente el ámbito sociocultural, pero también el religioso (factor principal de la unidad nacional; al menos en aquellos tiempos).
El Padre Julio Meinvielle fue tal vez el primero que detectó cómo el proceso político, cultural y social del peronismo estaba deviniendo –tal vez, contra su propia voluntad, y en algunos ámbitos más que en otros- en un marxismo de hecho o convenientemente diluido. Y nadie podrá calificar a Meinvielle o al Padre Castellani como ¨gorilas de primera hora¨. Lo mismo dígase de los hermanos Irazusta. Si por algo se han caracterizado éstos -y otros a ellos cercanos- es por no apresurarse en la crítica a Perón, mostrándose incluso, por momentos, bastante favorables a éste. No existió pues, una crítica desmesurada y apriorística hacia el ex presidente, como sí hicieron, contrariamente, liberales y el partido comunista desde el comienzo.
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En rigor de verdad, no sería ajustado calificar a Perón como anticomunista. Sería mas preciso decir de él que fue un ¨no comunista¨; un crítico de algunos aspectos del comunismo, que no es lo mismo.
Si uno se detiene a observar las declaraciones y escritos de Perón –e incluso de Eva- al respecto, vislumbrará sin demasiado trabajo una -por momentos- indisimulada simpatía hacia la figura y postulados de Carlos Marx. Hasta cierto punto, podrá sostenerse que Perón no fue comunista pero si admirador del marxismo y del socialismo izquierdizante. Perón no adhirió al comunismo (ni a sus ejecutores Lenin y Stalin) por entender –según sus propias palabras- que éste era una mala lectura de sus precursores doctrinarios, Marx y Engels. En este sentido, la posición de Perón fue casi análoga a la de Trotsky. Lo que molestaba a Perón no era la concepción materialista de la vida ni el capitalismo estatal pregonado por el comunismo –tampoco la persecución religiosa iniciada por éste-, sino los métodos excesivamente violentos aplicados y el incumplimiento en lo concerniente a mejorar las condiciones del trabajador, pero sobre todo, su sujeción a la URSS. Podrá decirse que Perón adhiere a sus principios esenciales del marxismo, no así, en cambio, a los tiempos y metodología comunista, ni a la obligada subordinación a Moscú que ésta exigía.
Perón entendía que el camino a la ¨liberación¨ de las masas, hacia el denominado ¨gobierno del proletariado¨, debía hacerse gradualmente y no en forma abrupta ni tampoco visiblemente violenta. En definitiva, clama por un período de transición entre el quiebre del capitalismo y la entrada al comunismo; un espacio de tiempo razonable para ¨acomodamiento gradual¨ al nuevo orden propuesto (que vendría a ser el peronismo). En términos generales y en lo concerniente a la praxis operativa, adhiere por momentos a la tesis de Antonio Gramsci.
Perón cumplió y aplicó –aunque con reveses, y tal vez, no siempre en forma consciente- los objetivos de ese novo comunismo; o mejor dicho, su nueva estrategia (volcada en los documentos de la Cuarta Internacional). Caso evidente, como hemos dicho, en la aceptación de elementos trotskistas dentro de sus filas.
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Contrariamente, el fascismo y el nacionalsocialismo –a los que se ha pretendido asociar al peronismo en este sentido-, de profundo contenido social, jamás dejaron lugar a dudas o confusión; declarándose abiertamente anticomunistas con la misma fuerza que condenaban al capitalismo. No vemos bajo estos regímenes a un pueblo enfrentado y sumergido en odio de clases, sino una unión de estratos con un objetivo común (recordemos que ambos regimenes tuvieron importante apoyo de las clases medias y medias altas). No hay registro de lucha de clases; eje de la dialéctica destructiva del marxismo. Lo mismo podrá aseverarse -en gran medida- acerca del franquismo; que una vez reconstruido y recuperado de los avatares de la guerra civil y de las consecuencias del oprobioso bloqueo internacional, comenzó por dictar una serie de medidas favorables a los trabajadores. Si bien estos tres sistemas han tenido diferencias considerables, el elemento tradicionalista y antimodernista (eminentemente contrarrevolucionario) fue –con alguna variante y grosso modo– común a todos ellos.
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En el ámbito propiamente cultural, difícilmente podría negarse el hecho de que el peronismo fue un movimiento de corte progresista y totalmente revolucionario para el momento; muchas veces –pretendidamente- justificado en las nuevas –y confusas- teorías y concepciones sociopolíticas esgrimidas por hombres como Jacques Maritain, propulsoras de un difuso catolicismo: el cristianismo democrático-progresista que sufrimos hasta nuestros días. Considerando la época y el contexto histórico, el peronismo fue furibundamente cultural-revolucionario –en su acepción estricta- en este sentido. Si bien no es objeto de este trabajo desarrollar detenidamente la temática, mencionemos algunos breves ejemplos a este propósito:
- a) por primera vez en la historia argentina –y tal vez en el mundo- se daba a una mujer –sin estudios ni formación intelectual ni política alguna- una posición y participación política de primer orden; b) se concede el voto femenino; c) se condena tajantemente la discriminación racial; d) se abre la puerta al multiculturalismo; e) se combate con particular energía el denominado ¨antisemitismo¨; f) se fomenta institucionalmente a gurúes espiritistas y sectarios protestantes; g) se limita seriamente el poder e influencia de la Iglesia Católica, terminando por perseguirla abiertamente; h) se legaliza al prostitución; i) se legaliza el divorcio y se anula la enseñanza religiosa obligatoria; j) se combate o ignora a los modelos y doctrinarios realmente contrarrevolucionarios; y así un largo etc.
Medidas y posiciones todas estas que sólo un marxista a un liberal (no conservador) podrían haber llevado a cabo y celebrar.
En rigor, no debería sorprender en demasía el carácter revolucionario -en el sentido jacobino del término- de Perón y su doctrina si reparamos, por ejemplo, en su sesgada y simplista visión de algunos acontecimientos históricos, como la Revolución Francesa y la Revolución Rusa. El carácter contrarrevolucionario que algunos le adjudican tan livianamente al justicialismo, no se avala con los hechos ni con los propios comentarios de su líder. Eva Perón, citando al heterodoxo Mariatin, destacaba los ideales y transformación lograda por la Revolución de 1789, particularmente en lo concerniente a la ¨libertad¨ y la ¨justicia social¨[9]. Al mismo tiempo, Perón se dedicaba a criticar la religiosidad medieval, a cual consideraba como ¨exageración de lo espiritual¨, haciéndose tiempo también para calificar, indistintamente y sin reparos, de ¨despotismo¨ al sistema feudal[10]. Así, en septiembre de 1945, Perón dirá lo siguiente:
El mundo, en los dos últimos siglos, ha sufrido dos grandes etapas de evolución. La Revolución Francesa marcó el primer ciclo de la evolución política, económica y social del mundo. (…) la humanidad ha vivido un siglo de influencia de la Revolución Francesa. Nuestras instituciones nacieron en esa revolución (…). Pero en 1914 se cierra el ciclo de influencia de la Revolución Francesa y se abre el de la Revolución Rusa (…) ¿Cómo no va a arrojar un siglo de influencia en el desarrollo y en la evolución del mundo entero? (…) La Revolución Francesa terminó con el gobierno de la aristocracia y dio nacimiento al gobierno de la burguesía. La Revolución Rusa terminó con el gobierno de la burguesía y abrió el campo a las masas proletarias. Es de las masas populares el futuro del mundo[11].
En otro discurso, de septiembre de 1948, dirá lo siguiente:
Los derechos y las garantías individuales que tienen fuerte vinculación con las ideas de la Revolución Francesa, han de subsistir en cuanto afirman la dignidad humana y la libertad de los hombres (…)[12].
En alguna medida, y salvo por la violencia inaudita ejercida, la posición de Perón frente a la Iglesia Católica fue símil a la de los seguidores de Robespierre; se le dio dos opciones: o juramentaban su obediencia al gobierno revolucionario o serían perseguidos. También convergen en el programa peronista los elementos sustanciales y constitutivos de aquel levantamiento subversivo: el relativismo moral y la consiguiente des-jerarquización del orden natural y de la sociedad, el odio de clases, el pragmatismo excesivo, las falsas dialécticas, el materialismo histórico y dialéctico, el combate a la tradición, la heterodoxia religiosa, pero sobre todo el ataque al sacerdocio, primero; a la doctrina católica, después; y por último, a la Iglesia per se e in totum.
De nuevo: Medidas y posiciones todas estas que sólo un marxista o un liberal (no conservador) podrían haber llevado a cabo y celebrar.
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¿Cómo es posible que tantos hombres ideológicamente opuestos –al menos, en las formas- puedan proclamarse peronistas sin caer en incoherencia ¨doctrinaria? El propio Perón, definiendo al peronismo como una estructura abierta, definía a la doctrina de la siguiente forma: ¨Las doctrinas no son eternas sino en sus grandes principios, pero es necesario ir adaptándolas a los tiempos, al progreso y a las necesidades (…) Las doctrinas son movimiento, son acción, no sólo pensamiento¨[13].
Sin dudas que esta aclaración dejaba a salvo al peronismo y a su líder de cualquier traición a los principios que se le hubiera adjudicado en el pasado, pero muy particularmente, en cara al futuro.
Como conclusión, creemos que la retórica inicial de Perón contra el comunismo, más que a una sincera convicción, respondió a motivos de orden práctico –fiel a su personalidad y modus operandi-; es decir, pretender ganar las simpatías –y/o moderar las antipatías- de los dos sectores más importantes de la época en el país (particularmente dentro del Ejército): el liberal y el nacionalista (tanto del moderado como del abiertamente filo fascista). Una vez llegado al poder, su giro hacia la izquierda será cada vez más visible[14].
Como primer reflejo, podrán ensayar 10000 explicaciones en torno a ésta y otras controvertidas acciones y posiciones de Perón y su movimiento. Empero, éstas quedarán en gran medida descartadas volviendo los ojos hacia los sinnúmero de hechos concretos, objetivos y verificables.
El objeto de estos artículos, si acaso persiguiéramos alguno, no es demonizar a Perón, sino recordarles a muchos compatriotas que Perón fue humano –demasiado humano, tal vez-, y no el guerrero, patriota y semidios que algunos –sin admitirlo- cree.
NOTAS:
[1] No costará mucho trabajo encontrar en la acción de Perón casi todos los denominadores comunes de las falacias. Al recién mencionado, impone seguidamente la ¨dialectización¨, presentando solo dos polos, presentados casi siempre como opuestos: oligarquía o pueblo; Braden o Perón. Sin dudas que el papel del ¨sentimentalismo¨, es clave en el esquema trazado por Perón: se hace hablar a las emociones acallando la razón. Por último, la matematización o numerolatría, según lo cual las mayorías tienen razón por el mero hecho de serlo, y todo lo hecho para las mayorías, siempre es bueno.
[2] Eva Perón, La palabra, el pensamiento y la acción de Eva Perón, Buenos Aires, 1951, p. 70; y J. D. Perón, Filosofía…, pp. 125-126. Si bien es cierto que de una interpretación literal no siempre se logra comprender la intención y significación de las palabras, habrá que convenir en que tal sentencia, sin las debidas distinciones, guardan un indudable sabor marxista.
[3] J. D. Perón, Doctrina…, pp. 110-112
[4] Al igual que los forjistas, rescataban gran parte del legado de don Hipólito Irigoyen y no eran anti-partidocráticos, como los sectores más encumbrados del nacionalismo ¨integrista¨ o ¨restaurador¨.
[5] Al que hasta el día de hoy suele acusarse de relegar el tema ¨económico¨ poco más que al ostracismo; parte de lo cual es cierto.
[6] Pretender que todos ellos eran hombres de misa diaria, es cuanto menos de badulaque.
[7] Si bien la Cuarta Internacional surge a fines de los años 30´, se vuelve –en gran medida- verdaderamente operativa luego de la 2da. Guerra Mundial. Entre otras características propias del trotskismo, además de su concepción de ¨revolución permanente¨, creen que la revolución debe aplicarse no en una nación sino en todas; debe ser verdaderamente internacionalista. Para ello les es permitido tomar la bandera del antiimperialismo en cada país y pretender defender su soberanía, aun mezclándose con los ¨nacionalistas¨;. Si la revolución no trasciende en los países principales, fracasará irremediablemente. Es básicamente una estrategia para diluir y captar al mismo tiempo a los elementos nacionalistas.
[8] Estos ¨guiños¨ de Perón hacia los ¨buenos muchachos¨ de la izquierda –¨gestos¨ a los que muchos quitan importancia- fueron decisivos, y motivaron a un sinnúmero de jóvenes a tomar las armas.
[9] Eva Perón, Historia del Peronismo, Buenos Aires, 1971 (conferencia de 1951, p. 59.
[10] Citado de Cristián Buchrucker, Nacionalismo y peronismo, p. 326.
[11] J. D. Perón, El pueblo ya sabe, pp. 175-177 y 118-119.
[12] J. D. Perón, Doctrina Peronista, Buenos Aires, 1979 (1ra. Ed. 1949) p. 70 (discurso del 11 de septiembre de 1948). Si bien Perón esboza algunas críticas hacia la Revolución Francesa, coincide en lo esencial.
[13] J. D. Perón, Conducción…, pp. 68-69.
[14] La relación de Perón y la izquierda luego de 1955, su colaboración y quiebre final, será tema para otro artículo.
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