Consideraciones sobre el sufragio universal
I. Si es moralmente lícito para el católico ejercer el derecho al voto ―i.e., votar― en el sistema llamado de «sufragio universal».
Respuesta: Sí, es moralmente lícito.
Fundamentos:
1. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2240: «La sumisión a la autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país…»[1].
Nótese que en este numeral del CEC se sostiene no sólo la licitud, sino que incluso se habla de una exigencia moral del ejercicio del derecho al voto ―sobre lo cual volveremos―. Y es claro que, situándose esta afirmación magisterial de la Iglesia en un contexto en el que el sistema de votación vigente es, en general, el llamado de «sufragio universal», es, por tanto, conforme enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, no sólo lícito, sino incluso una exigencia moral para el católico, ejercer el derecho al voto ―i.e., votar― en el sistema llamado de «sufragio universal».
2. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, del 24 de noviembre de 2002, I, 1: «Las actuales sociedades democráticas, en las que loablemente todos son hechos partícipes de la gestión de la cosa pública en un clima de verdadera libertad, exigen nuevas y más amplias formas de participación en la vida pública por parte de los ciudadanos, cristianos y no cristianos. En efecto, todos pueden contribuir por medio del voto a la elección de los legisladores y gobernantes y, a través de varios modos, a la formación de las orientaciones políticas y las opciones legislativas que, según ellos, favorecen mayormente el bien común»[2].
3. Pío XII, Discurso a los párrocos y predicadores de Roma, del 10 de marzo de 1948: «Es vuestro derecho y deber llamar la atención de los fieles sobre la extraordinaria importancia de las próximas elecciones y la consiguiente responsabilidad moral de todos aquellos que tienen derecho a votar. Sin duda la Iglesia pretende permanecer fuera y por encima de los partidos políticos; pero ¿cómo podría permanecer indiferente ante la composición de un Parlamento, al que la Constitución confiere el poder de legislar sobre cuestiones que conciernen tan directamente a los más altos intereses religiosos y a las condiciones de vida de la propia Iglesia en Italia? También hay otras cuestiones difíciles, especialmente problemas y luchas económicas, que afectan estrechamente el bienestar del pueblo. […]. De todo esto se sigue: 1. Que, en las presentes circunstancias, es una obligación estricta para quienes tienen derecho a ello, hombres y mujeres, participar en las elecciones. Quien se abstiene de ello, especialmente por indolencia o cobardía, comete un pecado grave, una falta mortal»[3].
Así el Papa Pío XII no sólo admite la licitud, sino que incluso reconoce la estricta obligación de ejercer el derecho al voto: y se trata de una obligación grave, bajo pecado mortal.
Vale aclarar, por lo que dice a continuación el Discurso, que Pío XII parece dar a entender que esta grave obligación moral se aplica cuando hay «candidatos que ofrezcan garantías verdaderamente suficientes para la protección de los derechos de Dios y de las almas, para el verdadero bien de las personas, de las familias y de la sociedad, según la ley de Dios y la doctrina moral cristiana»[4], existiendo el riesgo de que otros candidatos indignos ocupen el lugar de gobernantes y no los primeros, frente a lo cual los católicos deben apoyar a los primeros con su voto ―lo mismo nos parece que vale para la «exigencia moral» de la que habla el CEC en el pasaje citado en primer lugar―. De modo que parece que no siempre, sino sólo en determinadas circunstancias sería una grave obligación del católico votar ―bajo pena de pecado mortal―, lo cual supone la licitud del votar, en sí mismo considerado.
En este mismo sentido decía el P. Royo Marín, O.P.: «En los países donde funcione el sufragio universal es gravísimo deber de los católicos votar a los candidatos que ofrezcan toda clase de garantías sobre la defensa de los derechos de Dios y de la Iglesia, y cometerían fácilmente un verdadero pecado mortal votando a los indignos o absteniéndose simplemente de emitir su voto, con peligro de contribuir al triunfo de los candidatos anticatólicos»[5].
Por tanto, conforme a la enseñanza de la Iglesia, sostener que es intrínsecamente malo votar en el sistema llamado de «sufragio universal» no es correcto.
II. Si es moralmente lícito votar a un candidato que comporta algunos males, siendo, sin embargo, el menos indigno.
Respuesta: Sí, servatis servandis. Vale aclarar que, en este caso, no se votaría por un supuesto «mal menor». En efecto, nunca se elige ni se quiere el mal por sí mismo, por muy «menor» que quizá parezca. Lo que se vota es un determinado candidato en cuanto comporta algunos bienes o, al menos, la no promoción de algunos males ―lo cual tiene razón de bien―: estos bienes son los que justifican subjetivamente el votarlo[6], a pesar de algunos males que puede llegar a comportar tal candidato ―de modo que no es por estos males por los que se lo vota―.
Dice al respecto el P. Garrigou-Lagrange, O.P.: «Los actos humanos están especificados, en efecto, por su objeto, y si este es esencialmente malo bajo el punto de vista moral, el acto por él especificado es moralmente malo. Pero si en una cosa o persona (por ejemplo, en un candidato de elecciones) hay todavía un aspecto suficientemente bueno como para que se pueda no escoger positivamente, sino tolerar el mal que en ella hay, se puede tener así un recurso para evitar un mal mayor, siempre que sea imposible evitarlo por otros medios. Pero uno debe esforzarse en buscar esos otros medios o en hacerlos aparecer, para que no se prolongue esa situación crítica, con la que podemos cooperar al desorden. Por ejemplo, se debe hacer lo posible que se presenten buenos candidatos a elecciones»[7].
En cuanto a los bienes que ante todo han de justificar la elección, cabe señalar los que el Magisterio de la Iglesia propone para los políticos católicos como no negociables: «el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables»[8].
También podemos citar aquí lo que decía al respecto la Congregación para la Doctrina de la Fe en la Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política ya referida (II, 4): «En tal contexto, hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. Ni tampoco el católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del Evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y realizada.
Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni estas pueden recibir, en cuanto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos “los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio”. Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre “obra de la justicia y efecto de la caridad”; exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política»[9].
Por todo lo dicho parece claro que, según el Magisterio de la Iglesia Católica, el católico está moralmente obligado a apoyar con su voto a los candidatos que presenten estos valores fundamentales como programa de gobierno, al menos cuando cabe la posibilidad de que otros candidatos que no los presentan ni favorecen puedan ocupar el gobierno y, consecuentemente, ir en contra de dichos valores en su gestión gubernamental.
La pregunta que cabe hacerse es qué ha de hacer el católico cuando ninguno de los candidatos defiende en su programa de gobierno todos estos valores fundamentales que acabamos de referir. En ese caso entendemos que valen las aclaraciones que al respecto dieron tanto Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la nota final de su Carta «Dignidad para recibir la Sagrada Comunión. Principios Generales», como las que, en esa misma línea, dieron los obispos de los Estados Unidos en el documento titulado «Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles. Llamado de los obispos católicos de los Estados Unidos a la responsabilidad política». Las citamos a continuación.
«Un católico sería culpable de cooperación formal en el mal, e indigno para presentarse a la Sagrada Comunión, si deliberadamente votara a favor de un candidato precisamente por la postura permisiva del candidato respecto del aborto y/o la eutanasia. Cuando un católico no comparte la posición a favor del aborto o la eutanasia de un candidato, pero vota a favor de ese candidato por otras razones, esto es considerado una cooperación material remota que sólo puede ser admitida ante la presencia de razones proporcionalmente graves»[10].
«Puede haber ocasiones en que un católico que rechaza una posición inaceptable de un candidato incluso sobre políticas que promueven un acto intrínsecamente malo decida razonablemente votar a favor de ese candidato por otras razones moralmente graves. Votar de esta manera sería solamente aceptable si verdaderamente existen razones morales graves, y no para promover intereses mezquinos o las preferencias de un partido político o para ignorar un mal moral fundamental.
Cuando todos los candidatos tienen una posición que favorece un mal intrínseco, el votante concienzudo afronta un dilema. El votante puede decidir tomar el extraordinario paso de no votar por ningún candidato o, tras deliberar cuidadosamente, puede decidir votar por el candidato que piense que sea quien probablemente menos promueva tal posición moralmente defectuosa y que sea quien probablemente más apoye otros bienes humanos auténticos»[11].
* * *
A.M.D.G.
[1] Las negritas son nuestras. «Submissio auctoritati et corresponsabilitas boni communis moraliter exigunt tributorum solutionem, exercitium iuris suffragii, defensionem nationis…».
[2] Las negritas son nuestras.
[3] Las negritas son nuestras. «È vostro diritto e dovere di attirare l’attenzione dei fedeli sulla straordinaria importanza delle prossime elezioni e sulla responsabilità morale che ne deriva a tutti coloro i quali hanno il diritto di voto. Senza dubbio la Chiesa intende restare al di fuori e al di sopra dei partiti politici; ma come potrebbe rimanere indifferente alla composizione di un Parlamento, al quale la Costituzione dà il potere di legiferare in materie che riguardano così direttamente i più alti interessi religiosi e le condizioni di vita della Chiesa stessa in Italia? Vi sono poi anche altre ardue questioni, soprattutto i problemi e le lotte economiche, che toccano da vicino il benessere del popolo. […]. Da tutto ciò consegue: 1. Che, nelle presenti circostanze, è stretto obbligo per quanti ne hanno il diritto, uomini e donne, di prender parte alle elezioni. Chi se ne astiene, specialmente per indolenza o per viltà, commette in sé un peccato grave, una colpa mortale».
[4] «…candidati, che offrono garanzie veramente sufficienti per la tutela dei diritti di Dio e delle anime, per il vero bene dei singoli, delle famiglie e della società, secondo la legge di Dio e la dottrina morale cristiana».
[5] Teología moral para seglares, tom. I, BAC, Madrid, 19643, n. 869, p. 689. Las negritas son nuestras.
[6] Incluso en el caso de que alguien votara a un determinado candidato por los males objetivos que implica ―v.gr., la legalización o promoción del filicidio prenatal―, incluso entonces se lo votaría en cuanto tales males son juzgados erróneamente como bienes, o porque se piensa que redundarán en determinados bienes, reales o aparentes ―lo cual no hace, evidentemente, que tal elección deje de ser, objetivamente, moralmente desordenada―. El fundamento de lo anterior está en que el fin siempre tiene razón de bien, real o aparente.
[7] El amor de Dios y la mortificación, Gladium, Bs. As., 1938, p. 103.
[8] Benedicto XVI, Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, n. 83. Las negritas son nuestras.
[9] Las negritas son nuestras.
[10] Carta «Dignidad para recibir la Sagrada Comunión. Principios Generales», del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Card. Joseph Ratzinger, al Card. Theodore McCarrick, Arzobispo de Washington y presidente del Comité de Política Doméstica, y a Mons. Wilton Gregory, Obispo de Belleville y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, de junio de 2004, con ocasión de la reunión plenaria que este organismo celebró en Denver del 14 al 19 de junio de 2004. Las negritas son nuestras.
[11] Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles. Llamado de los obispos católicos de los Estados Unidos a la responsabilidad política, nn. 35-36. Las negritas son nuestras.
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