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Benedicto XVI – Conversaciones con Peter Seewald

A continuación transcribimos algunas respuestas que dio el Papa emérito Benedicto XVI al periodista y biógrafo alemán Peter Seewald sobre temas para los que usualmente se inventan teorías acomodaticias.

Seewald declaró que «ha tenido miedo de que sin unas últimas palabras de él sobre su renuncia quedara una sombra que oscureciera su trabajo». Es decir, que sin esta publicación se logren imponer las mentiras sobre el enorme pontificado del Papa emérito Benedicto XVI.

«La afirmación central de Benedicto –explica Seewald– es: me pude ir porque no estaba bajo presión. Estaba debilitado, física y mentalmente, lo describe vívidamente, pero no se sentía bajo presión política. Porque bajo esa presión, dice, uno no debe ser débil».

 

SU RENUNCIA

Sin embargo, algunos medios italianos especulan con la posibilidad de que el trasfondo verdadero de su renuncia haya que buscarlo en el caso Vatileaks, del que no solo forma parte el caso Paolo Gabriele, sino que incluye problemas económicos e intrigas en la Curia. La gota que habría colmado el vaso habría sido, según tales especulaciones, el informe de trescientas páginas redactado por la comisión encargada de investigar estos asuntos, que le habría conmocionado hasta el punto de ver ya otra salida que dejar paso a un sucesor.

 No, eso no es cierto, en absoluto. Al contrario, estos asuntos estaban completamente esclarecidos. En aquel entonces – dije – creo que fue a Ud. mismo – que no se debe dimitir cuando las cosas van mal, sino cuando la tempestad se ha calmado. Pude renunciar porque el sosiego había vuelto a esta situación. No cedí a ninguna presión ni tampoco hui por incapacidad de manejar ya estas cosas.

Algunos periódicos hablaron incluso de chantaje y conspiración

 Todo eso es enteramente absurdo. No, en realidad es un asunto prosaico – debo decir – que una persona, por cualesquiera razones, imaginara que debía ocasionar un escándalo para así purificar a la Iglesia. Pero nadie intentó chantajearme. Yo tampoco me habría prestado a ello. Si alguien hubiera intentado algo así, yo no habría entrado al trapo, porque no puede ser que uno quede sometido a semejante presión. Tampoco es cierto que estuviera decepcionado ni nada por el estilo. Al contrario, gracias a Dios la decisión se tomó con el ánimo pacificado y con la sensación de haber superado el problema. Con la certeza de que podía entregar realmente tranquilo el timón al siguiente.

Uno de los reproches que se le hacen es que su renuncia ha contribuido a secularizar el papado. Este habría dejado de ser un ministerio incomparable para convertirse en un cargo como otro cualquiera.

 Eso tenía que asumirlo y ponderar si de ese modo, digámoslo así, el funcionalismo se extendía por completo al ministerio papal. Pero ya se había dado un paso análogo con los obispos. Antaño tampoco el obispo podía renunciar a su ministerio, y había una serie de obispos que decían: <<Soy “padre” y voy a seguir siéndolo. Uno no puede dejar de serlo sin más. Eso equivaldría a una funcionalización y mundanización, a una suerte de concepción funcionarial que no se le debe aplicar al obispo>>. A eso tengo que objetar que también un padre biológico deja de serlo llegado un momento. Nunca deja de ser padre, por supuesto, pero sí que se libera de la responsabilidad concreta. Siguen siendo padre en un sentido profundo e íntimo y con una relación y una responsabilidad especiales, pero no con las tareas de antes. Y así ocurrió también con los obispos.

En cualquier caso, entretanto todo el mundo ha comprendido que el obispo es portador de una misión sacramental, que, por una parte, le sigue comprometiendo interiormente, pero que, por otra, no puede mantenerlo atado eternamente a la función. Y así, pienso que está claro asimismo que el papa no es un superhombre y que su existencia no basta por sí sola, sino que también tiene que desempeñar funciones. Si renuncia al ministerio, mantiene en un sentido interior la responsabilidad que asumió en su día, pero no la función. Visto así, se entenderá poco a poco que el ministerio papal no ha perdido nada de su grandeza, aunque quizá haya hecho más patente la humanidad del ministerio.

Inmediatamente después del anuncio de su decisión, la Curia se retiró como es costumbre después del Miércoles de Ceniza, para hacer los ejercicios espirituales de Cuaresma. ¿Hablaron con Ud. De su renuncia al menos allí?

 No, los ejercicios son unos días de silencio y escucha, de oración. Formaba parte de la planificación, por supuesto, que hubiera una semana de silencio en la que todos, al menos obispos, cardenales y colaboradores de la Curia, pudieran dedicarse a asimilar interiormente aquello. Que durante unos días todo lo exterior quedara a un lado y que los miembros de la Curia se pusieran juntos ante el Señor.

En este sentido, resultó para mí conmovedor y bueno que reinara el retiro y el silencio y que nadie pudiera molestarme, porque no había audiencias y todo estábamos apartados del ajetreo diario y nos encontrábamos apartados del ajetreo diario y nos encontrábamos interiormente muy cercanos, ya que rezábamos y escuchábamos meditaciones juntos cuatro veces al día, pero, por otra parte, cada cual estaba ante el Señor en su responsabilidad personal.

Así pues, debo decir que la planificación fue bastante buena. A posteriori me parece incluso mejor de lo que pensé al principio.

¿Se ha arrepentido en algún momento de su renuncia, siquiera por un minuto?

 ¡No! No, no. Todos los días veo que fue la decisión correcta.

O sea, que no ha habido ningún momento en que quizá se haya dicho a sí mismo…

 No, en absoluto. Lo había reflexionado durante bastante tiempo y lo había hablado con el Señor.

¿Hubo algún aspecto que no tomara en consideración, algo en lo que quizá solo hay caído a posteriori?

No.

¿Consideró también, pues, la posibilidad de que en el futuro puedan planteársele a un papa exigencias de dimisión justificadas?

 A las exigencias no puede uno plegarse, por supuesto. Por eso, en mi discurso subrayé que era algo que hacía libremente. Uno nunca debe irse si se trata de una huida. Nunca se debe ceder a las presiones. Uno solo puede marcharse cuando nadie lo exige. Y a mí nadie me lo exigió. Nadie. Fue una sorpresa absoluta.

Pero es posible que el hecho de que su renuncia propiciara de inmediato un giro hacia otro continente fuera una sorpresa incluso para Ud., ¿no?

 En la santa Iglesia hay que contar con todo.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Bs.As., Agape Libros,  2016, pp. 52-56)

 

REFORMAR LA IGLESIA

 Como ya ha dicho, Ud. supuso que, a causa sobre todo de su edad, no tenía ante sí un ministerio demasiado largo. Esta conciencia influyó en su pontificado. ¿Fue un error adoptar esta actitud? Habría podido llamar a la reforma y al menos crear comisiones para impulsarla, como ha hecho el papa Francisco.

Cada cual posee su carisma. Francisco es un hombre de la reforma práctica. Fue arzobispo durante mucho tiempo, conoce el oficio; ya antes había sido provincial en la Compañía de Jesús y también tiene el valor preciso para afrontar los asuntos organizativos. Yo sabía que ese no era mi punto fuerte. Y tampoco era necesario. Pues ya existía la reforma de la Curia llevada a cabo por Juan Pablo II, que se recoge en la constitución apostólica Pastor Bonus. No me habría parecido correcto volver a poner todo patas para arriba después de tan poco tiempo. Es cierto que no podía acometer grandes asuntos organizativos a largo plazo. Pero también consideraba que no era el momento adecuado para hacerlo.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Agape Libros, Bs.As., 2016, pp. 237-238)

Como papa, ¿ha sido Ud. un reformador, un conservador o, como opinan sus críticos, un fracasado?

No puedo verme como un fracasado. Desempeñé el misterio petrino ocho años. En ese tiempo hubo muchas situaciones difíciles, si se piensa, por ejemplo, en los escándalos de pedofilia, en el estúpido caso Williamson o en los Vatileaks. Pero en conjunto fue también un período de tiempo en el que numerosas personas reencontraron el camino hacia la fe y existió un gran movimiento positivo.

¿Reformador o conservador?

Siempre es preciso hacer ambas cosas. Hay que renovar, por lo que he intentado abrir camino hacia delante desde una reflexión moderna sobre la fe. Al mismo tiempo se necesita también continuidad; es importante no permitir que se desgarre la fe, que se quebrante.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Bs. As., Agape Libros, 2016, p. 287)

 

¿SOLO UN PROFESOR?

 El antiguo nuncio Karl Josef Rauber, que lo conoce desde el concilio, dijo sobre Ud.: <<Joseph Ratzinger es un erudito absolutamente íntegro, pero en realidad solo le interesa investigar y escribir>>.

 (se ríe). No, eso no es cierto, por supuesto que no. Ni siquiera sería posible. Uno no puede por menos de hacer muchas cosas prácticas, lo que también alegra. Visitar parroquias, hablar con personas, impartir catequesis, mantener encuentros de todo tipo. Justamente las visitas a las parroquias son una parte bonita del ministerio, que depara asimismo gran satisfacción. Nunca he sido solo profesor. Si lo fuera, se estaría equivocando. Al encargo sacerdotal le es inherente siempre una cierta medida de trabajo pastoral, de liturgia, de conversaciones con las personas. Quizá he pensado y escrito demasiado; es posible. Pero decir que no hecho más que eso tampoco sería verdad.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Agape Libros, Bs.As., 2016, pp. 238-239)

 

 

LA MISA TRIDENTINA Y LA FRATERNIDAD SAN PIO X

 Una pregunta sobre la reautorización de la misa tridentina: este esfuerzo tuvo algo de titubeante. ¿Se debió a las resistencias dentro de la propia Iglesia?

 Sin duda, porque existe, por una parte, el miedo a una restauración y luego, por otra, gente que entiende equivocadamente la reforma. No se trata de que ahora haya otra misa. Son dos modos de celebrarla ritualmente, pero que forman parte de un rito básico. Siempre he dicho y sigo diciendo que es importante que cuanto en la Iglesia antes era lo más sagrado para las personas no se convierta de repente en algo prohibido. No puede ser que una sociedad prohíba lo que antes consideraba esencial. La identidad interior del otro debe permanecer visible. De ahí que para mí no se trataba de consideraciones tácticas y Dios sabe qué, sino de la reconciliación interior de la Iglesia consigo misma.

La reautorización de la antigua misa se interpreta con frecuencia sobre todo como una concesión a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

 ¡Eso es absolutamente falso! Para mí era importante que la Iglesia estuviera en armonía consigo misma, con su propio pasado. Que lo que antes era sagrado para ella no se consideraba ahora algo erróneo. El rito no puede sino evolucionar. En este sentido, la reforma era conveniente. Pero no se puede quebrar la identidad. La Fraternidad Sacerdotal San Pío X se basa en que hay gente que tiene la sensación de que la Iglesia se ha negado a sí misma. Eso no puede ser. Pero, como ya he dicho, mi intención no era de naturaleza táctica; antes bien, lo que me preocupaba era el asunto en sí. Por supuesto, ese es también un punto en el que, en el momento en que se ve aflorar una escisión eclesial, el papa está obligado a hacer lo posible por impedirla. De ello forma parte asimismo el intento de reintegrar a estas personas, si es posible, a la unidad de la Iglesia.

Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se quejaba Ud. del empobrecimiento y mal uso de la liturgia. Al fin y al cabo, la liturgia es, a su juicio, el eje y quicio de la fe; de ella depende el futuro de la Iglesia. Si esto es así, ¿por qué ha acontecido tan poco en este terreno? Ud. tenía todo el poder para obrar cambios.

Institucional y jurídicamente no se puede hacer tanto. Lo importante es que surja una visión interior de qué es la liturgia, de lo que realmente significa, que las personas lo aprendan desde dentro. Justo por ese motivo he escrito también libros al respecto. Por desgracia, todavía existen esas actitudes tensas de determinados grupos de supuestos especialistas que absolutizan sus teorías y no ven qué es lo esencial. Que no se trata de permitir jugueteos privados cualesquiera, sino de que la liturgia colme la Iglesia y sea celebrada desde dentro. Pero eso no se puede imponer por decreto.

Uno pensaría que el papa tiene plenos poderes para ello, que puede hcaer valer su autoridad.

 No.

¿No es posible?

No, no es posible.

En lo que respecta al ecumenismo, en su pontificado se hicieron numerosos avances, aunque muchos de ellos no tuvieron apenas eco. ¿Qué es lo más le ha decepcionado en el proceso ecuménico?

 En este punto soy difícil de decepcionar, porque conozco bien la realidad y sé qué es lo que se puede esperar en concreto y qué no. La situación que tenemos con los protestantes es muy diferente de la que hay con los ortodoxos. También los obstáculos para acercarnos unos a otros son de naturaleza distinta. En el caso de los protestantes, diría que el principal problema es, en realidad, su desunión interna. Uno siempre habla tan solo con una realidad parcial, que, a su vez, se contrapone a otras realidades parciales. Como es sabido, atraviesan una grave crisis. Esto puede causarle decepción a uno, por supuesto. Pero quien conoce la realidad no debería esperar una unificación de las Iglesias en el sentido verdadero de la palabra. Hay que luchar para que no dejemos de escucharnos unos a otros, de aprender unos de otros. Para que justo lo esencial, la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, no se pierda, y a partir de ahí surjan las indicaciones básicas para lo práctico.

Sin embargo, al principio de su pontificado habló Ud. muy esperanzado de signos concretos y visibles de una reunificación.

 Si se compara la situación actual con la que existía antaño, sí que hemos avanzado. Por otra parte, la Iglesia protestante en Alemania atraviesa una profunda crisis. ¿Hacia dónde se encamina? ¿Qué se puede modernizar? ¿En qué cuestiones hay que ofrecer resistencia? Ahí se dan las fuerzas más opuestas. Existen fuerzas que ya están muy próximas a nosotros y otras que se alejan crecientemente.

 

IGLESIA ORTODOXA RUSA

Por lo que atañe a la relación con la Ortodoxia en Rusia, parecía por momentos que todavía en su pontificado podría producirse un encuentro entre el papa y el patriarca de Moscú.

 Sí, sí, en efecto. Existe una cierta simpatía personal, como ya he apuntado, y también un saber compartido de qué es cristianamente esencial, de que debemos atenernos a los grandes conocimientos, también morales, al matrimonio y la familia, etc. En esos terrenos existen grandes afinidades básicas. Máxime dado que en Rusia se hizo visible qué ocurre cuando se abandona todo eso. Por otra parte, los lastres tanto históricos como institucionales son tan grandes que conviene ser muy cautos con las esperanzas concretas.

Pero en este punto hay que mencionar en especial la evolución del todo positiva que ha experimentado la relación entre Roma y Bizancio. Entre las Iglesias de Roma y Constantinopla ha surgido una relación en verdad fraternal. El patriarca Bartolomé I no solo es una persona de vastísima cultura, sino un auténtico hombre de Dios. Me siento feliz y agradecido de que estemos unidos por una verdadera amistad personal. Incluso vino a verme aquí, a este pequeño monasterio.

 

LA VIDA DE JESÚS

Uno de los acontecimientos descollantes de su pontificado es la gran obra sobre Jesucristo, publicada en tres volúmenes, que seguramente será una de las obras de referencia de la fe cristiana para generaciones de sacerdotes y laicos. Pues la primera vez en la historia que un papa ofrece un estudio decididamente teológico sobe el fundador de la Iglesia. La obra llegó a millones y millones de lectores del mundo entero y señaliza un giro en la consideración de – y la manera de abordar – los evangelios, de cuya autenticidad no deja Ud. dudas y cuyas afirmaciones reinterpreta para la Modernidad. El proyecto surgió ya antes del comienzo del pontificado. ¿No se planteó si es adecuado que un papa escriba libros?

 Sabía que debía escribir esta obra, por lo que nunca dudé de que fuera adecuado hacerlo.

La aparición del primer volumen, en 2007, coincidió con su octogésimo cumpleaños. Con todas sus obligaciones, ¿cómo encontró tiempo para este trabajo?

 Eso me pregunto yo también. O sea, que de algún modo el buen Dios me ayudó de forma especial a ello. Para mí era muy, muy importante poder llevar a término este proyecto. Pues así como la liturgia – en cuanto lugar en el que la Iglesia tiene experiencia de sí – es fundamental y nada funciona ya cuando la liturgia deja de ser ella misma, así también ocurre que, si no conocemos ya a Jesús, la Iglesia está acabada. Y el peligro de que determinados tipos de exégesis nos lo destruyan y desgasten sin más de tanto hablar de él es inmenso. Por eso tenía que involucrarme un poco en la guerra de guerrillas de los detalles. Aquí no basta con interpretar espiritualmente el dogma. Hay que implicarse en esa disputa, sin perderse en los detalles exegéticos, pero sí hasta el punto de hacer ver que el método histórico no nos prohíbe la fe.

¿Le hicieron algún tipo de trabajo preparatorio?

 No. Yo siempre he formado parte del gremio (P.S.: de los teólogos) y nunca he dejado de seguir los debates y los nuevos conocimientos; en esa medida, estaba preparado para ello.

  (Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Agape Libros, Bs.As., 2016, pp. 248-253)

 

 

RETROCESO DE LA FE Y EL FUTURO DEL CRISTIANISMO

 Papa Benedicto, ya en la década de 1950 profetizó Ud. un enorme retroceso de la fe en grandes regiones de Europa. Eso le reportó fama de pesimista. Hoy se constata que su visión de la <<Iglesia pequeña>> – que pierde muchos de sus privilegios, es combatida y congrega un número cada vez menor de fieles – ha terminado por resultar cierta.

 Sí, en efecto. Y yo diría que la descristianización continúa avanzando.

¿Cómo ve hoy el futuro del cristianismo?

 Salta a la vista que hoy el cristianismo ya no es sinónimo de cultura moderna y que la forma fundamental cristiana ha dejado de ser determinante. En la actualidad vivimos en una cultura positivista y agnóstica, que se muestra crecientemente intolerante con el cristianismo. En este sentido, la sociedad occidental, al menos en Europa, ya no será sin más una sociedad cristiana. En tanta mayor medida tendrán entonces que esforzarse los creyentes por seguir formando y sosteniendo la conciencia de los valores y la conciencia de la vida. Será importante que las distintas parroquias e Iglesias locales vivan su fe con mayor decisión. La responsabilidad será mayor.

¿Cuál sería para Ud. a posteriori el hilo conductor, el rasgo distintivo de su pontificado?

 Diría que el <<Año de la fe>> expresa bien esto: un nuevo estímulo para creer, una vida desde el centro, desde lo dinámico, redescubrir a Dios, redescubrirlo en Cristo, o sea, encontrar de nuevo la centralidad de la fe.

¿Se ve Ud. como el último papa de una era antigua o como el primero de una nueva era?

 Diría que estoy entre dos épocas.

¿Cómo un puente, como una suerte de vínculo entre mundos?

 Yo no pertenezco ya al mundo antiguo, pero tampoco el nuevo existe realmente aún.

¿Es la elección del Papa Francisco quizá el signo externo de un cambio de época?¿Comienza definitivamente con él una nueva era?

 La división de la historia en épocas siempre se lleva a cabo a toro pasado; es entonces cuando se cobra conciencia de que la Edad Media comenzó en tal momento o la Modernidad en tal otro. Solo a posteriori se ve cómo han transcurrido los movimientos. Por eso, no me atrevería yo ahora a afirmar tal cosa. Pero es evidente que la Iglesia está saliendo progresivamente del antiguo sistema europeo de vida y, en esa misma medida, adquiriendo otra figura, de modo que en ella viven ahora formas nuevas. Vemos sobre todo cómo avanza la descristianización de Europa, que en el continente europeo lo cristiano desaparece cada vez más de la esfera pública. Eso obliga a la Iglesia a encontrar una nueva forma de presencia, a alterar su modo de presencia. Está en marcha un cambio de periodo histórico. Pero aún no sabemos a partir de qué momento puede decirse que ha comenzado lo nuevo.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Agape Libros, Bs.As., 2016, pp. 280-282)

 

 LA SOLEDAD CON DIOS

 El papa tiene mucha gente a su alrededor, se reúne sin cesar con personas importantes. Pero ¿no hay también momentos de soledad en los que uno, en lo más hondo de su ser, puede sentirse terriblemente solo?

Si, pero gracias a que me siento tan vinculado con el Señor, nunca estoy del todo solo.

Quien cree, ¿no está solo?

 Así es, en verdad. Uno sencillamente sabe; no soy yo quien hace esto. Solo no podría hacerlo. Él siempre está ahí. No tengo más que escuchar y abrirme de par en par a él. Y luego compartir las cosas con los colaboradores más estrechos.

¿Cómo se logra esa escucha, ese abrirse de par en par a Dios? Si pudiera dar Ud. un consejo a ese respecto…

(Se ríe).

¿Cuál es la mejor manera de hacer eso?

 Pues suplicando al Señor – ¡tienes que ayudarme ahora! – y recogiéndose interiormente, permaneciendo en silencio. Y luego de cuando en cuando se puede llamar a la puerta con la oración y demás, y suele funcionar.

¿A qué le habría gustado dedicarse más intensamente en su vida?

 A la ciencia teológica, sin duda. <<Revelación>>, <<Escritura>>, <<tradición>> y <<teología como ciencia>> forman el complejo temático sobre el que habría querido trabajar científicamente más a fondo, algo que no pude hacer. Pero, a pesar de todo, estoy contento con el camino que he recorrido. El buen Dios quiso para mí esta otra tarea. Y para mí ello ha sido, evidentemente, lo adecuado.

Pero después de tantas décadas, ¿no se pierde también un poco la confianza en el propio gremio, en la fuerza de la teología y de los teólogos? Cuando uno se pregunta: <<¿Qué hemos conseguido realmente?>>…

La teología universitaria alemana atraviesa, a buen seguro, una crisis y necesita nuevas cabezas, nuevas energías, una nueva intensidad de la fe. Pero la teología misma se halla incesantemente de camino. Le estoy agradecido al buen Dios por lo que he podido hacer, que, aun cuando lo veo en sus humildes dimensiones, ha sido algo más que frutos ocasionales, algo más que trabajos de índole pastoral-espiritual. Lo que he podido hacer es, como ya he dicho, distinto de lo que quería hacer – deseaba ser durante toda mi vida un buen profesor universitario –, pero a posteriori considero que ha estado bien así.

Sin embargo, Ud. ha seguido siendo visto como un profesor. Se le denominaba el <<papa profesor>> o el <<papa teológico>>. ¿Se sentía adecuadamente caracterizado de esa forma?

Yo diría que he intentado ser ante todo un pastor. A ello le es inherente, por supuesto, el apasionado trato con la palabra de Dios, o sea, con lo que un profesor de teología debe hacer. Y a eso se añade el dar testimonio de la fe, el confesar la fe, el ser – en este sentido – un <<confesor>>. Los términos latinos professorconfessor son filológicamente casi sinónimos, aunque la tarea va más en la línea de la confesión.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Bs. As., Agape Libros, 2016, pp. 284-286)

 

Hay una pregunta que nos ocupa sin cesar: ¿dónde está en realidad este Dios del que hablamos, del que esperamos ayuda? ¿Cómo y dónde se le puede ubicar? Ahora contemplamos una porción cada vez más amplia del universo, con sus miles de millones de planetas e innumerables sistemas solares, pero por lo que hemos podido ver hasta la fecha por ninguna parte existe algo que uno pueda imaginarse como el cielo en el que supuestamente tiene Dios su trono.

 (Se ríe). En efecto, porque algo así no existe: un lugar donde él tenga su trono. Dios mismo es el lugar por encima de todos los lugares. Si Ud. contempla el mundo, no ve el cielo, pero por doquier percibe huellas de Dios. En la estructura de la materia, en toda la racionalidad de la realidad. Y también cuando mira a los hombres, encuentra asimismo huellas divinas. Ve el vicio, pero también la bondad, el amor. Esos son los lugares donde está Dios.

Hay que desprenderse enteramente de estas antiguas nociones espaciales, que no sirven ya, aunque solo sea por el hecho de que el universo, si bien no infinito en sentido estricto, sí que es tan grande que nosotros los hombres podemos calificarlo de infinito. Y Dios no puede estar en algún lugar, dentro o fuera, sino que su presencia es de índole distinta.

Es realmente importante que renovemos en muchos aspectos nuestro pensamiento, que eliminemos por completo estas nociones espaciales y entendamos las cosas de un modo nuevo. Así como entre personas existe la presencia anímica -dos hombres pueden estar en contacto aunque se hallen en continentes distintos, porque esa es una dimensión distinta de la espacial-, así tampoco Dios está en un lugar concreto, sino que él es la realidad. La realidad que sostiene toda realidad. Y para esta realidad no necesito un «dónde». Porque estar en un lugar implica siempre una limitación, y ello no se compadece con el hecho de que Dios sea el Infinito, el Creador, el todo, el que engloba todo tiempo, pero no es él mismo tiempo, sino que lo crea y está siempre presente en él.

Creo que aquí hay mucho que cambiar. Al igual que también ha cambiado toda nuestra imagen del ser humano. Ya no tenemos solo seis mil años de historia [P. S.: como metafóricamente sugiere la cronología bíblica], sino muchos más, no sé exactamente cuántos miles o cientos de miles de años más. Dejemos abiertos estos números hipotéticos. Sea como fuere, con estos conocimientos la estructura del tiempo, de la historia, se revela hoy distinta. Es ante todo la teología la que debe ponerse a trabajar más a fondo en estas cuestiones para volver a proporcionar a las personas posibilidades representativas. En este punto, la traducción de la teología y la fe al lenguaje actual presenta todavía enormes deficiencias; es necesario crear esquemas de representación que ayuden a los hombres a entender en la actualidad que no deben buscar a Dios en un lugar concreto. Aquí hay mucho que hacer.

¿Es entonces Dios de algún modo un espíritu, una energía? La fe cristiana habla, en cambio, de un Dios personal.

 Exacto. Precisamente el que sea persona significa que no se puede circunscribir a un lugar concreto. En nosotros los seres humanos, la persona es también lo que trasciende el mero espacio y me abre a la infinitud. Lo que me permite estar aquí y en otro lugar al mismo tiempo. Lo que hace que no esté solo allí donde en este preciso momento se encuentra mi cuerpo, sino que viva con un horizonte muy amplio. Y justo porque Dios es persona, no puedo fijarlo en un lugar físico concreto, pues la persona es lo abarcador, lo diferente, lo mayor.

¿Ud. no se hace ninguna representación de Dios?

No.

¿Como los judíos?

 Sí. Aunque, por supuesto, sí que me hago una representación de Dios en la medida en que Dios está ahí en Jesucristo, en un ser humano.

¿«Quien me ve a mí ve al Padre»?

En efecto. Aquí él es realmente representable.

(Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, Bs. As., Agape Libros, 2016, pp. 288-290)

 




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