Adolescence
Ayer terminé de ver la serie inglesa Adolescence de la plataforma Netflix.
Lo que más atrapa es la forma espectacular en la que fue filmada, sin cortes, lo cual nos va llevando por una variedad de sensaciones y demasiado cerca de la evolución psicológica de los personajes hasta volverse sumamente incómodo.
Se observa una meticulosa aplicación de protocolos para sustraer a un menor de edad de su casa y llevarlo preso, debido a contundentes pruebas de que ha asesinado a otra joven de su escuela.
Las personas que intervienen en el procesamiento de Jamie, el sufrimiento e impotencia del padre que debe ser testigo, el frontal choque con la realidad que representa la prueba del crimen cometido, todo se muestra con una crudeza poco común.
Se revela a los adultos (y a los televidentes a la vez) algunos conceptos que usan los menores para comunicarse y atacarse en las redes sociales como instagram. Algunos de ellos son “incel”, “red pill”, “regla 80/20”.
Y se expone la carencia afectiva de este mundo roto, con un sistema educativo que trata como prisioneros a los adolescentes que, mientras buscan reconocer su identidad, pueden ser presas del bullying, distorsionar mediante el consumo de pornografía las relaciones sexuales y reducirlas a una competencia por obtener logros frente al otro sexo: besar, tocar, desnudar, ver. Pero para validarse frente a los otros y así ser alguien.
Todo un mundo subterráneo, que se escapa del cuidado de los progenitores y la educación, que muchas veces llevan a una desgracia.
Una vez detenido Jamie, una asistente social (creo) lo visitará por quinta y última vez. Esa conversación revela a un joven que ha desarrollado rasgos psicopáticos, que tenía escondidos. Un inteligente y simpático niño de trece años se ha deformado en una mente completamente trastornada, capaz de imponerse a un adulto y ejercer violencia hasta eliminar a otro ser humano, sin remordimiento alguno.
Uno no puede evitar preguntarse: ¿Por qué este joven pasó desapercibido todo el tiempo? Un diálogo de los padres, quebrados, buscando el motivo de que se haya vuelto así, apenas esboza una historia de violencia en la familia paterna, una aceptación sin reparos de que el pequeño de la familia hacía tiempo que se ausentaba de la vida en común, durante horas en la oscuridad, con la computadora que le regalaron. Alejado de todos. Porque “así son los adolescentes”.
La falta de recursos humanos para abordar una historia distinta y la falta de explicación para saber por qué este chico termina así y otro, en las mismas condiciones, no… sencillamente nos dejan pasmados.
¿Cuánto daña una sociedad pansexual que no pone límite alguno a la genitalidad sin amor ni brinda herramientas para reconocer el desorden implícito de estas propuestas (que recaudan millones de dólares de la explotación sexual) o, incluso, la falta absoluta de pudor? ¿Cuál es la causa de esas presiones en los demás para que todos los integrantes de un grupo de niños dejen atrás la más tierna infancia?
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