Nicolás Márquez – Los números del peronismo
EI “cipayo” Juan Perón
Con una inflación que seguía campeando tras el fracaso de los controles de precios, el 22 de Marzo de 1954 Perón llevó adelante unas insólitas expresiones respecto a la fijación de salarios que contrariaban sus voluntaristas dogmas de siempre: “En ningún caso el gobierno participará en la fijación de los salarios. El gobierno no puede analizar por sí mismo la situación de cada empresa. Es ésta una cuestión que debe surgir del acuerdo entre empresario y trabajadores” agregando que “la primera etapa para aumentar el estándar de vida de nuestro pueblo fue de imposición, es decir, de mejoras drásticas en el estándar de vida. Esta etapa ya ha finalizado. Estas medidas drásticas ya no funcionan. Ahora necesitamos sistemas racionales para promover mejoras graduales en nuestros estándares de vida” [637]. Si se presta un poco de atención, esta última declaración suya es realmente imperdible. Al reconocer que “las medidas drásticas” no funcionan: ¿ello significa implícitamente reconocer que estuvo diez años aplicando medidas disfuncionales? Si según sus palabras ahora se necesitaban “sistemas racionales”: ¿quiere decir que el que él venía aplicando desde 1946 era irracional? Y si ahora desechaba las “mejoras drásticas” y decía querer “mejoras graduales” en los estándares de vida: ¿acaso no era este último sistema el que estaba vigente antes del golpe de 1943?, ¿y entonces para qué apoyó ese golpe que interrumpió un esquema que ahora pretendía retrotraer?
Perón siempre fue un discapacitado para la autocrítica, sin embargo de vez en cuando incurría en sorpresivas declaraciones elípticas en donde involuntariamente reconocía sus fracasos. Peor aún, el mismísimo día del trabajador, el 1 de mayo de 1954 Perón se quejaba de que “cada de cuatro dólares que gastamos en importaciones, uno debemos dedicarlo a la adquisición de combustibles” proponiendo que para revertir tan desdichada situación había que abrevar en la inversión extranjera y fustigó a quienes se oponían a tal medida “en razón de un falso nacionalismo que no termino de entender” [638] (en alusión al disconforme legislador John William Cooke). En efecto, a estas alturas, un desesperado Perón no descartaba delegar la explotación del petróleo en manos extranjeras y así lo hizo saber el 3 de Julio en una alocución privatista francamente desconcertante para los propios:
“Se ha dicho que nosotros estábamos en tren de una economía dirigida (…) Nada más distante de la verdad (…) El Estado argentino, dentro de nuestro concepto se sentirá muy feliz el día que no tenga una sola empresa comercial industrial o de la producción en su poder, porque habrá llegado el momento en que todas las empresas de la producción, de la transformación y de la distribución serán absorbidos por el interés privado. Esta es nuestra orientación”. [639]
El Departamento de Estado norteamericano a partir de este histérico ataque de privatismo verbal que estaba exhibiendo Perón efectuó un desapasionado informe de inteligencia (del “National Intelligence Estimates”) sobre la situación Argentina al promediar 1954, cuyas conclusiones eran para llorar: “Actualmente la Argentina no tiene vinculaciones seguras con ningún poder importante del mundo” (esto ponía de manifiesto el fracaso de Perón en su política internacional en todos estos años) y agregaba “La conexión británica ya no es útil para apoyar un esfuerzo argentino hacia el progreso económico y la estabilidad. La Argentina ha sido incapaz de establecer una colaboración amistosa con Estados Unidos como la que beneficia a Brasil. Por consideraciones políticas, ideológicas y económicas es imposible para Perón alinearse definitivamente con la URSS.”. El informe prosigue describiendo a la política de Perón como “caracterizada por un alto grado de oportunismo” y si bien advierte el giro “pro-mercado” de último momento, el documento remata diciendo “A pesar de estas medidas, no parece que Perón sea capaz de atraer los capitales extranjeros suficientes”. [640]
A Perón se le había terminado la capacidad de engañar. Era cuestión de tiempo, pero el proceso parecía estar terminado y los números de la economía de la etapa final del régimen así parecían confirmarlo.
¿Y entonces cuál fue la década infame?
Llegamos prácticamente al año 1955, Perón detentaba el poder desde hacía casi 12 años (si contamos su arribo al mismo en 1943) y antes de proseguir con el trajinado itinerario de la Argentina de entonces, juzgamos necesario efectuar un apretado paréntesis para hacer una suerte de balance comparativo de la gestión de gobierno llevada a cabo.
Por su cercanía en el tiempo, no fueron pocos los divulgadores e historietistas que se han encargado a lo largo del Siglo XX y lo que va del Siglo XXI de parangonar dos décadas emblemáticas de una manera maniquea y antagónica. Por un lado, tenemos a la década del ‘30 (demonizada como la década “infame”) a la cual ya nos hemos referido a comienzos de este libro, y que es presentada por la historiografía de supermercado bajo el dominio británico y en el cual sólo un puñado de familias “oligárquicas” disfrutaban de un buen nivel de vida a expensas de la miseria a la que eran sometidos el resto de sus connacionales. Este mito ya lo hemos derribado en el capítulo “Ni Década Ni Infame” [641] y en contraste con ese período se suele citar la década peronista como una suerte de antítesis de aquella, al ser sindicada esta última como la era del a industrialización, del crecimiento, de la independencia política, la soberanía económica y la justicia social.
Veamos un poco cuánto hay de cierto y cuanto de falso en este contraste propagandístico habitualmente recitado en foros y balcones por cuanto repetidor de lugares comunes tenga a mano un minuto de micrófono y figuración.
Respecto de los guarismos agro-ganaderos, encontramos que en la etapa final de la “década infame”, entre 1939 y 1942 el promedio de la cosecha de maíz alcanzaba los 10 millones de toneladas por año, pero en 1950 (pleno apogeo de la “independencia económica”) la cosecha apenas llegaba a ochocientas mil toneladas. La cosecha de trigo, que en 1940 había alcanzado los ocho millones de toneladas, en 1951 arañaba sólo dos millones. Comparando el quinquenio “colonialista” obrante entre 1934/3 8 con el de la “industrialización” vigente entre 1950/54, nos encontramos con que el área sembrada de cereales y oleaginosas había bajado un 25% en esta última etapa. Cotejando el quinquenio 1940/44 con el lustro 1950/54, nos topamos también con que el rendimiento promedio por hectárea había descendido un 8% en agricultura, un 11 % en ganadería y un 18% en el conjunto agropecuario. [642] Incluso, en 1955 la superficie sembrada era similar a la de 1923, es decir igual que a la de 32 años atrás, período en el que se supone naturalmente que la tecnología sería muy inferior[643] a la existente durante la “industrialización” peronista tres décadas después. Luego, el cómputo final del rubro agrícola-ganadero nos arroja números aplastantes: en el decenio 1930/39 la Argentina aportaba el 25% de las exportaciones mundiales de trigo: pero en el decenio 1945/54 apenas el 10%. Comparando también iguales periodos, las exportaciones de maíz argentino en 1930/39 representaban 65% de la exportación mundial, pero en el lapso 1945/1954 este guarismo cayó el 27%. En casos de productos como el lino los datos son aún más dramáticos, porque mientras en el interregno 1930/39 la producción local era del 82% del total mundial, en el decenio 1945/1954 sólo era del 11%. En suma, mientras que durante la anteguerra abastecíamos al 32% del mercado mundial de granos, en 1955 apenas abastecíamos el 15%. La Argentina que entre 1934-1938 le ganaba a los Estados Unidos exportando un promedio anual de 11.637.200 toneladas de granos (contra un promedio de 1.316.800 toneladas de EEUU), durante el régimen “anti-imperialista” de Perón la relación se sabía invertido y en 1947 exportábamos 4.220.500 toneladas mientras que los norteamericanos ya lo hacían por 14.903.000 [644] (casi 4 veces más). Pero sumando todos los rubros rurales, la caída vergonzosa de las exportaciones nos arroja el siguiente desplome: en el lapso 1945/54 eran un 37% inferiores a la existente entre los años 1930/39 (plena época de la depresión mundial). Otra cifra rotunda: entre 1935/39 y 1950/54 la producción del sector rural solo aumentó un 14%, pero en ese lapso la población creció un 32% y la producción de bienes exportables cayó un 10%. En las postrimerías del régimen, en 1955, se estaba exportando por un monto en dólares menor al de 1920, dato gravísimo teniendo en cuenta que un dólar era en 1920 muchos más valioso que en 1955.[645]
Respecto al mito popular del peronismo industrialista, derribar esa superstición resulta una tarea todavía más fácil, dado que tan sólo hay abrevar en las mismísimas fuentes oficiales proporcionadas por el gobierno de Perón durante la segunda presidencia, en el documento estatal titulado “Producto e Ingreso en la República Argentina, 1935-1954” [646]. Allí el documento nos señala que el volumen físico de la producción industrial creció un 53,7% entre 1937 y 1946 pero apenas un 16,4% entre 1946 y 1954. Asimismo, dice el informe que la exportación de productos industriales que en 1943 orillaba el 20%, por 1947 se había desplomado al 5,5% [647]. Peor aún, respecto de la quimera del régimen de “sustitución de importaciones con el que se pretendía “industrializar el país” encontramos dos datos escalofriantes que confirman su fracaso: las importaciones de bienes de capital (máquinas y equipos) entre 1945/49 fríe del 19,7% mientras que tras semejante armazón proteccionista, en el quinquenio 1950-54 esta no sólo no decreció sino que aumentó a 20,1%. De manera similar, la importación de bienes intermedios (manufacturados) durante el quinquenio 1945-49 fue de 13,4 y en el quinquenio 1950-54 aumentó a 19,7. [648] En contraste, otro guarismo contundente nos dice que la Argentina “rural y entreguista” que en 1938 había importado en industria liviana por valor de 427 millones de dólares, en 1948 pasó a importar más del triple: 1.561 millones[649] volatilizando las reservas acumuladas durante la guerra.
Otro hecho objetivo que de manera fulminante pone de manifiesto el nivel de vida y las posibilidades de progreso de un país nos los brindan los datos sobre la inmigración (es decir cuando la gente “vota con los pies”) puesto que nadie que no sea un masoquista se va a buscar mejores perspectivas a un país sometido o empobrecido. Es por ello que durante la “justicia social” peronista de 1947 esa cifra había bajado a la mitad: 15,3%[650], a pesar de haber tenido en su favor la coyuntura migratoria de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido contrario, mientras la tasa de migración neta entre 1930 a 1940 (cuando éramos una subyugada “colonia británica”) fue del 1,7%, durante la “independencia económica y soberanía política” (años 1940 a 1950) trepó casi el doble: 3,1% [651], a pesar de que en este lapso la mitad de la década transitó con el mundo sumergido en la Gran Guerra y por ende no era aconsejable salir del país.
Para que no se nos acuse de no reconocerle al peronismo crecimientos objetivos en otros rubros, señalamos entonces que en lo que sí se progresó exponencialmente en esos años fue en burocracia: mientras entre 1940 y 1944 la Argentina tuvo un promedio de 370.000 empleados públicos, en 1954 el número había ascendido a 725.000 [652] (el doble). Otro rubro que demuestra el “crecimiento” durante el régimen peronista lo encontramos precisamente en el gasto del Estado: el mismo en 1925 representaba el 14% del PBI y en 1955 había trepado al 42 % [653]. ¿Y cómo financió Perón esta mega-malversación? Primero dejando al país sin reservas: el oro y las divisas del Banco Central que en 1946 cubrían el 140% del valor del dinero circulante, seis años después (en 1952) el porcentaje de respaldo de las reservas apenas arañaba el 15% respecto del existente en 1946.[654] Para más datos, las reservas del país en divinas extranjeras que el 30 de junio de 1946 ascendían (conforme el Boletín del Banco Central) a una suma equivalente a 1382 millones de dólares, en diciembre de 1954 (según la gubernamental Confederación Gremial Económica) era de 371 millones.[655] Si bien aquí notamos una leve mejora respecto de las reservas existentes en 1952, acotamos que eso se debe a que en ese ínterin el país obtuvo empréstitos del exterior para engrosarlas, es por ello que seguidamente aportamos otro guarismo relativo al “crecimiento” generado por el peronismo que es el de la deuda externa pública, la cual en 1946 ascendía a 436 millones de dólares (conforme Boletín Oficial de Estadísticas de agosto de 1947) y que en 1955 (etapa final de la “independencia” económica) era de 757 millones (es decir que había trepado casi un 60%).
Pero mientras las reservas monetarias eran dilapidadas en el festival clientelar, la dictadura procedió a otro mecanismo de financiación consistente en remitir monedas de fantasía: los medios de pago (billetes más depósitos a la vista) que en 1941 totalizaban 3293 millones de pesos, en 1955 ascendieron a 51.195 millones, es decir que subieron desde el número índice 100 en 1941 al numero índice 1554,7 en 1955. En ese mismo lapso, el PBI que era en 1941 de 43.255 millones de pesos había subido a 65.914 millones en 1954. Es decir que la producción de moneda se multiplicó 14 veces mientras que la producción de bienes y servicios tan sólo 1,5 [656] (otro numerito que también pone de manifiesto “el crecimiento” pero no de bienes industriales sino de papeles inservibles). En efecto, el peso de papel que equivalía a 12 centavos oro a fines de 1946, valía apenas 1,5 centavos oro en 1951.[657] Luego, no por culpa del “imperialismo extranjero” ni de los “especuladores”, fue que entre 1945 y 1954 el costo de vida experimentara un alza acumulada superior al 500 %, cifra astronómica si tenemos en cuenta que hasta el advenimiento de Perón al poder la inflación en Argentina era virtualmente inexistente: entre 1810 y 1944 el promedio fue sólo el 2% anual.[658]
El régimen peronista llegaba a 1955 francamente devastado. El dictador durante sus primeros años de gobierno había decretado artificialmente un intenso desparramo de bienestar transitorio a sectores de la sociedad que hasta entonces vivían una vida digna pero signada por la austeridad propia de un contexto mundial, aunque manteniendo un estándar de vida muy superior no sólo al del resto de los países latinoamericanos sino también al de las demás potencias del mundo. Este derroche necesariamente pasajero fabricado por Perón y que en números redondos duró hasta promediar 1950, ocasionó que determinados sectores vieran en él una suerte de “patriarca salvador”, imagen que nunca se borraría de sus vidas y se transmitiría de generación en generación, independientemente de que fuera durante la etapa final del mismo régimen de Perón cuando se empezara a apreciar con crudeza la naturaleza provisoria y temporal del disfrute económico que se había promovido. Prueba de ello fue que el ingreso efectivo de bienes y servicios en 1954 era igual que el de 1948 y en cuanto al ingreso per cápita, el descenso en 1955 respecto de 1948 (el mejor momento del boom consumista) fue notorio, habiéndose evaporado en seis años el 86% de la mejora lograda en los primeros cinco.[659] El decenio de Perón había sido un drástico vaivén o, como fuera dicho anteriormente: una U invertida.
Las alegrías pasajeras y los recuerdos de bonanza de la gente sencilla son respetables apreciaciones subjetivas. Pero el fracaso total y completo de la economía peronista ya era una fría y lamentable realidad objetiva que confirmaba que la larga dictadura de Perón había sido una verdadera década infame que había fundido al país, esto siempre que tengamos en cuenta los números de la economía, porque si en cambio evaluáramos la calidad institucional, la libertad de prensa, la política internacional, el enriquecimiento cultural y la observancia por las libertades individuales, advertiremos que la palabra “infame” queda muy insuficiente para definir o describir los años aquí estudiados.
Márquez, Nicolás: Perón. El fetiche de las masas, Bs.As., Unión Editorial, 2015, p.p. 239-244
NOTAS:
[637] Luna, Félix: “Perón y su tiempo. III” op. cit. p.148/9
[638] Ibid, p.158
[639] Sebreli, Juan José: “Los deseos…” op. cit. p. 76.
[640] Luna, Félix: “Perón y su tiempo. IIF. op. cit. p. 169.
[641] Invitamos al lector que quiera profundizar sobre el asunto a leer justamente el libro titulado “Ni década ni infame, del 30 al 43”, escrito por Carlos Aguinaga y Roberto Azaretto. Jorge Baudino Ediciones, 1991. Páginas 303.
[642] Luna, Félix: “Perón y su tiempo”, op.cit. p.185
[643] Ibid, p.184
[644] Aizcorbe, Roberto, op.cit. p.52
[645] Gerchunoff y Llach, op.cit. p.220
[646] Aizcorbe, Roberto, op.cit. p.44
[647] Massot, Vicente, “La excepcionalidad Argentina” op. Cit. p. 178-9
[648] Gerchunoff y Llach, op. cit. p. 219.
[649] Aizcorbe, Roberto, op. cit. p. 52.
[650] Fuente: Solimano (2002b); Ferenczi and Willcox (1929) and Maddison (2001).
[651] Fuente: Resumen Estadístico del Movimiento Migratorio en la Republica Argentina (1857-1924)”, Ministerio de Agricultura de la Nación, sección Propaganda e Informes, Bs. As., 1925. Posteriores (Dirección Estadística de la Dirección Nacional de Migraciones).
[652] Rojas, Mauricio. “Historia de la Crisis Argentina”, citado por Vicente Massot en “La Excepcionalidad…” op.cit. p.235
[653] Felipe de la Balze, en “Retos y desafíos de la Argentina” que viene, citado por Vicente Massot en “La Excepcionalidad…” op.cit. p.235
[654] Luna, Félix: “Perón y su tiempo. II” op.cit. p.123
[655] Aizcorbe, Roberto, op.cit. p.70
[656] Ibid, p.53
[657] Ibid, p.64
[658] La inflación en Argentina. Por Rircardo Arriazu. Clarín, 07, 05, 2006. El artículo citado es un extracto del libro. Dos siglos de economía argentina (1810-2004) – Historia Argentina en Cifras, Orlando J. Ferreres (director), editado por Fundación Norte y Sur. Disponible online en el siguiente enlace: http://edant.clarin.com/suplementos/economico/2006/05/07/n-00201.htm
[659] Gambini, Hugo: “Historia del Peronismo”: op.cit. p.109
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