Leonardo Castellani – de Kirkegord a Tomas de Aquino

de Kirkegord a Tomas de Aquino

12- El problema del conocimiento

Hemos visto la largada del fillosofar en Kirkegord y Tomás de Aquino: ella es lo irrecusablemente dado: el “asombro” si quieren hablar como Aristóteles.

– Pero ¿no es el problema del conocimiento o la “gnoseología” que dicen? En nuestros tiempos la largada es el problema del conocimiento.

Kirkegord hubiese respondido: “no hay problema del conocimiento, no es el problema de si hay conocimiento o es posible, como fantaseó ese desbaratado de Nicolás d’Outrecourt; sino de su natura; y esto no va aquí al comienzo sino al final de la Psicología y al medio de la Ontología”.

Pero Nicolaus de Ultracuria hubiese ladrado: – “Ya les voy a soltar yo un can llamado Kant que tengo aquí en el infierno encadenado; y van a ver ustedes…”. En efecto, Kant repite exactamente el agnosticismo subjetivista de un oscuro filósofo medieval Nicolaus de Ultracuria (1320) – al cual los ingleses llaman “El Hume medieval” (H. Rashdall, London 1907) y los alemanes “el Kant de la Edad Media” (G. M. Manser, Drei Zweifler an Kausalprinzip – Jahrbuch für Phlosophie 27 – 1912).

No hay puente. Su hubiese que hacer un puente cognitivo del mundo al hombre o viceversa, no podría salir de sí mismo el hombre. Eso le pasa a Descartes, aunque él no lo sabe, con su “duda metódica”. Y emperadamente a Kant con su fenomenonúmenología. No se puede poner una cuña entre el conocer y el ser. No se puede sin absurdo investigar la veracidad de nuestras facultades – por medio de las mismas facultades. Es un círculo vicioso.

Le encargo a un carpintero me haga una mesa. – Primero tengo que hacer un serrucho. – ¿Está ya el serrucho? – ¡primero tengo que ver si corta! –¿corta el serrucho? –¡Tengo que averiguar si corta bien! Y en esas y esotras, se murió el cliente y también el carpintero, – sobre el serrucho inacabado. Eso le pasó a Kant – o a los que le hicieron caso.[1]

Kant redujo (quiso reducir) toda la filosofía al examen del problema del conocimiento, que llamó la CRÍTICA; al examen vicioso que consiste en puridad en sospechar que no hay conocimiento.

La refutación simple y definitiva de Kant es ver que no salió del punto de partida: que no hubo partida. En vez de hacer filosofía filosofó acerca del instrumento de la filosofía.

Surgieron muchas refutaciones de Kant, la más celebrada, la de Hegel; refutaciones meramente polémicas primero, después argumentativas o críticas; y finalmente integrativas, como las de Antonio Rosmini, Maurice Blondel y Joseph Marechál; que intentan espulgar y aprovechar lo de bueno que en él haya o pueda haber.

Ejemplo de refutación polémica es la brevísima de René Guenón en “introducción general al estudio de las doctrinas hindúes”; cuyo parágrafo central dice:

El conocer y el ser son (en cierto modo) una misma cosa… Esto basta para volver completamente vanas todas las “teorías del conocimiento” con pretensiones pseudometafísicas que ocupan un lugar tamaño en la filosofía moderna, y que a veces hasta tienden (como en Kant, por ejemplo) a absorber todo el resto; almenos a subordinárselo. La única razón de ser de este género de teorías se halla en una actitud común a casi todos los filósofos modernos, nacida del dualismo cartesiano, que consiste en oponer artificialmente el conocer al ser… Esta filosofía llega así a querer sustituir por una “teoría del conocer” al conocer mismo; y ello es de su parte una verdadera confesión de impotencia. Nada es más típico que esta confesión de Kant: “La mayor y quizás la única utilidad de toda filosofía de la razón pura es, después de todo, exclusivamente negativa; puesto que ella no es un instrumento para extender el conocimiento, sino una disciplina para limitarlo…”

Aunque los tres seguidores de Kant de un leve revés de mano en dos lugares de “Postdata Nocientífica” (1850). No tenía por qué refutarlo, anoser “in actu exércitu”, es decir, en el efecto, como andando se prueba el movimiento: refutación de hecho. A quien tenía delante y alrededor no era a Kant sino a Hegel.

“Es una largada positiva de la filosofía (escribe en <<Diario, 1841>>) cuando Aristóteles dice que la filosofía comienza con el asombro; no como en nuestros días, con la duda. Más aún, el mundo aprenderá que ella no debe comenzar por lo negativo, y que la razón de por qué ha caminado hasta el presente, es que en realidad nunca se entregó a lo negativo ni hizo con seriedad lo que proclamaba. Su duda era un juego de niños…”

En otro lugar del Diario observa que la filosofía danesa (es decir, la que con él comienza) no irá a buscar o a fabricar como base entelequias desconocidas como el Yo Transcendental, el Absoluto o el Devenir Abstracto; sino que partirá simplemente de la realidad humildemente dada.

Cita a Descartes al poner como largada la Existencia (o sea el Yo… con las cosas) pero rechaza como inepta y sofística la largada de Descartes y arroja al aire la “duda metódica”.

Se burla donosamente del “Yo” de Fichte y lo considera círculo vicioso.

No menciona el Yo de San Agustín; no lo necesitaba: su lucha no era contra escépticos sino al contrario contra dogmáticos: sobre todo la “Especulación”, o sea los hegelianos daneses.

San Agustín desciende hasta el “Pienso luego existo” en un movimiento polémico contra los escépticos de la Segunda Academia, empantanados en la duda universal; pero no pretende como Descartes deducir toda la filosofía desta verdad particular de que la existencia de la Verdad se nos impone y que la Duda Universal es imposible. Como k., Agustín es “existencialista” puede decirse: pretende resolver los problemas concretos de la existencia; y en este punto, el de la Felicidad, el primer problema de la Ética. Arguye “ad hominem” contra los que pretenden “dudar de todo”:

“Si duda vive – si duda recuerda por qué duda – si duda entiende que duda –  si duda desea cerciorarse – si duda piensa – si duda, sabe que no sabe – si duda, juzga que no debe asentir de ligero. Por tanto, quien de todo lo demás dude, desto dudar no puede; pues si esto no existiese, no podría dudar, simplemente”. (De Trinitate)

Una vez conseguido esto, Agustín se pone a raciocinar tranquilamente ¡acerca de la Santísima Trinidad!

Como ya hemos indicado, Descartes quiso buscar también (el primero de todos) una base artificiosa, y por decirlo así, fabricada, para la certidumbre del conocimiento; y además, hacer un esquema matemático de toda la filosofía, asentado sobre esa base, el Yo; cuya existencia es innegable, como la del pensamiento, del cual inmediatamente se seguiría la existencia de Dios. No era posible, El No-Yo, o sea el objeto del pensamiento (del cual prescinde Descartes ilícitamente) comprende por cierto a Dios, pero no percibido de inmediato; y no comprende a Dios solamente sino primero de todo al mundo visible. Suprimido el Mundo Visible por la Duda Universal, no se puede llegar a Dios y recuperar después el Mundo Universal, no se puede llegar a Dios y recuperar después el Mundo Visible; cayéndose en la trampa de los “académicos” de Roma, el escepticismo; que lógicamente dedujo de Descartes, David Hume.

“Pienso, luego coexisto”. ¿Con quién coexisto? Con el Objeto de mi pensar. No hay ni es concebible un pensar sin objeto, que sería una relación con un solo término; el objeto no es algo separable del pensar, entre los cuales haya que tirar un puente; sino que es inseparable, íntimo constitutivo del pensar. Descartes inaugura entre los modernos la antigua cuestión nominalista “De ponte”, Del Puente; es decir, ¿cómo se pasa de nuestras ideas a la realidad? La respuesta de Santo Tomás es: “No hay puente; y no se necesita puente”. Entre el Sujeto y el Objeto no hay una tercera entidad que los una. En el acto del conocer el sujeto y el objeto están fundidos, y hacen “un solo espíritu”; es decir, una unidad espiritual. “Ex potentia et objecto páritur notitia”. La noticia es hija instantánea de la potencia y el objeto.

Esta distinción Sujeto-Objeto ¿es pues lo primero que existe en nuestra mente? No. Lo primero es lo que hemos llamado “lo Dado” o sea, la recepción de la realidad globalmente y sin distinciones; después la reflexión (o sea un segundo acto) distingue el Sujeto del Objeto sin separarlos; y distingue en el Objeto lo conocido y lo desconocido vislumbrado; o el Misterio si quieren, o el Asombro, o (psicológicamente hablando) el dinamismo esencial del intelecto; el cual tiene apetito hacia todo el ser; o sea capacidad en cierto modo infinita. En esa trillada frase: “El fin del entendimiento es la verdad” se halla una implicación profunda: la verdad es un fin – o sea, es no sólo un objeto de visión sino de apetito. “Voluntas in ratione est”: hay voluntad en la razón.

¿Se puede llamar “intuición” ese acto básico del intelecto humano? Sí y no. No hay una intuición plena del Ser en el hombre – posición del Ontologismo (Malebranche, Spinoza, p. e.). Pero hay una percepción inmediata y no discursiva del Ser en general, de los Primeros Principios, y del Mundo Externo. Santo Tomás no llama a esto “intuición”, término que reserva al conocer angélico sino “inteligencia” – la cual opone a “raciocinio” o discurso. Rosmini la llama “intuición” y también entre nosotros el Dr. Benjamín Aybar.

En el acto de entender hay una unión de lo entendido y el entendedor: una unión tan íntima que los antiguos no vacilaban en llamarla identidad: “en el acto de conocer el cognoscente y el conocido son una cosa” – “inteligendo la inteligencia se hace todas las cosas” dice Aristóteles; “salvas sus naturas”, añade prudentemente Santo Tomás. O sea, en el hombre, el intelecto está en potencia de conocer y la cosa está en potencia de ser conocida; y los dos pasan simultáneamente al acto del conocimiento, mediante una actividad propia del intelecto; que por eso es llamado “intelecto agente”; el cual estando por decirlo así determinado al conocer en general, es determinado a conocer esto o lo otro por acción de la cosa; la cual acción de la cosa es llamada “especie” o semejanza. De modo que hay cuatro cosas en el conocer: 1°, la actividad nativa del intelecto; 2°, la acción del objeto o especie; 3°, la asimilación; 4°, la formación de la palabra mental, noticia o “verbum” que se graba en el intelecto pasivo. (No son dos intelectos sino dos funciones diversas, el elaborar por un lado y el entender y recordar por otro).

El intelecto humano además de su propia forma es apto a recibir y elaborar otras formas que asimila sin perder la propia ni dejar de distinguirlas como OTRO; y eso a causa de que es inmaterial. La materia no es apta sino a su propia forma; y cuanto más inmaterial es un ser, más apto a conocer; hasta llegar a Dios, en quien ya no se da diferencia de Sujeto y Objeto; y cuyo intelecto no es determinado por las cosas sino que las hace.

Esta es en forma breve y casi bruta la psicología tomista del conocer; después della tenemos una ontología.

Existe una proporción entre nuestro intelecto y las cosas, como entre una cerradura y su llave. Esta proporción viene de que ambos proceden del mismo origen.

Conocemos por medio de nuestros conceptos; pero no como si dedujéramos las cosas de nuestros conceptos (error cartesiano) sino que los conceptos son la impresión misma de las cosas asimilada por el intelecto activo; o sea, son las cosas mismas “en su ser intencional”, decían los antiguos. Técnicamente, los antiguos decían que las ideas no eran “médium quod” sino “médium quo” del conocer las cosas: digamos medio “enque” y “conque”; como las páginas del libro y los anteojos por ejemplo. Esta distinción es lo que ignoró u olvidó Descartes.

Si digo “El hombre por lo general – Es un animal racional”, ese concepto Hombre ¿qué es? Es una “idea” que he abstraído de Pedro y Juan y otros hombres de carne y hueso; y la aplico generalmente. ¿Es real? En cierto sentido es más real que Pedro y Juan; en otro sentido es menos real. Es más real por ser una esencia; es menos real por ser una esencia abstracta. “Los universales existen solamente en la mente con fundamento en las cosas”.

Esa idea tiene existencia esencial; y existencia existencial solamente en la mente; y existencia transcendente en la mente divina; pues es una de las Ideas Factivas de Dios; o si quieren, de Platón.

Entre esa realidad que es la esencia humana y mi pensar no hay ni abismo, ni puente; entre la esencia humana en general y este hombre existente, tampoco hay puente. La esencia humana es algo real en mi mente, y en este hombre particular. Y en cuanto conocida es la misma cosa en dos planos del ser: real e intencional.

Kant puso un puente: las Categorías del Intelecto. Las categorías serían algo misterioso que hay por natura en nuestro intelecto a manera de troqueles o cuños: las cuales reciben un material que viene de fuera (los objetos de las sensaciones) y acuñan los conceptos. Ellas son lo formal del conocimiento; que es decir, lo que en definitiva hace el conocimiento.

“De fuera viene algo, un estímulo, un empujón, una estofa; porque el intelecto de suyo es indeterminado. Pero ese algo es indeterminado también; y lo que lo determina a este o el otro concepto, son las Categorías” – según Kant.

¿No es esto lo mismo que el intelecto agente de Sto. Tomás? De ninguna manera: el intelecto agente tan sólo asimila la forma de la cosa después de haberla espiritualizado, sin mudarla; las categorías de Kant dan la forma al material sensorial que él llama “fenómeno” o apariencia. O sea, en afirmar la actividad del intelecto (o el “a priori” mental) coinciden el de Aquino y el de Koenisberg; difieren diametralmente cuanto a la natura desa actividad o “dinamismo”.

– Hablando simplemente ¿quién hace el conocer? – El intelecto.

– ¿Cómo sé yo entonces que este conocer mío corresponde a lo que está allá afuera – o sea a la realidad? – No se puede saber. Tendríamos que tener OTRO puente además de los fenómenos sensoriales, una intuición intelectual. Pero en el hombre no hay intuición intelectual ninguna. “Nihil est in intellectu quin prius fuerit in sensu”. Nada hay en el intelecto que no haya pasado por los sentidos… (Arist.) ( – Excepto el mismo intelecto – añadió Leibniz).

– ¿Qué es pues lo que está allá fuera? – El “nóumenon”, la cosa en sí, la Equis; el Misterio.

– ¿Qué es lo que sabe pues el hombre? – El hombre sabe solamente su propio saber – fenoménico.

– ¿No era allí adonde había llegado la Academia Segunda, a la que S. Agustín llamó “impía”; es decir, al agnosticismo? – Sí, pero aquí en forma mucho más refinada.

– ¿No hay más que esto en Kant? – Posiblemente hay más en Kant que lo dicho: hay puntos de apoyo con los cuales escapar de la jaula de Kant, superándolo por arriba. Eso intentó brillantemente hacer el P. Joseph Marechal S.J. en su magna obra “Le point de départ de la Metaphysique (5 tomos) en donde contiende se puede llegar a una metafísica del conocimiento y a la contraprueba de su veracidad – o sea, su valor ontológico – (que no necesita ser probada por cierto) aceptando el planteo de Kant y sin salirse de sus “estrechos” presupuestos. ¿Lo consiguió? Yo estimo que sí, que enderezó la demostración de la existencia de Dios de Descartes apoyándola en la de S. Agustín.

Muchos lo niegan, como Roland Gosselin OP y Etienne Gilson: dicen que el que acepta el planteo de Kant (la duda total, el análisis de la veracidad de nuestras facultades) queda preso del, y no puede salir, por más que se debata, del agnosticismo.

Esta especie de quijotada intelectual de Marechal se basa en una profundización de la epistemología tomista fijándose sobre todo en la condición dinámica y no sólo estática del intelecto. La complicada y refinada hasta el bizantinismo demostración de Marechal se reduce al fin a este sencillo aserto de San Agustín, retomado por S. Tomás: “El hombre conoce a Dios en todo lo que conoce; pues ninguna verdad podría conocer anoser en la luz de la omnicomprensiva y omnipenetrante Primera Verdad”.

Puesto en términos Kantianos este aserto se expresa (feamente si se quiere) así: La metafísica si ella es posible tiene como punto de partida una afirmación objetiva absoluta (¿encontramos nosotros en nuestros contenidos de conciencia una afirmación objetiva absoluta, rodeada de todas las garantías reclamadas por la más exigente crítica?)

Marechal se esfuerza en probar, con gran ingenio y rigor filosófico, que en toda afirmación objetiva se encuentra como integrante necesario una referencia a la Primera Verdad, o sea, a Dios Existente (“conocemos de algún modo a Dios en todo cuanto conocemos”); no en forma explícita por cierto sino en forma doblemente implícita, o sea “in actu exércitu”; pero una foram desentrañable por medio de un análisis muy protraído que cubra toda la teoría metafísica tomista del conocimiento.

Este análisis resumí yo en mi trabajo “Descartes y San Agustín” (Conversación y Crítica filosófica) que no repetiré aquí.

Me he referido a él sin embargo porque creo que esta posición es cercana a la de Kirkegord acerca del conocimiento. O sea que a esta proposición: “La existencia de Dios está implicada en la existencia simplemente; y el conocimiento de la existencia divina está implicado de algún modo en todo conocer cierto”, – el danés hubiese respondido: “Ciertamente”; de lo que es prueba el que, en todos sus escritos, el conocimiento de Dios aparece como la bóveda de la veracidad obvia de nuestras facultades; de modo que lo que él llama “la Existencia” envuelve en forma indisoluble la existencia del Ser Supremo con la existencia del ser propio y el de las cosas.

En la Escritura Sacra a que era tan apegado K. hallaba continuamente esta unidad transcendente de Dios, el Yo, y las cosas en nuestro conocimiento.

¿No es esto traer por los cabellos a Kirkegord a la ontología tomista del conocimiento? ¿Acaso hizo él una teoría del conocer y acaso no se muestra hostil o displicente a toda filosofía sistemática y a toda especulación sobre las esencias?

No es traerlo por los cabellos porque teniendo la misma partida de Tomás y siendo pensador penetrante hay en él velis nolis una ontología implícita.

 

Fuente: Castellani, Leonardo, De Kierkegord a Tomás de Aquino, pp. 126-133

[1] “Apenas murió Kant, vinieron otros, tomaron el serrucho, y  fabricaron mesas: Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer … – Sí, pero las mesas salieron mal.




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