Julio Irazusta – La propaganda de la dictadura en tiempos de conflicto interno y externo
Capítulo 39
ROSAS, NUEVO ANTEO, VUELVE A LA TIERRA MADRE. LA TIERRA GAUCHA, EN DEMANDA DE NUEVAS FUERZAS. LA CIRCULAR DE PROPAGANDA DIRIGIDA A LAS POSTAS DE CUYO EN ESTILO GAUCHESCO. LA PROPAGANDA DE LA DICTADURA Y LA DE LOS GOBIERNOS DE HOY, COMPARADAS EN RELACION CON SUS RESPECTIVOS PUBLICOS. LA DEMAGOGIA ROSISTA. LA CALUMNIA DEL “ROSAS EN LOS ALTARES”. EL MANEJO DE LAS MASAS. LA PERSUACION Y EL ARTIFICIO DEMAGOGICO. DEPRESION SUFRIDA POR LA INTELIGENCIA ARGENTINA, EN EL CURSO DE LA GUERRA CIVIL. MAYOR RESPONSABILIDAD DEL PARTIDO LETRADO QUE DEL OTRO. “CORRUPTIO OPTIMI PESSIMAE”. EJEMPLAR Y EXCEPCIONAL GENEROSIDAD DEL GOBIERNO DE ROSAS Y DEL PUEBLO ARGENTINO CON LOS SUBDITOS DEL ESTADO QUE HOSTILIZABA AL PAIS VIOLANDO TODAS LAS PRESCRIPCIONES DEL DERECHO INTERNACIONAL. RECAPITULACION DE LA «LA GACETA MERCANTIL» SOBRE EL DESARROLLO DEL CONFLICTO FRANCO-ARGENTINO Y LA EVOLUCION DEL ESPIRITU PUBLICO FEDERAL ANTE EL. LOS DESBORDES DE LA PRENSA FEDERAL Y LOS DE LA UNITARIA.
EN EL ROCE de los doctores el caudillo se estaba despojando del gaucho que había en él; al producirse lo que llamaremos la apostasía de los cultos —en cuanto clase, y no en cuanto individuos, ya que algunos de ellos siguieron prestando servicios al país en su hora crítica, junto al dictador— éste debió, nuevo Anteo, volver a tomar estrecho contacto con la tierra madre, la tierra gaucha que le había dado su poder político, y era la única, ahora, capaz de aportarle fuerzas que se lo conservaran.
A esa necesidad obedecía la pieza de propaganda que insertamos a continuación:
Buenos Aires, septiembre 19 de 1839.
Año 30 de la Libertad, 24 de la Independencia
y 10 de la Confederación Argentina.
Noticias que debe comunicar el Correo extraordinario de la carrera de Cuyo en su tránsito.
Que los parricidas reos de lesa América, Manuel V. de Maza y su hijo espúreo Ramón, vendidos al asqueroso e inmundo oro francés, concibieron e intentaron en sus cabezas embriagadas por disposición del Cielo un asesinato horrendo tenebroso contra la vida de nuestro ilustre Restaurador; —¡pero que Dios es justo!— Que estaba ya hacía mucho S. E. en los pasos feroces de aquella iniquidad sin cuento: veía hasta el fondo de la fuente enemiga emponzoñada contra la vida de la Patria, y que ya el Cielo santo les dispuso el fin trágico que destina su Divina Justicia a todos los malvados. Que ni a un solo hombre del Ejército de línea y milicia, ni en la clase de tropa, ni en la de Jefes y oficiales pudieron comprar. Más que ya esto es acabado con otra lección tremenda para los salvajes unitarios logistas, y para los piratas inmundos asquerosos franceses. Y que es tal la irritación en los federales que si S. E. nuestro Ilustre Restaurador no estuviera de por medio, habrían y aún amanecerían hoy dos mil de aquéllos o todos ellos degollados. Que es preciso verlo y tocarlo para conocer bien el valor de estas verdades.
Que la opinión pública es tan pronunciada y enardecida, que es admirable el deseo que hay de pelear y acabar con los inmundos franceses.
Que el salvaje unitario sabandija Juan La valle, traidor a la América, que estaba con los franceses en Martín García, consistiendo su fuerza en cuatrocientos unitarios (viles esclavos vendidos al oro inmundo francés), de los emigrados que estaban en el Estado Oriental, y en cuatrocientos o seiscientos franceses, pero que por más que se le provocó no quisieron darnos el gusto de venir a desembarcar en estas playas para divertirnos en jarana con ellos; y lo que han hecho estos salvajes es haber temblado al recordar el asesino La valle, que la fosa de su tumba está abierta en Navarro, por lo que, en su desesperación, se ha resuelto el tal salvaje unitario a tentar fortuna hacia el Entre Ríos, aprovechando la distancia de nuestro Ejército que opera victorioso por el Estado Oriental, ocupando ya casi toda su campaña. Mas que, como sus crímenes lo conducen a la fosa de su sepulcro que los americanos federales defensores de nuestra libertad y de la de todo el Continente Americano, le tienen abierto y dedicado en todos los Pueblos de la Confederación Argentina, sin duda Dios Nuestro Señor, cansado de sufrir su iniquidad sin cuento, lo ha llevado directamente a expiarlos en la tierra misma donde tanto ha ofendido a la santa causa de la libertad. Que es tal el desprecio con que los miramos a los asquerosos franceses y a sus esclavos los salvajes unitarios, que son el objeto de una continua burla que hacen de ellos nuestros paisanos.
Que el pardejón unitario salvaje Rivera está loco en la República Oriental y en las últimas agonías. Que dicho pardejón parduzco mandó proponer a nuestro ilustre Restaurador entregarle a todos los unitarios que había en el Estado Oriental, junto con el salvaje unitario Lavalle, declararse en contra de los franceses; unido a esta República para resistir la guerra que nos hacen, publicar una amnistía reconociendo en sus empleos al señor Oribe y a los orientales de su partido legal, y por último todo lo que nuestro Ilustre Restaurador quiera, con tal que se diera con él las manos y quedase dicho pardejón, traidor a la América, de presidente en aquel Estado, nuestro Ilustre Restaurador le contestó que él no podía ni debía hacer la paz ni tratado alguno con un traidor a la causa de la libertad, honor y dignidad de todo el Continente Americano, porque sólo tenía que sostener y consultar los derechos de esta República, sino también en ella los de toda la América por ser la causa común. Que por lo tanto, las únicas bases que podía darle para la paz eran:
Primero: Que el inmundo cabecilla unitario salvaje pardejón parduzco Rivera había de dejar el territorio de la América, por inmundo traidor a ella. Segundo: Que en aquella República se había restablecer en su consecuencia, la autoridad del señor presidente Oribe, hasta que las cámaras, en libertad, deliberasen. Tercero: se había de declarar aquella República unida a la nuestra para defendernos de la guerra injusta que nos hacen, haciéndola a toda América, los piratas inmundos asquerosos franceses. Cuarto: le habían de entregar a S. E. nuestro Ilustre Restaurador todos emigrados unitarios refugiados a aquel desgraciado país, cuando S. E. dirigió esta contestación al pardejón Rivera , nuestros ejército ya pasaba el Uruguay y pisaba el territorio oriental, donde actualmente se halla victorioso, ocupando cuasi el todo de su campaña, y marchando a concluir con el anunciado pardejón Rivera y a acabar con todos los unitarios que infestan aquel desgraciado país, tan combatido de males, desde que admitió en su seno a esos emigrados unitarios salvajes, los más perversos del Universo, viles esclavos vendidos a los piratas incendiarios inmundos asquerosos franceses.
Que el señor general don Tomás Guido, ministro de esta República cerca del gobierno de Bolivia, está ya próximo a marchar para dicha República haciendo su viaje por tierra por la carrera del Perú.
Que el Excmo. señor presidente del Estado Oriental brigadier don Manuel Oribe marchó ya a recibirse del mando de aquella República, llevando consigo una división de caballería de línea compuesta de 500 hombres.
Que el paquete de S. M. B. que acaba de llegar, nada trae de particular. Que la Francia seguía muy agitada por los partidos interiores.
Manuel Corvalán.[1]
Las masas nacionales, compuestas en su mayoría de paisanos y de una plebe del suburbio poco menos agauchada que ellas, iban a salvar al país como en la época de la independencia. Pero esta vez, en virtud de la participación más consciente que les correspondería, debido a la defección del partido culto, que antes había proporcionado los cuadros del ejército y la administración, debían ser ilustradas sobre el carácter y los fines de la lucha. Rosas conocía su lenguaje y podía llegar hasta ellas, hablándoles de modo que lo entendieran. De ahí los defectos y las cualidades de la pieza que acabamos de leer. Las aliteraciones y las redundancias, la guasa y la truculencia eran de encargo para el gusto habitual de esas masas, agudizado en las circunstancias por la gravedad de los atentados que se debía darles a conocer, para excitar su celo patriótico.
Fuera del aspecto idiomático genuinamente criollo, por su apelación a las pasiones elementales el documento se asimila a todos los gritos de combate, a todos los slogans con que se suele estimular por medios sencillos (con prescindencia casi absoluta de argumentos racionales) el ardor combativo de las masas. Tomemos por ejemplo su estribillo americanista. No me parece diferir del que hoy está en boga, sino en tener un fundamento verdadero que ahora le falta, y en que su ingenua formulación estaba calculada para un público iletrado, mientras el estribillo hodierno se dirige a las huestes del alfabetismo, a lectores que se precian de una supuesta superioridad cultural respecto de sus mayores, o de sus prensores en la tierra argentina. La calificación de unitarios dada a los versos enemigos del régimen, fuesen ellos nacionales o extranjeros, no es más arbitraria que las calificaciones dadas por los gobiernos liberales contemporáneos a sus adversarios de cualquier especie, englobándolos en categoría de comunistas o de nazistas, según las circunstancias en el orden interno, o de agresores, en el internacional. De las dictaduras contemporáneas, nada más es preciso decir sino que parecen repetir los métodos de Rosas, lo que siendo improbable prueba la ninguna singularidad de los fenómenos que comentamos, si se tiene en cuenta el módulo político a que pertenecen en lo que Vico llamó la historia ideal eterna de la humanidad.
Con su mentalidad finisecular, Ramos Mejía insiste sobre el carácter propagandístico del documento citado, utilizándolo para mostrar la propaganda de la dictadura.[2] Todo su estudio al respecto, valioso como información, es lamentable como juicio. Habiéndolo escrito en un momento alejado (hacia atrás y hacia adelante) de cualquier fenómeno similar, carecía de la experiencia necesaria para juzgarlos, y no fue capaz de suplirla con su genio, o el conocimiento de la historia mundial. En su paralelo de Maquiavelo y Montesquieu, donde reconocía la fundamental superioridad del italiano en la materia que ambos trataron, Sainte-Beuve decía del francés su compatriota: “acomodó ligeramente la humanidad a su deseo. Olvidó lo que habían sabido y debido hacer Richellieu o Luis XIV al principio. Habría tenido necesidad de una revolución (aunque más no fuese una Fronda como la que vio Pascal) para refrescarse la idea de la realidad humana, idea que se oculta tan fácilmente durante los tiempos tranquilos y civilizados.” [3]Con esta cita nos podemos despedir de los juicios emitidos por Ramos Mejía para atenernos exclusivamente a su información.
Era en efecto un sistema de propaganda el que se perfeccionaba, cuando Rosas escribió o dictó la pieza de literatura popular que debía leerse en las postas de la carrera de Cuyo. Al mismo tiempo, en la ciudad y en los pueblos de campaña se realizaban las famosas procesiones del retrato, y los no menos famosos candombes, ceremonias destinadas a galvanizar el espíritu popular ante la agresión extranjera y la traición del partido unitario, así como de algunos federales. Las primeras sirvieron para levantarle al dictador la calumnia del “Rosas en los altares”. Las segundas para reiterar la denuncia de la demagogia rosista presentándola fuera de su marco histórico y de su causación racional. Unas y otras, desbordado torrente de pasión popular, llevaban el agua pura de la causa justa, y la maleza de una entera región azotada por el temporal de la historia.
Alberto Ezcurra Medrano ha explicado[4] cómo las ceremonias del retrato consistían, dentro del templo, en colocar la imagen de Rosas, en el lugar donde por los cánones le correspondía situarse a la persona del jefe del Estado, pero jamás en los altares como lo sostuvieron los antirrosistas, y aun algunos rosistas, a despecho de toda evidencia documental utilizable. La única falla de su hermenéutica está en haber atribuido «exclusivamente el origen de la ceremonia a las infinitas ocupaciones que impedían al dictador asistir a las manifestaciones populares en que se paseaba su retrato. No es fácil acertar con la explicación de todas las causas de tan complejo fenómeno, siempre recurrente en circunstancias similares, en todos los países y todos los tiempos. Pero algunas de éstas se pueden descartar: la imposibilidad aludida por Ezcurra Medrano en que un gobernante asediado por gravísimos problemas políticos se hallaría de concurrir a todas y cada una de las ceremonias celebradas para reunir a un pueblo enfrentado por una tremenda crisis y galvanizar su espíritu; el peligro de que concurriera habitualmente a ellas, ofreciendo a la traición subvencionada por el enemigo la posibilidad de planear un atentado criminal contra el jefe del Estado con regularidad científica; y de paso, la facilidad de multiplicar sin riesgo para el estadista las manifestaciones populares susceptibles de fomentar hacia su persona cierta idolatría que no deja de ser indispensable para cimentar sólidamente la lucha nacional que él encarna. El aspecto idolátrico – en el mal sentido de la palabra— que presentan las procesiones bonaerenses del retrato, al lado de similares fenómenos en otras épocas y lugares, depende de que ellas acabaran casi siempre en un templo. Fuera de que, según lo demostró concluyentemente Ezcurra Medrano, jamás hubo en ello “profanación ni sacrilegio’’, la invariable llegada de la manifestación al templo era su forzoso final en un pueblo profundamente religioso, cuyo Estado se confundía en sus orígenes coloniales con la fundación de la Iglesia en América, y que mal podía dejar de poner su profesión de fe política bajo protección del Altísimo.
En nuestros días hemos asistido a la reproducción del fenómeno que sirvió a los antirrosistas argentinos para denigrar a su patria con esa furia de masoquismo histórico que no se ha visto en ningún otro país. Los dictadores totalitarios de Rusia y de Alemania han superado todos los precedentes del caso Rosas, aunque siguiendo sus líneas generales, como para demostrar la ley de constancia espiritual que, pese a la singularidad de los fenómenos contingentes (debida a la libertad de la volición humana), rige las formas dentro de las cuales aquellos se producen; y que el manejo de las masas siempre requerirá menos persuasión racional que artificio demagógico. A mayor abundamiento, la república norteamericana, al quebrar la regularidad tradicional de sus períodos presidenciales y prolongar el mandato de Roosevelt, en una crisis, se orienta hacia la idolatría del jefe unipersonal que caracteriza a los regímenes dictatoriales, legales o de emergencia. El reciente desfile militar de Nueva York, presidido por una cabeza gigantesca del magistrado supremo, llevada en un camión automóvil, y seguida de mujeres en trajes europeos regionales y otras máscaras políticas[5] que transformaron una ceremonia militar en un cortejo de Carnaval, poco tiene que envidiar a procesiones del retrato de Rosas, como no sea una seriedad más trágica que quitaba a las del Buenos Aires dictatorial lo que esas ceremonias pueden ofrecer de caricaturesco.
Con todo, las exhibiciones del servilismo, adulación y odio a que se entonces la sociedad argentina no pierden su carácter lamentable y te por su semejanza con fenómenos de otras épocas y países. Pero de gastar todas nuestras capacidades de lamentación en ellas, debemos guardar una parte para la “felonía” que “ni el sepulcro la puede desaparecer”, para la violación de “las leyes eternas del patriotismo y del honor”, cometidas por argentinos extraviados, provocadores de aquel estallido irracional, y más culpables que la mayoría rosista, pues se consideraban a sí mismos, y en parte lo eran, mas cultos y por lo tanto responsables. Desde toda eternidad, corruptio optimi pessimae, lo peor fue y será la corrupción de lo mejor. Nada de lo que entonces sucedió se puede abstraer de las circunstancias atravesadas por el país, agredido por una poderosa nación europea y traicionado por algunos de sus hijos preclaros. Y ningún otro en su caso se condujo jamás de modo más digno como miembro de la comunidad internacional civilizada.
Así resulta de una admirable recapitulación, publicada por La Gaceta Mercantil del 23 de setiembre de 1839, como sinopsis de los documentos oficiales relativos a la cuestión francesa, y cuyas conclusiones es indispensable transcribir in extenso. Eran éstas:
1° Que los franceses residentes en el país gozaban desde la aurora de la independencia americana la más generosa hospitalidad y privilegios.
2° Que la Francia, que ni había simpatizado con la revolución americana, ni reconocido sus principios, no omitió el recoger para sus súbditos los óptimos frutos que ella ofreció desde sus albores al comercio, industria e intereses extranjeros.
3° Que la Gran Bretaña alentó los denodados esfuerzos de los americanos; y la Francia les opuso una política enemiga.
4° Que la Santa Alianza y el proyecto de coronar en América al príncipe de Luca son antecedentes ominosos de esa política hostil.
5° Que tanta enemistad y tantas ofensas en nada alteraron la generosidad sin límites de la República y su gobierno hacia los franceses.
6° Que en 1829, los franceses engrosaron las filas de los uni tarios amotinados al frente de un ejército victorioso, contra las le yes; y de los asesinos del primer magistrado de la nación, don Manuel Dorrego.
7° Que, a pesar de eso, fueron perdonados en el triunfo de los pueblos por la benóvola generosidad del general Rosas.
8° Que en 1830 continuaron en su odiosa enemistad al país y al gobierno.
9° Que entonces solicitó el cónsul de Francia, Wàshington de Mandeville se suspendiesen las citaciones de los franceses para el servicio de la milicia.
10° Que el gobierno lo rehusó respecto de los domiciliados en el país por las leyes de la República, dictadas en conformidad a los principios del derecho de gentes, universalmente reconocidos y practicados.
11° Que el gobierno, por un rasgo de munificencia, había exceptuado de hecho a los franceses del servicio dé la milicia, como lo están hasta hoy.
12° Que en 1831 rehusó con manifiesta justicia el reconocimiento de Laforest en el carácter de cónsul general de Francia; y que en toda su conducta, a este respecto, comprobó la más franca y positiva amistad a la Francia y su gobierno.
13° Que en los años 1835, 36 y 37 hasta la miserable cuestión suscitada por Roger, estuvieron en vigor las más amistosas relaciones por parte de la República hacia la Francia.
14° Que existen documentos auténticos en que los mismos franceses han consignado las más clásicas pruebas de la civilización de los argentinos, de la ilustrada benevolencia de su gobierno, de su distinguida amistad a la Francia, que el ilustre Restaurador ha dispensado, según consta por esos mismos documentos, las más amistosas consideraciones a todos sus agentes, a su gobierno y a S.M. Luis Felipe, felicitándolo reiteradamente por haber salvado la vida del puñal de atrevidos y feroces asesinos.
15° Que a fines de 1837 se presentó Roger y subsiguientemente Leblanc a exigir despojos y humillaciones a cañonazos, eligiendo un período en que la Confederación Argentina se hallaba empeñada en gloriosos sacrificios por la libertad americana.
16° Que no sólo eran injustas y humillantes las pretensiones de Roger, sino que él mismo no investía’ carácter competente para presentarlas y discutirlas.
17° Que el gobierno argentino demostró los principios que sostiene con razones incontrastables, fundadas en el derecho de gentes y en la práctica universal e invariable de las naciones civilizadas.
18° Que Leblanc no sólo no investía carácter alguno para negociar, sino que insultaba a la República, pretendiendo negociar a cañonazos.
19° Que habiendo sido invitado por el gobierno argentino a una amistosa conferencia confidencial, la rehusó con insolencia, cuando hacía alarde de moderación y deseo de paz.
20° Que el gobierno argentino invocó la razón y no la fuerza manifestando su disposición y deseo por una discusión franca y amistosa con persona debidamente acreditada, y Leblanc prefirió la fuerza y estableció el bloqueo.
21° Que no existían franceses ni en las cárceles, ni en la milicia, que no había objeto alguno fundado a las reclamaciones de Leblanc.
22° Que éste se vió obligado a confesarlo en nota fecha 12 de abril de 1838.
23° Que para continuar el tiránico bloque dio un nuevo jiro a sus pretensiones.
24° Que exigiendo se supendiese para con los franceses la aplicación de los principios del gobierno argentino respecto de los extranjeros, y exigiéndolo por el ministerio de una fuerza hostil, exigía del gobierno la entrega de la nacionalidad argentina, de sus derechos de soberanía y libertad y de los de todo el Continente Americano.
25° Que reclamando que las personas y propiedades de los franceses fuesen tratadas como las de la nación más favorecida hasta la intervención de un tratado, exigía todos los tratados futuros que celebrara la República.
26° Que si el gobierno argentino hubiera accedido a esto, habría traicionado la causa sagrada de la patria y América.
27° Que los tratados del fuerte con el débil son generalmente goces para el primero y exclusivamente cargas para el segundo.
28° Que no pueden tomarse sobradas precauciones en este punto por los Estados,americanos, los cuales tuvo en vista el gobierno argentino, con tanta mayor razón cuanto que a ello lo obligaba especialmente la política hostil del gobierno francés contra la independencia americana.
29° Que resistía y debía resistir esas pretensiones de Leblanc en cuanto al derecho, pues en cuanto al hecho sobrado generoso era respecto de Francia, concediendo a sus súbditos igualdad de goces con los demás extranjeros qué no tienen tratado y exoneración también de hecho del servicio de la milicia.
30° Que Leblanc bloqueando y hostilizando, exigía garantías para lo sucesivo.
31° Que esta singular pretensión coincide con otras del nuevo derecho de gentes invocado por el gobierno francés y sus agentes a cañonazos..
32° Que la República, agredida con injusticia, bloqueada con tiranía, lejos de solicitar garantías para lo sucesivo, únicamente pedía que decidiera la razón y no la fi¿erza.
33° Que el bloqueo es injusto, establecido sin autorización competente, no notificado en debida forma, irregular, ilegítimo, violento, tiránico, ínfimo y miserable.
34° Que, después de establecido tal bloqueo observó el gobierno una conducta absolutamente pacífica y amistosa y continuó a los franceses como antes, mientras que éstos ‘no omitían crimen ni perfidia alguna.
35° Que los franceses acordaron con don Domingo Cullen el asesinato alevoso del general Rosas y la espantosa anarquía del país, maquinando en este sentido en Santa Fe, Corrientes y aún Buenos Aires.
36° Que el gobierno guardó circunspección y silencio para calmar la irritación pública contra los franceses.
37° Que sólo después del ultimátum de Roger y usurpación escandalosa de la isla de Martín García se oyeron algunas voces de ¡Mueran los franceses!
38° Que todavía entonces el gobierno procuró apaciguar la indignación de los ánimos.
39° Que antes de contestar el ultimátum de Roger propuso el respetable arbitramiento de la Gran Bretaña y fue desechado por el Cónsul de Francia.
40° Que son injustas, vejatorias y absurdas las pretensiones del ultimátumt y calumnioso e insolente su lenguaje.
41° Que se presentó sostenido en el tiránico bloqueo y la alevosa invasión del territorio argentino.
42° Que el gobierno debía resistir eternamente tanta violencia y humillación.
43° Que éste era su deber ante la patria, ante la América y el mundo libre.
44° Que los agentes de Francia, en nombre de su gobierno, han subvertido todos los principios conservadores de las sociedades aliándose al vandalaje y la piratería de Rivera y los denominados unitarios.
45° Que han sido injustos, alevosos y tiranos contra la Repf blica Oriental del Uruguay, derribando su gobierno legal y anulando su independencia y libertad por la más pérfida escandalosa intervención.
46° Que contra el derecho de gentes y la práctica universal las naciones han exigido y practicado la venta y adjudicación presas marítimas en territorio neutral.
47° Que no han dado ni un simple manifiesto para colorín inusitados y tiránicos procedimientos.
48° Que a pesar de todo no se oían voces que gritaban: ¡M los Franceses!
49° Que la escandalosa traición de don Genaro Berón de Astrada y su perjura pretensión de hacer pedazos el tratado con la Gran Bretaña fue promovida por los franceses y acordada por cellos.
50° Que el francés Juan Pablo Duboué fue enviado en calidad de agente secreto de Leblanc. Rivera, Martirgy y Baradere cerca de Cullen para anarquizar las provincias del interior de la República.
51° Que mientras los franceses proseguían de este modo sus crímenes y perfidias, el gobierno argentino continuaba dispensando la mas extensa y positiva protección a sus personas y propiedades constituidas en la misma condición privilegiada de hecho que antes del bloqueo.
52° Que las bases presentadas por el señor Nicholson, con recomendable celo y amistosos buenos oficios, por autorización de los agentes franceses, eran injustas, humillantes y tiránicas.
53° Que las propuestas por el gobierno argentino fueron honrosas, racionales y moderadas; y sin embargo, las desecharon los agentes franceses con el fallo dé que eran completamente inadmisibles.
54° Que aún antes de notificada esta decisión, perpetraron los franceses el incendio de buques en puertos indefensos de la dilatada costa de la República, la destrucción y la depredación de propiedades tanto argentinas como neutrales, y todos los actos de la más infame piratería.
55° Que los buques bloqueadores empavesados festejaron con salvas y demostraciones de regocijo esos actos miserables.
56° Que entonces fue cuando recién se lanzó por los argentinos el grito unánime de ¡Mueran los franceses!
57° Que aún entonces el gobierno no quiso ejercer el menor acto de justa represalia ni medida alguna de seguridad contra los franceses o sus propiedades, y permaneció siempre generoso amigo de la Francia.
58° Que toleró ese grito nacional, no por malquerer o venganza, sino porque ni le era permitido ni posible oponerse a la exasperada y amenazante indignación de los pueblos que si no se desahogaba se hubiera lanzado contra las personas de los franceses, inmolándolos a tan justa irritación..
59° Que los franceses levantaron a bordo de sus buques (de guerra al general La valle con una gavilla de forajidos, lo colocaron en la isla de Martín García, le auxiliaron, y aliados a él fraguaron una expedición contra el territorio argentino irónicamente llamada libertadora.
60° Que el oro de los franceses preparó la alevosa trama de tenebroso asesinato contra la vida del Restaurador Rosas, de la que eran miserables instrumentos los reos de lesa América don Manuel Vicente y don Ramón Maza.
61° Que esos traidores fueron denunciados por la/opinión pública y expiaron su inmundo crimen.
62° Que entonces clamaron ardorosamente los pueblos ¡Mueran los asquerosos inmundos franceses!
63° Que sin este justo desahogo la ira popular comprimida por tanto tiempo se habría dirigido a las personas de los franceses.
64° Que a la política sobria y generosa del general Rosas deben los franceses las garantías que han continuado gozando en medio de una nación profundamente irritada.
65° Que a despecho de tan luminosos hechos, han aducido los agentes franceses la clasificación de asquerosos, como un motivo para enseñorearse de Montevideo.
66° Que en medio de todo es una generosidad; sin ejemplo por parte del gobierno argentino continuarlos de hecho en los mismos goces generosos que antes del bloqueo.
67° Que éstos son los títulos con que clasifican de bárbaros a los americanos, d¿guarda, bestias y tigre al general Rosas, a quien deben los franceses tantas consideraciones, los mayores beneficios y una generosidad que no acostumbran dispensar los gobiernos más civilizados en las crisis de la independencia y libertad nacional.
68° Que no pudiendo hacer el general Rosas más que lo que ha hecho, la enorme responsabilidad de ulteriores inmensos males, recae sobre los que han agitado el ardiente volcán del odio -popular, del sentimiento americano.
69° Que el señor Dupotet, mandado por el gobierno francés a sustituir a Leblanc, debe contemplar este cuadro con reposado juicio, libre de malévolas prevenciones. [6]
Este documento, de admirable composición y que muestra el anverso de la propaganda dictatorial, no establece sino hechos irrefutables. Pero sobre el punto que nos interesa destacar en este momento peca de excesiva sobriedad. En efecto, la conducta del gobierno argentino con los súbditos del Estado cuyos agentes observaban hacia él una tan hostil e indigna, fue incomparablemente generosa, en los anales de los conflictos internacionales. En casos similares, los países bárbaros persiguen y matan no sólo a los hijos de la nación que los hostiliza, sino a todos los extranjeros, en grandes y memorables carnicerías colectivas. Y los civilizados, antes los internaban hacia el interior del territorio, donde no pudiesen comunicar con el exterior para enviar a sus compatriotas los secretos de Estado; y ahora los internan en campos de concentración, o los ponen bajo severa vigilancia, como vulgares sospechosos, aunque los antecedentes de cada uno sean sin tacha. El pueblo argentino, en la época de la cuestión francesa, no sólo no reaccionó contra la injustificable agresión de una potencia europea con una matanza general de extranjeros, como lo haría el chino en 1900, sino que ni siquiera un francés sufrió violencias de hecho. Rosas dejó tranquila a toda la colectividad. No tomó medida de precaución alguna, como dice el documento que comentamos. La única molestia que sufrieron sus miembros fue la de oír a la multitud proferir aquellos mueran los franceses o mueran los asquerosos inmundos franceses; lo menos que la nación agraviada podía permitir como desahogo ante el insulto.
Aquel desborde verbal debía repercutir desastrosamente en la política interna, dado que ésta se desarrollaba hacía varios lustros como enconada lucha civil, y hacía varios años en un sistema exclusivista que trataba de liquidarla. La diatriba contra los opositores subió de tono, fundiéndolos a todos en la misma denominación. Entonces fue que en documentos públicos y en las divisas partidarias se agregó al lema ¡Viva la Federación!, el Mueran los salvajes unitarios, no como un simple mote infundado, sino como calificativo preciso, ya que la alianza de oposición con el agresor extranjero asumió las formas más repulsivas y bárbaras de que haya ejemplo en la historia de los pueblos civilizados, que esa actitud suya fue inmediatamente anterior al mote que oficializó su condenación. Entonces aparecieron el uniforme partidario federal, guardias de honor, la sociedad popular restauradora, la delación premiada, en suma, todas las características del gobierno cesarista, o sea el caudillo apoyado en una multitud fanatizada y militarizada para hacer frente a una lucha de vida o muerte. Que el sistema existiese antes de 1839, como dispositivo permanente, en nada disminuye esta verdad: que su exageración y su severa aplicación fueron de la época a que nos referimos.
Igualmente, la polémica de la prensa federal no había llegado al desborde que sirvió a los antirrosistas para caracterizarla en todo su desarrollo, achacarle toda la culpa de la lesión sufrida por el espíritu argentino, cuando debió responder a las agresiones de la prensa emigrada, escrita por las mejores plumas nacionales, que prostituyeron el lenguaje de la diatriba, y lo que es peor subvirtieron las más elementales nociones de la política, mientras sus adversarios se atenían, en aquella carrera a la regresión (que no habían provocado) a los elementos básicos de una pasión natural no sostificada, la defensa del suelo patrio, por todos los medios morales y materiales imaginables.
Las caricaturas de El Grito Argentino, las diatribas de Alberdi, Rivera Indarte, etc., son de un pasquinismo que nada tiene que envidiar a peores excesos de la Gaceta Mercantil. Y en los casos del cordobés y tucumano, peores. Ya que sus excesos en la oposición, en contraste con los de las respectivas etapas de oficialismo, adquirían ese matiz de versatilidad y sofistería, característica del alquilón o del resentido.
Teniendo en cuenta las dos piezas las hemos reproducido en este capítulo como el anverso y el reverso de la moneda propagandística circulada por la dictadura, y cotejándolas con las del bando opuesto, no es aventurado sostener que una de ellas no es peor que la peor de las unitarias, y la otra mejor que las mejores de Varela, Alberdi o Sarmiento, si no por el fraseo estilístico, por la solidez de las ideas y la bondad de la composición.
Fuente: Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Bs.As., Jorge Llopis, 1975, TOMO III, pp. 237-247
NOTAS:
[1] A. Zinny, La Gaceta Mercantil, resumen de su contenido, ed. Cit., t. II, ps. 389-391
[2] Rosas y su tiempo, ed. Cit. t. II, ps. 290-301
[3] Causeries du lundi, ed. Estereotipada Garnier, París, t. VII, p. 68
[4] Alberto Ezcurra Medrano, Rosas en los altares, en el diario Crisol, y luego reproducido en la <<Revista del Instituto Juan Manuel de Rosas>>, N° 4, diciembre de 1939, Buenos Aires.
[5] Véase The New York Times, del 14 de junio de 1942.
[6] A. Zinny, La Gaceta Mercantil, resumen de su contenido, ed. Cit., t. II, ps. 396-402
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