Roger Scruton 2

Roger Scruton – La falacia de la agregación (fragmentos)

“Esta falacia – la <<falacia de la agregación>> – ha desempeñado un papel muy importante en la evolución del liberalismo, desde su formulación clásica, expuesta por Adam Smith, hasta su versión moderna de alcance global defendida por los intelectuales de la costa Este, y ensalzada por la magistral Teoría de la justicia de John Rawls. Para nuestros antecesores victorianos, un liberal era alguien que valoraba la libertad individual por encima de cualquier otro objeto social que pudiera ser impuesto por el Estado; eran personas que creían que los individuos debían resolver sus problemas mediante el empleo de su sentido moral innato, siempre y cuando el Estado les permitiera ejercerlo. Actualmente, en Estados Unidos, el liberal es alguien que defiende la interferencia general del Estado en la actividad económica, en las escuelas y universidades, y en instituciones de la sociedad civil como el matrimonio o las asociaciones, con el propósito de establecer condiciones generales de libertad.

La historia del liberalismo norteamericano ha hecho que nos preguntemos si realmente la libertad y la igualdad pueden ser combinadas de la manera en que tantas personas lo han deseado desde hace siglos. ¿Puede superarse el conflicto entre ambos objetivos? A juicio de Rawls, sí es posible. Rawls buscó una respuesta a la cuestión y se convenció de que había resuelto el problema con la ingeniosa formula de la <<ordenación léxica>>. La necesidad de libertad debe satisfacerse antes de encarar las cuestiones relativas a la distribución. Sin embargo, la exigencia de libertad se proclama en aras de una libertad igualitaria, y así se antepone nuevamente la cuestión. ¿Y qué pasa si resulta que sólo podemos hacer que la libertad sea igualitaria acabando con ella?

Podemos apreciar el alcance de esta cuestión en la práctica política. Los asaltos a las libertades en los países como Estados Unidos se justifican, por norma general, en nombre de la libertad. Por ejemplo, cuando la libertad de un empresario de dar trabajo a quien le parezca es cancelada en virtud de las políticas de <<no discriminación>>, se justifica como un acto de <<apoyo>> y, por tanto, de <<liberación>> de las minorías que antes fueron oprimidas. Si se argumenta que los derechos del empresario está siendo infringidos por políticas que le contaminan a hacer cosas que no haría voluntariamente, el Tribunal Supremo descubre derechos individuales ensalzados originalmente en la Bill of Rights, que eran las libertades auténticas, y que definían la soberanía de la esfera individual. Son derechos grupales; derechos que una persona tiene por el mero hecho de ser mujer, homosexual, por pertenecer a una minoría, o por lo que sea. Podemos apreciar esta tendencia en las disputas relacionadas con la <<discriminación positiva>>. Dos personas, John y Mary, envían su solicitud a una escuela. John tiene mejores calificaciones, pero Mary es nativa americana y es admitida gracias a ese principio. En este caso, los liberales argumentan que Mary tiene una ventaja imbuida en virtud del grupo al que pertenece; un grupo previamente oprimido cuya posición en la sociedad sólo puede ser restituida utilizando semejante trato preferencial.

Este nuevo tipo de derecho se inventa para justificar la discriminación en el nombre de la no discriminación. Es una forma de cancelar los derechos individuales en pos del interés de los grupos. Son derechos que van en contra del espíritu original del liberalismo, que pretendía proteger al individuo frente al grupo y garantizar la soberanía individual como eje central de su propia vida, que debía servir de base al orden consensual. Pese a todo, los liberales de Estados Unidos no albergan duda alguna de que son ellos, y no la oposición conservadora, los auténticos abogados de la libertad individual en el mundo moderno. El deseo de igualdad es, a sus ojos, nada menos que el deseo de hacer accesible la libertad para todos; algo que sólo puede lograrse <<reforzando>> a grupos cuyas desventajas les han impedido hasta el momento conseguir sus objetivos. Y el único agente capaz de llevar a cabo semejante acto de <<refuerzo>> a gran escala es el Estado, que debe expandirse en concordancia.”

Fuente: Scruton, Roger, Usos del pesimismo, Barcelona, Ariel, 2010, pp. 148-150

 

“Cuando Adam Smith convirtió la libertad en el centro de su teoría de la economía moderna, fue muy claro al establecer que la libertad y la moral son las dos caras de la misma moneda. Una sociedad libre es una comunidad de seres responsables, unidos por las leyes de la simpatía y por las obligaciones del amor familiar. No es una sociedad donde la gente se encuentra desposeída de cualquier restricción moral, pues el resultado sería precisamente lo opuesto a una sociedad. Sin restricción moral no puede haber cooperación, ni compromiso familiar, ni proyectos a largo plazo, ni esperanza de tener un orden económico, por no hablar de un orden social. Aún así, aquellos que se describen como <<liberales>> pretenden retirar las restricciones morales de la ley y de cualquier otro lugar desde donde podrían convertirse en firmes puntos de apoyo para los principios de la sociedad. Con frecuencia estos liberales son inmorales en materia sexual y creen que el Estado no debe imponer mediante la ley o gracias al sistema de enseñanza pública una visión del orden moral o de la satisfacción espiritual. Esta óptica se ve fortalecida por la falacia del <<nacidos en libertad>>, que ya discutí en el capítulo III, y que proporciona una posición exculpatoria en todo lo concerniente a la moral, facilitando la transferencia de responsabilidades al Estado. De esta forma se organiza la nueva agenda liberal: el Estado controla todos los aspectos de la vida pública; y se propugna una libertad absoluta en la esfera privada. Cómo una sociedad constituida así podrá sobrevivir y reproducirse es todavía una pregunta abierta, a la que un pesimista sólo puede dar una respuesta negativa. Aún así, la habilidad de los reformadores liberales para soslayar los indicios de la decadencia social, y seguir presionando en la dirección que marca su agenda, es una excelente prueba de que viven en un mundo hecho de falsas esperanzas.”

 

Fuente: Scruton, Roger, Usos del pesimismo, Barcelona, Ariel, 2010, pp. 152-153




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