Massa vs Milei 2

Otra vez las encuestas. Por Vicente Massot

De pronto, como sea, una serie de encuestas puestas en circulación en el curso de la última semana han dado lugar a una pregunta que, a esta altura, está en boca de todos aquellos que siguen el curso de las campañas presidenciales sin perder detalle. El interrogante planteado se refiere a si aquellos relevamientos públicos, hechos con el propósito de anticipar la intención de voto de la ciudadanía, reflejan la verdad o si son parte de una estrategia debidamente calculada del comando massista. Para entender de qué estamos hablando resulta menester dar cuenta de los sondeos que se efectuaron desde el lunes 23 de octubre — cuando ya se conocían los guarismos definitivos de la elección substanciada el día anterior— hasta principios de la semana que acaba de comenzar. De las diez encuestas que se han publicado, seis lo ubican a Javier Milei arriba de Sergio Massa con una diferencia de entre dos y cuatro puntos. Entre ellas, Solmoirago, CB Consultores y Atlas —que encuestaron en dos oportunidades diferentes— y Aresco. Por su lado, Inteligencia Analítica muestra un empate técnico: el líder libertario apenas supera al candidato oficialista por centésimas. Por fin, son tres las que lo dan en el lugar de privilegio al kirchnerista: Zuban Córdoba, Analogías —que realizó dos relevamientos— y Proyección. Para la primera hay una diferencia de dos puntos a favor del kirchnerista. En cambio, para la segunda los ocho puntos a favor de Massa de hace diez días se han reducido a tres. Y en cuanto a la tercera, el candidato oficialista que acreditaba siete días atrás diez puntos de ventaja en desmedro del libertario, ahora pierde por dos.

Ha llamado la atención del mundo político y politizado el hecho de que —si bien es necesario computar el margen de error que arrastran los muestreos— La Libertad Avanza lleve la delantera en casi la totalidad de las encuestas. Que esta fuera la relación de fuerzas a quince días de los comicios ha sorprendido a no poca gente. A la hora de explicar el fenómeno, dos han sido las interpretaciones. Comencemos por la teoría conspiracionista, según la cual Massa habría pactado esos porcentajes —desfavorables para él— con un doble propósito: por un lado, hacerle entender a sus seguidores que deben concurrir a las urnas sin dudarlo, porque hoy se encuentra en una posición comprometida y, por el otro, desalentar la concurrencia al cuarto oscuro de los partidarios de Milei en razón de que llevan las de ganar y no resulta imprescindible que se molesten ese domingo. El argumento suena tirado de los pelos y le otorga al titular de la cartera económica un poder que no tiene para comprar a los encuestadores y hacerles decir cuanto convenga a su plan. Es demasiado grosero imaginar que una jugada de este tipo pueda llevarse a la práctica.

El segundo análisis es más sesudo y tiene base en una serie de datos comprobables, lo que no significa que, necesariamente, resulte correcto. Parte de una base que —al menos en principio— no ofrece flancos a la crítica. Los 6.379.023 votos que obtuvo el 22 de octubre la fórmula integrada por Patricia Bullrich y Luis Petri están más cerca de los postulados del libertario que de los de Massa. Dicho de manera diferente, Javier Milei se halla en condiciones de seducir con mayores posibilidades que Sergio Massa a esos seguidores de Juntos por el Cambio que ahora, descartados del ballotage sus representantes, deben optar por el ‘segundo mejor’, que puede ser uno de los nombrados o sufragar en blanco. Si esos seis millones decidirán la elección, no sería de extrañar que los que pertenecen desde un primer momento al Pro de Mauricio Macri y se encolumnaron detrás de su ex–ministro de Seguridad, tengan decidido qué hacer en el cuarto oscuro y ello haya quedado transparentado en las encuestas de las que venimos hablando. Si a lo expuesto se le agrega que el peronismo cordobés —que responde a Juan Schiaretti— desde siempre ha sido antikirchnerista, tampoco es antojadizo suponer que parte del millón ochocientos mil votos que cosechó en la última semana de octubre a nivel nacional pueda sumarse a la cuenta de La Libertad Avanza. Vistas así las cosas, las encuestas que le otorgan una ventaja de dos o tres o cuatro puntos no parecen disparatadas, ni mucho menos.

Pasadas dos semanas desde que se substanciaron las elecciones en las cuales triunfó Unión por la Patria, está claro que Sergio Massa habrá de aferrarse al libreto que le permitió esa victoria y que no cambiará ni un punto ni una como. Quizás no se halle en condiciones de repetir el Plan Platita, que a tantos sedujo y cuyos beneficios son de corto plazo. Pero es seguro que repetirá la estrategia de meterle miedo a la ciudadanía, exagerando hasta rozar el grotesco las inclemencias que tendría para el país una administración encabezada por Milei. En eso de inventar fantasmas y dibujar escenarios de carácter apocalíptico, ha demostrado ser un verdadero maestro. En principio, logró lo que nadie consideraba probable: que una porción nada despreciable de la población creyese en sus mentiras. Al extremo de que, entre las PASO y octubre, consiguió adicionar diez puntos porcentuales a la cantidad de votos obtenida en las primarias abiertas. Prácticamente, un milagro. El desafío que tiene por delante, de cara al ballotage, es pescar en un universo que, a priori, no le es afín. Una cosa era atraerse al votante asustado, indeciso y no–partidista —cosa que hizo con singular maestría— y otra muy diferente es convencer a los millones de personas que respaldaron a unos candidatos que poco o nada tienen en común con su ideario y sus prácticas políticas —Milei, Bullrich, Schiaretti y Bregman— que lo voten a él. ¿Por qué habrían de hacerlo?

Massa corre, además, con la desventaja de ser la cara visible de un gobierno que no ha dejado error por cometer. Las estadísticas —no sólo las de índole económica— muestran una realidad lacerante, de disimulo imposible. El titular de la cartera de Hacienda es incapaz de mostrar un solo logro de consideración desde el momento que reemplazó a la Batakis. Cómo podría persuadir a los cambiemitas, a los que apostaron por Juan Schiaretti y a los trotskistas a que lo acompañen en el cuarto oscuro. Agitar la bandera del salto al vacío y el fin de la democracia que traería aparejados Milei es algo que son proclives a comprar quienes lo votaron a él. Sin embargo, perforar ese 37% de los sufragios que es hasta aquí su caudal electoral, resulta una empresa bien difícil. No sólo porque quienes tendrán la última palabra en el cuarto oscuro son virulentamente antikirchneristas, sino también porque —pese a su indudable habilidad— Massa es el dirigente menos creíble de los muchos que pueblan el ruedo político criollo.

El derrotero de Milei, desde los comicios que perdió a la fecha, ha sufrido un cambio tan notable como notorio. La adhesión de Mauricio Macri y de Patricia Bullrich —entre muchos otros referentes de Juntos por el Cambio que decidieron apoyarlo públicamente— lo obligó a atemperar su carácter, a repensar su plan de ruta y a evitar una frontalidad excesiva que en el último tramo de la campaña podrían jugarle una mala pasada. Al mismo tiempo, recibió de parte de la estructura del Pro un respaldo básico, sin el cual era imposible siquiera pensar en el sillón de Rivadavia. Se trata de miles de fiscales que el espacio libertario no tenía y que representan la condición necesaria —nunca suficiente— para triunfar el 19.

Uno y otro contrincante enfrentarán dentro de cinco días una prueba de fuego: el debate que se llevará a cabo el domingo que viene en el aula magna de la Facultad de Derecho de la UBA. Será una pulseada ideológica con diferencias acusadas respecto de las que presenciamos entre los cinco candidatos habilitados para disputar la primera vuelta. En esta cruzarán ideas, argumentos y chicanas sin las limitaciones de tiempo que caracterizaron los eventos anteriores. Será una discusión a suerte y verdad que, según los expertos en la materia, presenciará una cantidad de personas similar a la que siguió por televisión el partido del seleccionado capitaneado por Lionel Messi contra Francia, por la final de la Copa del Mundo en Qatar. Nada más y nada menos. En un debate entre cinco definir a un ganador neto no es tarea fácil. Entre otras razones, porque muchas veces ninguno se despega del resto con claridad. En cambio, en una controversia de dos, la posibilidad de que uno de ellos saque ventajas es alta. Massa expone sus ideas mejor que Milei. A este, de su lado, le sobran argumentos para ponerlo contra las cuerdas a su rival. Ninguno puede darse el lujo de perder.

 

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