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¿Cómo fue posible? Por Vicente Massot

El pasado 13 de agosto nadie imaginó que Javier Milei pudiese dar cuenta de sus adversarios. La totalidad de las encuestas y los análisis que se habían hecho acerca de las posibilidades con las que llegaban a la elección los tres candidatos, quedaron astilladas frente al tsunami libertario. Lo mismo sucedió el pasado domingo a la noche, cuando quedó claro que el candidato oficialista —que en las PASO había ocupado el tercer puesto— se imponía a expensas del León y de Patricia Bullrich sacando, a su favor, una ventaja holgada. La única diferencia existente entre aquellas y estas predicciones fue que días antes del triunfo de Sergio Massa tres encuestadoras —Atlas Intel, Proyección y CB Consultores— habían anunciado que el representante kirchnerista —o como quiera llamárselo— llevaba las de ganar.

Lo expresado pone de manifiesto hasta qué punto nuestro país es impredecible a la hora de depositar los ciudadanos su voto en las urnas correspondientes. Milei llegó a las primarias abiertas con la esperanza de orillar o traspasar la cota del 20 % y, de buena a primeras, sumó un inesperado 30 % de los sufragios. Por su parte, el propósito básico de Massa —aunque ahora no lo reconozca— era ganarle a Juntos por el Cambio para así meterse en el ballotage. Cuál no sería su sorpresa al darse cuenta de que había sumado tres millones más de papeletas, en comparación con el 13 de agosto, y había superado por siete puntos a su inmediato seguidor. ¿Qué pasó? ¿Por qué fue posible? Las explicaciones que puedan adelantarse habrá que tomarlas con beneficio de inventario. Pasadas apenas cuarenta y ocho horas, conviene andarse con cuidado al momento de analizar lo sucedido. Solo caben las reflexiones provisorias.

Lo primero que salta a la vista es la apuesta del ministro de Economía referida a qué tanto valorarían sus seguidores —y ,sobre todo, quienes no se habían acercado al cuarto oscuro dos meses atrás— el así llamado Plan Platita. El dispendio grosero de la hacienda pública le dio unos frutos formidables. El razonamiento opositor de que los beneficiarios del distribucionismo oficial recibirían los premios y votarían en su contra, probó ser falso. El segundo aspecto relevante fue la articulación de una estrategia anclada en el miedo a los postulados libertarios, que echó raíces en todas las geografías peronistas y en una cantidad importante de las capillas independientes. Entre las primarias abiertas y las generales hubo unos 3.725.000 votos afirmativos nuevos. De ese total, 85 % se inclinó por la boleta oficialista. La campaña orquestada —a instancias de Massa— por los principales intendentes del Gran Buenos Aires y de los gobernadores que le responden del NOA/NEA, probó ser de una eficacia notable. En un país clientelista como el nuestro, en donde dependen de las arcas estatales veinte millones de personas, decirle a la gente que si se imponía LLA perderían sus privilegios, subsidios, jubilaciones y derechos adquiridos, si bien fue una gigantesca mentira, al mismo tiempo representó un espectacular acierto electoral.

Más allá de las simpatías o antipatías ideológicas que suscite el personaje, cabe decir que el triunfo de Massa se debió menos a su carisma, credibilidad, o don de mando, que a su astucia política. Aun cuando la comparación con Julio Argentino Roca no resista el análisis, en tren de hallar un calificativo que lo defina de cuerpo entero, el mejor sería el de zorro. Su habilidad para remontar una situación que parecía inmanejable, empinarse sobre la corriente y —contra todos los pronósticos— ganar, ratificó un dato que sus hombres de mayor confianza repetían con insistencia desde tiempo atrás: “—No lo subestimen”. Con esta particularidad, que resulta necesario señalar porque será clave en la campaña que se avecina: su temprana toma de distancias del kirchnerismo, cosa que se encargó de poner en evidencia en el discurso —no precisamente de barricada— que ensayó a poco de ser proclamado vencedor. Nunca mencionó ni a Néstor, ni a Cristina, ni mucho menos a Alberto Fernández. Tampoco se le ocurrió sumarse a los festejos de Axel Kicillof ni permitió que subieran al estrado y lo flanqueasen ninguno de los dirigentes más representativos del universo K. Él sabe mejor que nadie hasta dónde una porción de los independientes y parte de los radicales estarían dispuesto a respaldarlo el 19 de noviembre, siempre y cuando deje en claro que no será una copia de Alberto Fernández. Las chances de Massa radican, básicamente, en la capacidad que tenga para demostrar su razón independiente de ser, tanto de la actual vicepresidente como de La Cámpora y otras facciones kirchneristas. Sus primeras declaraciones del lunes ratificaron esta posición. Claro que a las palabras se las lleva el viento con facilidad. Es indisimulable el peso que seguirá acreditando en Unión por la Patria el gobernador de Buenos Aires y su principal valedora, Cristina Fernández. Massa no es kirchnerista pero no se podrá deshacer del kirchnerismo de la noche a la mañana. Si consigue imponerse a su rival en la segunda vuelta, deberá aprender a convivir con aquéllos más de lo que le gustaría confesar.

No hay que perder de vista que, respecto a la performance de Alberto Fernández hace cuatro años, Unión por la Patria dejó en el camino tres millones y medio de votos. Si lo premió casi el 37 % de los que entraron al cuarto oscuro, hubo un 63 % que se inclinó por partidos que poco o nada tienen en común con el peronismo. Del análisis a mano alzada de los guarismos, hay un aspecto digno de considerarse: quienes le dieron la derecha a Massa y lo convirtieron en vencedor fueron —en gran medida— aquellos que el 13 de agosto, por distintas razones que no es del caso describir, decidieron quedarse en sus casas. Sin olvidar, por supuesto, al núcleo duro del colectivo peronista, en cualquiera de sus versiones: el conurbano bonaerense. En esa Argentina donde la pobreza resulta lacerante, la inseguridad crece sin cesar, faltan cloacas, la salud es paupérrima y la enseñanza pública es similar a la de Uganda o Haiti, el distribucionismo puesto en marcha antes de las elecciones cuenta más que la inflación. En Lomas de Zamora y La Matanza, en Quilmes y Berazategui, para citar al voleo unos cuantos municipios, la corruptela de la clase política no le interesa a la mitad de la población, cuando menos. De lo contrario, no se explica el 45 % obtenido por Axel Kicillof. Lo expresado no apunta a convertirse en una crítica de carácter moral. Es una realidad de la que se aprovechan quienes mejor conocen y dominan esos territorios. El justicialismo, en semejante fango, le saca a sus contrincantes varios cuerpos de ventaja.

Pero no solo el Plan Platita y el hincapié en el miedo a lo desconocido explican lo acontecido el domingo. También es obligado mencionar los errores no forzados de Javier Milei y al carácter desabrido de Patricia Bullrich. Comencemos por el libertario. Durante la última semana, su campaña fue una suma y compendio de errores y horrores que sólo se explican en virtud de que nunca es pertinente ejercer, a la vez, la doble función de candidato y de estratega. Al respecto, su improvisación contrastó con la profesionalidad del massismo. El conjunto de brasileños que desembarcó en Buenos Aires, a instancias de Lula, para dotar de andadores a Sergio Massa, debería haberle enseñado a Milei que en estos casos hay que escuchar a los que saben. El dueño del circo es el candidato, a condición de entender que es el jefe de campaña el que debe fijar el rumbo, ordenar la tropa y señalar qué es conveniente hacer y qué cosas es menester evitar. ¿A quién podría ocurrírsele peor idea que la expresada por Benegas Lynch en punto a romper relaciones con el Vaticano, o la disparatada propuesta de la futura diputada Lemoine referida a la paternidad, o la irrupción de la hinchada de Chacarita con sus bombos en el Movistar Arena? En el espacio libertario da la impresión de que se emborracharon con el anarcocapitalismo. Cada cual hace y dice cuanto le viene en gana. Si no corrige rápido esa práctica,su derrota será segura el 19 de noviembre. En lo que se refiere a Juntos por el Cambio, su desflecamiento comenzó en las PASO y, sin solución de continuidad, se extendió hasta anteayer. No hubo un solo acierto ni nada que pudiese torcer un rumbo equivocado que ha llevado a la alianza cambiemita al borde del abismo. En su seno late el rupturismo que se veía venir.

Dicho lo cual, cabe distinguir la performance libertaria de la de Juntos por el Cambio. No faltaba a la verdad ni exageraba Javier Milei cuando dijo que el partido que lidera había consumado una verdadera hazaña. Lo suyo fue una derrota táctica, si el parámetro para medirla es la expectativa que había generado. En cambio, que en sólo dos años haya logrado pasar de dos a cuarenta diputados; sentar a ocho senadores en la cámara alta, cuando hasta hoy carecía de representantes; haber ganado a simple pluralidad de sufragios en diez provincias —incluidas Santa Fe, Córdoba y Mendoza, nada menos— se corresponde mal con el término derrota. Fue un triunfo importantísimo, cuya dimensión puede agigantarse o desaparecer según cómo sea administrada esa musculatura legislativa, si acaso es derrotado en el ballotage. Si los diputados y senadores de LLA se encolumnan detrás suyo y actúan en bloque, su peso se hará notar cuando haya que discutir y sancionar leyes. El peligro que corre una fuerza nueva opositora es que, a poco de andar, las tentaciones centrifugas se hagan sentir y las lealtades se aflojen. De momento, es difícil anticipar cuál será su derrotero. La prioridad es llegar a la doble vuelta de manera competitiva.

A la luz de la naturaleza cambiante del electorado, no está escrito en ningún lado el nombre del futuro presidente. Quienes suponíamos que el candidato oficialista no podía ganar, nos equivocamos de medio a medio. De modo tal que es mejor no adelantar resultados. Lo que no quita que Sergio Massa tenga más chances que Javier Milei. Es difícil imaginar que sus pisos —37 % contra 30 %— vayan a perforarse. Uno y otro obtendrán más votos dentro de 25 días. La pregunta del millón es cómo votarán quienes acompañaron a Patricia Bullrich y a Juan Schiaretti el domingo. Así como en la primera vuelta decidirían los más de tres millones de personas que se habían ausentado en las PASO, el 19 de noviembre la posibilidad de inclinar la balanza hacia uno u otro candidato estará en las manos de los cambiemitas y de los peronistas cordobeses. De más está recordar que cuanto digan Mauricio Macri, Elisa Carrió, Facundo Suarez Lastra, Maximiliano Ferraro, Gerardo Morales u Horacio Rodríguez Larreta, tendrá una incidencia poco significativa. El hombre que mandaba votar por la mona Chita y ésta ganaba, murió en julio de 1974. A esta altura, la decisión es de la gente, no de los dirigentes.




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