Lila Caimari – II. Julio Meinvielle: ¿será el peronismo la versión popular del nacionalismo católico?
- Catolicismo y nacionalismo
Figura central del nacionalismo argentino, el padre Julio Meinvielle representa el intento más acabo de integrar las ideas políticas y económicas de su época en un modelo católico. Su influencia, aun perdura, es el resultado de una intensa actividad de difusión. Este intelectual – doctor en Filosofía y Teología – autor de una obra abundante, combinaba su producción escrita con actividades que le aseguraban una impronta más personal y directa sobre el público: las tareas parroquiales eran complementadas con la responsabilidad de la organización de los scouts de Buenos Aires, la organización de centros de estudio y el asesoramiento intelectual a varios grupos nacionalistas desde los años 30 hasta su muerte en 1973.[1]
Asiduo colaborador de las revistas nacionalistas de los años 30, este célebre polemista también quería ser un hombre de reflexión teórica, lo que lo lanzaba a confrontaciones doctrinarias a nivel nacional e internacional. Algunas de estas reflexiones se convirtieron en obras influyentes en el nacionalismo.[2] Para comprender la dinámica en la que se inscribió su reflexión sobre el peronismo, que observaría atentamente desde su génesis, parece necesario hacer un esbozo de las ideas que dominaban su pensamiento antes de 1945.
Controvertida y evaluada de maneras muy diversas, la obra de Meinvielle es presentada más a menudo como el fruto el nacionalismo católico más intransigente.[3] Su concepción de la historia del mundo, con ejes en el catolicismo y la Iglesia romana, así como su mirada sobre la actualidad, estaban impregnadas del pensamiento contrarrevolucionario católico: la civilización occidental había vivido su edad de oro durante la Edad Media, período de armonía social durante el cual la religión marcaba la vida integralmente. La Reforma protestante constituía el primer hito de una decadencia universal que se había acelerado con la Revolución Francesa. Esta degradación progresiva había desembocado en la Revolución Rusa y el comunismo, estadio más debajo de la caída axiológica de la humanidad. Desde la destrucción del orden medieval, los enemigos de la Iglesia no hacían más que multiplicarse: a la acción de los protestantes se agregaba la de los judíos, enemigos ancestrales del cristianismo con los que toda conciliación era imposible. Su influencia combinada había facilitado la tarea del racionalismo, que había alejado al hombre de Dios imponiendo una concepción antropocéntrica e ideas liberales democratizantes, fuente de toda clase de desórdenes. El comunismo ateo y materialista no era más que el fruto monstruoso de ese mundo sin principios rectores trascendentes. El único remedio era la vuelta del hombre a una vida dominada por Dios y la Iglesia Católica.[4] Sólo el catolicismo era capaz de devolver sentido al mundo, sólo él tenía la respuesta a todos los aspectos de la vida humana. El pensamiento de Meinvielle era así fundamentalmente antimoderno, las condenas del Syllabus su referencia más citada. [5]
El diagnóstico del caso argentino entraba en este contexto. Si la nostalgia de la Edad Media impregnaba los sombríos panoramas de la situación mundial, la de la influencia española estaba siempre presente en su búsqueda del modelo de nación ideal. Meinvielle era un nacionalista, y esto sobre todo en sus ideas económicas y su visión de la política exterior, pero era sobre todo un eclesiástico, y como tal, un gran defensor del papel espiritual de la Iglesia. Si la Argentina debía protegerse del exterior en el plano económico y político, a la vez debía cultivar una política de apertura en el plano cultural y espiritual. El “argentinismo telúrico” nunca fue el modelo cultural de este nacionalista: Europa, madre cultural de la Argentina, debía ser la referencia obligada de la cultura nacional. Por supuesto, se trataba de buscar la influencia de la Europa auténtica, la Europa católica donde España era la referencia más fuerte.[6] La filiación hispánica situaría a la cultura argentina en una corriente histórica de escala universal que se confundía con la de la Cristiandad misma.[7] La adhesión al bagaje español tenía otras ventajas: remontaba la raíz de la cultura nacional a la conquista, haciendo tabla rasa de la herencia indígena pagana (Meinvielle era contrario a las ideologías indigenistas latinoamericanas) y, sobre todo, la detestaba influencia liberal. Al igual que todos los nacionalistas, Meinvielle rechazaba en bloque la obra de las generaciones liberales fundadoras del Estado nacional, y su fruto, la “aberrante” Constitución de 1853.
El antiliberalismo de Meinvielle no lo hacía partidario de todos los autoritarismos. Su modelo político no era el fascismo ni el nazismo, cuyas relaciones con la religión eran problemáticas, sino el franquismo y el salazarismo católicos: otra razón para defender la herencia española. Sin embargo, en un razonamiento que le era característico, distinguía entre sistemas intrínsecamente malos y otros sólo criticables. El fascismo formaba parte de este último grupo, y por eso podía ser una forma aceptable a corto plazo en el combate contra el liberalismo y el comunismo, enemigos fundamentales.
Meinvielle es citado a menudo como representante de la vertiente hispanista-católica del nacionalismo, y esta perspectiva se ha impuesto a expensas de la faceta católica de sus ideas. Sin embargo, este sacerdote activo participó con fervor en los debates del catolicismo de la época. Colaborador de Criterio en su primera etapa, era también uno de los pilares del debate de los Cursos de Cultura Católica sobre la pertinencia de las tesis de Maritain. El abundante aporte de Meinvielle se convirtió en un intento por definir el buen y mal catolicismo frente al desafío maritainiano.[8] Si bien se declaraba discípulo del “primer Maritain”,[9] en el momento del “cisma” provocado por la opción de éste por la democracia se convirtió en adversario inconciliable de su antiguo maestro.
Por su voluntad de adaptación a la modernidad, por su connivencia con el liberalismo, el catolicismo “democrático” era, a ojos de Meinvielle, el nuevo y temible adversario del catolicismo auténtico: otra forma del mal que amenazaba a la fe verdadera, mucho más peligroso porque se declaraba tan católico como el tradicionalismo. Esta nueva corriente pretendía poner a la Iglesia en la vía de la libertad, la democracia, la Humanidad: en otras palabras, al servicio del a Revolución Social.[10]
Los destinatarios de las invectivas “meinvillianas” eran, naturalmente, los católicos de Orden Cristiano y Anti-Nazi, con quienes la lucha se hizo encarnizada en 1944-45. Pero si era fácil hacer la guerra a los adversarios locales, la condena a la “herejía demócrata” en nombre de la ortodoxia de la Iglesia exigió un esfuerzo suplementario cuando Pío XII se pronunció por la democracia en la Navidad de 1944. Lejos de mover a Meinvielle de sus posiciones, éste interpretó laboriosamente la declaración como la confirmación de sus ideas. La democracia de Pío XII no era la democracia pura: la Iglesia se había pronunciado por “el carácter tradicional de la democracia legítima y sana”. En realidad, nada había cambiado: el Papa no defendía más que la democracia de Aristóteles, Santo Tomás y el Syllabus, y esto era otra manera de legitimar los ataques contra la “mala” democracia.[11] Tal vez para consolarse de la confusión que reinaba en la Iglesia contemporánea – en 1945 Maritain era nombrado embajador ante la Santa Sede –, Nuestro Tiempo publicó pocos días después la alocución de Pío VI de 1793 en la que la Revolución Francesa era condenada sin ambigüedades.[12]
Si las élites de los CCC seguían el pulso del catolicismo europeo con tanta atención como las noticias de la guerra era porque este debate tenía proyecciones locales precisas: se trataba de definir la mejor posición católica sobre el giro inesperado que había tomado la situación nacional.
Fuente: Caimari, Lila, Perón y la Iglesia católica, Bs.As., Planeta, 2010, pp. 340-343
NOTAS:
[1] Por ejemplo, Meinvielle asesoraba al grupo de ultraderecha “Tacuara”, nacido en los años sesenta. Los sectores más integristas de las Fuerzas Armadas también recibieron su inspiración.
[2] Meinvielle escribió alrededor de una docena de libros. Los más importantes fueron: Concepción católica de la política, Bs.As., Cursos de Cultura Católica, 1932; Concepción católica de la economía, Bs.As., 1936; El judío, Bs. As., Ed. Antídoto, 1936; Los tres pueblos bíblicos en la lucha por la dominación del mundo, Bs.As., Adsum, 1937, De Lammenais a Maritain, Bs. As., Nuestro Tiempo, 1945. Publicada en: Cabildo, La Fronda, Arx y Crisol. Colaboraba también en Criterio, Jauja, Tiempo político, Cruzada e Itinerarium. Meinvielle fue particularmente influyente en los grupos nacionalistas de Baluarte, Restauración y Balcón. Nuestro Tiempo (1944-45) y Presencia (1949-56) fueron publicados bajo su dirección.
[3] Buchruker, op. Cit., p. 118 y ss, lo sitúa entre los nacionalistas restauradores; Mallimaci, op. Cit., p. 225, lo considera representante del catolicismo integral; Navarro Gerassi, op. Cit., p. 112, lo ubica entre los nacionalistas hispanistas antisemitas; Zuleta Alvarez, op. Cit. Lo analiza como ejemplo de nacionalista doctrinario.
[4] Si bien este esquema aparecía en la mayoría de los textos de Meinvielle, está más desarrollado en Concepción católica de la política y Concepción católica de la economía, op.cit. Véanse también los largos artículos doctrinarios en Nuestro Tiempo, 20 y 27 de abril y 4 de mayo de 1945. Las teorías antisemitas fueron desarrolladas en El judío, op.cit. Y Los tres pueblos…, op.cit.
[5] Muy versado en Teología e Historia de la Iglesia, Meinvielle utilizaba a menudo este recurso en su lucha contra la “herejía democratista” de sus contemporáneos. Además del Syllabus, se apoyaba en la autoridad de todo documento pontificio que condenara la modernidad, incluso los que databan del siglo XVIII. Este catolicismo “integrista” tiene muchos puntos en común con el de monseñor Benigni, inspirador de “La Sapiniére”, organización antimodernista de principios de siglo. Al igual que Benigni, Meinvielle dedicó la mayoría de su energía a denunciar los “enemigos internos” de la Iglesia, que querían adaptarla al mundo moderno. Una descripción de este catolicismo en: Emile Poulat, Intégriosme et catholicisme integral, París, Casterman, 1969, Introducción; del mismo autor: Catholicisme, démocratie et socialismo, París, Casterman, 1977.
[6] Meinvielle era de origen francés y conocía bien la cultura de ese país. Pero consideraba que Francia había pecado contra la cristiandad: los valores triunfantes de la Revolución Francesa, el giro de los eventos políticos de posguerra y el triunfo de las ideas de Maritain lo obligaban a eliminar a este país de las influencias deseables, y a enviarlo a un “purgatorio”; “Francia”, Nuestro Tiempo, 14 de julio de 1944, p. 1
[7] “Propósito”, Nuestro Tiempo, 30 de junio y 14 de julio de 1944; “España-Argentina, solución del mundo”, Balcón, jul-sept. 1946
[8] Meinvielle desarrolló su crítica de Maritain en Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana, Bs.As., Nuestro Tiempo, 1948; y también en el más conocido De Lammenais a Maritain, op.cit.; esta obra nació de los numerosos artículos publicados en Nuestro Tiempo después de la visita del padre Ducatillon, que, como vimos, reactualizó la polémica.
[9] La primera edición de Concepción católica de la economía (1936) fue dedicada a Maritain. Con la ruptura de Meinvielle con éste, la dedicatoria fue eliminada de las ediciones posteriores; Mallimaci, op.cit., p. 225
[10] “Los errores del padre Ducatillon y de los católicos “cristianos”, Nuestro Tiempo, 29 de sept. De 1944, p. 1
[11] “A propósito de la alocución del Papa en Navidad”, Nuestro Tiempo, 16 de marzo de 1945, p.1
[12] Nuestro Tiempo, 20 de abril de 1945, p. 6
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