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Murray Rothbard – ¿QUÉ ES EL POPULISMO DE DERECHA?

Agradecemos la traducción de este artículo a Maria Eugenia D’Angelo.

 

El siguiente artículo fue escrito en enero de 1992.

La percepción básica del populismo de derecha es que vivimos en un país y en un mundo estatistas dominados por una elite gobernante, que consiste en la coalición de grandes gobiernos, grandes grupos empresarios, y varios grupos de intereses especiales con influencia en la esfera pública. Más específicamente, la antigua EEUU caracterizada por la promoción de las libertades individuales, la propiedad privada, y el gobierno mínimo, fue reemplazada por una coalición de políticos y burócratas aliados con –e incluso dominados por— poderosas corporaciones y elites financieras de familias acaudaladas (por ejemplo, los Rockefellers y los Trilateralistas); y por la nueva clase de tecnócratas e intelectuales, incluyendo a los académicos de la Ivy League y a las elites de los medios de comunicación, los cuales constituyen la clase formadora de opinión en la sociedad.  En síntesis, estamos gobernados por una coalición de tronos y altares actualizada al siglo veinte, excepto que este trono está formado por varios grandes grupos empresarios, y el altar está representado por intelectuales estatistas y seculares, aunque mezclados entre estos últimos se encuentra una juiciosa infusión de Evangelio Social, de cristianos mainstream.

La clase gobernante siempre necesitó intelectuales para disculparse por su gobierno y para engañar a las masas para que le sean funcionales, por ejemplo, pagando impuestos y apoyando al gobierno de turno. En el pasado, en la mayoría de las sociedades, una forma de clericalismo o Iglesia Estatal cumplía la función de formadora de opinión que se disculpaba por el gobierno de turno. En la actualidad, en una era más secular, tenemos tecnócratas, “científicos sociales”, e intelectuales de los medios de comunicación que se disculpan por el sistema estatal y el personal en las filas de su burocracia.

Los libertarios a menudo han visto el problema claramente, pero como estrategas para el cambio social han perdido el tren. En lo que podríamos llamar “el modelo de Hayek,” han insistido en difundir las ideas correctas, logrando la conversión de las elites intelectuales a las ideas de la libertad, comenzando por los principales filósofos y, décadas después, siguiendo con periodistas y otros formadores de opinión de los medios masivos de comunicación. Por supuesto, las ideas son la clave, y la difusión de la doctrina correcta es una parte necesaria de cualquier estrategia libertaria. Podría decirse que el proceso lleva demasiado tiempo, pero una estrategia a largo plazo es importante, y contrasta con la trágica inutilidad del conservadurismo oficial que está interesado solamente en el mal menor de la elección de turno, y que por lo tanto pierde en el plazo mediano, y por supuesto en el largo también. Pero el error real no es tanto el énfasis en el largo plazo, sino ignorar el hecho fundamental de que el problema no es solamente un error intelectual. El problema es que las elites intelectuales se benefician del sistema actual; en un sentido crucial, son parte de la clase gobernante. El proceso de la conversión hayekiana asume que todos, o al menos todos los intelectuales, están interesados únicamente en la verdad, y que sus propios intereses económicos no se interponen en el camino. Cualquier persona que esté familiarizada con intelectuales o académicos debería desengañarse de esa noción, y pronto. Cualquier estrategia libertaria debe reconocer que los intelectuales y los formadores de opinión son parte del problema fundamental, no solamente por el error, sino porque su propio interés va de la mano con el sistema gobernante.

 

¿Por qué entonces implosionó el comunismo? Porque al final el sistema estaba funcionando tan mal que incluso la nomenklatura se hartó y tiró la toalla. Los marxistas señalaron correctamente que un sistema social colapsa cuando la clase gobernante se desmoraliza y pierde su voluntad de ejercer el poder; el manifiesto fracaso del sistema comunista provocó esa desmoralización. Pero no hacer nada, o confiar solamente en educar a las elites en las ideas correctas, significará que nuestro propio sistema estatista no llegará a su fin hasta que nuestra sociedad entera, como la de la Unión Soviética, se haya reducido a escombros. Por supuesto, no debemos sentarnos a esperar que eso ocurra. La estrategia para la libertad debe ser mucho más activa y agresiva.

 

De allí la importancia, para los libertarios o los conservadores minarquistas, de tener una estrategia compuesta: no sólo difundir las ideas correctas, sino también exponer a las elites gobernantes corruptas y cómo las mismas se benefician del sistema existente, específicamente cómo nos están estafando. Quitarle la máscara a las elites es hacer “campaña negativa” en su máxima y más fundamental expresión.

 

Esta estrategia doble consiste en (a) armar un cuadro con nuestros propios formadores de opinión libertarios y minarquistas, basados en ideas correctas; y en (b) atacar directamente a las masas, hacer entrar en cortocircuito a los medios de comunicación y a las elites dominantes, alentar el levantamiento de las masas contra las elites que las están saqueando, confundiendo y oprimiendo, tanto socialmente como económicamente. Pero esta estrategia debe fusionar lo abstracto con lo concreto; no debe simplemente atacar a las elites en abstracto,  sino hacer foco específicamente en el sistema estatista existente, en aquellos que en el momento dado constituyen las clases dominantes.

Los libertarios han estado desconcertados durante mucho tiempo acerca de a quién, a cuáles grupos deben llegar. La respuesta es simple: a todos, no es suficiente, porque para ser políticamente relevante debemos concentrarnos estratégicamente en aquellos grupos que se encuentran más oprimidos y que además tienen una mayor influencia social.

 

La realidad del sistema actual es que constituye una alianza profana entre las elites de las “corporaciones liberales” de los grandes grupos empresarios y las de los medios de comunicación, quienes, por medio de grandes gobiernos, privilegiaron y causaron la formación de una parasitaria clase marginal, quienes, entre todos ellos, están saqueando y oprimiendo a la mayor parte de las clases media y baja de los Estados Unidos. Por lo tanto, la estrategia adecuada de los libertarios y paleolibertarios es un “populismo de derecha”, es decir: exponer y denunciar a esta alianza profana, y exigir que esta alianza mediática entre niños ricos, clase marginal y liberales deje de oprimir al resto de nosotros: los de clase media y baja.

 

UN PROGRAMA POPULISTA DE DERECHA

Un programa populista de derecha, entonces, debe concentrarse en desmantelar las áreas cruciales que existen en el Estado y en la elite gobernante, y en liberar al estadounidense promedio de los rasgos más flagrantes y opresivos de ese gobierno. En síntesis:

  1. Reducir dramáticamente los impuestos. Todos los impuestos, a las ventas, a los negocios, a la propiedad, etc., pero especialmente el más opresivo tanto políticamente como personalmente: el impuesto sobre la renta. Debemos trabajar para revocar el impuesto sobre la renta y abolir el fisco.
  2. Reducir dramáticamente el estado de bienestar social. Deshacerse del gobierno de las clases marginales aboliendo el sistema de bienestar o, de ser imposible abolirlo, reducirlo y restringirlo seriamente.
  3. Abolir privilegios raciales o de grupos sociales. Abolir el tratamiento privilegiado, anular los cupos raciales, etc., y señalar que la raíz de dichos cupos es la estructura entera de “derechos civiles”, que pisotea los derechos de propiedad de cada estadounidense.
  4. Recuperar las calles: atrapar a los criminales. Y por supuesto, con esto me refiero no a los “criminales de guante blanco” o “traficantes de información privilegiada”, sino a los criminales callejeros violentos –ladrones, rateros, violadores, asesinos. Se le debe permitir actuar a la policía y administrar castigos instantáneos, por supuesto sujetos a responsabilidad legal cuando se incurra en error al aplicarlos.
  5. Recuperar las calles: deshacerse de los vagabundos. De nuevo: permitir que la policía despeje las calles ocupadas por vagabundos y mendigos. ¿A dónde irán? ¿A quién le importa? Con suerte, desaparecerán, es decir, pasarán de las filas de los vagabundos mimados y consentidos, a las filas de los miembros productivos de la sociedad.
  6. Abolir el Banco Central o Reserva Federal; Atacar a los ‘Banksters’ (N. de la T.: término que connota negativamente a los banqueros considerándolos como ‘gangsters’). El dinero y los bancos son asuntos desconocidos para la mayoría y difíciles de comprender. Pero las realidades pueden tornarse vívidas: la Reserva Federal o Banco Central es un cartel organizado de banksters que están creando inflación, estafando a la gente, destruyendo los ahorros del estadounidense promedio. Los cientos de miles de millones donados por los contribuyentes a las asociaciones de ahorro y de préstamos de los banksters serán insignificantes en comparación con el colapso inminente de los bancos comerciales.
  7. Estados Unidos primero. Un punto clave, que no puede ser dejado ultimo en la lista de prioridades. La economía estadounidense no está simplemente en recesión; se está estancando. La familia promedio está peor ahora de lo que estaba hace dos décadas. Regresa a casa, Estados Unidos. Deja de apoyar vagabundos en el extranjero. Frena toda ayuda a países extranjeros, que es ayuda a los banksters y a sus bonos e industrias de exportación. Detén la tontería de la globalización, y resolvamos nuestros problemas en casa.
  8. Defender los valores familiares. Es decir, quitar al Estado del ámbito de la familia, y reemplazar el control estatal por el control parental. A largo plazo, esto significa terminar con las escuelas públicas, y reemplazarlas por escuelas privadas. Pero debemos darnos cuenta de que, a pesar de Milton Friedman, los planes de vouchers e incluso los de crédito fiscal no son demandas de transición en el camino hacia la privatización de la educación; en su lugar, harán que la situación empeore al concentrar el control gubernamental en las escuelas privadas. Una alternativa sana es la descentralización, y el regreso al control local y comunitario de las escuelas.

Además: Debemos rechazar de una vez por todas la visión libertaria de izquierda de que todos los recursos en manos del gobierno deben ser pozos negros. Debemos intentar, a falta de una privatización definitiva, operar las instalaciones del gobierno de la misma manera en que lo haría una empresa o el control vecindario. Pero eso significa: que las escuelas publicas deben permitir la oración, y debemos abandonar la absurda interpretación de la Primera Enmienda que hace la izquierda atea, según la cual la prohibición de establecer oficialmente una religión implica no permitir la oración en las escuelas públicas, o los pesebres en los patios de las escuelas o las misas navideñas en plazas públicas. Debemos retornar al sentido común, y a la intención original, en la interpretación de las normas constitucionales.

Hasta el momento: cada uno de estos programas populistas de derecha es totalmente consistente con una postura libertaria de núcleo duro. Pero toda política del mundo real es una política de coalición, y hay otras áreas en donde los libertarios podrían bien llegar a acuerdos con sus compañeros paleo, tradicionalistas u otros en una coalición populista. Por ejemplo, en el área de los valores familiares, tomando problemas controvertidos como la pornografía, la prostitución o el aborto. Aquí, los libertarios pro legalización y pro-elección de la mujer deberían estar dispuestos a negociar una postura descentralista; es decir, terminar con la tiranía de los tribunales federales, y dejar esos problemas a los estados y mejor aún, a las localidades y vecindades, es decir, a los “estándares de la comunidad”.




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