Vicente Massot – Uno redobla la apuesta mientras los otros dos recalculan.
No está escrito en ningún lado que el pasado día domingo se haya producido un punto de inflexión en la historia de nuestro país. Ni el peronismo se halla a punto de desaparecer, ni tuvo lugar una revolución que puso patas para arriba el sistema político criollo, ni hubo un tsunami que arrasó unas estructuras obsoletas para edificar, sobre sus escombros, un tinglado nuevo. Por eso conviene andarse con cuidado a la hora de labrarle actas de defunción a determinados partidos o formas de hacer política. Sin duda, hizo irrupción un fenómeno que nadie supo calibrar en su verdadera dimensión, pero ello no significa que se pueda hablar —cuando menos, a esta altura de los acontecimientos— de un antes y un después de las PASO que acaban de substanciarse. Como tantas veces escuchamos una melodía semejante y, sin embargo, luego nada cambió, la mesura en el análisis parece ser la mejor receta
Javier Milei acaricia el sueño de ganar en primera vuelta y dos de las encuestas que se conocen —realizadas, obviamente, con posterioridad a las internas abiertas— le permiten alentar esa expectativa de máxima. Patricia Bullrich, que todavía no se recupera del todo del shock sufrido el fin de semana anterior, es consciente de que debe resetear su campaña de manera urgente. Tanto ella como sus principales asesores han entendido que, si esta vez se equivocan de libreto, a la posibilidad de quedar fuera del balotaje la encontrarán a la vuelta de la esquina. Por su lado, Sergio Massa, abandonado a su suerte por los dos Fernández y una parte de los gobernadores e intendentes del Gran Buenos Aires, ha decidido huir hacia adelante y acusar el perfil que mejor le calza: exhibir su audacia. Los tres —como es de imaginar— apuntan a seducir a unos dos y medio millones de ciudadanos —según cómo se los calcule— que definirán al o a los ganadores el próximo 22 de octubre.
Ese caudal de votos se halla constituido por tribus —es una forma de definirlos— muy diversas. Están —por de pronto— los que no se molestaron en acercarse al cuarto oscuro movidos por razones que se supone son bien diferentes. Están, también, los seguidores de unos candidatos que, debido al porcentaje insignificante de apoyo que recibieron, en los comicios por venir no habrán de participar. Desde el eterno Cesar Biondini hasta el locuaz Guillermo Moreno, pasando por otros tantos que suman unos 500.000 votos nada menos. Y deben tenerse en cuenta, asimismo, a los seguidores, tanto en Juntos por el Cambio como en el oficialismo, de Horacio Rodríguez Larreta y Juan Grabois. ¿Todos los que optaron por el jefe de gobierno de la capital federal decantarán en favor de Patricia Bullrich? No es seguro. ¿Todos los que secundaron al ahijado del Papa Francisco ahora votarán por Sergio Massa? Nadie lo puede afirmar con certeza.
En atención a la escasa diferencia que separó a Javier Milei de Patricia Bullrich y del ministro-candidato, ninguno está en condiciones de cantar victoria por anticipado. Aun en el supuesto de considerar que el número de voluntades que respaldaron a cada uno de ellos el domingo pasado repitiesen, sin falla de matiz, su voto dentro de sesenta días, igual están los millones a los cuales antes hicimos referencia cuyas predilecciones ideológicas y cuya voluntad de concurrir a la elección son una incógnita.
Como era de esperar, las descargas enderezadas en contra del líder libertario desde todos los ángulos imaginables, se hicieron sentir desde el lunes a primera hora de la mañana. Sobre el llovieron las acusaciones de fascista y populista de derecha. Nada que sorprendiese, por su puesto. A la par, hubo quienes dudaron de su estabilidad emocional y quienes lo acusaron de ser, lisa y llanamente, un loco que en caso de ganar conduciría el país al desastre. Por fin, no faltaron los que pusieron énfasis en las ideas ‘descabelladas’ que ha enarbolado en su campaña —cierre del CONICET, dolarización, eliminación del Banco Central, etc, imposibles de poner en práctica, según sus críticos.
Pero a Milei, hasta ahora, no le entran balas, sigue ocupando el centro del ring, y es su agenda y no la de los demás contendientes de la que se habla en los medios, las calles, los cafés y las mesas familiares. Eso lo que demuestra es algo de singular importancia, que le permite mantener la pole position de cara a octubre: es el único que tiene y ha expuesto un programa de gobierno. Que sea bueno, malo o regular es harina de otro costal. También le ha ganado la delantera a Massa y a la Bullrich en punto al gabinete que lo acompañará si acaso llegase a sentarse en el sillón de Rivadavia. Es, al día de hoy, quien más anuncios ha hecho al respecto.
Hay otro dato crucial, que no es producto de la imaginación de los libertarios ni un invento de quienes se sienten estafados. Cuando aún no se conocían los guarismos finales, en el bunker de La Libertad Avanza dijeron que les habían robado 5 % de los votos, o algo más, a nivel país. Daniel Bilotta —uno de los periodistas más serios y el que mejor conoce los entresijos de la política bonaerense— lo dio como cierto un día después, en el programa de televisión del que es columnista habitual. Desde entonces, lo que comenzó siendo una versión terminó por confirmarse. No es de extrañar que ello haya ocurrido en virtud de la falta de fiscales que acusó el partido ganador. Como ese déficit será seguramente subsanado por la organización libertaria —tiene a su favor sesenta días y el exitismo que generó su victoria— el piso de Milei estará más cerca de 35 % que del 30 % que obtuvo en las PASO.
En las tiendas de Juntos por el Cambio no terminan de ponerse de acuerdo de cuál puede ser la mejor oferta electoral que puedan presentarle al electorado. Es claro que el discurso de todo o nada, que en su momento levantó Patricia Bullrich y le fue de mucha utilidad para dar cuenta de su adversario dentro del mismo espacio, no es conveniente repetirlo con un énfasis parecido al de los últimos meses. En primera instancia, porque es evidente que los votantes de la Coalición Cívica, los de Rodríguez Larreta y los de ciertas capillas radicales, no comulgan con los postulados de mano dura. Esto sin contar con que el original de ese perfil es patrimonio exclusivo de Javier Milei. Ella, en comparación, resulta una copia. ¿Dónde plantarse, pues? ¿Como arrancar? ¿De qué manera curar las heridas lacerantes, producto de la interna feroz que disputaron? Son todas preguntas sin respuestas claras.
Hay una cosa que el oficialismo no está en condiciones de exhibir y es precisamente lo que lo define: la gestión. Sergio Massa está condenado porque, aun cuando abandonara la poltrona ministerial y se dedicara de lleno a la campaña —lo que pidió en estos días Eduardo Valdés, o sea, Cristina Kirchner—, quedó preso de una contradicción insalvable. Para ganar debería tomar distancias del desastre económico y social que ha generado; pero cómo hacerlo si él es el principal responsable de una inflación que amenaza llegar en agosto a 12 % y a 15 % o más en septiembre.
Si, inversamente, defendiera a brazo partido lo que ha hecho en el curso del año que lleva en la cartera de Hacienda, se suicidaría.
La noticia de que el candidato kirchnerista, a la luz de su pobre performance electoral, se habría acercado a Horacio Rodríguez Larreta —su amigo de siempre— para unir fuerzas en contra de Milei, si fuese cierta revelaría tan sólo la desesperación oficialista. Creer que el hasta hoy Lord Mayor de la ciudad de Buenos Aires se halla capacitado para labrar un pacto y ordenar a sus votantes que cierren filas con Massa, no resiste análisis. Es una torpeza infinita. Claro que vaya uno a saber qué es lo que pasa por la atribulada cabeza de Massa: estaba convencido que saldría primero y fue tercero; intentó humillarlo al intendente de Tigre para colocar a su mujer en ese cargo, y el tiro le salió por la culata; confió en el aparato de los intendentes del conurbano, y el corte de boletas fue notable; imaginó que Cristina Fernández lo acompañaría con su presencia en los actos de campaña, y ésta brilló por su ausencia.
Los aparatos no desaparecieron de la escena, pero demostraron que no son todopoderosas organizaciones que vencen a cualquiera que se les ponga enfrente suyo. El peronismo seguramente ya aprendió la lección. Los sobres repartidos impunemente y la compra de voluntades a veces no sirven de mucho. Horacio Rodríguez Larreta no debe salir de su asombro después de la montaña de plata que utilizó. Los medios de comunicación tradicionales ya no pesan como antes, ni mucho menos. Si los aparatos, el dinero y los medios fuesen determinantes, el fenómeno Milei no tendría explicación.
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