El rumbo de Occidente
Un título así tal vez suene pretencioso. Sería más adecuado para un volumen de unas 500 páginas de profunda reflexión filosófica. Pero confórmese el lector con obtener un título rimbombante para unas sencillas preguntas.
Como experimentamos tantas veces, a los políticos no les interesa nada más que conservar y aumentar el poder que gozan. Ese poder, esas influencias, todos los beneficios y responsabilidades (los favores que se pagan) que conlleva ser político son la prueba de que usarán todas las herramientas a su alcance cuando y como sea necesario. Si hay que asesinar a un fiscal de la nación, se lo asesina; si hay que comprar voluntades, se las compra; si hay que atraer a políticos de la oposición para obtener mejores resultados electorales, ni se duda.
Y el derecho divino de las mayorías parece ser un instrumento probadamente útil para saltearse, nada más y nada menos, que la Constitución de una nación. Pero también la ilusión de que esos políticos son los representantes de la mayoría todo el tiempo, en cada decisión que toman. Incluso cuando se retractan al día siguiente porque otro poder, el de los medios de comunicación, alerta a la sociedad civil de las bajezas que han cometido.
Las constituciones, aquellos fundamentos de las sociedades que algún día sirvieron para organizar un país, hoy son letra muerta. Los buscadores de grises, en cada artículo escrito, con interpretaciones tan novedosas como contrarias a las frases allí expuestas, pueden hacer y deshacer según el agrado de los políticos que ejercen el poder. Se pueden simular maratónicas reuniones en edificios históricos para llegar a las conclusiones deseadas por la casta política. No importa si de lo que se trata es de legalizar el asesinato de bebés en el seno materno o restringir la libre circulación de la población entera. Todo es posible para ellos. Siempre y cuando tengan el poder y la legitimidad de la corrección política instaurada en la población a través de los centros de adoctrinamiento décadas antes.
Pero ya comenzado el siglo XXI todos sabemos que las redes sociales además de ser instrumentos conductistas para las empresas de big data, sirven para comunicarnos y aprender unos de otros. Hay toneladas de información dispersa por todo el orbe y la buena noticia es que pueden ser leídas – por ahora – por cualquiera de nosotros, independientemente del idioma en que fue escrita. Esa ventaja, llevó a los famosos “outsiders” de la política a importantes cargos como los presidenciales de EEUU y Brasil. Porque las señales que dieron estos políticos como Trump o Bolsonaro fueron leídas y acompañadas por las personas que en su vida cotidiana no siempre pueden expresar sus opiniones, a riesgo de ofender a los políticamente correctos. Y visto el peligro de que ellos gobernaran quebrando las políticas de los últimos 50 años es que los dueños de algunas redes sociales prefirieron ejercer una “censura” legal. Lo cual demuestra lo nerviosos que se pusieron porque hicieron tambalear el tablero de la geopolítica mundial y hacer migrar a millones de personas hacia otras redes sociales donde poder seguir generando consensos libremente. Y de dónde – esperamos – vuelvan a aparecer líderes que expresen nuestras opiniones, compartan nuestra visión del mundo y deseen llevar esas ideas a la práctica. Con un rasgo distintivo: una crítica inteligente de la técnica.
El historiador inglés Arnold Toynbee (1889-1975), en su ensayo La unificación del mundo y el cambio en la perspectiva histórica, advirtió, a través de los ojos del erudito cronista musulmán egipcio Al-Gabarti que, si hay algo que define más sutilmente la civilización occidental, es la noción de Justicia. Espíritu que se encuentra en la Primera epístola de San Pablo a los Corintios, capítulo XIII, 2:
“y aunque llegaran a entender todos los misterios y todas las ciencias… y no tuvieran caridad, nada soy”.
Luego, intenta advertirnos que: “nuestros descendientes no serán pura y simplemente occidentales, como nosotros. Serán herederos tanto de Confucio y Laotsé como de Sócrates, Platón y Plotino; tanto de Gotama Buda como del Deutero-Isaías y de Jesucristo, tanto herederos de Zoroastro y Mahoma como de Elías, Eliseo, Pedro y Pablo; tanto herederos de Sankara y Ramanuja como de Clemente y Orígenes; tanto herederos de los padres capadocios de la Iglesia Ortodoxa como de nuestro africano Agustín y nuestro umbrío Benito, tanto herederos de Abenjaldun como de Bossuet; y tanto herederos (si todavía están hundidos en el pantano denso de la política) de Lenin, Gandhi y Sun Yatsen como de Cromwell, Washington y Mazzini. (Emecé, 1960, p.72)
(…) “La humanidad estuvo siempre dividida; en nuestro tiempo hemos llegado por fin a la unión.”
(…) “Pero nuestro andamiaje de factura occidental está compuesto con materiales de menos duración. Su ingrediente más visible es la técnica, pero no sólo de técnica vive el hombre. En la plenitud de los tiempos, cuando la casa ecuménica de muchas mansiones se alce firmemente sobre sus propios fundamentos y se derrumbe – como lo hará, no lo dudo – el temporario andamiaje técnico de Occidente, resultará manifiesto, creo, que los fundamentos resisten por fin porque han sido llevados hasta el lecho de roca de la religión.” (Ibidem, p.73)
Esto y mucho más lo terminaba de escribir en 1948. Luego de llamar al nacionalismo una “enfermedad ideológica” típicamente occidental y advertirnos que durante mucho tiempo los occidentales habíamos exportado esta ideología a las demás civilizaciones.
Basta con ver las últimas novedades provenientes de China para darnos cuenta de todo lo que han logrado en los últimos 70 años, luego de adoptar tantas ideas occidentales. El imperio que nunca se había interesado por lo que estaba afuera de sus murallas, ahora hace alarde de su enorme poderío subordinando a las principales potencias del mundo y sus organismos para-estatales como la OMS.
Parece ser que nuestra noción de Justicia, olvidada hace tanto tiempo, e informada por la Doctrina Social de la Iglesia, con una base fuertemente religiosa, puede ser la modernidad alternativa que estamos buscando. Para enfrentar al globalismo con realismo.
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