Algunas consideraciones sobre la farsa ecologista
El ecologismo dio paso a inmiscuirse en la agenda pública sino hasta la década de 1960, con autores como Rachel Carson, Paul Ehrlich o Barry Commoner, entre otros. Al mismo tiempo que comprendemos al ecologismo como una exteriorización de la nueva izquierda[i], entenderemos como paulatinamente se le añadirían distintas concepciones afines, como lo son en América Latina el indigenismo, el pacifismo o el ambientalismo, donde se constituyen nuevos sujetos políticos que comparten diversos reclamos singulares.
Si nos preguntáramos: “¿Por qué todo aquel que se denomine a sí mismo como ecologista, incluirá necesariamente en la articulación de su discurso ideas de lucha contra el capitalismo?”, quizás la respuesta más clara nos la brinde el post-marxista y padre de la ecología política francesa André Gorz, en su obra “Ecología y Revolución”[ii], en coautoría con Herbert Marcuse, entre otros. Gorz nos dirá:
Esta visión de una sociedad posindustrial y poscapitalista es la única que resulta compatible con la gestión y la asignación racionales de los recursos globales, con la revolución económica que supone la revolucionarización de las relaciones entre el hombre y la naturaleza que los ecólogos reclaman […] la ecología, por los nuevos parámetros que introduce en el cálculo económico, constituye virtualmente una disciplina profundamente anticapitalista y subversiva […] Ataca la producción capitalista en el nivel de su fin inmanente: el acrecentimiento continuo del capital, y de allí se pasa a refutar la lógica del sistema en general […](p. 38)
También ese año Gorz utiliza por primera vez el término “decrecimiento” (décroissance) sintetizando conceptualmente la crítica al crecimiento económico capitalista y sus consecuencias ecológicas. Sin embargo, será el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen quien encontrará la base para el desarrollo teórico del “decrecimiento”. Su trabajo La ley de la entropía y el proceso económico (1971) es considerado la obra fundacional de la economía ecológica. Su discípulo Herman Daly publicaría más adelante el trabajo Hacia una economía de estado estacionario (1973), una compilación de artículos de diversos escritores.
Es que el ecologismo, como tal, no tiene una identidad propia, sino que sus nociones básicas y construcciones teóricas son sino premisas en contra del capitalismo, mediante estrategias como la relativización de la propiedad privada o la redistribución de los recursos, en pos del supuesto “interés común”[iii] o la “democratización” de los espacios. Es preciso comprender que las raíces del ecologismo se encuentran en las décadas de los sesenta y setenta, enmarcadas en una clara corriente anticapitalista, donde es posible observar que se presenta una crítica al sistema productivo actual más una tesis separatista al viejo socialismo, como estrategia que les permita criticar al capitalismo sin hacerse cargo de los fracasos del sistema del “socialismo real” de la Unión Soviética.
Como dijo Lenin, “las citas largas hacen la exposición pesada y en nada contribuyente a darle un carácter popular. Pero es en todo punto imposible prescindir de ellas”. En este sentido, resulta pertinente recordar a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en “Hegemonía y estrategia socialista”[iv], donde nos dirán:
El término […] “nuevos movimientos sociales” amalgama una serie de luchas muy diversas: urbanas, ecológicas, antiautoritarias, anti-institucionalistas, feministas, antirracistas, de minorías étnicas, regionales, o sexuales. Lo que nos interesa de estos nuevos movimientos sociales es la novedad de los mismos. En tanto que a través de ellos se articule esa rápida difusión de la conflictuidad social a relaciones más y más numerosas. El común denominador de todas ellas sería su diferenciación respecto a las luchas obreras, consideradas como «luchas de clase». Es inútil insistir en el carácter problemático de esta última noción […] Lo que nos interesa de estos nuevos movimientos sociales no es, por tanto, su arbitraria agrupación en una categoría que los opondría a los de clase, sino la novedad de los mismos, en tanto que a través de ellos se articula esa rápida difusión de la conflictualidad social a relaciones más y más numerosas, que es hoy día característica de las sociedades industriales avanzadas […] concebir a esos movimientos como una extensión de la revolución democrática a toda una nueva serie de relaciones sociales […] puede hablarse de discontinuidad, ya que buena parte de los nuevos sujetos políticos se han constituido a través de su relación antagónica con formas de subordinación recientes, derivadas de la implantación y expansión de las relaciones de producción capitalista y de la intervención creciente del Estado […] Pero esta «sociedad de consumo» no ha conducido ni al fin de la ideología, como lo anunciara Daniel Bell, ni a la creación de un hombre unidimensional, como lo temiera Marcuse. Al contrario, numerosas nuevas luchas han expresado la resistencia contra las nuevas formas de subordinación, y esto desde el interior mismo de la nueva sociedad. Es así como el despilfarro de los recursos naturales, la polución y la destrucción del medio ambiente, consecuencias del productivismo, han dado nacimiento al movimiento ecológico. Otras luchas, que Manuel Castells ha calificado de «urbanas», expresan formas diversas de resistencia a la ocupación capitalista del espacio social […] De ahí la multiplicidad de relaciones sociales que pueden estar en el origen de antagonismos y de luchas: el hábitat, el consumo, los diferentes servicios, pueden todos ellos constituir terrenos para la lucha contra las desigualdades y para la reivindicación de nuevos derechos. (p. 262-266)
A lo largo de su obra, Laclau y Mouffe hacen explícita la idea de que “la tarea de la izquierda no puede […] consistir en renegar de la ideología liberal democrática sino […] profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural” (p. 222). Pero la radicalización de la democracia no es en sí mismo un fin último, sino la antesala necesaria para conseguir otro fin: la destrucción del “individualismo posesivo”, es decir, la noción de los derechos de propiedad.
El ecologismo pasó a representar el quiebre intelectual de los socialismos, pero para nada su defunción en el plano político, en el que se adoptan sus postulados con ímpetu variado. Entonces, como el economista Joseph Schumpeter describió en pocas palabras toda esta burda actuación de los intelectuales izquierdistas: “El capitalismo soporta su juicio ante jueces que tienen en sus manos la pena de muerte. La aprobarán, cualquiera que sea la defensa que oigan; todo cuanto podría lograr una defensa exitosa sería un cambio en la acusación”. Y así, los cargos, las acusaciones, pueden cambiar y contradecir cargos anteriores, pero la respuesta es constante y tediosamente la misma.
En 1962 se presentaba al mundo “La primavera silenciosa”[v], de la bióloga marina Rachel Carson. La metáfora del título nos augura un mundo donde la mayoría de los animales y vegetales habrían casi desaparecido debido al uso indebido de pesticidas como el DDT -que había resultado muy efectivo en la lucha contra la malaria y mejoras en producción agrícola-, además de introducir la idea de que el crecimiento económico necesariamente causaba efectos negativos sobre el ambiente. Con sutiles loas hacia lo “salvaje”, al mismo tiempo que denunciaba el uso de agroquímicos por ser no específicos en su labor contra las plagas, además de la supuesta posibilidad de resultar cancerígenos, denunciar la contaminación de ríos y acuíferos -sin considerar en ningún momento la posibilidad del derecho de propiedad-, auguraba un mundo futuro en el que la mayor parte de los animales y vegetales habrían desaparecido, donde las plagas cada vez serían más resistentes a los pesticidas, lo que como consecuencia obligaría a hacer de estos más potentes y peligrosos al ser humano:
Haber arriesgado tanto en nuestros esfuerzos por moldear la naturaleza […] y no haber podido alcanzar la meta sería, desde luego, la ironía final […] ésa parece la situación en que nos encontramos […] hay insectos que encuentran la manera de esquivar los ataques químicos que les dirigimos. [Donde] Por un proceso de selección genética, los insectos desarrollan familias resistentes a los productos químicos. (Capítulo 15)
La obra de Carson se convirtió en un best seller de gran influencia que debido a protestas varias se prohibió el uso de DDT en Estados Unidos.
Algunos aspectos a considerar en este momento son, por ejemplo, que la producción transgénica propuesta por el capitalismo moderno, no sólo sirve como potenciador de economías regionales y resguardo alimenticio para sectores vulnerables que en otros momentos de la historia hubiesen sufrido desabastecimiento, sino que también funge como protección a la Tierra. La innovación tecnológica permite que cada vez los cultivos transgénicos -los cuales no dejan de ser blanco de ataques por el sector ecologista- precisen cada vez menos agroquímicos, particularmente en insecticidas. En la década de 1940, después de miles de cruzas de trigo, el agrónomo Norman Bourlaug llegó a un híbrido de alta resistencia resistente a los parásitos e insensible a las horas de luz del día, lo que le permitía crecer en climas variables, que ocupaba mucho menos espacio al tratarse de una planta enana, ya que el trigo alto gastaba gran energía en desarrollar tallos no comestibles.
Por otro lado, la siembra directa que se produce a lo largo de los países del Cono Sur, al ahorrar laboreos, permitió “reducir en un 70% el uso de combustibles, lo que redunda en una sustancial reducción en la emisión de CO2, configurando, de este modo una tecnología limpia (bastante más limpia) en lo que hace a su ´huella de carbono´ […]”[vi].
La ampliación del comercio, la electricidad, los combustibles baratos, el envasado y la refrigeración han permitido abastecer zonas que sufrían escasez de alimentos básicos, a la vez que la tecnología ha promovido un menor uso de combustible y cambios en las prácticas agrícolas, lo que ha dado como resultado una disminución en los gases de efecto invernadero.
En 1968, el entomólogo Paul Ehrlich publicó “La explosión demográfica”[vii]. En dicha obra el autor, volviendo sobre posiciones malthusianas [viii]–curiosamente, sin nombrar a este último pensador en ningún momento- suscitaba la idea de un futuro cercano (para entonces, la década del 70) en el que debido al incremento de la población mundial, la humanidad pasaría por una serie de catástrofes sociales, entre las cuales descollaba el hambre, debido al desbalance entre el crecimiento de la población, la producción de alimentos y el medio ambiente.
Si bien Malthus[ix] jamás habló específicamente de “medio ambiente” ni “ecología”, sus oscilaciones se basaban entre “la felicidad y el infortunio”. Siguiendo la lógica malthusiana, estas eran inevitables, ya que se basaban en dos postulados básicos: El primero, que el alimento es un factor indispensable para el desarrollo del hombre; y el segundo, que la pasión entre los sexos acompañaba necesariamente a la humanidad. Estos postulados eran entendidos como “leyes de la naturaleza”; inmutables.
El problema recaía en que, relacionando ambas leyes, existía una contradicción entre el crecimiento de la población, generada por esa pasión, y la correlativa cantidad de alimentos que necesariamente y en consecuencia, se necesitaría para abastecer a la humanidad. Recordemos que las hambrunas eran un fenómeno universal y regular que se repetía con tanta insistencia en Europa, que “se incorporó al régimen biológico del hombre y a su vida cotidiana”, según el historiador francés Fernand Braudel.(p. 23)[x]
Malthus afirmaba que la población mundial tendía a crecer en proporción geométrica, esto es, 2-4-6-8-10. En este sentido, a medida que avanzara el tiempo, la distancia entre la proporción geométrica y la aritmética -en la cual consideraba que crecían los alimentos (1-2-3-4)- se haría mayor, ya que la disponibilidad de tierras de cultivo haría que la producción de alimentos creciera más lentamente, a medida que la población cada vez sería mayor. Cada vez que abundara el alimento, más niños sobrevivirían, lo que traería de hecho, más muertes a futuro como consecuencia de inanición.
Teniendo en cuenta que el mundo era limitado y que la capacidad de mejora agrícola no siempre era constante, esto llevaba inevitablemente a una crisis de sobrepoblación. Pero estas crisis a menudo eran retardadas por lo que entendía como “controles positivos”: guerras, pestes y el hambre que se generaban cuando las curvas de crecimiento de la población y producción de alimentos se cortaban.
En posteriores adiciones de su “Ensayo…”, Malthus agregaba la posibilidad de que se ejercieran dentro de la sociedad “controles morales”, que no eran otra cosa que el aborto y la anticoncepción.
Sin entrar en anacronismos, lo que Malthus hizo fue una descripción de su época. No concibió la capacidad humana de innovar, de resolver sus problemas, en un momento de la historia en que los valores de la Ilustración y las libertades ampliadas, brindaron a las personas la capacidad de hacerlo. Como dijo el sociólogo Herbert Spencer, “la experiencia diaria facilita pruebas, tanto al ciudadano como al legislador, de que la conducta humana engaña a todos los cálculos”. Poco después, los agricultores obtuvieron derechos de propiedad, lo que brindó incentivos para producir más y, al abrir las fronteras al comercio internacional, las regiones empezaron a especializarse en los tipos de producción adecuados a su suelo.
Pero volviendo a Ehrlich, su obra se basaba en el crecimiento de la población, el mal uso de los recursos naturales y la generación de contaminación junto al llamado “invierno nuclear” que, posteriormente, cambiaría por el efecto inverso. Pero mientras Malthus veía como imposible el control activo de la natalidad, era justamente lo que Ehrich proponía, utilizando el aparato coercitivo del Estado, mediante la creación de instituciones supraestatales, que serían complementarias a la quimérica posibilidad de introducir un cambio de valores que llevaran a la reducción de la natalidad, lo que preveía inverosímil debido al aporte de la Iglesia católica en los países subdesarrollados.
La batalla para alimentar a la humanidad ya terminó. En las décadas de los 70 y 80 cientos de millones de personas morirán de hambre, a pesar de los programas urgentes que están siendo desarrollados […] muchas vidas pueden ser salvadas aplicando drásticos programas para evitar la capacidad de carga del planeta, mediante el aumento de la producción de alimentos y la búsqueda más equitativa de distribución de los mismos. pero estos programas pueden ser exitosos solamente si son acompañados por firmes y eficientes esfuerzos para controlar el tamaño de la población […] Debemos controlar a nuestra población, a través de cambios en los sistemas de valores, pero mediante métodos compulsivos si los voluntarios fallan […] Debemos establecer y apoyar programas en los países subdesarrollados que combinen el desarrollo agrícola ambientalmente adecuado con el control de la población […] Es necesario remarcar que ningún cambio de valores o tecnología puede salvarnos a menos que se logre un control sobre el tamaño de la población humana. Las tasas de natalidad deben balancearse con las de mortalidad o la humanidad se autodestruirá. No podemos darnos el lujo de tratar simplemente los síntomas del cáncer demográfico, es el cáncer mismo el que debe ser extirpado. (p. 1-2)
En este punto, resulta interesante considerar como el actor político que encarna el sujeto ecologista, fácilmente responde a los pedidos filicidas de las feministas de tercera ola[xi], con un amplio abanico de reclamos singulares que le posibilitan entrar en alianza con toda minoría propia promovida por la nueva izquierda.
Pero si algo tienen en común la tesis de “La explosión demográfica” en general, y la tesis sostenida por Malthus en particular, con las respectivas diferencias contextuales, es la incipiente subestimación hacia el ser humano. Ambas cayeron en el error de que la sociedad es un producto terminado, cuando en realidad se encuentra en continua evolución. El ser humano está epistemológicamente avezado a vencer las adversidades que complican su existencia, ¿y qué mejor manera de vencerlas que bajo un clima de libertad en el cual puede desarrollar mejor sus ideas?
Matices similares con Ehrlich veremos nuevamente en la obra “Ecología y Revolución”, donde esta vez, Sicco Mansholt analiza la cuestión del crecimiento demográfico:
Uno de los mayores problemas de nuestra época es el crecimiento demográfico […] En los próximos años nacerán más hombres que en toda la historia de la humanidad. Además, los hombres de nuestra época quieren llegar más alto, más lejos, más rápido, y usan cada vez más materias primas. Nuestra sociedad está empeñada ante todo en una lucha por elevar ante todo el nivel de vida material. En este “progreso”, ha conseguido contar con todas las posibilidades para destruir al mundo […] Hemos comprendido al menos que tenemos que analizar con gran precisión todos los fenómenos de nuestra sociedad humana si aspiramos a encontrar los medios de superar nuestros límites (subsiste el problema de saber si siete mil millones de hombres podrán vivir en nuestro planeta) […] Es evidente que todas nuestras materias primas, que existen en cantidad limitada, se agotarán. En esas condiciones, resulta paradójico sostener, como se hace a menudo, que el crecimiento económico es necesario para luchar contra la miseria: cuando una fábrica quiere remediar la contaminación que provoca, debe admitir ciertas inversiones destinadas a ese fin; para pagar esas inversiones necesita aumentar su producción; pero este mismo crecimiento genera nuevas contaminaciones, etcétera. (p. 15, 16, 17)
En este instante, resulta pertinente recordar a Rothbard, quién nos dirá:
Si la tecnología retrocediera hasta la era preindustrial e incluso hasta los tiempos primitivos, el resultado sería una hambruna masiva y la muerte a escala universal. La supervivencia misma de la gran mayoría de la población mundial depende de la tecnología moderna e industrial […] Ahora hay allí varios cientos de millones de habitantes, todos con un estándar de vida infinitamente superior, y esto se debe a la tecnología e industria modernas. Si las suprimimos, suprimiremos también a la gente. Por lo que sabemos, los fanáticos detractores del crecimiento demográfico considerarían como algo bueno esta “solución” al problema de la población, pero para la gran mayoría de las personas sería una draconiana “solución final”.[xii] (p.323)
Otra de las aparentes preocupaciones que mantienen los llamados ecologistas, es que tanto en Europa como en Estados Unidos “aumenta el interés de las empresas en poner sus fábricas químicas y metalúrgicas en los países en desarrollo […] La idea es la de ´favorecer´ a los países de la periferia, proponiéndoles que usen como ventaja comparativa la destrucción de su ambiente natural y humano. Es decir, se considera razonable que se especialicen en productos que, en vez de utilizar tierra, muchos capitales o mano de obra en cantidad, tengan la particularidad de producir mucha contaminación.”[xiii] (p.186-188)
Pero la realidad es que, como dijo Indira Gandhi, -a quién imagino, pocos se atreverían a tildar de capitalista-, “el medio ambiente no se puede mejorar en condiciones de pobreza”. Volviendo a Norberg, “Los problemas ambientales en los países pobres no vienen de la tecnología y la abundancia, sino de la falta de tecnología y la falta de abundancia”. Los países pobres comienzan a reparar los problemas ambientales mucho más rápido de lo que lo hicieron los países más ricos en su etapa de desarrollo. Crecen, se desarrollan, e incluso obtienen las tecnologías limpias que los países desarrollados han producido anteriormente. Los Estados Unidos comenzaron a utilizar gasolina sin plomo en 1975, mientras que China y la India comenzaron a utilizarla en 1997, cuando solo tenían el 13% de la riqueza de la que disponían los estadounidenses en 1975.
“A menudo se analiza la posibilidad de una ´curva de Kuznets´ ambiental (CKA) […] Muchas formas de degradación ambiental siguen una curva de ´U´ invertida. Cuando los países empiezan a enriquecerse, el daño al medio ambiente crece, pero después de cierto punto, el aumento de ingresos produce mejoras” (Norberg)(p.169). La cantidad de energía necesaria para producir una unidad de riqueza disminuyó en alrededor de 1% por año desde los últimos 150 años en Occidente. Si la tecnología en los Estados Unidos se hubiese mantenido en el nivel de 1900, se estaría emitiendo tres veces más dióxido de carbono que hoy. Existen formas de reducir las emisiones sin interferir con el comercio y el crecimiento: Procesos de producción más eficaces, innovación, tecnología que consuma menos energía y producción de nuevos combustibles. Sin embargo, tanto Gran Bretaña como la UE y los Estados unidos han reducidos las emisiones totales de dióxido de carbono desde el año 2000. La solución no es dar la vuelta y retroceder, ni imponer y/o exacerbar nuevos impuestos a las producciones, como las propuestas realizadas por ecologistas, intelectuales o lo que Herbert Spencer llamaría “políticos prácticos”, sino intensificar las tendencias crecientes, mediante la reducción de impuestos, que permitan la innovación. Análogamente, el progreso tecnológico permitió extender las oportunidades para producir y transportar de una manera más limpia. Un automóvil moderno en movimiento emite mucha menos contaminación que un automóvil de la década de 1970 estacionado, con el motor apagado, con la pérdida de vapor de gasolina. En las máquinas que producen ruidos intensos se pueden instalar amortiguadores que emiten ondas sonoras contra-cíclicas a las que emiten las máquinas, y de este modo se anulan los ruidos. Los desechos eliminados por las chimeneas pueden ser recuperados y reciclados para convertirse en productos útiles para la industria. Así, el dióxido de azufre, uno de los mayores contaminantes del aire, puede reciclarse para producir ácido sulfúrico, económicamente valioso.
Además, por lo expuesto por Brailovsky, esperaríamos que aquellos países con gran recepción de inversión extranjera directa tuvieran también un mal puntaje en el índice de desempeño ambiental, lo que de hecho, no ocurre. Parece que la crítica carecería de fundamento. La relación entre ambas variables es inexistente, no importa el nivel de inversión extranjera directa para determinar el nivel de desempeño ambiental. No podemos afirmar que los países libres (y ricos) exporten su polución mediante la diáspora de empresas a los países menos libres. Por otro lado, menos del 0,1% de la inversión extranjera directa de los países más limpios (con mayor desempeño ambiental) va hacia los países más contaminantes. De los 25 países más abiertos al mercado, 14 no tienen ni una sola inversión en los países que más contaminan.
En la economía global moderna, la productividad depende menos de cuáles son las industrias en las que compiten las empresas de una nación que en como compiten. Las empresas de prácticamente todas las industrias de la economía global moderna se vuelven más productivas mediante estrategias más sofisticadas e inversiones tecnológicas modernas. Estas ofrecen posibilidades tales como subir de nivel en áreas tan diversas como la agricultura o el envío de paquetes. Deja de ser sustancial si una nación tiene una economía agricultora, de servicios o manufacturera, lo notable es la habilidad para ser eficaz en la premisa de que la productividad determina la prosperidad. En la actualidad, las empresas pueden obtener recursos de cualquier lugar de manera más económica y eficiente, lo que hace que los recursos en sí, sean menos valiosos.
Si algo debiéramos de tener en claro en este punto, es que la creación de riqueza y los avances tecnológicos del mundo capitalista, para nada son contrarios a la conservación de la naturaleza. Los lugares más contaminados no son ciudades como Wellington, Sidney o Berna, sino ciudades como Pekín y Nueva Delhi. Piénsese, por ejemplo, en cuantos más árboles ha salvado el fruto de la imaginación humana cuando el ingeniero Dov Moran derivó con su trabajo en la creación del pendrive, de los que cualquier ley burocrática haya podido salvar incluso, con peores resultados.
Una de las principales “preocupaciones” del ecologismo suele ser la utilización de los recursos naturales, las cuales no son nada nuevo. En el siglo XIX, el economista británico William Jevons vaticinaba el agotamiento del carbón. Como locomotoras, trenes, chimeneas, y demás artefactos funcionaban a base de carbón, siguiendo un razonamiento físico de los recursos, este terminaría agotándose. Pero lo que Jevons tuvo fue un error de apreciación de recursos. No nos interesan los recursos como tales, sino por lo que nuestra capacidad de innovación nos permite realizar con ellos. Durante milenios, África ha estado rodeada de piedras de coltán, las cuales no representaban valor alguno para sus habitantes, hasta que este material comenzó a ser utilizado para la fabricación de dispositivos electrónicos y su valor se elevó.
Las predicciones sobre el inminente agotamiento de recursos […] no son nada nuevo. En 1908, el presidente Theodore Roosevelt, al citar a una conferencia de gobernadores acerca de los recursos naturales, advirtió respecto de su “inminente agotamiento”. En la misma conferencia, el industrial del acero Andrew Carnegie predijo el agotamiento del hierro en el Lago Superior para 1940, mientras que el magnate de los ferrocarriles James J. Hill anunció que gran parte de los recursos madereros del país se extinguirían en el curso de diez años. […] incluso predijo la inminente escasez de la producción de trigo en los Estados Unidos, donde aún se está tratando de resolver el problema de los excedentes de trigo generados por el programa de subsidios agrícolas. (Rothbard)(p.329)
La errónea idea de que agotaríamos nuestros recursos proviene de un simple modelo promocionado por el Club de Roma en general, y Ehrlich en particular[xiv]: Usamos una determinada cantidad de materia prima (ejemplo: carbón) para obtener lo que deseamos (energía). Tenemos una cantidad fija de ese material y la necesitamos constantemente para obtener el resultado final que deseamos. Pero, a la vez que la población crece, necesitaremos más de ese producto para, no solo mantener el nivel de energía del principio, sino incrementar los niveles para satisfacer las nuevas demandas. Ergo, la materia prima para obtener el producto se agotará.
Este modelo no solo ignora que, en un mercado relativamente libre, cualquier escasez de la oferta, causaría per se un incremento del valor de la misma, que a su vez, produciría que sea más económico buscar nuevas alternativas para llevar adelante la realización de ese producto, sino que además ignora que aún hay reservas por descubrir -que no son viables económicamente-, la capacidad de reciclar, que no usamos recursos en proporciones constantes; por el contario, cada vez se necesita menos por unidad de producción. La cantidad de energía para producir una unidad de riqueza ha disminuido en alrededor de 1% por año en los últimos ciento cincuenta años en Occidente. Como dijo Alberto Benegas Lynch, “la creatividad no es nuca resultado la reglamentación burocrática, sino fruto de una atmosfera en la que se respira libertad”.
En 1972, los modelos informáticos del Club [de Roma] indicaron que las reservas de cobre conocidas se agotarían en treinta y seis años, en especial si los chinos instalaban conexiones telefónicas. Dado que esto fue hace más de cuarenta años, el cobre ya debería haber desaparecido […] En aquel entonces, se estimaba que habría reservas accesibles de unos 280.000.000 de toneladas […] Desde entonces se han consumido casi 480.000.000 de toneladas, y hoy se calcula que las reservas de cobre en el mundo son más del doble, unos setecientos millones de toneladas […] Hoy se usan cables de fibra óptica, y cada vez más tecnología inalámbrica […] Según el índice de precios de los productos industriales de la revista The Economist, el precio de las materias primas se ha reducido casi la mitad de 1871 a 2010. (Norberg)(p. 165, 166)
Se nos ha dicho que como la tierra y el resto de los recursos naturales, no son creados por el hombre, deben pertenecer a todos: La problemática que deviene de esta idea es que quien descubre el valor que no pertenece a otro es en ese sentido de él y el uso que le dará deberá estar en consonancia con las necesidades de los demás. De no ser así, perderá la propiedad vía los mayores costos que significa no explotar aquello que conviene o aquello que es ventajoso conservar en un determinado momento. No hay otra forma de saber qué es lo que quiere la gente que no sea mediante las señales de mercado, y para lograr estas, resultan indispensables los derechos de propiedad. No hay nada más democrático que el mercado.
La escasez de recursos implica que a estos se les dé un uso según su urgencia, ya que si fueran sobreabundantes nadie debería de preocuparse por ellos. El problema recae en que, como temporalmente son escasos, se requiere el sistema de precios para utilizarlos en las áreas de mayor importancia relativa.
En 1972 el Club de Roma[xv], […] advirtió: “Al parecer, casi todos los contaminantes que se han medido en función del tiempo están aumentando en forma exponencial”. Sin embargo, pronto la contaminación no solo dejó de aumentar sino que comenzó disminuir drásticamente. De acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, las emisiones totales de seis contaminantes principales del aire se redujeron en más de dos tercios de 1980 a 2014. Los compuestos orgánicos volátiles disminuyeron en 53%; el dióxido de nitrógeno, en 55%; el material articulado directo, en 58%; el monóxido de carbono, en 69%; el dióxido de azufre, en 81% y el plomo en 99%.
En Gran Bretaña, entre 1970 y 2013, la emisión de compuestos orgánicos volátiles disminuyo en 60%; los óxidos de nitrógeno, en 62%; el material articulado, en un promedio de 77%, y el dióxido de azufre en un 94%. De acuerdo con una serie de datos de largo plazo, la concentración de humo y dióxido de azufre en el aire de Londres desde fines del siglo XVI aumento durante trescientos años, pero cayo de la noche a la mañana. Tal como lo resume el estadístico Bjørn Lomborg: “El aire de Londres jamás ha estado más limpio que ahora desde la Edad Media”.(Norberg)( p.159)
En 1975, Ehrlich y Anne Ehrlich predijeron que alrededor de la mitad de todas las especies del planeta iban a estar extintas en la actualidad, ignorando que más de setecientas nueve especies estaban extintas desde el año 1500 (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Considerando que el mundo alberga de entre cinco a quince millones de especies, varios millones yacerían completamente extintas. Sin embargo, la mayoría de estas extinciones se produjeron en áreas aisladas -islas oceánicas, entre otras-, sin considerar que muchas formas de vida son flexibles y adaptables a ambientes modificados, y que no conocemos todas las especies sobre la tierra.
La revista Science examinó cien series de tiempo de la biodiversidad en hábitats marinos esperando hallar “que la mayoría de los ensambles mostrarían una disminución en la diversidad local a través del tiempo”. Se sorprendieron al descubrir que la distribución de las pendientes de la curva de diversidad se centraba alrededor del cero, con la mayoría estadísticamente cerca del cero. En otras palabras, la composición de las especies cambió, pero no se halló “ninguna evidencia de una tendencia negativa consistente, ni siquiera hay una tendencia negativa promedio”. (Norberg) (p. 161)
Llegado este punto, vemos como pocos de los discursos catastrofistas que usufructúan los militantes ecologistas no son nada nuevo: Desde el agotamiento de los recursos naturales, vaticinado por Jevons en el siglo XIX, hasta superar la carga del planeta, como esperaba Malthus y Ehrlich, es que en general, lo único que reciclan los militantes ecologístas son postulados catastrofistas que nunca se cumplen.
La desaparición de bosques, por ejemplo, en Estados Unidos, no se debió a la “sobre-explotación capitalista”, sino, por el contrario, a la propiedad estatal, donde el gobierno arrienda su utilización a las empresas madereras privadas. En resumen, sólo se permite la propiedad privada sobre el uso anual del recurso, pero no sobre el bosque, es decir, el recurso mismo. En esta situación, las compañías madereras privadas no son poseedoras del valor del capital, por lo que carecen de incentivos económicos para conservar el bosque y no tienen que preocuparse acerca del agotamiento del recurso. Además, los países desarrollados aplican métodos agrícolas modernos en buenas tierras de cultivo y abandonan las tierras marginales, que están disponibles para la expansión forestal.
Y esto nos lleva a otro aspecto que recibe gran atención por la contaminación que reciben: los ríos. Éstos, al igual que una parte de los océanos, son propiedad estatal; no se ha permitido la propiedad privada sobre el agua, al menos en su totalidad. En esencia, el Estado es el propietario de los ríos. Pero “lo que es de todos, no es de nadie”, porque si bien los funcionarios públicos son capaces de controlar el recurso, no manejan su valor mediante las señales del mercado. Por ende, no tienen ningún incentivo económico para preservar su pureza y su valor. Y es precisamente por ser de propiedad estatal, que el gobierno es el responsable de la desvalorización de los ríos. “Cualquiera puede arrojar basura y desperdicios en ellas. Pero consideremos qué sucedería si los ríos y lagos pudieran ser de propiedad privada. Si una empresa privada fuera propietaria del lago Erie, por ejemplo, cualquiera que arrojase residuos en el lago sería debidamente demandado ante la justicia por su agresión contra la propiedad privada, y el tribunal lo obligaría a pagar los daños y a desistir de cualquier agresión similar en el futuro”.(Rothbard)(p.337, 338)
Sólo los derechos de propiedad interceptarán la continuación de la contaminación de los recursos. “Los ríos no pertenecen a nadie, no hay quien se preocupe por defender su precioso recurso contra los ataques”. Si, por el contrario, cualquiera arrojara basura o elementos contaminantes a un lago de propiedad privada (como lo son muchos lagos pequeños), inmediatamente su dueño saldría de inmediato en su defensa. “Existen retretes químicos de bajo costo que pueden quemar los desechos cloacales sin contaminar el aire, el suelo o el agua; pero ¿quién invertirá en retretes químicos cuando los gobiernos locales eliminan las aguas servidas en forma gratuita?”.
A fines de la década de 1980 comenzó a popularizarse la errónea idea del “uso sostenible de los recursos naturales”[xvi], que no son sino la justificación de que deberían existir regulaciones gubernamentales, mediante la creación de nuevas medidas legislativas y agencias burocráticas, para satisfacer las necesidades presentes sin “comprometer necesidades de futuras generaciones”. Lo que se tiene es sino la arrogancia de creer que millones de personas, a las que no conoce ni jamás se ha visto, con hábitos y modos de pensamiento que se desconocen, actuarán como ellos prevén y cumplirán los fines que ellos desean. Lo que se ignora en este sentido es que, justamente, la relación entre consumo presente y el consumo futuro es la tarea que desarrolla el mercado mediante el mecanismo de precios, mientras que las juntas reguladoras no poseen la información para decidir acerca de los recursos disponibles. La información se halla dispersa y es cambiante constantemente, canalizada mediante la acción de millones de agentes alrededor del mundo.
A lo largo del escrito se ha tratado de desmentir algunas falacias reiteradamente mencionadas por los ecologistas. Aunque han quedado en el camino otras tantas que podrían (deberán) ser abordadas.
El ecologismo pasó a representar el quiebre intelectual de los socialismos, pero para nada su defunción en el plano político. No está en el interés real de sus intelectuales la preservación de la naturaleza, sino que la utilizan para exacerbar conflictos sociales mediante clases que les permitan estar en constante conflicto con la sociedad capitalista. Abundan los ejemplos de intelectuales izquierdistas que vieron en el ecologismo una forma de atacar los cimientos de la sociedad capitalista. Desde el anarquista Murray Bookchin, pasando por André Gorz, hasta el ecosocialista Michael Löwy. Y he aquí, una verdad apodíctica: A menudo los países socialistas estaban tan ocupados ante la falta de productos básicos para su población que les era imposible -aunque quisieran- prestarle atención a la naturaleza.
Hay una gran diferencia entre ecólogo y militante ecologista, como así mucha ciencia ecológica seria, pero también hay falacias con intenciones políticas que crean un grado de confusión importante y que desestima cualquier tipo de posibilidad de debate serio.
Como ha puesto de manifiesto Martín Hary: “Touraine dice con toda razón que este copamiento de la ecología por el marxismo o el nihilismo corre desgraciadamente el riesgo de asemejarse a aquella conocida cita del Evangelio, aquella que dice: ´no se puede poner vino nuevo en odres viejos´ (pues este se agria). El ecologismo en los ´odres viejos´ del marxismo arruina todo ecologismo serio”[xvii].
Lo que ahora debemos tener en claro es que el capitalismo no es contrario a la preservación de la naturaleza, es tan solo su antesala.
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[i] https://fundacionlibre.org.ar/2017/09/10/el-ecologista-un-subversivo-cultural/ [ii] Marcuse, H. Bosquet, M. Morin, E. Mansholt, S. (1972). ¨Ecología y Revolución¨. Extraído en: https://www.academia.edu/22283116/_Ecología_y_revolución_Herbert_Marcuse_Michel_Bosquet_Andre_Gorz_Edward_Morin_Sicco_Mansholt_et_al._1975_1972_-_PDF_EBOOK_Nueva_edición_Argentina [iii] Brailovsky, A. “Esta, nuestra única tierra” (1992); Buenos Aires. Ed: Larousse Argentina S.A.I.C pp. 194-196 [iv] Laclau, E. y Mouffe, C. (1985). ¨Hegemonía y estrategia socialista¨. Extraído en https://perio.unlp.edu.ar/catedras/system/files/laclau_hegemonia_estrategia_socialista_3.pdf [v] Carson, R. (1962). ¨La primavera silenciosa¨: https://www.academia.edu/37206095/PRIMAVERA_SILENCIOSA_LIBRO_EN_ESPA%C3%91OL_PDF_COMPLETO [vi] Hary, M. “Climagate” (2013); Buenos Aires. Ed: Maihuensh [vii] Malthus, R. “Ensayo sobre el principio de la población” -1a ed.- Buenos Aires: Claridad
[viii] Citado en: Reboratti, C. “Ambiente y sociedad” (2000); Buenos Aires. Ed: Planeta Argentina [ix] Nacido en Inlaterra, 1766, Robert Thomas Malthus fue un economista fuertemente influyente en la demografía del siglo XVIII y crítico de la Ilustración: https://economianivelusuario.com/2013/04/05/quien-fue-thomas-malthus/ [x] Norberg, J. “Grandes avances de la humanidad” (2016); Buenos Aires. Ed.: El Ateneo [xi] Entiéndase por “tercera ola” al feminismo surgido en la década de los ´60 del Siglo XX, como se explaya en la tesis sostenida en ¨El libro negro de la nueva izquierda¨. [xii] Rothbard, M. (1973). ¨El manifiesto libertario¨. Extraído en: http://www.mises.org.es/wp-content/uploads/2012/11/El-Manifiesto-Libertario.pdf [xiii] Brailovsky, A. “Esta, nuestra única tierra” (1992); Buenos Aires. Ed: Larrouse Argentina S.A.I.C [xiv] Ver: http://debatime.com.ar/derechos-de-propiedad-el-escarmiento-del-proyecto-ecologista/ [xv] El Club de Roma: http://www.paralibros.com/passim/p20-soc/pg2068cr.htm [xvi] Véase: https://ecopolitica.org/el-ambientalismo-y-ecologismo-latinoamericano-parte-vi/ [xvii] Ob. citada pp. 36
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[…] hecho nuestras críticas al liberalismo clásico en dos escritos: Los neomaritaineanos[1] y Liberalismo clásico, constitucionalismo y orden social cristiano[2]. Pero a […]
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