Víctor Massuh – Nihilismo y experiencia extrema
El ateísmo de Marx se apoya en una praxis revolucionaria, el de Nietzsche en una praxis vitalista y el de Freud en una praxis médica. Las tres grandes formas del humanismo ateo son refutaciones activistas y no teóricas. En otras palabras, los tres coinciden en que no es preciso demostrar demasiado a propósito de Dios, que la cosa es harto evidente y que urge pasar a la acción: la revolución, la exaltación de valores vitales, la terapia psíquica. El diagnóstico ya está hecho: una alienación ideológica, un enmascaramiento de la debilidad y la impotencia, una neurosis infantil. No se trata de escuchar demasiado a los que padecen esta enfermedad o esta insuficiencia, ni de argüir con ellos o respetar sus delirios. Sus ideas no son “errores” sino “ilusiones”. Piadosamente es preciso curarlos.
El ateo secundado por la ciencia salva al ser humano de su enredo en doctrinas contrarias a la experiencia y a la razón, que no son otra cosa que “reliquias neuróticas, sí siéndonos ya posible declarar que ha llegado probablemente el momento de proceder, en esta cuestión, como en el tratamiento psicoanalítico de los neuróticos, y sustituir los resultados de la represión por los de una labor mental racional…”. 89 “En el camino hacia ese lejano fin, las doctrinas religiosas acabarán por ser abandonadas, aunque las primeras tentativas fracasen, o se demuestren insuficientes las primeras creaciones sustitutivas… A la larga, nada logra resistir a la razón y la experiencia, y la religión las contradice a ambas.” 90
Freud desea que el hombre supere la ilusión religiosa para recobrar el dominio de sí mismo, la confianza en sus propias fuerzas. La religión fue útil en un pasado prehistórico porque entonces el hombre no había alcanzado un adecuado desarrollo de la razón. Fue útil al precio de una obsesión enfermiza. En la actualidad es preciso reconocer que “la inteligencia es el único medio que poseemos para dominar nuestros instintos”.91 Sin la religión, el hombre podrá finalmente enfrentar la realidad cara a cara, renunciar a las ilusiones y tener fuerzas para asumir lo inevitable como un ser adulto. “El hombre —escribe— no está tan desamparado. Su ciencia le ha enseñado muchas cosas desde los tiempos del diluvio y ha de ampliar aún más su poderío. Y por lo que respecta a lo inevitable, al destino inexorable, contra el cual nada puede ayudarle, aprenderá a aceptarlo y soportarlo sin rebeldía.” 92 La ciencia es, para Freud, el verdadero sustituto de la religión. Lo que ésta brindaba a través de “ilusiones”, aquélla entrega mediante el trabajo de una inteligencia que enfrenta a la realidad, lo inevitable, el destino inexorable y la muerte.
Freud parte del falso supuesto que opone ciencia y religión. No advierte que se trata de planos no contradictorios sino distintos: la ciencia no resuelve problemas religiosos, ni la religión problemas científicos. Una necesidad de lo divino no se satisface con el conocimiento sino con la salvación. No con una verdad, ni un dato de la razón ni el enfrentamiento de la realidad exterior, sino con la experiencia de una realidad última concebida como eterna, valiosa, perfecta y otorgadora de fundamento. Y si esta realidad es ilusoria o no, el criterio de verdad lo da la experiencia religiosa y no la científica.
Se sabe que las teorías de Freud sobre el origen de los tabúes primitivos han sido refutadas por antropólogos e historiadores de las religiones arcaicas. O sea que la ciencia ha dejado sin efecto sus hipótesis científicas. Por otra parte, su interpretación de que Dios no es otra cosa que una sublimación divinizada del padre, deja intacto el problema religioso. En la esencia de lo divino se encuentra la proyección de muchas actitudes importantes para el hombre: la relación con el padre, con la amada, con el hermano, con la naturaleza y la totalidad cósmica: es decir, con la tierra, el árbol, el agua, el sol y el cielo. A través de todas estas relaciones vitales, la mente concibió a Dios. El hombre diviniza estas experiencias, pero no son aquellos entes los que originan el proceso de la divinización. La necesidad de lo divino es anterior o de otra índole que la necesidad de estos entes. Es a través del vínculo con ellos —decisivos para el hombre— que quiere establecerse otra relación más profunda —una “religatio”—, con una realidad absoluta que anhela perfecta, valiosa y fundante. Es una relación “sui generis” que se vive dentro de la relación con las restantes criaturas de la creación. Freud no percibió esta diferencia. Aquí se inicia la religión y de este modo se constituye. Pero ello no quiere decir que pueda fijarse el origen de la idea de Dios en un punto del pasado histórico o prehistórico. Un análisis genético de esta idea está condenado al fracaso porque el encadenamiento de sus causas de los comienzos. No se puede preguntar por el origen de la religión sino por su esencia. Y las respuestas que a este último respecto dio el autor de Tótem y Tabú fueron pobres e insuficientes. Por esto mismo espera de la ciencia v del ateísmo lo que el creyente espera de la fe: la adecuada actitud para aceptar lo inevitable y hacer más tolerable la existencia. “Retirando (el hombre) sus esperanzas del más allá y concentrando en la vida terrena todas las energías liberadas, conseguirá probablemente, que la vida se haga más llevadera y que la civilización no abrume ya a ninguno.” 93
Freud no advierte que son muchos los hombres y las mujeres que necesitan del “más allá” justamente para concentrar sus energías en la vida terrena y hacer que “se haga más llevadera”. ¿Por qué restar legitimidad y grandeza a esta actitud? Porque la creencia religiosa, respondería, es una neurosis obsesiva. ¿Y si se reconociese que hay seres que se libran de la neurosis porque hallan un fuerte apoyo en la creencia religiosa? ¿Si se admitiese, más aun, la existencia de una neurosis atea, esto es, un modo de represión que puede padecer un hombre porque siente el encierro asfixiante de la falta de lo divino en su ambiente social, de la ausencia de un espacio absolutamente puro? Se puede padecer hasta la frustración, es cierto, de la “muerte” de Dios.
Karl Gustav Jung, en su libro Psicología y religión, cuenta el caso de un paciente que sufría de un desequilibrio nervioso. 94 Se trataba de un intelectual que se había formado en el seno de una atmósfera cultural laica y secularizada, donde sus valores y símbolos nada tenían que ver con lo sagrado. Sin embargo, el origen de su padecimiento se hallaba, según alcanzó a verificar Jung, en el hecho de que ese mundo cultural reprimía su naturaleza religiosa y le impedía una expresión adecuada.
Un ambiente con pautas predominantemente ateas, puede trabar la “función religiosa en lo inconsciente” 95 y generar, por tanto, una neurosis. En este aspecto Jung fue más profundo que Freud.
Acaso nuestro psicólogo haya concebido al psicoanálisis como el sacerdocio laico de una sociedad que trataría de “curar” a los hombres de la “ilusión” de lo divino. Mayor alcance científico tendría si se extendiera esta terapia hasta el punto de liberar a algunos espíritus de la “ilusión” atea porque les impide vivir. Al cabo de varias décadas en las que el acontecimiento de la “muerte” de Dios aparece como el signo dominante de una época, ¿no se ha difundido, acaso, una neurosis peor que la originada por la fe y que es la de la incredulidad y la pérdida de la capacidad de creer, esto es, la neurosis del nihilismo? La acción que había propuesto Freud en El porvenir de una ilusión, se cumplió con creces. No hay ya divinidad alguna. Nuestra cultura no venera al padre, ni necesita de Dios para esconder la culpa de un parricidio originario: no necesita de estos recursos lujosos. Hoy acomete tales eliminaciones cotidiana y alegremente, sin los remordimientos del hombre primitivo ni su voluntad de “reconciliación retrospectiva”.
Es claro que Freud se asustaría de ver que en su propio te freno, disfrazado con su vestimenta y utilizando su vocabulario, el nihilismo baila una danza macabra. En una de sus volteretas viene a decir, con ánimo indulgente, que si subsiste necesidad alguna de lo divino es posible satisfacerla con cualquier sustituto: un líder, un ídolo, un héroe, un aventurero, Un cantante, un actor, un delincuente idealizado, un deportista, Un santón, un hombre de éxito, o un objeto material cualquiera. Que se destrone al viejo Rey para que adoremos a los mil reyes tenores del momento. ¿No viene a ser el nihilismo una neurosis atea extremada, una incredulidad que si bien no tolera movimiento de fe, termina autorizándolos a todos por un acto de generalizado desprecio? Incluso termina negándose a sí mismo y entonces es la imagen de la pura exasperación, de la agresividad gratuita. Por eso el nihilista no es un escéptico ni un indiferente: ambos todavía comulgan con la tolerancia Aquél, en cambio, es intemperante y agresivo, quiere convertir su negación en afirmación, en una causa fanática y rencorosa. Por rencor contra lo divino puede afirmar fanáticamente cualquier insignificancia y convertirla en ídolo, en un Dios menor que exalta porque tiene el solo valor de ser irritativo. Su fervor es una forma de la destrucción y el desprecio, si afirma algo es porque está fundamentalmente contra algo.
Es cierto que la significación de Freud no lo pone en el centro del nihilismo sino en sus comienzos. Cuando sostiene que es preciso concentrar las energías en la vida terrena para que se haga más llevadera”, no comprende que acaso el hombre necesite de las tierras lejanas de lo sagrado para sembrar y cosechar con alegría la propia tierra, que acaso sólo una visión del extremo le permite descubrir las criaturas del contorno. Al objetar la visión de lo lejano en nombre de lo próximo, se sacrifican uno y otro término, la mirada pierde movilidad, ejercicio, y la amplitud del horizonte. Se instaura la ceguera como visión única, nace la represión neurótica y el hombre termina agonizando en sus redes invisibles.
NOTAS:
89 El Porvenir, p.44
90 El Porvenir, p.52
91 El Porvenir, p.47
92 El Porvenir, p.48
93 El porvenir, p. 48.
94 K. G. Jung, Psicologie und Religion, Rascher Verlag, Zürich, 1947, p.44
95 Psicologie, p. 11: “la existencia de una verdadera función religiosa en el inconsciente”.
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