Juan Perón 3

“Contra Factum non valet Argumentum”  (Respuesta al artículo de Cristián Rodrigo Iturralde)

El pasado 12 de noviembre, mi amigo y camarada Don Cristián Rodrigo Iturralde publicó en su blog Políticamente Incorrecto un artículo titulado “Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia” que pretende refutar de manera concluyente un artículo mío, de hace más de un año, titulado “Perón no está excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli)”.

Ante todo, quiero aclarar que la presente contestación sólo referirá al tema puntual de la excomunión, al que me siento aludido y, por lo tanto, me limitaré a contestar de su artículo sólo las cuestiones que, creo, intentan ser refutativas de mi tesis y no a un sinnúmero de temas periféricos que Iturralde incluye, como el supuesto sionismo, la masonería y anglofilia de Perón. Temas, éstos, de los cuáles tengo por supuesto una opinión que se encuentra en las antípodas del autor, pero que considero están por inercia en sintonía con sus propios trabajos y exceden ampliamente el tema a por él refutar sobre mi artículo.

No voy a detenerme mucho, aunque sí haré mención, del título de su respuesta que, en tanto refutativo de mi trabajo, constituye a mi entender un desacierto. Y ello así por dos razones: en primer lugar porque decir “excomulgado o no”, desplaza la tesis central de mi brevísimo escrito, originalmente referido al blog distorsivo y poco serio “Segunda Tiranía”, el cuál no tiene otro objeto más que la excomunión. En segundo lugar, porque mi artículo es fácil de refutar, aunque tiene una única vía. Sólo hay que mostrar un documento, firmado por S.S. Pío XII, que nombre a Perón y diga que éste está excomulgado. Es precisamente por este motivo que Pedro Badanelli, a quien nos referiremos más adelante, subtituló a su apostilla “Un desafío jurídico al episcopado mundial”, bajo el amparo de la absoluta y entera certeza de que tal documento jamás existió. Por esa misma razón, decidí titular al presente artículo con el mismo latinismo con que Iturralde también acompañó su publicación en las redes sociales, “contra los hechos no hay argumento que valga”. No obstante, con pundonor recogí el guante y acepté el desafío de abrir un debate, en lo posible serio sobre el tema, y no me quedaré en la tauromaquia de los documentos para referirme a la “periferia” en la que creo Iturralde circunda, que es la relación entre Perón y la Iglesia, no sin advertir de ante mano que mi artículo inicial se refería a la puntualidad concreta de la excomunión.

  • Sobre el “papelismo” y la excomunión.

El literata y exégeta de la historia franco-argentino Paul Groussac (1848-1929), utilizó este neologismo para referirse a un vicio reduccionista de la historiografía en siglo de la reina Victoria, en pleno auge del positivismo y el cientificismo predominante de la época. En otras palabras, el “papelismo” es otro modo de referirse a lo que también se ha dado a llamar “fetichismo documental”, propio del siglo decimonónico, que exageraba la importancia de la evidencia documental positiva por encima de otras fuentes. Y este exceso, la investigación histórica contemporánea lo ha denunciado y superado sobradamente. Por supuesto que estamos prontos a admitir que sería ridículo depender, por exagerar en ejemplos, de un notario que nos certifique que San Martín cruzó los Andes o requerir un informe firmado por un forense para determinar que efectivamente Julio César murió a causa de un apuñalamiento. La concordancia, verbigracia, de diversas fuentes testimoniales, debidamente contrastadas, pueden dar carácter probatorio a determinados hechos históricos más allá de los documentos.

Pero esto del “papelismo”, no tiene nada que ver y de ninguna manera aplica a la excomunión de Perón. No se trata de fetichismo documental hacer al lugar a un requerimiento e índole jurídico, sea este canónico o secular, donde predominan los juicios declarativos por sobre los argumentativos.  Se trata nada menos que del fundamento legal y del debido proceso para excomulgar a un mandatario. El “papel”, en este caso es lo que ratifica su poder “ilocucionario” al decir de Austin. Es lo que lo dota de validez. “La excomunión es un instituto de naturaleza jurídica, de origen divino, ya que pertenece a la potestas ligandi que tiene la Iglesia, según le fue conferida por su Fundador a los Apóstoles, y a través de éstos a los que, en cada momento histórico, presiden la Iglesia”. (Ortiz Berenguer-1980, pág. 481)

Las clases de excomunión obedecen a diversos criterios de división. La excomunión puede ser: Maior et minor; a iure et ad homine; latae et ferendae sententiae; iusta et iniusta; generalis et particularis; vitandi et tolerati y reservata et non reservata. Se da una identificación entre la excomunión a iure y la latae sententiae; y entre la excomunión ab homine y la ferendae sententiae. Los autores, al tratar dinámicamente de la excomunión a iure, hablan de su imposición automática ipso iure, ipso facto; mientras que al hacerlo de la excomunión ab homine, exigen la moción y la sentencia del juez. La excomunión ferendae sententiae es la que cumple mejor los requisitos propios de la figura de la excomunión: se asegura la contumacia, se impone a persona cierta y determinada, el excomulgado vitando es el denunciado nominatim y ostenta la plenitud de efectos de la excomunión. No se puede ser denunciado nominatim si no es ferendae sententiae. Esta última, es la que más se corresponde  con lo que involucra una pena jurídica, impuesta por vía distinta a la moral o pecado. Asegura el derecho fundamental de toda persona a ser oída antes de ser condenada.

Conforme al canon 1557 y 2227 del antiguo código “cardenales, reyes, presidentes de repúblicas, y en general a todos los que ejercen el supremo principado de los pueblos, sólo pueden ser excomulgados por el papa”. Esta reserva conlleva una consecuencia no deductiva, sino implicativa: necesariamente la excomunión debe llevarse mediante proceso formal (ferendae sententiae) para que pueda ser refrendada por el papa y debe por lo tanto consignar el nombre del jefe de estado a quien mediante dicho acto se está excomulgando. Es decir debe ser vitanda, ab homine, particularis, nomitatim y ferendae. La absolución de la excomunión ab homine siempre está reservada; la excomunión a iure puede ser reservada al Romano Pontífice o al Obispo. De las especialísimamente reservadas al Romano Pontífice, sólo puede absolver él, excepto in articulo mortis, o el Obispo si ha recibido un privilegio especial para ello. Cuando hablamos de excomunión latae sententie, cabe absolución de la excomunión en el fuero de la conciencia. Es decir, es por moción del propio reo.

Recordémoslo, en 1955 el Vaticano emitió una declaración en la que decía que todo aquel que impidiere el accionar de un obispo sufría la excomunión automática, con lo que no se puede tratar de un texto de excomunión, dado que no se requiere, por eso es automática. Esta advertencia es de índole generalis, a iure.

Dice el texto de Iturralde en un apartado que pone paliativos a la cuestión de fondo, titulado “Excomulgado o no…” refiriéndose a un texto tenido por excomunión: “Se ha argüido en defensa del ex presidente que el susodicho documento aparecía rubricado por el cardenal Adeodato Piazza –Secretario de la Sagrada Congregación Consistorial– y no por el pontífice Pío XII; lo que en verdad no modificaría sustancialmente la cuestión: el descontento de Roma para con Perón y su régimen era evidente. Y agreguemos lo obvio: difícilmente Piazza habría lanzado públicamente tal castigo medicinal sin la expresa anuencia del pontífice”. Es justamente al revés, modifica sustancialmente la cuestión de fondo que es la excomunión y no la circunvalar tensionalidad, que no negamos pero que más adelante explicaremos, entre Perón y la Iglesia. Lo único obvio es a) que pasamos de la excomunión al descontento de Roma, mezclándose dos temas que pueden estar en relación pero que son perfectamente distinguibles y  b) que el presunto documento se trató de lo que efectivamente fue, esto es, una advertencia y no una excomunión.

Iturralde escribe: “Al pedido de Perón la Iglesia responde con un documento formal  y con un hecho. El documento es el Rescripto de la Congregación Consistorial del 18 de enero de 1963, mediante el cual se lo absuelve de su delito. El hecho es la visita del Arzobispo de Madrid, Monseñor Eijo y Garay, a Perón, en su residencia, el 13 de febrero de 1963.En solemne ceremonia y de rodillas, el reo recibe la absolución. No se necesita haber escrito el Órganon para concluir en que: a)si se pide un levantamiento de una sanción es porque la sanción existía; b)si se responde al pedido de perdón, perdonando de modo formal, solemne, por escrito y ritualmente, es porque había materia objetiva para acordar ese perdón”.

El hecho, sacado de contexto, fue la consecuencia de todo un proceso para clarificar la situación de Perón.  En 1962, una comisión investigadora fue formada a pedido de Perón por el entonces Secretario General del Movimiento Justicialista, Raúl Matera y Jorge Antonio, amigo del cardenal Copello, que intermedió desde Roma (donde estaba desde el ’55 por persecución de la libertadora) patrocinados por Ms. Antonio José Plaza, Arzobispo de la Plata.  (una enemistad del peronismo con la Iglesia bastante rara) quienes viajaron a Roma. La conclusión fue que en la Secretaría de Estado de la Sagrada Congregación de Ritos del Vaticano, no existe constancia alguna de que S.S. Pío XII expidiese Bula, Rescripto o Breve por la que declarase la excomunión necesariamente nominativa del presidente Perón y, consultadas las autoridades de la cancillería argentina, a cargo por entonces de las relaciones exteriores y culto, aseguraron categóricamente que, en ningún momento, se recibió manifestación de S. E. el Nuncio Apostólico, Monseñor Zanin sobre tal materia. Excomunión ferendae sententiae no existió y es la que realmente, lo dijimos ya, reúne todas las condiciones de excomunión con carácter jurídico. Condiciones, éstas, que están dadas precisamente por un “papel”.

Pero a sabiendas de que ante reiteradas difamaciones, argumentum ad ignoratiam mediante, no alcanza la demostración por la negativa, de esa misma campaña a Roma liderada por Matera surgió la idea de realizar algún acto donde quedara expresado y fuera de toda duda que Perón no era objeto de condena por parte del Vaticano.

El papa Juan XXIII, accedió a tal petición, y el Arzobispo de Madrid-Alcalá, localidad en la que residía el expresidente, Monseñor Carlos Eijo y Garay se presentó ante el general (el obispo fue a Puerta de Hierro) y se realizó un acto de absolución que Perón recibió de rodillas.

Perón, el “enemigo de la Iglesia”, escribió:

“Beatísimo Padre:

El que suscribe, Juan Domingo Perón, domiciliado en Madrid, Ciudad Puerta de Hierro -Sector Fuentelarreina- Quinta 17 de Octubre, temiendo haber incurrido en la excomunión Speciali Modi, reservada, conforme a la declaración de la Santa Congregación del 16 de junio de 1955 (Acta Apostolicae Sedis, Vol XXII, p.412) sinceramente arrepentido, pide, por lo menos ad cautelam, la absolution.

En realidad, el que suscribe ya ha sido absuelto, por motivos de caso urgente, por su propio confesor y admitido a los Sacramentos; pero desea en todo estar en paz con la Iglesia y, por esto, ha presentado la presente solicitud, contento, además, de poder hacer este acto de humildad.”

Juan Perón.

El resultado de esta solicitud se concretó en la visita del arzobispo de Madrid-Alcalá:

Exmo.

Señor D. Juan Domingo Perón,

Madrid.

Exmo Señor:

A fin que quede a V.E. constancia de la ejecución de la gracia concedida por Su Santidad el Papa, envío a V.E. copia fiel del decreto que para tranquilidad de su conciencia cristiana me ha dado en dictar para ejecución del Rescripto de la S.C. Consistorial Prot N 1147/57. Dice asi:

Para dar cumplimiento a la comisión que la S. Congregación Consistorial, en virtud de las facultades que le otorgo nuestro Santísimo Señor, por la Divina Providencia Papa Juan XXIII, me ha confiado, me apersoné el 13 de febrero del año 1963 en el domicilio…

Obispo de Madrid-Alcala.

El contenido del Rescripto, lo único que confirma es la visita de Monseñor Eijo y Garay al domicilio de Perón y  no la presunta situación de excomunión. La pregunta que hay que hacer es qué hubiera pasado si Perón no solicitaba esto. En un acto sobrante e innecesario, Juan Perón solicita absolución ad cautelam, esto es, por precaución o preventivamente, después de haber quedado demostrada la inexistencia de un documento de excomunión formal. Tal acto no sólo habla de un gesto de humildad, grandeza y profunda cristiandad del líder de los descamisados, sino también permite demostrar que, agotada la vía formal manifiesta, no se había incurrido tampoco en excomunión automática latente. Lo que ocurre es que no existe respuesta automática y latente a esto, sino que la vía es siempre la absolución.

Cuando se apela una excomunión nula, esto es, cuando hay nulidad del acto de excomunión, o cuando se levanta una excomunión iniusta, la Iglesia también extiende una absolución. Pero en estos casos la absolución es indicativa de que la sanción estuvo mal impuesta, ya sea por cuestiones de fondo o procedimentales y no indicativa de que el reo es enemigo de la iglesia hasta el momento de la absolución.

No puede Iturralde inferir que preexistía una sanción impuesta por la Iglesia a Perón. Por el contrario, es Perón que habiendo probado que tal cosa no ocurrió, pide humildemente, desde su fuero interno, “en caso de haber incurrido” con su obrar o por omisión en alguna ocasión que lo haya puesto en situación de contumacia (cosa esta opinable pero contemplada en excomunión automática), ad cautelam, que la Iglesia se expida mostrando oficialmente que se encuentra en comunión con la misma. Esto se hace siempre mediante un acto de absolución. “El injustamente excomulgado debe ser absuelto y además inmediatamente. Hasta ese momento está ligado por el vínculo y en el intervalo debe guardar los cánones establecidos acerca de los excomulgados y se halla bajo las penas establecidas para ellos. Por su parte, el que excomulga injustamente comete sacrilegio y a sí mismo se condena; debe arrepentirse durante treinta días y es privado de la comunión; tiene que restituir y satisfacer (por razón de la injuria o del lucro), a no ser que excomulgara por error o tuviera causa probable; si no puede hacerlo, será castigado de otro modo” (Ortiz Berenguer-1980; pág. 490).

No afirmamos que sí hubo excomunión en el caso de Perón, pero fue injusta, sino que el acto de absolución puede incluso ser indicativo del mal obrar del excomulgador y no del excomulgado, derivando consecuentemente en sanciones y castigos contra el primero. Aunque el sacrílego sea el excomulgador, la excomunión injusta impone al excomulgado las penas del derecho si no guarda la excomunión injusta antes de la absolución; en el caso de la excomunión nula no le afectan. Sin embargo, la excomunión nula o también llamada inválida, que por ser nula no es excomunión, debe ser absuelta ad cautelam y puede ser nula por defecto de jurisdicción o defecto de justa causa. En ambos casos el excomulgado peca gravemente si celebra o se inmiscuye in divinis con escándalo en presencia de quienes ignoran la nulidad, y contra ambas excomuniones cabe el remedio de la apelación en el fuero externo. Esto hizo Perón, apeló a fuero externo.

Por lo dicho, y siguiendo la imbatible lógica del autor de la refutatio, si hubo absolución hubo necesariamente excomunión por lo tanto las excomuniones nulas e injustas también son excomuniones porque tienen absolución. “Va de suyo que no habría habido necesidad de absolución de no haber existido una excomunión previa o, al menos, una amonestación de la Iglesia (¿de qué se lo absolvía entonces? ¿De haber olvidado ir a misa el domingo?)”. A lo que respondemos que la lógica de Iturralde no es la del Órgano, sino  post hoc, ergo propter hoc. A mí se me antoja que la absolución de Perón es la prueba contundente e inapelable de que el mendaz cardenal Piazza, era un sacrílego y que el comunicado de la Congregación Consistorial de 1955 fue un atropello. La autoridad monárquica de la Iglesia no es un tribunal de faltas al que uno solicita un certificado de libre multas. El fiel pide perdón haya o no cometido falta y la Iglesia absuelve, medie o no castigo, para mostrar el estado de comunión a fuero externo del bautizado.

La Constitución Apostolicae Sedis de Pio IX, en el año 1869, reduce las excomuniones “latae sententiae” a 4 especies: Reservada speciali modo al Romano Pontífice. Reservada simpliciter al Romano Pontífice. Reservada a los Obispos. No reservada. Lo que Perón pregunta es si existe sobre él excomunión del primer tipo a lo que el Vaticano responde negativamente mediante acto de absolución, no afirmativamente. El razonamiento que corresponde hacer es opuesto al que infiere Iturralde: confirmada la no imposición formal de sentencia de excomunión, de no haber sido porque Perón realizó la petición a Juan XXIII para dejar en claro su condición a fuero externo, el gorilismo vernáculo y el nacionalismo lonardista seguirían amparándose en la posible excomunión automática “latae sententiae” asociada al comunicado de la Santa Congregación Consistorial del 16 de junio, para decir que Perón murió en excomunión. Hasta en eso el primer trabajador no les dio el gusto.

Resulta que el mismo texto de Iturralde, que no escatima en improperios a la hora endilgar a Perón la condición de espiritista, ocultista y anticatólico, lo muestra genuflexo ante el papa, solicitando autorización para casarse por Iglesia y recibiendo de forma penitente absoluciones de arzobispos, etc. En resumen, no hay que salirse de la “refutatio” para conocer al Perón real, en fuerte contraste con imaginario, apóstata y anticlerical, que se hubiera ufanado de permanecer en estado de animadversión con la Iglesia.

La amistad o enemistad de Perón con la Iglesia nunca puede demostrase por medio aquellos hechos narrados por Roberto Bosca, autor que practica la herejía judeo-cristiana en diálogo interreligioso con el rabino León Klenicki (argumento ad personam, no falacia ad homiem). Que Perón ejercía un oportunismo electoralista, y para eso necesitaba estar en buenas relaciones con el Vaticano, es una opinión de Iturralde, aunque por las fechas es poco probable ya que contrasta bastante con el hecho de que el general se encontraba en España, proscripto, prácticamente oculto y en pleno exilio, más preocupado por la posibilidad de volver a su país que por el resultado de las futuras elecciones. Posibilidad, vale la pena recordarlo, frustrada un año después por el “viejito bueno”, Arturo Illía, del partido que nos alimenta, nos cura y educa con la democracia, en contubernio con una junta militar encabezada por el dictador brasileño, mariscal Humberto de Alencar Castelo Branco.

  • Perón o la Iglesia. Lo afirmamos: La Falsa disyuntiva

Me resultó curioso, que el escrito de marras, que trata sobre la enemistad entre Perón y la Iglesia, tenga por foto al primer trabajador reunido con el Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Santiago Copello, el amigo personal de Jorge Antonio, quien se convirtió en Cardenal Primado de la Argentina el 29 de enero de 1936, lugar desde donde apoyó de manera irrestricta a Perón hasta fines de 1954 (es decir, de la década, casi nueve años junto a Perón) participando incluso del cónclave que consagró a Eugenio Pacelli como Pontífice Pío XII. Por supuesto que se vio obligado a tomar distancia luego de las crispaciones históricas a partir de la actividad política de la democracia cristiana, durante el último período del segundo gobierno. Lo que cuestionamos es la lectura antiperonista de los hechos, convirtiendo de forma sempiterna la excepción en norma. Tal fue la relación favorable de Copello para con Perón y el peronismo que, antes del ’45, de manera manifiesta, prohibía a los católicos participar o apoyar en forma alguna al Partido Comunista, integrante de la opositora Unión Democrática, en favor de Perón. Y después del golpe del 16 de septiembre del ’55, fueron esas estrechas relaciones las que obligaron al cardenal a abandonar Argentina y pasar sus últimos años en la curia Romana. ¡Fue la mal llamada revolución libertadora la que lo exilió en Roma!

La falsa disyuntiva, no radica pues en negar las tensionalidades que en determinado momento tomó vigor entre Perón y ciertos sectores de la Iglesia sobre finales de su segundo gobierno, sino en darle a tales tensiones un carácter unívoco, uniforme y sin matices. Por eso apareció el mito de la excomunión, para tratar de unir definitivamente lo que en la realidad se encontraba confuso, dividido y disperso.

Además de que las relaciones Perón-Iglesia fueron cambiantes a lo largo del tiempo. Dentro de la Iglesia las opiniones estaban muy divididas. Dice Iturralde: De manera que no debería sorprender que el mayor apoyo ¨religioso¨ a Perón hubiera provenido por parte de protestantes, hebreos, sionistas, sacerdotes apóstatas y/o de tendencia abiertamente marxista. El interés de Perón por lo sobrenatural se plasma y circunscribe básicamente a ciertas creencias espiritistas y a su afición por el ocultismo (que compartía con Isabel y José López Rega, entre otros). Esto es falso de toda falsedad. Si hay algo imposible, es establecer alguna tendencia progresista o tradicionalista para encasillar a los presbíteros que tenían buena relación con el peronismo, entre ellos, Hernán Benítez, confesor de Eva Duarte, perseguido por la dictadura del ’55,  expulsado de su cátedra en el seminario y al que intentaron asesinar en febrero de 1956; Leonardo Castellani, referente del Nacionalismo Católico al que difícilmente podría el autor de la refutatio atribuirle las mismas cosas que a Pedro Badanelli, candidato a diputado en segundo término en la lista de la Alianza Libertadora Nacionalista en 1946 (que había apoyado en el ’45 la formula Perón-Quijano y que recién a partir de 1953, bajo la dirección Patricio Kelly, dio un giro a la conducción antiperonista de Juan Queraltó, durando dieciocho años hasta que la revolución “fusiladora” demolió a cañonazos la Sede Capital que estaba a cuatro cuadras de Plaza de Mayo) y objetado por el Partido Demócrata Progresista, en ese momento aliado al Partido Comunista y opositores a Perón; o Virgilio Filppo, párroco de la Inmaculada Concepción del barrio de Belgrano, apodado por la progresía el “antisemita con sotana”, tal vez un error de cálculo en pacto Israel-Perón, conocido principalmente por algunos de sus libros como “El monstruo Comunista”, “Imperialismos y Masonería”, “Los judíos”, “El plan quinquenal y los comunistas” y que durante 1947 y 1948 fue adjunto eclesiástico de la Presidencia de la Nación, como así también diputado nacional por el peronismo en 1948.

Carta de Leonardo Castellani, escrita a mano, dirigida a otro intelectual del gobierno “sionista” de Perón, el Dr. Jaime María de Mahieu, Secretario Nacional Docente de la Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Nacional Justicialista, tratándolo de amigo y maestro, elogiando un trabajo que éste último realizara sobre Maurras y Sorel.

La complejidad de las relaciones entre Badanelli, Benítez, Lopez Rega y Castellani, se refleja en la obra de José Carlos García Rodriguez, “Pedro Badanelli, la sotana española de Perón”: “Perón, reivindicó siempre la Doctrina Social de la Iglesia y el Justicialismo, y citaba a León XIII muy a menudo: sostenía que su política era la realización de los postulados papales que habían cambiado el rumbo del catolicismo. Badanelli, como otros dos sacerdotes de enorme importancia, el padre Hernán Benitez, confesor y albacea espiritual de Evita, y el padre Leonardo Castellani, el más talentoso y el más reaccionario de los tres –excelente polemista y novelista, miembro del sector más nacionalista de los católicos argentinos- pensaban que Perón estaba realizando en la práctica la Doctrina de león XIII, y que en cambio los obispos argentinos se habían apartado por completo de los Evangelios- cosa en la que no dejaban de tener razón”.  (García Rodriguez – 2008, págs. 14 y 15)

En sus comienzos, sólo un sector de la Iglesia se opuso a Perón. En Córdoba, se emitió un manifiesto que decía: “La acción del coronel Perón es el retoño en la República del mal máximo que el totalitarismo importa para el mundo (…). No hay posibilidades de vida gremial cuando se niega el derecho de asociación y se absorbe a los sindicatos. De nada vale invocar a Dios y a la Iglesia, al servicio del Estado, que es lo que por otra parte han procurado todos los despotismos”. Que Perón fue visto por totalitario por parte de sectores de la progresía, no hay dudas. En cuanto a la vida gremial, Perón hizo todo lo contrario a lo que el comunicado pronosticaba  y la constitución del ’49 habla por sí sola. Quienes avalaron el manifiesto de Córdoba fueron los futuros fundadores de la democracia cristiana argentina.

En mi artículo inicial, jamás me referí a la relación entre Perón y la Iglesia reduciendo el problema a sus vínculos con el clero, como si esto último fuera indicativo o demostrativo de la catolicidad del expresidente, incluso cuando haya condena, censura o advertencia por parte de un miembro de la jerarquía eclesiástica. Hay nacionalistas católicos, por ejemplo, que por orden expresa y comunicados oficiales de obispos, emitidos no sin anuencia del papa, han sido prohibidos en el ámbito de toda una diócesis, sean parroquias, colegios, o cualquier institución en comunión con el obispado, como entiendo ha pasado en San Rafael (Mendoza), y no por eso debemos colegir que estas voces censuradas son enemigas de la Iglesia, sino todo lo contrario.

Es menester comprender que la evolución de la Iglesia Apostólica Argentina, que no fue un invento de Perón, se desarrolló como contracara de la injerencia en la política de la Democracia Cristiana. Si hubo una intromisión del estado argentino en asuntos eclesiásticos, también hubo una Iglesia que se metía en política, con obispos liberales, como Mons. Miguel de Andrea, que ya en la década del ’40 hablaba de la necesidad de un Nuevo Orden Mundial,  y advertía el nazismo de Perón. Tal encontremos aquí la “funesta política de Pío XII” y tal vez sea la Iglesia la que estaba “del lado de los vencedores, jamás del de los vencidos”. Concluyendo… “¿No será acaso evidencia suficiente de ello la derogación del decreto de enseñanza religiosa, la apertura de los prostíbulos, la remoción de feriados religiosos, la legalización del divorcio, la prohibición de procesiones católicas, etc.?”

Dos cuestiones a considerar. Si Perón derogó la enseñanza religiosa, derogó algo que él mismo había impuesto: primero en 1943, con Farrel del que era vicepresidente, mediante el decreto n°18411, ratificado luego por la ley n° 12978 de 1947, durante su primera presidencia, que revertía el proceso de secularización iniciado en el Siglo XIX con la ley 1420, introduciendo la enseñanza religiosa en las escuelas públicas. Perón, enojado con una Iglesia que le jugó por la espalda con la democracia cristiana, ya no sólo desde el púlpito, sino también desde la cátedra qué él mismo le había devuelto, retorna al laicismo original con la ley n° 14401 de 1955. Nuevamente, de diez años de peronismo, ocho fueron con enseñanza religiosa. Los golpistas del ’55 mostraron su desesperación por voltear la constitución del ´49, no por revertir la supuesta “legislación anticlerical” peronista.

El segundo aspecto a considerar, a la hora de poner las cosas en su debido contexto, es el tan apelado argumento de presentar a Perón como “anticlarical” por las leyes (aprobadas por el congreso) de divorcio vincular, profilaxis y el decreto 4633/55 de regulación de las casas de tolerancia -prostíbulos-. Esto puede escandalizar y, como ya lo he manifestado, fueron para quien escribe un desacierto. Pero lo que no se sabe -o no se dice- es que para aquellos años, existía jurídicamente aún la distinción entre hijos legítimos e ilegítimos, es decir, había ciudadanos de segunda en nuestro país, llamados “bastardos” que no gozaban de derechos sucesorios y eran señalados por la calle. Si se reflexiona detenidamente en este marco normativo, insistimos, quizá excesivamente pragmático, tenía profundos -es políticamente incorrecto decirlo- efectos inclusivos ante las dificultades de reformar el Código Civil. Sobre la profilaxis y las casas de tolerancia, buscaban generar un marco ordenatorio y regulatorio para evitar el nacimiento de hijos no deseados, y el divorcio vincular a poner una cota al epíteto de “adulterio”, que significaba que una persona separada rehaga su vida junto a otra, y que sus hijos, en “segundas nupcias”, por así decirlo, sean luego tenidos por bastardos sin derecho a herencia. A los fines prácticos, ni el adulterio, ni la prostitución, se incrementaron por estas leyes, pero sí desaparecieron los ciudadanos de “segunda” categoría.

 

  • La carta de Perón a Badanelli

Iturralde se refiere a Badanelli de la siguiente manera: “Que un sacerdote sea puto, cismático, apóstata, gnóstico, delirante y peronista, no lo convierte, por supuesto, en alguien incapaz de acertar un análisis canónico. Pero que a semejante mamarracho Perón le haya escrito una carta admirativa y laudatoria desde Madrid, el 17 de septiembre de 1970, en la cual –entre otras lindezas- le dice que deplora “la funesta política del Papa Pío XII”, y que en relación con el avance triunfal del Comunismo, lo que queda por hacer es “estar con el vencedor, jamás con el vencido”, demuestra sí que tal pedido de perdón, y la recepción sacramental del mismo, fue violado farsescamente por Perón. Siete años después de su absolución seguía pensando y obrando en conformidad con una eclesiología no católica ni cristiana. El argumento ad personam no necesariamente se convierte en un sofisma ad hominem. Retratar verazmente a las personas involucradas en esta terrible escena, se torna imprescindible para conocer y evaluar el punto en cuestión”. De toda la cadena de adjetivaciones, es al menos sincero que la de “peronista” haya quedado para lo último, porque es la que, según su perspectiva, resume a las anteriores y la que realmente molesta.

Poco me importa la persona de Badanelli, que ad personam, siendo apóstata y cismático, hubiera estado interesado en que Perón rompa relaciones con la Iglesia. Sin embargo buscó, como clérigo, desmentir canónicamente el mito de la excomunión dedicando un estudio y una publicación específica sobre el tema, desafiando al episcopado mundial a rebatirlo. Ni el episcopado mundial ni Iturralde, a mi humilde entender, lo han logrado.

Pero lo que sí es inadmisible, es que se quiera hacerle decir a una fuente, lo que de manera diametralmente opuesta dice. No podemos citar una fuente para hacerle decir lo contrario. Abramos, pues, las páginas de la carta que enviara en 1970 el exiliado estadista al exiliado presbítero. Exiliados, ambos, a causa de los “adalides de la democracia” y analizamos esta verdadera pieza de doctrina anticomunista. Dice Perón:

“El capitalismo internacional y las oligarquías; organizados para explotar al hombre, sólo se ocupan de sus ganancias sin mirar las consecuencias; el comunismo internacional, también organizado, en último análisis para lo mismo (insectificar al hombre), no atina sino a derribar a su enconado enemigo y reemplazarlo. La víctima de ambos son los pueblos.

Nosotros hicimos tanto por evitar que se llegara en la Argentina a esta situación, hemos pagado un caro precio en sacrificio y sangre, como corresponde a todos los precursores. Ahora, frente al sombrío panorama que se viene encima, con la incomprensión y el egoísmo de todos, podemos apreciar con claridad lo que muchos enceguecidos por la pasión y los intereses, no aciertan a ver. […] En la Argentina, nosotros trabajamos con éxito sin precedente para una solución anticomunista. La malhadada “revolución libertadora” nos arrolló violentamente de nuestro quehacer patriótico y preparó admirablemente el advenimiento del caos actual que con sus entregas y sometimientos está preparando el triunfo del comunismo”.

El justicialismo, al neutralizar con su doctrina de amor y paz el accionar del marxismo, servía de valla de contención en los sectores más populares y postergados, contra el avance del comunismo. Con el triunfo del liberalismo anglosajón, y su egoísmo intrínseco, el comunismo, efecto consecuente de aquél, está preparando un triunfo.

Con este tamiz, donde el comunismo es la consecuencia reactiva a las opciones de derecha liberal, prosigue la carta y se refiere a Pío XII:

“Nosotros seguimos y seguiremos trabajando intensamente pero me temo que ya no llegaremos a tiempo. Toda América Latina esta intensamente sacudida por la pugna [Capital vs. marxismo] que envenena al mundo y la ola de contaminación que se impuso en Cuba por la incomprensión y la bellaquería yanqui, parece extenderse como un reguero de pólvora por todos los pueblos latinoamericanos. Ya la muletilla de la civilización occidental, de la barbarie comunista, etc…. encuentra oídos sordos. La iglesia, que en Argentina, Venezuela, Cuba, República Dominicana, Colombia, etc., trabajó en favor del comunismo parece ahora darse cuenta de lo que ha hecho siguiendo, en su momento, la funesta política del papa pio Xll.

Lo que dice Perón no sólo es cierto, sino también declaradamente anticomunista. La Iglesia contribuyó a atacar al comunismo por sus consecuencias sin atender a sus verdaderas causas, el capitalismo. Por supuesto que le echa en cara a Pío XII no haber comprendido en su totalidad y completitud la doctrina nacional-justicialista cuando permitió que ciertos sectores de la Iglesia lo atacaran y se acercaran, siendo funcionales, a aquellos que lo derrocaron. Perón consideraba que los pueblos vencen siempre, pero al hacerlo con la hoz y el martillo, vencerán contra la Iglesia, que es lo que él quería evitar.

“Frente a todo este panorama desolador que el mundo muestra en la Argentina vemos a un grupo de “chantapufis” que cree resolver el problema entregando el país a la voracidad de la explotación capitalista, origen y causa del éxito comunista. No se les ocurre que hay que atacar las causas y no los efectos y creen que este asunto se puede resolver con aspirinas. El pueblo vencerá, ya sea con la hoz y el martillo si no lo puede hacer con los atributos nacionales, pero vencerá. La hora de los pueblos se acerca, el camino poco puede interesar a los que trabajan por su advenimiento. Siempre le dije a nuestros oligarcas y capitalistas, O TRIUNFA EL JUSTICIALISMO O LOS DEGOLLARAN LOS COMUNISTAS. Ellos parecen haber elegido lo segundo: que Dios los ampare.

La saña capitalista (S.XX) contra el justicialismo, provocará una gran reacción histórica de los pueblos que terminará por enaltecer la opción marxista (S.XXI). No porque Justicialismo y comunismo sean lo mismo, sino, al contrario, porque el justicialismo es el verdadero antídoto al comunismo. Los liberales han atacado al anticuerpo y la Iglesia, enajenada de su propia Doctrina Social, se ha plegado funcionalmente a ello. La patológica incomprensión de la tercera posición es lo que denuncia Perón. De ahí viene la, a nuestro criterio malentendida por el autor de la refutatio, frase del escándalo:

“En este mundo, el devenir de los tiempos históricos, ha sido el quehacer de los imperialismos, desde los fenicios hasta nuestros días. Asistimos de nuevo a los “últimos días de Carthago” porque, en esta segunda mitad del Siglo XX de signo anglosajón, por el imperialismo comunista que preside la democracia popular que será el signo ideológico del Siglo XXI. La historia no va para atrás. A nosotros que no nos tocará decidir, ni siquiera intervenir en la decisión, nos queda, en cambio, el derecho de elegir: debemos estar con el vencedor, jamás con el vencido”.

Sólo una lectura muy distorsiva, y por no nobleza y amistad con el autor no diré cargada de cierta malicia, podría interpretar que Perón está proponiendo por gusto estar con el comunismo vencedor. Destruida la alternativa nacional, patriótica, la justicialista, los imperialismos, sin consulta “frente a un panorama desolador”, nos hará tener que elegir, por supervivencia, entre Guatemala y Guatepeor y la opción será, necesariamente y en contra del proyecto justicialista, elegir entre vencedores y vencidos.

  • No sólo no hay que ser gorila, también hay que parecerlo.

Marcelo Sánchez Sorondo, en el número dos de su revista Azúl y Blanco, escribió el 13 de junio de 1956, a escasas horas del fusilamiento de Juan José Valle: “Es demasiado serio esto de que nuestra política se colme con el veneno del odio y la abominación de la sangre. Desde que fue consolidada nuestra organización, jamás hasta el presente en nuestras luchas internas se castigó con pena de muerte al adversario. Hoy, en efecto, contemplamos con asombro a los doctores liberales y a los viejos rábulas de la política partidista predicar, en nombre del estado de derecho y las libertades, el exterminio de una parte del país o aprovecharse de las horas de confusión para denunciar a mansalva, saciando acaso resentimientos personales”.(Hernandez, P. – 1997; pág. 38)

Cuando un antiperonista se sorprende, no sin indignación, del veneno del odio,  la abominación de la sangre y el exterminio de una parte del país, podemos claramente definir al gorilismo que acentúa los resentimientos personales por sobre cualquier aspecto ideológico. El gorila ve en Perón, además de un hostis, a un inimicus. No hay mejor definición de un gorila, que la dada por un antiperonista. Y Sánchez Sorondo, no sólo lo hace de manera precisa, sino también salvaguardando la propia dignidad al confesar haberse sentido útil, (cunado no utilizado) y funcional a los enemigos de la patria.

Nosotros, los nacionalistas de tercera posición, también le agradecemos al lonardismo (o petardismo) y al nacionalismo antiperonista que nos haga tan fáciles las cosas. En el tomo II de sus “Escritos Políticos”, puede leerse cómo, Rodolfo Irazusta, confiesa, en un discurso pronunciado por Radio Nacional el 12 junio de 1957, la orquestación moral, política, logística y material de la corona británica para llevar adelante la revolución contra Juan Domingo Perón: “El compromiso contraído al aceptar la ayuda británica sería la causa de que el gobierno actual no se atreve a liberar el comercio de carnes del monopolio a favor del mercado inglés. Admitimos la veracidad de tal versión y admitimos también que la obtención de tales implementos fue decisiva para el triunfo de la revolución y que no lo fuera el repudio de la opinión pública, el desaliento de los defensores de la tiranía y la heroica lucha librada en Córdoba por militares y civiles cuyo ímpetu decidió el vuelco del resto del ejército. Ponderemos solamente el valor de la ayuda recibida para cambiar el gobierno y también el valor de los implementos mecánicos. Hay un valor ponderable y un valor imponderable. El primero sería el valor de los implementos, del combustible: eso se calcula en dinero e importa un millón, dos millones, lo que fuere. El otro es desalojar una influencia rival. También esto se puede ponderar en cierta medida: bastaría con no permitir que se establezca esa influencia. Pero no es necesario seguir pagando constantemente, porque nadie paga toda la vida, ni aún la propia vida que ha recibido de sus padres.

Si admitimos que los gestores de la revolución se han comprometido a mantener la situación dependencia económica de nuestro país con respecto a Gran Bretaña creada por Rivadavia, afianzada por el régimen y robustecida por Perón, debemos considerar si en ese caso la revolución era legítima. Pero semejante enormidad es inadmisible de todo punto y no creemos que existiera en ningún momento. Por añadidura, el general Aramburu que preside el gobierno revolucionario no participó en tal compromiso y se éste existe está en su mano el apreciar su alcance y el precio correspondiente.

No es posible que las espoletas de los proyectiles y el combustible de los barcos, cuyo importe puede calcularse generosamente en medio millón de dólares, cuesten al país, como le están costando hasta la fecha, dos mil millones de dólares: el precio de nuestra miseria”. (Irazusta, R. -1993, pág. 398 y 399).

Me parece sobremanera importante iniciar un debate revisionista sobre Perón. No obstante, sería bueno hacer también un debate revisionista, por ejemplo, de por qué el nacionalismo católico antiperonista (y digo antiperonista porque yo me considero, en tanto peronista, necesariamente nacionalista y católico), en los años inmediatamente posteriores a la caída de Perón, se indignaba de haber sido funcional a libelos de sangre y útiles a los intereses de la corona británica contra Perón y hoy, por el contrario, ya no lo hace. No hay mejor definición de gorila, que aquella que retrata al que es incapaz de reconocer lo que sus propias fuentes antiperonistas reconocían.

“Algunas personalidades del nacionalismo como Jordán Bruno Genta o Rómulo Etcheverry Boneo, que no se identificaban con el peronismo apoyaron las candidaturas peronistas o manifestaran su adhesión electoral, buscando evitar su propia marginación sin dejar de expresar sus dudas, en una actitud de apoyo crítico”. (Fares M.C.-2004; pág 7)

Hoy sería impensable un “apoyo con reservas” por parte del nacionalismo católico. También se torna inadmisible una “opción circunstancial” a favor del peronismo para evitar un mal mayor. Lo cierto es que el nacionalismo, respecto de la libertadora llegó último y se fue primero. Ello así porque fue usado contra Perón y ellos mismos lo reconocieron. “La mayoría de los nacionalistas, fundamentalmente los que ocuparon lugares de importancia en el gabinete de Lonardi, se habían incorporado tardíamente a la coalición antiperonista. Si bien su activa participación en el levantamiento fue reconocida por los dirigentes de los partidos políticos antifascistas, ello no fue obstáculo para pensar que partía de intenciones aviesas. Para los sectores antifascistas, los nacionalistas están doblemente demonizados, por sus tendencias totalitarias y su apoyo inicial al peronismo. Esta cuestión constituyó el trasfondo del debate que la prensa de la época difundió como la lucha ideológica entre liberales y nacionalistas”. (Spinelli. M. E. -2005; pág. 234)

Lo único que ha desaparecido hoy, al parecer, es la lucha ideológica entre liberales y nacionalistas. Sobre eso debería haber un debate revisionista. Los nacionalistas fueron “usados” y “desechados”, y lo que debería estar hoy en cuestión es la obcecación farisea de no admitirlo. Con tal de no reconocer lo que los nacionalistas de aquella época sí reconocían, el nacionalismo católico actual prefiere hablar mal de Perón, incluso citando fuentes liberales que lo retratan como un filo-nazi-fascista, caracterización por la que en cambio debería reivindicarlo. Yo celebro que Iturralde haga la disquisición entre gorilismo y antiperonismo, pero tal distingo debe ser consecuentemente demostrado y respetado en los hechos concretos. Mi enemigo no es ni será nunca el nacionalismo, sino el internacionalismo, de izquierda y derecha. Lamento, sinceramente, tener que invertir tiempo en responder a un camarada cuando el enemigo, que es otro, avanza. Respeto que Iturralde no esté de acuerdo conmigo sobre Perón, sólo le recuerdo, para concluir, las palabras del propio general: “Quien le da pan al perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro”. Que no vuelva a repetirse la historia.

 

Bibliografía:

Anticomunismo y Nacionalismo Burgués.  Carta de Perón al Doctor don Pedro Badanelli – Madrid 17 de setiembre de 1970, Tomada del libro Comunismo o Justicialismo de Pedro Badanelli, Editado por la Unión Obrera Metalúrgica de la República Argentina en 1975.

-Bosca, Roberto (1997). La Iglesia nacional peronista: Factor religioso y poder político. Buenos Aires. Ed. Sudamericana.

-Carena, Lucas. (2017) Perón no está excomulgado (Apostilla de Pedro Badanelli) http://www.pablodavoli.com.ar/ateneocruzdelsur/intranet/articulos/CARENA%20Peron%20no%20fue%20excomulgado.pdf

-Fares, María Celina (2004) La unión federal: ¿Nacionalismo o Democracia Cristiana? Una efímera trayectoria partidaria (1955-1960)

-García Rodrigez, José Carlos (2008). Pedro Badanelli: la sotana española de Perón. Astorga, León. Ed. Akrón.

Hernández, Pablo José. (1997) Peronismo y pensamiento nacional 1955-1973. Buenos Aires. Ed. Biblos.

-Irazusta, Rodolfo. (1993). Escritos Políticos Completos. Tomo II(1927-1959). Bs. As. Ed. Independencia.

-Iturralde, Cristián (2018) Excomulgado o no, Perón fue enemigo de la Iglesia Católica en Políticamente Incorrecto: http://cristianrodrigoiturralde.blogspot.com/

-Ortiz Berenguer. A. (1980) La Doctrina Jurídica sobre la Excomunión, desde el Siglo XVI al “Codex Iurici Canonis”

-Spinelli, María Stella. (2005) Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución libertadora”. Buenos Aires. Ed. Biblos.




Comentarios