Hugo Landolfi – Educación para la fragilidad (frases)
“¿No debería ser la educación humana un camino para ayudarlo a desarrollar las potencialidades dormidas y latentes que él mismo posee? ¿Educar no debería ser sinónimo de ayudar a ser en acto, en la realidad, lo que las personas pueden ser como mera posibilidad, como potencia? Es decir, la educación debería ayudarnos a traer al mundo lo que podemos ser, lo que estamos llamados a ser. Que florezca el capullo en vías de florecer que cada uno de nosotros ya es. Despertar lo que duerme en cada uno de nosotros, de forma distinta, particular y única en cada cual. Que lo que podemos ser vea la luz y se haga vida en el mundo. Que el hueco que en el mundo solo nosotros podemos llenar desplegando todas nuestras posibilidades no quede como hueco vacío a medio llenar, a medio camino de sus desarrollo posible.”
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Porque actuar un guion ajeno y esgrimir respuestas a preguntas que no hemos realizado es estar vacío, dado que implica repetir lo que no es propio, lo ajeno y lo extraño, lo que no es esencialmente nuestro. De eso se trata ser un autómata, un ser humano adiestrado.
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Y, además, centramos su autoestima, su valoración de sí mismo, en ello; es decir que si no responde o responde mal a preguntas que él no ha hecho, le haremos creer que no sirve, que no vale y que no pertenece a los que “saben”. Esto puede compararse a juzgar la vida genuina de un actor por su capacidad de representar un personaje que no es él mismo. Fracasado en la representación de alguien que no es él —es decir, el personaje—, le enseñamos que él mismo, no ya el personaje, tampoco vale. Esta dinámica parece digna de un manicomio, pero así funciona el sistema educativo formal.
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¿Y qué hemos de decir del amor humano en sus diversas y maravillosas manifestaciones? Parafraseando a Heidegger, tememos no equivocarnos si decimos que el hombre es también un ser-para-el-amor. Este es otro tema de radical importancia para el ser humano que se encuentra ajeno al sistema educativo formal. Si preguntáramos a cualquier ser humano, hombre o mujer, de cualquier edad y condición, cuáles son las cosas más importantes de su vida, creemos que nos daría respuestas relacionadas con las personas que ama, con su familia, con las actividades que le gustan, con sus amigos, con sus pasiones, etcétera. Es decir, todas sus respuestas estarían inmersas en la manifestación de alguna u otra forma de amor, de tal modo que podemos concluir que el amor humano reviste una radical importancia para el ser humano.
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¿Y qué hemos de decir del amor humano en sus diversas y maravillosas manifestaciones? Parafraseando a Heidegger, tememos no equivocarnos si decimos que el hombre es también un ser-para-el-amor. Este es otro tema de radical importancia para el ser humano que se encuentra ajeno al sistema educativo formal. Si preguntáramos a cualquier ser humano, hombre o mujer, de cualquier edad y condición, cuáles son las cosas más importantes de su vida, creemos que nos daría respuestas relacionadas con las personas que ama, con su familia, con las actividades que le gustan, con sus amigos, con sus pasiones, etcétera. Es decir, todas sus respuestas estarían inmersas en la manifestación de alguna u otra forma de amor, de tal modo que podemos concluir que el amor humano reviste una radical importancia para el ser humano. Fiel
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No hace falta decir que el sistema educativo viola esta profundísima realidad humana, no solo al evitar considerarla, sino al tratar a todos los seres humanos como si fueran iguales en términos de vocaciones y aptitudes personales. Implementar sistemáticamente un supuesto modo de educar que niegue la rica diversidad de intereses y posibilidades de los seres humanos, implica una ceguera notable a la realidad humana y promueve una de las perversiones más lapidarias que puede sufrir un ser humano.
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La educación debería ayudar a profundizar la diversidad humana y no a igualarnos. Y aun así, nos pasamos décadas enteras en tales sistemas, recibiendo el aplauso de nuestros pobres padres y familiares, que siendo hijos de nuestra cultura solo repiten acríticamente el paradigma educativo en el que han nacido, por las buenas notas que cada tanto solemos traer para que nos palmeen vigorosamente la espalda.
=En nuestro caso, el problema es más grave pues el hogar que se viola es la interioridad humana, el recóndito centro de su existencia desde el cual emergen sus decisiones y elecciones personales. No puede sino brotar desde allí el deseo y decisión de educarnos, dado que no puede ser algo inyectado desde afuera, por voluntad ajena. O nace de allí, desde esas profundidades misteriosas e inconmensurables del alma humana, o lo que se haga no será educación en absoluto. Por eso lo que hoy se llama educación no es en absoluto educación. Es solo un sistema de adiestramiento coactivo bajo el cual las personas, si eventualmente se dan cuenta de tal cosa, encuentran que ya han pasado años o décadas allí dentro. Quien ose asomar la cabeza consciente fuera de ese mundo encontrará una realidad de zombis automatizados, caminando sin sentido, pero en formación perfecta hacia distintos destinos que no han elegido.
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La pretensión de moldear, desde afuera de él mismo, al ser humano es también otra intención perversa que encontramos en los sistemas educativos actuales producto de otras de las fuertes huellas que ha dejado el iluminismo en nuestra cultura.
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Por otro lado, la existencia de un paradigma educativo dominante es ya una contradicción en los términos de lo que nosotros consideramos que debe ser la educación, según vamos a ver seguidamente, porque la misma idea de paradigma implica una cierta fosilización conceptual medianamente rígida, lo cual es contrario a una educación humana genuinamente considerada que debe estar fundamentada en la creatividad, en la riqueza nocional y en la búsqueda de nuevos horizontes desde los horizontes propios de cada persona.
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