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Gerardo Marcelo Martí – Santiago de Liniers

  1. EL triunfo de Liniers y su impacto en el Virreinato

En las calles de Chuquisaca, el ambiente era tranquilo y silencioso como de costumbre, hasta que se conoció la derrota de los ingleses y que Buenos Aires había sido reconquistada. El vecindario comenzó pronto a alborotarse y el pueblo salió a las calles para testimoniar el reconocimiento a esa personalidad aún desconocida para todos que había logrado tamaña victoria sobre los invasores. Liniers fue desde entonces la figura más amada por los vecinos y su nombre el factor común de muchas conversaciones.

En las calles vecinas a las residencias oficiales de las autoridades se manifestaba toda la algarabía del triunfo de las armas patriotas. El gobernador de la Intendencia de Charcas, apenas si había podido juntar algunas fuerzas por pedido del virrey Sobremonte y los vítores lo encontraron en la más completa perplejidad y asombro. Dice una referencia que: “Cuando Pizarro llegó a su morada en la casa pretorial, que ocupaba un departamento espacioso e independiente en el palacio de la Audiencia, encontró la plaza mayor llena de un gentío inmenso, obstruidas las aceras de la calle del regio tribunal y de la Presidencia por grupos de vecinos respetables en solicitud de pormenores”.[30]  Hasta ese momento se conocía tan sólo un oficio breve y distante del virrey Sobremonte fechado en el camino de Córdoba al litoral, el 16 de agosto. Al conocerse la noticia irrumpieron los vítores de la muchedumbre reunida y empezaron a oírse las salvas de artillería entretanto se divulgaba por medio de un oficio legal autorizado por Pizarro todo lo relacionado con las noticias de Buenos Aires.

3.1. La repercusión en América

En Lima capital del Virreinato del Perú, las noticias de la reconquista de la capital porteña, provocaron bastante júbilo. El periódico la Minerva Peruana, en un número extraordinario del 4 de octubre 1806, sostiene que “…el triunfo de Liniers trajo consigo grandes fiestas oficiales y populares entre los días 26 al 28 de septiembre de 1806…’, que fue acompañada por el sonar de las campanas, iluminación general, música, adornado de la ciudad y funciones religiosas.

En Río Grande, el obispo de Epifanía D. Rafael, dirigió una nota a la victoria destinada a los virreinatos de Lima, Buenos Aires y la presidencia de Chile, en la que exhortaba a defender la religión, la patria y el rey. La proclama dejaba aclarada, así, que el término patria para los españoles europeos estaba asociado a la religión y al rey como una identidad que no tenía en cuenta el suelo como factor determinante. No podemos decir si tal apreciación era la misma que entonces comenzaba a palpitarse en los distintos pueblos de los virreinatos hispánicos, pero a juzgar por las actitudes en el ambiente popular la caracterización del vocablo era similar al de la capital, es decir patria asociado a suelo.[31]

En Chile se acuñaron una serie de medallas alusivas a la Reconquista.[32]

  1. Consecuencias políticas de las Invasiones Inglesas: la Audiencia toma el poder.

Luego de la reconquista de Buenos Aires fue evidente la falta de gobierno en la ciudad y la ausencia del virrey provocó el llamado a una Asamblea con participación de los vecinos para tomar una decisión al respecto. La Audiencia, expresó entonces que la ciudad volvía a tener su derecho a ser capital del virreinato, teniendo en cuenta que se hallaba ya libre del dominio del invasor inglés.

El 13 de agosto el Cabildo decidió invitar a un congreso general para el día 14 y así reafirmar la victoria que la Providencia había concedido, fueron cursadas esquelas al obispo, dos individuos del Cabildo Eclesiástico, a los señores José Portilla, José Gobea y Badillos por el consejo de S. M, a los ministros de la real Audiencia, Tribunal de Cuentas y Real Hacienda, a los Prelados de las Religiones y personas condecoradas del estado militar y civil. Con la sala atestada de público se procedió a tomar una resolución a instancia del pueblo sobre quien debía tener el mando de las armas. Por entonces circulaban una serie de rumores uno de ellos aseguraba la necesidad de contar con Liniers como sustituto en el poder militar, que hasta ese momento ejerciera Sobremonte. Al mismo tiempo, no se podría asegurar si existía algún grado de resquemor en relación con el nombramiento de un francés, todo parece apuntar en este sentido que era indudable un acuerdo general. Un anónimo señalaba los riesgos de que el virrey continuara en sus funciones militares e incluso aludía a otras razones muy significativas: “Estemos todos acordes -decía- para pedir todos a una voz a nuestro General Santiago Liniers y a ninguno más y en particular a vosotros patricios que sois los amos de este suelo”.[33] La mención de los patricios es por demás llamativa porque ya advierte la presencia de un importante sector en los vecinos que ostentan el privilegio de ser nacidos en Buenos Aires. Es necesario destacar en este sentido que aún no se había organizado el nuevo contingente militar, por lo que puede decirse que el término patricio sería un derivado de patria, mucho más que de linaje o casta. Quedaría por investigar algo más sobre quienes sostenían ese derecho de ser patricios desde el punto de vista político. Del mismo modo qué idea de patria tenían en común estos sectores.

4.1. Cabildo abierto y nombramiento de Liniers

En el Cabildo abierto, debía ser analizada la situación del virrey Sobremonte y su actitud tanto política como militar. Se consideró entonces lo establecido en el Derecho de Indias si es que era excluyente del virrey ejercer el mando de las armas y si se podía hacer lugar a la inquietud de la tropa. En la galería y los pasillos proliferaron entonces gritos de adhesión a Liniers y otro tanto sucedió ante la convocatoria de los vecinos por parte de los ministros de la Audiencia, era un hecho consumado que en general la voluntad popular estaba con que se otorgara el mando de la tropa a Liniers, sólo quedaba que el virrey accediese al pedido porque los ministros habían dado el paso en su favor. El pueblo en su mayoría sostenía a viva voz que Liniers se hiciera cargo del mando militar. El destacado jefe militar fue invitado, por las autoridades, a que asistiera al Cabildo, allí la multitud apretujada insistía en sus reclamos, mientras reinaba una verdadera confusión de todos por la virulencia política que se había desatado. A duras penas consiguió llegar hasta los primeros lugares del recinto donde lo aguardaban las autoridades y una vez allí se le persuadió de la necesidad de que se hiciera cargo del mando. Pero Liniers se manifestó entonces contrario a sustituir a Sobremonte argumentado sus principios monárquicos de obediencia a la autoridad de mayor jerarquía, aunque la figura del virrey estuviera ya bastante desprestigiada a los ojos del pueblo y de las autoridades de la Audiencia, quien al parecer, a partir de entonces, tenía el poder de decisión.[34] No obstante parece que Liniers no desestimaba su elección como autoridad para ejercer el mando en toda ocasión que fuese necesario para la defensa. Sus palabras admitieron que “…me hallaba dispuesto a dedicarme a este mismo fin pero siempre subordinado a las autoridades de que dependía”.[35]  De modo que era evidente que no quería producir una fisura en el orden jerárquico establecido.

El 15 de agosto la Audiencia se anticipó al virrey y le elevó una nota que decía: “Habiéndose reconquistado por las tropas del Rey esta ha parecido a los Ministros de esta Real Audiencia que han cesado los motivos que obligaron a V.E. a declarar por capital interina 2 Virreinato a la ciudad de Córdoba y, por consiguiente, deben en ésta de Buenos Aries, conforme a lo mandado por S.M. en ejercicio sus respectivas funciones…”.[36]

El 22 de agosto Liniers escribía una larga carta a Sobremonte, en la cual señalaba todas las motivaciones surgidas como consecuencia de la reconquista de Buenos Aires. Era una suerte de justificación de las proclamaciones que ya insinuaban un alboroto que a los ojos del virrey resultaba ser altamente sospechoso de insurrección de acuerdo al oficio recibido el día 18 y relacionado con el desenfreno que el pueblo manifestara el 14 de agosto. Como sabemos Liniers no tenía interés en anteponerse a Sobremonte y existían motivos por los cuales prefería no incurrir en desatinos, a pesar de la repulsa y la agitación popular, contra la figura hasta el momento más influyente del virreinato. Por eso decía: “estar alucinado por una victoria debida más a una protección conocida del cielo que a mis débiles y limitados medios, se había portado con un verdadero frenesí a unos excesos escandalosos: creo que V.E. hará a mi carácter irrefragables principios de subordinación y acrisolada fidelidad y sin más apología voy a exponer lo acaecido en el citado día: Yo había ido al Retiro a asistir al entierro de dos oficiales ingleses muertos en la función del día 12, cuando al acabar estos veo venir una multitud de gentes aclamándome por su Capitán General, hice hacer silencio y como puede hacerme entender (por la mucha opresión que tenía del pecho de resultas de la campaña dije que las órdenes de mis jefes me habían conducido a venirle librar de la opresión en que estaban para no ser cabeza de motín que si no cesaban su alboroto yo estaba dispuesto a abandonar el pueblo y volverme a Montevideo”. [37]

Los días posteriores estuvieron signados por la controversia entre las autoridades y el Virrey en cuanto este último se negaba a otorgar este beneficio. En nota del 23 de agosto, remitida a Sobremonte por autoridades del Cabildo se dejaba constancia de los reclamos de los vecinos y los desórdenes graves que se habían producido en oportunidad de celebrar el Congreso, donde se exigía por medio de determinados representantes en cuyo favor clamaba el pueblo poniendo su confianza en que el mando militar fuera tomado por Santiago de Liniers. Se contaba también que a pesar de las voces de disconformidad del pueblo el mando político continuaba en el regente y le sugería finalmente suspender por algún tiempo el retorno a Buenos Aires, por el estado de inquietud general del pueblo.[38] Esto demostraba una verdadera crisis institucional la primera secuela evidente de la confrontación bélica con los ingleses, era un antecedente político grave para la vigencia del orden virreinal que había transitado durante varios años de manera invariable. Ahora se veía un desencuentro entre la autoridad del virrey y la Audiencia, o dicho de otro modo entre Sobremonte y Liniers, uno elegido por el Rey el otro elegido por el virrey para la defensa y defendido en su mando militar por el pueblo, de resultas se originaba un problema político de fondo que las invasiones inglesas en su primera etapa habían despertado en el aparente equilibrio de poderes del orden virreinal. El Cabildo había designado a Liniers y la Audiencia lo había respaldado. Un detalle para tener en cuenta y rubricar la legitimidad del elegido Liniers.

El 28 de agosto el virrey Sobremonte decidió ceder a los reclamos populares y delegó el mando militar en Liniers. En principio sostenía “… yo me hallo en la mayor perplejidad, esperando de un momento a otro la resolución de V.E. tanto sobre los prisioneros como sobre mi permanencia en esta capital, pudiendo tomar ninguna determinación  ignorando sus superiores disposiciones, pues si contra las razones que yo tuve el honor de exponer a VE. quiere que los prisioneros se repartan en los diferente pueblos del Virreinato, es preciso que me señale si los han de custodiar las tropas que V.E. tiene a sus inmediaciones, como parece lo prescribe la necesidad y la situación actual. Y en cuanto a mi permanencia aquí, también espero que me diga si tengo que permanecer aquí o restituirme a Montevideo…”. Finalmente casi al margen de estas expresiones delegaba el mando de las armas de la plaza de Buenos Aires a Santiago de Liniers y en el regente de la Real Audiencia para despachar todo lo atinente al gobierno.[39] Liniers se hacía cargo entonces del mando militar y la Audiencia por medio de su regente del gobierno y administración general. Pero no obstante esta decisión de Sobremonte, continuó presionando desde Montevideo para ser restituido en el cargo durante los meses subsiguientes.

El 30 de agosto, se recibió un oficio de Manuel Godoy, Príncipe de la Paz el ministro de Carlos IV, quien asignó al Cabildo toda la responsabilidad en estos términos: “El Cabildo es el autor de este atroz procedimiento” sosteniendo que pretendía legitimar las exigencias del pueblo y que hablaba por los enemigos del virrey. Esta es una evidencia interesante acerca del poder político del Ayuntamiento, que no había vacilado en cuestionar la autoridad de Sobremonte y es también un antecedente a partir del cual veremos en lo sucesivo al protagonista institucional más importante desenvolverse con facultades para decidir en el aspecto gubernamental.

En enero de 1807, junto con la caída de Montevideo se hace muy clara la actitud de Sobremonte, a quien se le atribuye cobardía y traición decisiones y procedimientos. El pueblo se pronunciará contra el virrey, mientras Liniers convocaría a una Junta de Guerra con el fin de juzgar la actuación de Sobremonte. El 6 de febrero se reúnen en el Cabildo algunos vecinos, además del oidor y los fiscales de la Audiencia. Sobremonte es entonces cuestionado como Virrey a quien se le acusa de haber abandonado Montevideo al asecho de los invasores británicos, e impedido que la expedición procedente de Buenos Aires al mando de Liniers, pudiese socorrer a aquella plaza. Como veremos luego con más detalle la actitud del virrey ha resultado más que desafortunada y hasta mezquina. El pueblo en la calle vitorea distintos estribillos que la crónica histórica ha revelado. “¡Viva el Rey!, ¡Muera el Virrey!, ¡Fuera la Audiencia!, son los gritos que se escuchan junto a otros que tal vez podrían hasta ponerse en duda como ¡Viva la Libertad! ¡Viva la patria!. La duda sobre todo es que tales ideas resultan un tanto prematuras en su momento.[40]

Días más tarde, el Congreso se reúne para tratar la situación del virrey. El día 7 de febrero, la Audiencia trataba de mantener una suerte de moderación y por ello envía una nota a Sobremonte para que sus facultades sean delegadas en la Real Audiencia, intentando de este modo respaldar el orden vigente en torno a la máxima autoridad del virreinato ante las exigencias de un grupo que desde el Cabildo pretendía su deposición. Esta facción liderada por Martín de Álzaga se oponía a la medida de la Audiencia en razón de los redamos populares. La Audiencia finalmente llama a Congreso General para saber que debería hacerse con el virrey y la autoridad que sustenta. El día 10 de febrero, una vez reunidos los representantes en el Cabildo, se discute la controversia originada en exigir la dimisión, o si en cambio debe limitarse a un pedido de transmisión del gobierno a la Audiencia, considerando una suspensión de su cargo teniendo en cuenta el estado de inquietud existente en el pueblo como en las tropas lideradas por Liniers. La complicada situación ocasionada por el conflicto bélico con los ingleses ha creado un estado propiamente de revolución con respecto al antiguo orden virreinal en eI que la figura del poder en Buenos Aires es duramente cuestionada por la mayor parte de la población.

El Cabildo en pleno se reunió para considerar seriamente la situación tras el alejamiento de Sobremonte, pues existía una suerte de acefalía en el cargo. En este momento, las fuerzas políticas españolas estaban unidas en un repudio común hacia la persona del virrey. Álzaga que era alcalde de primer voto, expresó la voluntad de deponer al virrey conforme al grito del pueblo pero los clamores —según el informe del fiscal Caspe y Rodríguez- eran bastante más determinantes: “¡Muera el Virrey! ¡Mueran los oidores! ¡Viva la libertad! ¡Vamos a fijar la bandera republicana”.[41]  Es evidente que fue tal vez este el primer testimonio, sin embargo, en que ya se ponía de manifiesto la rivalidad política de quienes sostenían la causa de los españoles americanos que eran indudablemente republicanos y apoyaban a Álzaga. Al menos un sector de los reunidos eran partidarios de Álzaga y Liniers se había granjeado la admiración de la tropa.

Las posiciones contrapuestas en uno y otro sentido llevan a una votación de cuyos resultados surge que el virrey debe ser suspendido en todos sus cargos respetando sin embargo, su persona con la debida atención dignataria de su investidura. Al mismo tiempo se nombrará una comisión integrada por los regidores Ortiz Basualdo y Monasterio junto al oidor Velazco para comunicar a Sobremonte la decisión del Congreso y proceder a su detención. El 17 de febrero los nombrados buscarían a Sobremonte y una vez hallado habrían de intimarlo en razón de su negación de aceptar el documento que se le ha transmitido, cree aún que la única autoridad que puede suspenderlo en su cargo es el rey. Pero sus objeciones son rápidamente disuadidas y es embarcado en calidad de detenido hasta su prisión en un convento de la orden de los Bethlemitas.

El 21 de mayo de 1807, el Cabildo de Buenos Aires dejó entrever sus decididas intenciones de oponerse a la designación de Liniers como mandatario de gobierno. Esto se hizo público al tratarse la confirmación como regidor perpetuo del comandante del ejército. Ese día también se dispuso a escribir dos cartas al apoderado en Madrid; una con la propuesta que la correspondencia se remita por la costa Patagónica, como una forma de evitar posibles interferencias de la Audiencia que aparecía enfrentada con las autoridades del ayuntamiento. Era ésta una forma de controlar las informaciones que surgieran en contra de las resoluciones del Cabildo. También aseguraba la existencia de un complot entre la Audiencia, el Virrey, el Secretario y el asesor y se solicitaba el envío de una escuadra al Río de la Plata para arrojar al enemigo de Montevideo. La otra carta en calidad de reservada “… para que se gestione y practique diligencias, a fin de que se confiera el mando de estas Provincias al Señor Liniers, por ser inútil para ello, y podrá ocasionarnos muchos males”.[42]

A fines de junio de 1807, ya casi con el enemigo sobre Buenos Aires, Liniers fue reconocido por la Audiencia como Capitán General del Río de la Plata, desempeñando interinamente las funciones políticas y militares del virrey, de modo que reunía en sus manos incluso las atribuciones que habían correspondido en principio a la Audiencia de Buenos Aires. La nota fue recibida por las autoridades del Cabildo que no tuvieron otro camino que atender al nombramiento del nuevo comandante y su reconocimiento. Se leyó entonces un pliego con oficio de Audiencia que señalaba haber recibido en la barca Remedios (alias) la Carolina procedente de Cádiz una disposición con la normativa existente según la cual en vacante o muerte de los señores virreyes el gobierno político debería ser desempeñado por el oficial militar de mayor graduación “… desde el coronel efectivo inclusive”. De acuerdo a esta orden se había puesto en posesión del mando político y militar al Brigadier Santiago de Liniers continuando la Superintendencia en el regente.[43] Para colmo se supo luego que de acuerdo a sus funciones desde ese momento se le confería un sueldo de 20.000 pesos anuales, aunque faltaba sin duda la confirmación definitiva por parte de las autoridades peninsulares.[44]

El 29 de julio de 1807, el Cabildo había mandado una nota a su apoderado en España, en la que recomendaba hiciera los mayores esfuerzos para que Liniers fuese premiado pero no dejaba de manifestar que no era proclive a su nombramiento porque tenía un carácter demasiado bondadoso como para ejercer el mando del Virreinato.[45] El Ayuntamiento demostraba así que no estaba de acuerdo en avalar el nombramiento del reconquistador de Buenos Aires.

Evidentemente la designación de Liniers no avalada por el ayuntamiento, se sumaba además a la rivalidad política entre las autoridades del Cabildo y la Audiencia. Así es fácil comprender que Álzaga y su grupo se sentían marginados de las designaciones. Ellos veían pasar los cargos políticos ante sus ojos sin otra intervención más que aceptar las nominaciones previamente tratadas por la Audiencia. Cabe agregar al respecto que los miembros del Cabildo consideraban que debían tener una mayor injerencia en los asuntos de decisión política. Tal vez ya, en el seno de los sectores de españoles europeos de la Audiencia había surgido una contradicción evidente con los españoles americanos del Cabildo, entre los cuales se encontraba Álzaga, Lezica y Santa Coloma.

En cuanto a Liniers, ya entraba a formar parte de aquel círculo privilegiado de amigos de la Audiencia, había en ellos muchas similitudes de posiciones políticas. Ellos eran decididos sostenedores de Carlos IV y de Godoy, tampoco veían mal la política española de amistad con Napoleón. En esto no podían pensar como los miembros del Cabildo decididamente más juntistas y sostenedores de Fernando VII. Además. Liniers desde este momento, podría disponer de un nuevo cargo y todas las atribuciones militares y políticas máximas conferidas a un vecino de Buenos Aires. Resultaba ser un reemplazante perfecto del malquerido Sobremonte. Su estrella comenzaba a brillar en el Virreinato del Río de la Plata. El marino francés, después de mucho sufrimiento y marginación estaba logrando un lugar definitivo en la escena política de Buenos Aires. De esta forma el nombramiento venía a aumentar la disconformidad de todo el Cabildo que ya había hecho todo lo suficiente para anteponerse a Sobremonte, a la Audiencia y a Liniers. En estas rivalidades no se hablaba de ninguna patria, no había criollos que se sumaran a las discrepancias. En este momento, apenas asomaban aquellos patriotas como Belgrano, Castelli y Rodríguez Peña, en tanto que sus actividades no eran importantes para los intereses políticos del sector alzaguista.

El sector alzaguista español europeo, era tan elitista que no sorprende leer en un acta del día 23 de mayo de 1807, su quisquillosa de no dar lugar a comandantes del cuerpo de patricios junto a comandantes en ninguna de las fiestas religiosas incluida la Santísima Trinidad.[46]  De modo que ni en las misas aceptaban a los jefes de los regimientos patricios, invocando razones de preservación del orden militar. Puede comprenderse entonces, que más tarde estas autoridades trataran de aniquilar sin miramientos toda la organización militar iniciada por Liniers.

  1. Beresford es enviado detenido a Luján

Beresford fue enviado a Luján junto a otros oficiales y soldados, ‘indo la pleitesía y caballerosidad de Liniers. Beresford astutamente trató de ganarse todo el favor del comandante, con la idea premeditada de emprender un día la fuga. Al parecer Liniers esta convencido necesario satisfacer los reclamos de humanidad que el inglés  solicitaba, pero no tuvo en cuenta las segundas intenciones del británico. “Convencido, pues, de que no había consideración personal que tener con su ilustre prisionero -dice Vicente F. López- Liniers hizo alojar lujosamente en la casa de don Félix Casamayor, hombre de costumbres fáciles también, de vida elegante y jugador de buena sociedad, como Liniers y como Beresford. En esa tertulia se reunían por la noche damas y caballeros distinguidos por su familia, por empleos y por su posición”.[47]  Rodeado de tantas consideraciones a su persona el jefe inglés, urdió un plan para huir con la complicidad de algunos criollos que creían efectivamente en la posibilidad de una independencia.

Hasta este punto llegó Beresford en su miserable contemplación de la realidad rioplatense. El comandante inglés sabía perfectamente no estaba en condiciones de ofrecer ninguna garantía de independencia a los criollos, él justamente era el que menos estaba en condiciones de asegurar nada, pues ni siquiera podía hablar con Popham que al menos sabía cuales eran las intenciones de Miranda y los planes de éste para América. Sin embargo, aprovechando que Rodríguez Peña era un criollo que sostenía con su grupo político estos ideales, mantuvo entonces conversaciones sugiriendo alguna que otra oferta de protección. En realidad muy poco podía ofrecer el jefe inglés a los criollos en semejantes planes que para nada contaban con el apoyo de S.M.B. Al saber las autoridades españolas de estas maniobras urdidas por Beresford, decidieron enviarlo de la Villa de Luján al pueblo de Catamarca, desde donde posteriormente lograría evadirse y embarcarse hacia la Banda Oriental. Al parecer antes, los partidarios del partido de la independencia habrían interrogado a Beresford y Popham para que aclarasen la situación en tal sentido, ante el dilema de ayudarlos o combatirlos. Pero estos jefes no pudieron dar una contestación que pudiese satisfacer los intereses del grupo criollo, según manifestaciones de Rivadavia, el comisionado Castelli, habría sido rechazado con desdén e imprudencia por Beresford, y ello habría ocasionado una fuerte enemistad con el grupo que decidió unirse con los españoles realistas para combatirlos. Roberts indica que la interferencia de Pueyrredón en la entrevista -quien habría acompañado a Castelli- traería gravísimas consecuencias pues Popham como Beresford no tardaron en percatarse de la fuerte personalidad de Pueyrredón, bastante más proclive a mantener un vínculo con Francia. De todos modos, esta circunstancia de desencuentro entre los enviados y los comandantes británicos, habría decidido la suerte de la mayoría del grupo criollo en favor de la defensa.[48]

En cuanto a los detalles de la fuga de Beresford y Pack se conocieron más tarde. Siguiendo el relato de Matheu de estos hechos, pudo tenerse noticias que los oficiales ingleses no habrían contado solamen con el apoyo de ciertos miembros del partido de la independencia, sino también con el de algún español que habría incluso intermediado para sacar a Liniers aquella declaración tan ambigua, lo que probaría además como es claro su existencia, cosa que después sería negada por el mismo comandante criollo. Al respecto, sostiene entonces Matheu refiriéndose a Beresford “… después de su atolondrado atropello, que notoriamente autoridades y particulares lo compadecían, se lo trataba a él y oficiales con profusión y esplendidez, unido al teniente coronel Pack y algunos de esos que se distinguieron se les alojó en Luján, pero valiéndose del factor de las cajas reales Félix Casamayor uno de esos áulicos acomodaticios, obtuvo del insubsistente y versátil Liniers para disfrazar su poca vergüenza una falsa capitulación, que sólo serviría para engañar a su corte, pocos días después, 16, del triunfo”.[49]

Es muy preciso el testimonio de Matheu que está convencido de que en la fuga habrían intervenido miembros del partido de la independencia, cuya existencia parece menos que irrefutable. La participación de estos criollos en las gestiones de Liniers desde que fueron enviados a Luján tampoco puede desestimarse en el sentido que él mismo habría propiciado tal fuga. El oficial inglés trataba por todos los medios de digitar la cuestión mientras esperaba los refuerzos provenientes de Inglaterra. “Como los refuerzos debían llegar – señala Matheu – Beresford con ella (refiere a la capitulación) mentía a la vez que tentaba a algunos a la independencia bajo el protectorado inglés y valido también de su amigo Saturnino Peña, natural de ésta y partidario de la Inglaterra, forjó éste una orden de Liniers con que lo arrancó junto con Pack del capitán Antonio Olavarría al trasladarlo de Luján para Catamarca y lo trajo a esta ciudad ocultándolo en casa de Francisco González; y Peña, Padilla (peruano) con el portugués Lima, en buque de éste los llevaron a Montevideo”. [50]

La situación de Rodríguez Peña y Padilla quedó tan comprometida su vida corría serios peligros ante las autoridades españolas, por haber intervenido en la fuga. Es más, ellos mismos parece que ni siquiera volvieron porque interpretaron lo inconducente y riesgoso, pero solicitaron luego ayuda a Whitelocke quien consideró la necesidad de otorgarle una pensión a Rodríguez Peña, en tanto que Padilla tuviese un recnocimiento similar por parte del Secretario de Guerra de Gran Bretaña. El comandante inglés destacó que: “Estos dos caballeros (Sr. Peña + Sr. Padilla huyeron con Beresford, y han hecho toda clase de sacrificios para unirse con nosotros en la esperanza de nuestro triunfo. Al ser completamente destituidos me pareció necesario garantizarles una renta de diez chelines diario a cada uno, y siendo imposible para ellos permanecer en el país debido a la sanguinaria disposición de los habitantes, que sin duda los hubieran sacrificado, ordené un adelanto de un año en la pensión del Sr. Peña para mantenerlo con su señora y cinco hijos en Río de Janeiro durante unos meses, hasta que el Gobierno fijara algo en relación a su mantenimiento; y el otro Sr. Padilla es conducido a Inglaterra en la flota para someter a la favorable consideración de su Señoría sus aspiraciones de unión”.[51] Padilla confirmó tiempo más tarde que la hostilidad de Buenos Aires había traído como consecuencia el fracaso total de la intervención inglesa en el Río de la Plata “De todos estos hechos -explicaría a Lord Wellesley- puede deducirse que la disposición del pueblo americano es totalmente contraria a la dominación extranjera, cualquiera que fuese, y que el objeto de sus aspiraciones es únicamente la Independencia y la Emancipación. Que la conducta de los jefes británicos ha sido totalmente discordante con el espíritu y las costumbres del país; y que los vejámenes sufridos han producido el resentimiento y la desconfianza generales en reemplazo de la adhesión y aún de la predilección que el pueblo experimentaba en un principio hacia Inglaterra”. [52]

Más allá de estas confidencias de Whitelocke y Padilla, nos parece interesante señalar que, en el informe trataba de rescatar en todo momento qué inquietudes existían a favor de una participación inglesa en la independencia del Río de la Plata, a la vez que ellas pudieran contar con la tolerancia de sus habitantes, en cuanto al padrinazgo de Inglaterra. Es obvio que los británicos parecieron enfundar toda aquella idea de conquista que Popham y Beresford habían encabezado, ahora se trataba al menos de mantener una comunicación activa que pudiera favorecer otras relaciones plenas de amistad.

 

Fuente: Martí, Gerardo Marcelo, Santiago de Liniers, Patria, Ejército y Defensa. Bs.As., Ediciones, 2015, pp. 80-92

[30] Gabriel René Moreno, Últimos días coloniales en el Alto Perú. Reseña de la Historia Cultural de Bolivia por Adolfo por Adolfo Costa du Rels. W.M. Jacson Editores. Buenos Aires 1946, p. 68

[31] Serafín Livacich, Notas Históricas. Buenos Aires, 1916, p. 240

[32] El triunfo era representado por una alegoría referente al león ibérico, que reposaba en la margen izquierda del Río de la Plata, sosteniendo un ondeante pabellón y que tiene en la garra derecha un fusil y en la izquierda una espada que apoya sobre un globo y al lado en el suelo la bandera inglesa. Como fondo de esta imagen se puede apreciar un caserío con árboles y a la entrada del riachuelo dos pequeñas embarcaciones.

[33] AGN, Invasiones Inglesas Legajo, 27-11-9. Citado también por Ezequiel Ortega, op. cit. p. 130

[34] Ezequiel Ortega, op. cit. p. 132

[35] Loc. Cit.

[36] Juan Beverina, tomo II, p. 17

[37] Carta de Liniers a Sobremonte del 22 de agosto de 1806, en Ezequiel Ortega, op. cit. p. 304

[38] AGN, Sala IX, Legajo 26-7-7. Invasiones Inglesas. Correspondencia enero setiembre de 1806.

[39] Ibid. P. 33

[40] José María Rosa, op. cit. p. 52

[41] Carlos A. Pueyrredón. 1810. Revolución de Mayo, Editorial Peuser, p. 36

[42] Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1806-1807. Op. cit. p. 532 y 533.

[43] Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1806-1807. Op. cit. p. 587.

[44] Groussac, op. cit. p.167.

[45] Ortega, op. cit. p. 137

[46] Acuerdos del Extinguido Cabildo, op. cit. p. 534

[47] Vicente F. López, op. cit. p. 390

[48] Carlos Roberts, op. cit. p. 149

[49] Domingo Matheu, op. cit. p. 2244

[50] Loc. Cit.

[51] John Street, op. cit. p. 91

[52] Memorial de Manuel Aniceto Padilla presentado por Lord Arthur Wellesley, el 8 de Abril de 1808, en Klaus Gallo. Las Invasiones Inglesas. Eudeba. Bs.As. 2004, p. 127




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