Crisis ambiental: ¿Por qué insistir con una mentira?
Entre muchas definiciones con las que alguien podría intentar delinear lo que ha sido el movimiento ecologista a lo largo de la historia, sin lugar a dudas podría atribuirle el siguiente término: modelo fallido. Y resulta que, al estudiar detenidamente los vaticinios más importantes de dicho movimiento, uno podrá concluir que pocos de los discursos catastrofistas que usufructúan los militantes ecologistas son nuevos. Desde el agotamiento de los recursos naturales, vaticinado por Jevons en el siglo XIX, hasta superar la carga del planeta, como auguraron Malthus y Ehrlich, nada se ha cumplido. En breves repasos de algunos autores, navegamos entre teorías catastrofistas sobre hambrunas masivas, miles de extinciones, el agotamiento de vastos recursos, y seguimos aquí[i]. Es que en general, lo único que reciclan los militantes ecologistas son postulados catastrofistas que nunca se cumplen. Ciertamente no quisiera incurrir en la falacia que tan bien supo desmentir ya en el siglo XVIII Voltaire, de que este sea el “mejor de los mundos posibles”, pero el catastrofismo ecologista resulta completamente antitético y espurio al manipular y tergiversar datos con fines políticos, económicos e ideológicos. Asimismo, conviene aclarar que, de aquí en adelante, nos referiremos exclusivamente al ecologismo como sustantivo que refiere a la militancia ecologista, como un ismo que refiere a una ideología, y como adjetivo para calificar lo relativo al movimiento mismo, mientras que el término “ecología”, como bien señaló Domenique Simonnet -pionero del ecologismo francés y expresidente de Amigos de la Tierra entre 1977 y 1978-, conviene reservarlo a la única designación de la ciencia. Al mismo tiempo, este “ismo” al que hacemos referencia, no se remite a una doctrina unitaria, sino más bien a una síntesis evolutiva de la expresión de movimiento ecologista. Un movimiento ecologista que no nació de una trasposición del análisis biológico al discurso político, sino que reposa sobre bases filosóficas y sociopolíticas. Al mismo tiempo, debe tenerse presente que, como puntualiza el doctor en Estudios americanos y magíster en Ciencia Política, Fernando Estenssoro Saavedra, si bien este movimiento “se apoya en estudios y discursos que en importante medida provienen de las ciencias naturales, […] no se refiere a un fenómeno originado por causas naturales, sino sociales. Se responsabiliza a la conducta del hombre moderno, aquel que ha generado la civilización industrial, de haber desencadenado esa crisis [ambiental]”[ii].
En este sentido, afirmaba de forma sagaz Jaques Derrida que “lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente”. Y es que podríamos denominar al ecocatastrofismo como un movimiento que, por un lado, tiene como objetivo el temor colectivo, que logra que las masses lleguen a situaciones límite a las que, de otra manera, no llegarían, después de todo, como dijo Greta Thunberg: “No quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico. Quiero que sientas el miedo que yo siento todos los días y luego quiero que actúes”[iii]. El pánico es una excelente estrategia de control para una sociedad que sigue tolerando subas de impuestos, recortes de libertades, cambios de hábitos exigidos de forma coercitiva por el Estado y mayor intervención del sector público en las áreas privadas. Cierto es que el pánico de las personas disminuye tras el tiempo, pero las atribuciones que una vez toma el Estado casi nunca las abandona. Tomemos un ejemplo claro: en España, donde el progresismo ha sentado sus bases mucho más allá que en cualquier otro país hispanohablante, el 81% de los encuestados ve al cambio climático como una gran amenaza. Dice una nota de 2019 del diario izquierdista El País: “la mitad de la población desembolsaría entre 1 y 50 euros al mes por el bien de la Tierra”[iv].
Un reportaje realizado en 2007 indicó que “el 88% de los encuestados se sentía más consciente del problema del cambio climático después de ver la película [An inconvenient truth], y el 74% había modificado algunos de sus hábitos”[v]. Por otro lado, una de las conclusiones principales a las que llegó un estudio realizado por la Asociación Estadounidense de Psicología, la Asociación Americana de Salud Pública, la iniciativa Climate for Health y el Complejo Ecológico de América, es que “el cambio climático puede provocar e intensificar el estrés y la ansiedad, afectando negativamente la salud mental”[vi]. No solo eso: “Los grupos que son especialmente vulnerables a los impactos del cambio climático en la salud mental son los niños, los ancianos y las mujeres. También están en riesgo grupos desfavorecidos, aquellos con enfermedades mentales existentes y aquellos con vínculos estrechos a la tierra, incluidos los agricultores y las comunidades tribales”[vii]. Tal como expresara la Dra. Susan Clayton de la Universidad de Yale, quien participó de la investigación, “el cambio climático puede afectar la salud mental simplemente aumentando el estrés y la preocupación de las personas por el tema, cuanto más escuchan sobre él”, pues el mismo “se ha descrito como una amenaza existencial, algo que realmente desafía la forma en que pensamos sobre el mundo. Y creo que tiene el potencial de erosionar nuestro sentido de seguridad”, por lo que “puede pesar mucho en la salud mental de la población en general y de aquellos que ya luchan con trastornos de salud mental”[viii]. Y esto resulta especialmente interesante si se considera cuáles son los grupos que con mayor regularidad levantan las banderas del movimiento climático, y cuáles son las características de sus principales referentes, como Greta Thunberg, a saber: su periodo de adentramiento en la cuestión climática le causó una profunda depresión, “Thunberg dejó de hablar y comer. Cayó gravemente enferma. Con el tiempo, se le diagnosticó mutismo selectivo, un trastorno obsesivo-compulsivo y una forma de autismo antes conocida como síndrome de Asperger. Este último ayudó a explicar por qué todo lo que había aprendido sobre el cambio climático le había afectado mucho más y de forma mucho más personal que a muchos compañeros”[ix]. En otro sentido, el miedo es una gran estrategia para los grupos ambientalistas. Si analizamos el número de personas que donaban su dinero a una ONG ambientalistas/ecologistas por año, veremos una cantidad en progresivo ascenso hasta día de hoy. Un informe publicado en 2018 por el Pew-Research Center[x], un centro estadounidense de opinión pública, investigación demográfica, análisis de contenido y otras investigaciones de ciencias sociales basadas en la recapitulación de datos, indica que, sobre 26 países analizados, en 13, el grueso de la sociedad considera ahora al cambio climático como el principal problema de los ciudadanos y, de forma global, el 67% de los encuestados señala que ésta es la principal amenaza mundial[xi]. Este es, de hecho, un número en ascenso dado que, en 2013, el 56% de los encuestados pensaba así; en 2017, el 63%, según se recuerda en el propio informe. Por si estos parecieran casos aislados, cabe destacar la encuesta realizada por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y sus socios, incluida la Universidad de Oxford, y varias organizaciones no gubernamentales (ONG). En la misma, se encuestó a 1,2 millones de personas acerca de diversas políticas climáticas que ellas podrían, en la ficción de ser líderes mundiales, llevar adelante para detener las emisiones de CO2 antropogénicas, deteniéndolas en 1.5°C, principal objetivo del Acuerdo de París (del cual hablaremos más adelante). El resultado conclusivo de la misma fue que el 64% de los votantes discurrieron que nos encontramos en una emergencia climática global, y, entre ellos, el 72% de los votantes de países desarrollados[xii]. No obstante, lo que no se remarcó de este resultado fue el hecho de que se llevó a los encuestados a la premisa de que, en caso de no tener éxito, el calentamiento global ascendería a 2 o 3°C, incluso 5°C, lo que ocasionaría un “daño terrible para nuestro planeta”. Lo cierto es que, hasta ahora, ningún modelo climático ha podido acertar con exactitud cómo el clima variará en el futuro.
Pero también resulta fructuoso para aquellas empresas con ánimos de no competir en un mercado libre. Muchas veces, como dijera Albert Jay Nock, “la verdad es que simplemente nuestros empresarios no quieren un gobierno que deje en paz a los negocios, quieren uno que puedan utilizar”. En este sentido, bajo un marco de “catastrofismo ambiental” es donde tiene lugar el corporativismo verde que, ya sea de la mano de subvenciones estatales o por el pánico que infunden a la población sobre “futuros desastres climáticos”, que la hacen elegir productos eco friendly (las más de las veces, más costosos), o aceleran el reemplazo de las actuales fuentes de energía por alternativas cuyos niveles de desarrollo aún no resultan suficientes, y sus costos son infinitamente más elevados[xiii]. Como lo resume el abogado y periodista Carlos Mira, el corporativismo constituye un sistema en el cual parte del sector privado “entra en una asociación perversa con el Estado por vía de la cual se suprime la competencia en campos diversos de la actividad económica”. El Estado, concede “según la clásica metodología de la mafia, determinados ‘cotos de caza’ a ‘padrinos’ asociados que, a cambio de negocios que llenen sus bolsillos, reconocerán parte de lo producido a sus mecenas públicos en una turbiedad que nunca verá la luz”[xiv]. Dentro de otro contexto, no tendría oportunidad de subsistir si no fructificara productos y servicios que, efectivamente, los consumidores en masa elijan más por su eficiencia, valor, precio o utilidad que por su “forma de producción respetuosa con el medio ambiente”. Cada nueva regulación por parte del Estado significa una reducción en las posibilidades de competencia en un mercado, que continúa, las más de las veces, en un continuo avance hacia la constitución de oligopolios que limitan e impiden cualquier tipo de desarrollo y progreso, resultado de la libre competencia. Tal como lo explica el Doctor en Economía Alberto Benegas Lynch: “Una vez que se abren las compuertas de los subsidios se monta una máquina que hace que se desate una competencia por los recursos escasos de lo que se ofrece […] Los empresarios desvían su atención del mercado y la centran en quienes otorgan subsidios […] [y] se desata así una lucha para ver quién saca mejor partida […] Aquella competencia […] se lleva a cabo en base a ofertas de uno u otro tipo que realizan los competidores a manos de los oferentes de privilegios […] Se montan sistemas de lobbies para acrecentar al poder, sea para convencer al burócrata de la ‘bondad’ de la propuesta o, debido a que no hay criterio racional para otorgar el subsidio, para concretar una oferta monetaria a los efectos de que se resuelva el privilegio en beneficio del postulante”[xv].
No hay oligopolio que no nazca de los favores del Estado. Y es que el mismo principio de acción que incentiva a las personas a ofrecer sus productos y servicios a los demás -el interés personal-, puede, en ocasiones, ser lo que motive al mismo tiempo a buscar ventajas sobre los otros, que toman forma gracias a las regulaciones, para lo cual resulta indispensable la intervención del Estado. Un ejemplo claro acerca de lo dicho son los $ 3.4 mil millones de dólares que destinó el Departamento de Energía de los Estados Unidos como subvención a empresas de redes inteligentes[xvi], en función de desarrollar sistemas que garanticen un menor gasto energético, entre las cuales salió beneficiada la empresa californiana Silver Spring, vinculada con Gore (volveremos sobre esto más adelante). Decía el sociólogo Herbert Spencer que “el Estado aumenta con una mano los males que con la otra intenta disminuir”[xvii]. Y, “a medida que la intervención [por parte de éste] aumenta, más se robustece en los ánimos la creencia de su necesidad”[xviii], cada nueva intervención, a su vez, refuerza en los ánimos la esperanza de otra posterior. “Incluso aunque […] sea evidentemente la causa de todos los males que se lamentan, la fe en su bienhechora intervención no disminuye”[xix].
En definitiva, podríamos reducir, en este sentido, al movimiento ecologista a lo que el sociólogo alemán Max Weber llamaría una constelación de intereses, en la que tienen lugar tanto el interés por la articulación del conflicto social de la nueva izquierda, como los espurios intereses de los capitalistas más inmorales. En conclusión, comoquiera que fuese, cualquiera de las opciones deriva en mayores controles e intervenciones coercitivas por parte del Estado. El ecologismo, desde su concepción, siempre ha buscado una mayor regulación. El ecologismo no existe sin la intervención del Estado, por lo cual el ecologismo no existe sin estatismo.
NOTAS:
[i] Vossler, I. (2 de julio de 2021). 15 promesas del ecologismo que nunca fueron. Debatime. Recuperado de: http://debatime.com.ar/15-promesas-del-ecologismo-que-nunca-fueron/
[ii] Estenssoro Saavedra, F. “Historia de debate ambiental en la política mundial, 1945-1992: la perspectiva latinoamericana”. 1ª ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Biblos, 2020. Pp. 21-22
[iii] Redacción. (25 de septiembre de 2019). “Greta Thunberg: las 10 frases más impactantes de la adolescente sueca que planta cara a los líderes mundiales”. BBC Mundo. Recuperado en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-49825855
[iv] Fernández, D. (7 de diciembre de 2019). “Concienciados”. El País. Recuperado en: https://elpais.com/elpais/2019/12/07/opinion/1575731309_670700.html
[v] García Pedrero, G. “10 años de una verdad incomoda”. Muy Interesante. Recuperado en: https://www.muyinteresante.es/cultura/arte-cultura/articulo/10-anos-de-una-verdad-incomoda-261463998913
[vi] Clayton, S.; Manning, C.; Krygsman, K.; Speiser, M. (marzo de 2017). Eco America. Mental Health and Our Changing Climate: Impacts, Implications, and Guidance. Recuperado de: https://www.apha.org/~/media/files/pdf/topics/climate/climate_changes_mental_health.ashx
[vii] Idem.
[viii] Corujo, C. (11 de julio de 2021). El cambio climático también tiene un costo para la salud mental. ABC News. Recuperado de: https://abcnews.go.com/Health/climate-change-mental-health-toll/story?id=77926778
[ix] Klein, N. En llamas. Buenos Aires: Paidós, p.20.
[x] Sitio web: https://www.pewresearch.org/
[xi] Pew Research Center, February, 2019, “Climate Change Still Seen as the Top Global Threat, but Cyberattacks a Rising Concern”. Ver en https://www.pewglobal.org/wp-content/uploads/sites/2/2019/02/Pew-Research-Center_Global-Threats-2018-Report_2019-02-10.pdf
[xii] Flynn, C. Yamasumi, E. “People´s Climate Vote”. UNPD, University of Oxford. 2021. Recuperado en file:///C:/Users/User/Downloads/UNDP-Oxford-Peoples-Climate-Vote-Results.pdf
[xiii] Tal como lo resume Martín Hary en su libro “Climagate”: “Hoy por hoy es impensable, poco realista, suponer un cambio drástico en l matriz energética a nivel mundial. A lo mucho se podrá, vía mejores tecnologías, moderar su consumo, es decir, hacer un uso más eficiente […] Mucho se ha hablado, y los ambientalistas así lo pregonan, respecto de la energía solar y de la eólica. De las dos, es la eólica la más promisoria […] De todas maneras es una tecnología, si se pretende una generación importante, sumamente costosa. La energía solar se ha revelado como una posibilidad más reducida […] Los paneles captan cantidades pequeñas, además son caros y no tienen una duración ilimitada […] la energía que insume la fabricación de un panel solar supera toda la energía eléctrica que puede generar a lo largo de su vida útil”. En Hary, M. “Climagate” (2013); Buenos Aires. Ed: Maihuensh. Pp. 116-118. Por otra parte, las mejoras tecnológicas que han alcanzado a día de hoy siguen siendo prácticamente nulas: “Cuando en la década de los setenta se introdujeron las células fotovoltaicas de cilicio cristalino, transformaban en electricidad cerca del 15 por ciento de la luz del sol que incidía en ellas. Hoy se transforma aproximadamente un 25 por ciento”. Gates, B. Cómo evitar un desastre climático. Penguin Random House: Buenos Aires, 2021, p. 64. Por otra parte, hay una realidad innegable y es que la energía a base de combustibles fósiles es increíblemente barata para promover el progreso económico de países en desarrollo. Tomemos un ejemplo: “«El petróleo es más barato que un refresco», dicen. […] Hagamos números: un barril de petróleo contiene casi 159 litros; a un precio medio de 42 dólares por barril en 2020, sale a 0,27 por litro. Por otro lado en Costco [cadena estilo club de precios más grande en el mundo, basada en la venta mayorista] se pueden comprar ocho litros de refresco por seis dólares, lo que equivale a 0,75 dólares por litro”. En otras palabras, es más barato un litro de petróleo que un litro de refresco. Gates, B. Cómo evitar un desastre climático. Ob. Cit. p. 56.
[xiv] Mira, C. “La idolatría del Estado” (2009); – 1 a ed. – Buenos Aires: Ediciones B. Pp. 66
[xv] Benegas Lynch, A. (h) “El juicio crítico como progreso” (1996); Buenos Aires. Ed.: Sudamericana. Pp. 509, 510
[xvi] Ver en: https://www.energy.gov/8216.htm
[xvii] Spencer, H. “El hombre contra el Estado” (1953) [1884]; Buenos Aires. Ed.: Aguilar. Pp. 102
[xviii] Spencer, H. “El hombre contra el Estado”. Ob. Cit. Pp. 60
[xix] Spencer, H. “El hombre contra el Estado”. Ob. Cit. Pp. 104
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[…] [xiv] Ver: http://debatime.com.ar/derechos-de-propiedad-el-escarmiento-del-proyecto-ecologista/ […]