Antonio Caponnetto – ¿Qué es un hábito?
¿Qué es entonces un hábito?
El hábito es una disposición permanente de una potencia, que la perfecciona haciéndola su objeto. Esa disposición, esa inclinación, actúa sobre una potencia y la perfecciona, y hace que la potencia alcance al fin su objeto.
Una repetición intensa es más decisiva y definitoria que mil repeticiones remisas. Por eso también tenemos que lograr nosotros que la repetición de un acto bueno sea una repetición llena de convencimiento. No la repetición forzada o negligente o reducida a pura costumbre. Tiene que ser una repetición intensa, movida por el convencimiento de que repitiendo tal acto bueno seré virtuoso.
El hábito vuelve un acto, posible y fácil de realizar. Cuando ya tenemos el hábito incorporado, los actos que con ese hábito repetimos lo hacemos con gusto, con prontitud, con facilidad, con deleite.
Es cierto que la virtud es siempre ardua; siempre cuesta porque es una ascensión. Pero el hábito me ayuda y me auxilia a sobrellevar esas dificultades y a vencer las tentaciones.
El hábito es el producto de una actividad superior del espíritu, porque es el testimonio visible del grado de intervención que tienen la inteligencia y la voluntad en la vida del individuo.
Cuando estoy frente a una persona que posee, por ejemplo, el hábito de la prudencia me suscita admiración y me comunica seguridad, porque percibo en él un señorío del espíritu. No hay pura mecánica en su conducta. Hay una principalía del espíritu, un señorío natural en esa persona.
Poseer un hábito virtuoso, además de poseer un tesoro, significa poder dominar su ejecución. Una vez que el hábito se obtiene, lentamente, gradualmente, se vuelve estable. Y rige con naturalidad la vida del hombre. La naturalidad es lo que permite distinguir cuándo alguien tiene hábitos plenamente adquiridos o no.
¿Qué diferencia hay entre hábito y adaptación?
La sola adaptación no define al hábito humano.
Las adaptaciones del hombre (hablamos de las adaptaciones intelectuales, espirituales y morales), para que sean virtuosas, tienen que estar regidas por la prudencia. La prudencia tiene varias “partes”, de las cuales una consiste en la capacidad de adaptarse a lo súbito, a lo imprevisto, pero de manera tal que, en tales circunstancias, salga gananciosa la cordura. Esa “parte” de la prudencia que rige estas adaptaciones se llama solercia.
Por lo tanto, no es que está mal que el hombre se adapte, lo que está mal es que el hombre se adapte a cualquier precio, a cualquier costo, y sin prudencia. Si me adapto prudentemente la verdad quedará intacta. Si me adapto imprudentemente, seguiré la corriente pero ya no seré virtuoso.
Debe evitarse la confusión frecuente entre hábito y adaptación. El hábito es propio del hombre, producto y testimonio de su libertad. La adaptación al medio físico, en cambio, es común a todos los seres vivientes.
El hábito y el instinto
Desde la antigüedad siempre se consideró que el instinto era lago heredado. Es decir, la naturaleza primera, patrimonio de la especie que heredamos por el sólo hecho de nacer. Es por eso que al hábito, para diferenciarlo del instinto, se lo llama segunda naturaleza. El hábito es naturaleza adquirida, adquirida por el esfuerzo de la inteligencia, y por el esfuerzo de la voluntad. En cambio el instinto es la naturaleza primera. Naturaleza recibida, heredada.
Cuando alguien posee un hábito, ese hábito constituye en esa persona una segunda naturaleza. Por esto la persona que realmente ha adquirido un hábito, resulta genuina, auténtica, creíble.
Cuartas conclusiones
Algunos han dicho que la crisis educativa que vivimos se debe a que los profesores somos modernos y los alumnos son posmodernos. Es decir que hay como un cortocircuito tácito, pero presente, que hace que no nos podamos entender del todo. ¿A qué se debe este cortocircuito? A muchas razones, pero hay una vinculada a este tema que queremos mencionar.
Los muchachos han adquirido ciertos hábitos que formaron en ellos una segunda naturaleza. El común denominador de esos hábitos que han adquirido, son hábitos audiovisuales. Sonidos e imágenes emergen las 24 horas de la computadora, de internet, de la cibernética, de la informática, de los “emoticones” (las caritas usadas en el chateo), de los mensajes de texto, etc.
Han hipertrofiado tanto el hábito audiovisual, que han sufrido un desmedro grave del hábito metafísico, del hábito silente, contemplativo, lucubrador. Esta hipertrofia del hábito audiovisual y esta cuasi atrofia del hábito metafísico hace que determinados conocimientos que nosotros les queremos impartir les resulten impenetrables. Porque no tienen el recipiente apto para recibirlos.
Es entonces cuando los adultos nos preguntamos en qué estamos fallando. ¿Estamos enseñando mal? Puede ser. ¿Estamos comunicando mal? Puede ser. Pero una de las razones por la cual se da este cortocircuito es porque entran en colisión segundas naturalezas distintas.
Las segundas naturalezas que tienen los jóvenes, forjadas en esta hipertrofia de los hábitos audiovisuales choca con las segundas naturalezas que tenemos nosotros que venimos de otras generaciones, con otros hábitos.
Urge que alumnos y profesores, jóvenes y adultos, recuperemos los hábitos necesarios para la vida intelectual. Urge controlar y limitar este exceso de “audiovisualismo” y consagrar nuestros mejores empeños a la rehabilitación y reivindicación de los hábitos del pensamiento riguroso, de los que hablaremos a la brevedad.
¿Cómo se forma un hábito?
Un solo acto, un primer ensayo, siempre es un ascenso o un pequeño logro. De modo que la primera determinación que hay que tener para formar un hábito virtuoso es empezar a repetir el acto bueno. Toda escalera, por empinada que sea, posee un escalón inicial y hay que subirlo.
El ejercicio perfecciona al hábito. Pero también se necesita de la vigilancia de la conciencia. Porque el hábito al que la conciencia no vigila, se adormece. Si la conciencia está alerta, atenta, vigilante, el hábito se porta bien, digámoslo así. Si la conciencia duerme, se relaja, se evapora, el hábito puede cobrar mala vida propia. Si se relaja la vigilancia, el hábito puede quebrarse, puede disminuir, puede corromperse. O puede convertirse en simple rutina, que es la parodia del hábito.
Los hábitos del pensamiento riguroso
Quien fuera uno de los maestros argentinos en el terreno de la investigación científica, el Dr. Roberto Brie, nos ha dejado un valioso opúsculo sobre este tema.
Resumamos sus principales enseñanzas.
Existen fundamentalmente seis hábitos del pensamiento riguroso, todos los cuales deberíamos tratar de forjar en nosotros y en nuestros alumnos. El hábito de la definición. El hábito de la distinción. El hábito de la relación y causalidad. El hábito de la sistematización. El hábito de la crítica. Y el hábito de la síntesis.
Del primero de estos hábitos, el de la definición, ya hemos hablado lo suficiente. Conviene acotar sin embargo, que se rige por ciertas reglas, las famosas reglas de la definición. Algunas de estas son las siguientes:
- Lo definido se debe adecuar exclusivamente a lo definido y no a otra cosa. Si la definición de casa me sirve para definir a la silla, no es definición de casa ni de silla. Es decir, que la definición se debe ajustar a lo definido y sí solamente a lo definido.
- La definición no debe dar nada por supuesto. La definición suele ser el primer acercamiento que tenemos al objeto definible y, por lo tanto, no podemos presuponer nada.
- No se debe definir algo apelando a ese mismo algo. Lo que se llama comúnmente redundancia o tautología.
En segundo lugar tenemos el hábito de la distinción.
Distinguir es conocer la diferencia que hay entre una cosa y otra. Es hacer que algo se diferencie de otra cosa por medio alguna particularidad. Distinguir es caracterizar a alguien o a algo de modo tal que no se lo pueda confundir con otra persona o con otra cosa. Por último, distinguir es ver un objeto, algo o alguien, a pesar de alguna dificultad o de muchas dificultades que pueda tener para hacer esa operación inteligible.
Lo más difícil en el hábito de la distinción es distinguir cuando me lo impiden, sea por condiciones contingentes o impuestas por la malicia de un tercero. Es como manejar en la ruta con tormenta. O con el parabrisas roto por obra de algún dañino.
La importancia que tiene este hábito de la distinción es que si el hombre se habitúa a distinguir puede distinguir para unir. Es decir puede hacer separaciones para después reunir las partes que ha separado con mayor o mejor sentido. El que tiene el hábito de la distinción puede desagregar, separar, clasificar. Queda perfectamente habilitado para el análisis.
El hábito de la relación y de la causalidad consiste en la posibilidad de unir temas o ideas o personajes o cuestiones, por un medio, pasaje o camino, que sea el adecuado. Relacionar es unir adecuadamente, no disparatadamente. No toda relación es coherente o adecuada. Es pertinente aquella relación que fruto del hábito de la relación, de aquel que sabe relacionar por las causas. Para lo cual se impone también estudiar los tipos y géneros de causas.
El hábito de la sistematización. Para que exista un sistema a tiene que haber coherencia en los elementos que interrelacionamos. Además, tiene que haber, en forma explícita, una finalidad o teleología.
De modo que este hábito es el que nos permite interrelacionar elementos coherentemente en vistas a un fin. Eso será posible si existe un principio ordenador, del cual se parta, y que a su vez resulte vertebral.
La mera yuxtaposición de elementos, la mera adición o sumatoria de elementos no me forja el hábito de la sistematización. Estará bien que un sistema sea coherente. Pero lo más importante es que sea veraz. Tenemos que procurar que esa sistematización que es coherencia en la interrelación y en la finalidad, esté al servicio de la verdad. De lo contrario, con la mera coherencia puedo inducir a otros al error.
El hábito de la crítica. No es malo el ejercicio de la crítica, si entendemos qué cosa es la crítica. Someter un juicio a una prueba de validez es criticar. Examinar, verificar es criticar. El arte de la apreciación de algo, es criticar.
También hay algunos recursos para formar el hábito de la crítica. Al principio cuando uno empieza a cultivar el hábito de la crítica lo más común es la apelación a la autoridad. Es decir, yo quiero criticar lo más común es la apelación a la autoridad. Es decir, yo quiero criticar tal obra, tal objeto; como todavía no tengo elementos propios de juicio busco refugio en las autoridades que previamente han criticado lo que yo quiero criticar. Este es un camino perfectamente legítimo, es un camino de aprendizaje necesario, y que además hacemos todos naturalmente.
Ahora bien, en un momento determinado de mayor madurez, la apelación al recurso de la autoridad (que no hay por qué abandonar) cede paso a la elaboración de un juicio propio. Que puede ser complementario o suplementario o matizado con respecto al de la autoridad en la que busqué amparo en un principio.
Llegamos al último de los hábitos, el hábito de la síntesis. Diría Aristóteles: “se necesita una vida de análisis, para un minuto de síntesis”. Y es verdad. Por eso, no confundamos la síntesis, con el resumen. Un resumen lo podemos hacer todos, y podemos pedirles a nuestros alumnos que hagan resúmenes, porque es un buen modo de comenzar. Pero una síntesis no es un resumen.
La síntesis es el hábito por el cual se logra de algo la visión más inclusiva posible. La visión más totalizante. La visión más esencial, más sustantiva y más condensada. Esto exige entrenamiento y trabajo. Rumiar, meditar, experimentar, haber vivido estudiando.
Tiene que haber, para adquirir estos hábitos, una predisposición natural. Pero también tiene que haber un entrenamiento. El hábito se inculca, se genera, se cultiva y se ejercita desde adentro. Existe una fuerza externa motivadora, pero el hábito lo engendra cada quien desde adentro.
Finalmente, hagamos una referencia a los distintos aspectos que pueden tener los hábitos.
Se puede hablar de los aspectos fisiológicos del hábito. De los aspectos psicológicos. De los aspectos éticos. De los aspectos pedagógicos. De los aspectos filosóficos. Y de los aspectos teológicos.
Los aspectos fisiológicos son aquellos que, por ejemplo, se refieren a la adquisición de habilidades y de destrezas. El cuerpo va adquiriendo ciertas predisposiciones físicas que facilitan la ejecución de ese hábito. El cuerpo se va habituando a determínadas acciones y reacciones, que después uno ejecuta naturalmente. Estos aspectos fisiológicos del hábito dejan cierta huella en el organismo.
Sería un error desvincularse de los aspectos fisiológicos del hábito, porque no somos ángeles. Si alguien quiere tocar bien la guitarra, lo principal es el talento, la inspiración, el arte, la musa: lo sabemos. Pero va a tener que encontrarle la vuelta a los dedos de ambas manos para que no se traben en las cuerdas. Y eso es fisiología. “La pintura está en la inteligencia, no en la mano”, decía Fray Petit de Murat. Y es cierto. Pero lo que quiso decir es que primero está en la inteligencia. La mano secunda, recibe órdenes, ejecuta.
No sobreestimemos, como hacen ciertas corrientes materialistas, los aspectos fisiológicos del hábito creyendo que quien tiene estos aspectos domina una habitualidad. Pero tampoco descartemos la importancia, por menor que sea, de los aspectos fisiológicos del hábito. Ni “fisicismo” materialista ni angelismo desencarnado. Unidad jerárquica, que eso es el hombre.
En cuanto a los aspectos psicológicos del hábito, estos están vinculados principalmente a las asociaciones de ideas, actitudes mentales derivadas de la experiencia.
Hay que evitar un riesgo desde el punto de vista psicológico. El riesgo es que el acostumbramiento a algo puede reducir la motivación o la incentivación respecto de ese algo. Hay un refrán latino que dice: “la costumbre engendra deprecio”.
En su faz psicológica el hábito debe ser el alerta de la conciencia que impide la mecanización. Una de las formas de evitar que la excesiva familiaridad engendre menosprecio es no familiarizarnos con cosas o personas connaturalmente menospreciables. Si yo me rodeo de excelencias, el contacto con éstas me obliga psicológicamente a estar a la misma altura. Hay personas cuyo trato nos distingue, y hay personas cuyo trato nos menoscaba. Hay personas cuya compañía buscamos porque son compañías suscitadoras de una elevación espiritual. Lo mismo podríamos decir de otras compañías: la de la música, las lecturas, las pinturas, los paisajes, los objetos, etc.
Desde el punto de vista ético el hábito simplemente tiene dos direcciones . O engendramos virtudes o engendramos vicios, nos hemos referido a ello.
En su aspecto filosófico el hábito es la disposición que actúa sobre una potencia. Para esto nosotros, como docentes o como alumnos, vamos a tener que estar preparados a los efectos de hacer un descubrimiento de esas potencias.
El aspecto teológico del hábito ya no depende sólo ni principalmente de nosotros, sino de la gracia sacramental de Dios, y de nuestra docilidad y fe teologal para saber pedir y conservar esa gracia.
Todas las virtudes son necesarias para la vida intelectual, también las teologales.
Fuente: Caponnetto, Antonio, Metodología de estudio y de exposición oral, La Plata, UCALP, 2012, pp. 28-37
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