Dunkerque

Jesús Hernández – El “bendito milagro” de Dunkerque

Capítulo 8 El “bendito milagro” de Dunkerque

La primera victoria moral de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial fue en Dunkerque, una ciudad portuaria francesa cercana a la frontera belga. Pese a que es difícil calificar de victoria una retirada, la realidad es que el éxito al conseguir reembarcar más de 300.000 soldados, la mayoría de ellos británicos, supuso un gran alivio para los Aliados, además de suponer la primera decepción para los alemanes.

Los preparativos para la evacuación habían comenzado el 19 de mayo de 1940, cuando, tras el irresistible empuje alemán en Bélgica, y previendo las dificultades de un posible repliegue hacia Francia, los británicos esbozaron un plan para evacuar sus tropas del continente. La Operación Dynamo, que es el nombre que recibiría esta operación, fue ideada por el comandante en jefe de la Fuerza Expedicionaria Británica, el mariscal John Gort. Sin embargo, antes de poner en marcha la evacuación, los británicos quedaron a la espera del resultado de un contraataque francés que debía lanzarse contra el flanco norte de las tropas alemanas.

LOS PANZER, DETENIDOS

El contraataque francés nunca se produjo, y el día 24 de mayo desde Londres se dio autorización para dar comienzo a la operación. En ese momento, los blindados del Grupo de Ejércitos A, comandados por el general Gerd von Rundstedt, se detuvieron por órdenes de Hitler a escasos treinta kilómetros del perímetro de Dunkerque. Rundstedt formuló en el acto su protesta contra dicha orden, pero esta había sido confirmada por telegrama y, pese a que el veterano general consideraba como absolutamente incomprensible esta orden desde el punto de vista militar, el Führer ordenó que se cumpliese al pie de la letra. La detención de los panzer concedió un respiro a los ingleses, quienes pudieron proceder a la fortificación de las defensas destinadas a contener a los alemanes mientras se producía la evacuación.

Además de Rundstedt, otros generales expresaron también su enfado ante esa orden aparentemente sin sentido; Von Kluge, Von Kleist y Guderian lamentaron que se les ordenase parar cuando tenían tan cerca la posibilidad de aplastar al enemigo. Los reconocimientos aéreos confirmaban la precaria situación de las tropas británicas, así como el inicio de la operación de rescate. Sin embargo, al Ejército se le había prohibido avanzar, dando así la oportunidad a los británicos para escapar.

Para justificar esta orden, Hitler esgrimió las siguientes razones:

Por un lado, aseguraba que el terreno que rodeaba Dunkerque era muy desfavorable para el uso de blindados, como consecuencia del suelo húmedo y la presencia de numerosos setos en los campos.

Por otro, afirmaba que el número de unidades Panzer había disminuido en el curso de la campaña, por lo que el continuar con el avance sobre Dunkerque podía poner en riesgo la segunda fase de la misma, hacia el sur de Francia.

Pero estas razones no convencieron en absoluto a los generales alemanes que habían tenido que detener a sus tanques. Coincidían en que los alrededores de Dunkerque no eran un terreno propicio para las unidades Panzer, pero recordaron que esas mismas unidades habían evolucionado en terrenos mucho más difíciles durante la reciente campaña de Polonia. Las zonas pantanosas no habían supuesto ningún obstáculo para los tanques germanos en tierras polacas, y el área de Dunkerque no era peor.

En cuanto a la disminución de las unidades Panzer debido al rápido avance, esta se había producido en efecto, pero los generales afirmaron que la mayoría de bajas se debían únicamente a contratiempos de carácter técnico que podían ser reparados en veinticuatro horas. Por lo tanto, las razones de Hitler para detener a los panzer no eran en absoluto concluyentes. Pero otros, como el general Warlimont, jefe de operaciones del Cuartel General de la Wehrmacht, reveló otra posible explicación: “A mí me comentaron otra razón, según la cual Göring dio seguridad al Führer de que sus fuerzas aéreas completarían el cerco. El general Heinz Guderian también coincidiría con esta apreciación, al estimar que “fue la vanidad de Göring la causa de la fatal decisión de Hitler”.

EN MANOS DE LA LUFTWAFFE

Göring se comprometió ante Hitler a destruir por completo a las fuerzas aliadas que se habían concentrado en la costa. El blanco del ataque no podía ser aparentemente más fácil; un número ingente de soldados en una superficie poco extensa. Pero la verdad era que ninguna de las dos flotas aéreas encargadas de la operación disponía de las bombas precisas para llevar a cabo un ataque efectivo contra los buques de rescate. Las bombas de que disponía la Luftwaffe eran adecuadas para destruir fortificaciones de cemento, pero no eran útiles para hundir una flota dispersa de embarcaciones menores.

Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de explicar los motivos que llevaron a Hitler a dar esa controvertida orden. Para los generales alemanes, la decisión no se basaba en cuestiones militares, sino en cálculos políticos, que tenían que ver con el deseo de Hitler de no humillar a los ingleses. El objetivo último, según esta hipótesis, era no cerrarse las puertas a un futuro acuerdo político con Gran Bretaña pero la más reciente investigación histórica descarta las razones políticas y sostiene que los alemanes no prosiguieron su avance por razones exclusivamente militares.

Es posible que Hitler, teniendo en cuenta lo inadecuado del terreno para los tanques y la escasez de combustible después de quince días de campaña, considerase conveniente conceder un respiro a estas divisiones que, sin más tiempo de recuperación, debían lanzarse a la ofensiva sobre París.

Por lo tanto, cuando el fanfarrón Göring ofreció a Hitler la posibilidad de liquidar la bolsa de Dunkerque con el empleo de su aviación, al Führer le debió parecer la opción más conveniente, pero en solo tres días los hechos demostrarían que no era la más acertada.

LA OPERACIÓN DYNAMO

A las once y media de la noche del 26 de mayo comenzó oficialmente la evacuación de Dunkerque, que recibiría el nombre de Operación Dynamo. Bajo un intenso fuego de artillería de las baterías alemanas y los bombardeos en picado de los temibles Stuka, miles de soldados ingleses, franceses y belgas guardaban su turno en la playa de Dunkerque para embarcar, mientras un batallón de infantería británico resistía en las paredes de la bolsa.

Los grandes barcos mercantes no podían ser empleados debido a que las aguas de Dunkerque son muy bajas; aún hoy cuando la marea está baja es posible ver los restos de los buques hundidos. Por tanto la operación requería de gran número de naves de poco calado. Así pues, desde lanchas hasta barcos pesqueros y barcas de recreo, cualquier pequeña embarcación era utilizada para transportar a los soldados desde la playa hasta los barcos de la Royal Navy, que permanecían en alta mar defendiéndose de los bombardeos de la aviación alemana con sus propias baterías antiaéreas.

Las pequeñas embarcaciones atracaban en improvisados espigones, formados por vehículos y chatarra de todo tipo, que era colocada en fila, adentrándose en el mar. Las naves de rescate debían enfrentarse a varios problemas, como la gran cantidad de desperdicios que flotaban en el agua y los restos de barcos hundidos, además de las minas, los submarinos y las lanchas torpederas alemanas. A eso se añadían los cadáveres que flotaban a la deriva por toda la costa.

En la ruta de regreso a los puertos ingleses, los barcos cargados de soldados a veces debían detenerse ante la presencia de restos flotantes, causando un embotellamiento de buques, que se exponían así al ataque de los aviones alemanes. Durante la noche el rescate era aún más peligroso, puesto que, para ocultarse a los aviones y submarinos alemanes, las embarcaciones navegaban sin luces, lo que causaba colisiones y mayores retrasos.

Los Aliados tuvieron la suerte de cara; los expertos de la Luftwaffe no habían contado con las profundas arenas de la playa de Dunkerque, capaces de engullir las bombas que caían sobre ella, penetrando en la arena lo suficiente para que tanto la metralla como la onda expansiva quedase absorbida por la arena, convertida en una aliada de los británicos. Tras cada uno de los ataques de los aviones germanos, en los que la playa era salpicada por violentas explosiones, los soldados comprobaban sorprendidos como, en muchas ocasiones, no había que contabilizar ningún muerto y ni tan siquiera un herido. El mismo Churchill reconocería más tarde que, si la costa hubiese sido rocosa, el efecto de los bombardeos habría sido realmente mortífero. Con toda seguridad, las bajas hubieran sido enormes, poniendo en serio peligro el propio reembarque de las tropas, al tener que transportar también un buen número de heridos.

La ineficacia de los bombardeos acabó por encoraginar a los soldados, que perdieron el miedo a los ataques aéreos. Cuando se acercaban los aviones germanos, se limitaban a protegerse detrás de una duna y esperar pacientemente, esperanzados en volver a casa lo más pronto posible. Muchos británicos salvaron la vida gracias al efecto protector de la arena de Dunkerque.

En las playas se dieron escenas dramáticas debidas a las discusiones entre los mandos británico y francés sobre la preferencia de unas tropas sobre otras a la hora de embarcar. Puesto que los barcos eran británicos, el general Gort consideró que sus soldados debían ser embarcados primero, mientras los franceses estaban encargados de mantener el perímetro defensivo alrededor de Dunkerque. Fue entonces cuando los más maliciosos acuñaron la celebre frase: “Los ingleses resistirán hasta el último francés”. Esto provocó serios altercados; en una ocasión, un grupo de soldados franceses fue obligado a bajar de los buques, pero estos desobedecieron, por lo que tuvieron que ser expulsados a punta de bayoneta. Conforme pasaban los días y el cerco sobre Dunkerque se contraía, los actos de indisciplina causados por el agotamiento y la desesperación fueron cada vez más frecuentes.

El primer día de junio, el intenso castigo al que estaban siendo sometidos los puntos de embarque de las tropas aliadas marcó el final de Dynamo, que concluyó oficialmente en la noche del 2 de junio. No obstante, las labores de rescate se extenderían hasta las tres de la tarde del 4 de junio, cuando el destructor Shikari partió de Dunkerque con las últimas fuerzas de resistencia. La operación, que en un principio estaba ideada para evacuar 50.000 hombres en cinco días, había superado todas las expectativas.

Las cifras de rescatados fueron espectaculares; un total de 338.872 soldados pudieron embarcar. De ellos, 215.787 eran soldados británicos y el resto franceses y belgas. Las tropas británicas que quedaron en Dunkerque decidieron rendirse a los alemanes, mientras que las tropas francesas optaron por abrirse paso hacia el sur, aunque finalmente también se vieron forzados a abandonar las armas. Los alemanes tuvieron que conformarse con hacer tan solo 22.000 prisioneros.

De todos modos, no todo fueron buenas noticias para los Aliados. Pese al éxito de la evacuación, 700 tanques —incluyendo un centenar de los nuevos tanques Mathilda Mk I—, 2.400 cañones y 50.000 vehículos de todas clases fueron abandonados en las playas de Dunkerque. En cuanto a la flota aliada, los británicos perdieron en la operación cinco destructores, treinta buques diversos y 170 embarcaciones menores, mientras que los franceses perdieron otros cinco destructores y 60 barcos de todo tipo.

La Operación Dynamo, que, tal como la calificó el diario inglés Daily Mirror, pasaría a la Historia como el “bendito milagro” de Dunkerque, supuso una luz de esperanza en medio de las tinieblas del fracaso en la defensa de Francia. Churchill, en un discurso ante la Cámara de los Comunes, admitió que “la guerra no se gana con evacuaciones”, pero el reembarque de las tropas aliadas levantó la moral de sus compatriotas, al comprobar el éxito alcanzado gracias a la proverbial tenacidad británica. Cuatro años más tarde, muchos de aquellos soldados rescatados en Dunkerque volverían a las costas de Francia para iniciar la liberación de Francia y de toda Europa occidental.

ESCENARIOS

En la ciudad de Dunkerque, de 73.000 habitantes, existen tres puntos de interés. Uno es el Centro Histórico de Dunkerque, un museo de mediano tamaño que explica la evacuación con fotos y objetos, como el motor de un caza británico Spitfire derribado, o grandes maquetas que muestran el caos que se vivió en las playas durante aquellos días.

Junto al mar puede contemplarse el Memorial de las Fuerzas Aliadas, un monumento de cuatro metros de alto por cinco de largo, que conmemora el sacrificio de las tropas británicas y francesas. Poco más recuerda lo que allí ocurrió; tan solo otro monumento más pequeño situado a unos doscientos metros, el Memorial de la Royal Navy, dedicado a las bajas producidas entre los tripulantes de la Marina británica.

Por último, anclado en el Port Est y delante de un centro comercial, puede contemplarse el Princess Elizabeth, un barco utilizado entonces en la evacuación de tropas. Botado en 1927, realizó durante la Operación Dynamo hasta cuatro trayectos entre Dunkerque y Dover, rescatando un total de 1.763 hombres. Hoy está restaurado y se alquila para fines privados. Para contemplar uno de los aviones británicos que protegieron a las tropas evacuadas, concretamente un Hurricane, hay que acudir al Science Museum de Londres.

PROTAGONISTAS

John Gort (1886-1946). Mariscal británico. Su nombre completo era John Standish Surtees Prendergast Vereker, sexto Vizconde de Gort, pero era conocido simplemente como Lord Gort. Durante la Primera Guerra Mundial destacó por su valentía, siendo condecorado con la Cruz Victoria, la Cruz Militar y tres Órdenes de servicio distinguido. En la Segunda Guerra Mundial, su nombramiento de jefe de Estado Mayor Imperial y, posteriormente, de comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica causó sorpresa en la clase militar, al considerar que no poseía la experiencia necesaria. Pero en la campaña del Oeste demostró su valía, al lograr salvar a las fuerzas británicas cercadas en Dunkerque. En 1942 dirigió con éxito la defensa de Malta ante los ataques alemanes. En 1943 fue nombrado mariscal.

Bertram Ramsay (1883-1945). Almirante británico. Al estallar la Segunda Guerra Mundial era comandante del Departamento Naval de Dover. Se le encomendó la difícil misión de organizar la evacuación de la Fuerza Expedicionaria Británica cercada en Dunkerque. Su excelente labor le valió participar en otras operaciones importantes, como los desembarcos en África del Norte y Sicilia. Tras ser ascendido a almirante, su mayor reto llegaría con el desembarco de Normandía, dirigiendo con éxito el transporte de tropas y material a través del Canal de la Mancha. Murió en un accidente aéreo cuando se dirigía a Amberes a entrevistarse con el mariscal Montgomery.

FILMOGRAFÍA

Dunkirk (Leslie Norman, 1958).

De Dunkerque a la victoria (Contro 4 bandiere, Umberto Lenzi, 1979).

Fin de semana en Dunkerque (Week-end à Zuydcoote, Henry Vernueil, 1964).

Dunkerque (Dunkirk, Alex Holmes, 2004).

Expiación. Más allá de la pasión (Atonement, Joe Wright, 2007).

 

Fuente: Hernández, Jesús, Todo lo que debe saber sobre la Segunda Guerra Mundial 




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