Julio Meinvielle – Política Argentina 1949-1956

Julio Meinvielle – LA SITUACION POLITICA ARGENTINA (1955)

LA SITUACION POLITICA ARGENTINA

Retomamos hoy la publicación de PRESENCIA, que dejó de aparecer el 13 de julio de 1951. Todavía están vivos en los lectores aquellos editoriales en que, número tras número, se analizaban los vicios que carcomían al peronismo. En aquel entonces todavía era dable escribir, bien que con cierta cautela. Pero a mediados del 51 se creó un clima de “calle espesa” que se había de ir espesando cada vez más, hasta culminar con la abortada revolución del 28 de setiembre. Luego, con el decreto de guerra interno, quedó consolidada la coerción.

Nuestra tesis sobre el peronismo no ha variado de entonces a aquí. El peronismo era malo por ser totalitario; pero lo era sobre todo por ser marxista. El peronismo caminaba irremediablemente a la revolución social, o sea a la entrega del gobierno del país a los sindicatos obreros armados. Y en este sentido es sintomático que el número 2 de la Revista del trotzkista Abelardo Ramos, correspondiente al mes de setiembre, apareciera unos días antes de la Revolución del 16 de setiembre con la siguiente gran leyenda en su tapa: Las milicias obreras armadas: baluarte de la revolución popular argentina. Y sabido es que Perón estuvo a punto de desatar en el país la revolución social.

Pero Perón, a nuestro entender, no fue repudiable principalmente por su totalitarismo y por su marxismo. Lo fue sobre todo por su encanallamiento sistemático, que le empujaba a usar las mejores banderas para bastardearlo todo y poder así obtener dominación y poderío sobre ruinas físicas y morales. Su programa de justicia social, recuperación económica y soberanía política, con el que galvanizó a las masas desheredadas, fue pretexto para ejercer una infame y canallesca tiranía.

Por fortuna, la revolución militar contra el régimen podrido de Perón se desencadenó como furioso huracán. Las fuerzas de Lonardi y Videla Balaguer en Córdoba y las de Lagos en Cuyo por un lado, y las de la Marina de Guerra, por otro, barrieron en días, mejor dicho en horas, a las fuerzas leales que se les enfrentaron. El frente de Perón se desmorono en todas partes.

El país, y particularmente el Gran Buenos Aires, vivió horas dramáticas. Perón estuvo a punto de desencadenar la huelga revolucionaria, la que habría hecho madurar precipitadamente el virus comunista que encierra el justicialismo. La protección divina libró a nuestra patria, al menos por ahora, de los horrores de sangre y fuego de la revolución social. La revolución militar triunfó plenamente.

Cuyo, Córdoba, Buenos Aires, el país entero celebraron el triunfo. El júbilo desbordó, alcanzando proporciones insospechadas. La Plaza de Mayo se vio inundada por un gentío que rebasaba por todos sus ángulos, entrando profundamente en las avenidas y calles adyacentes. Pero detengámonos a estudiar la sociología del elemento que llenaba la Plaza de Mayo.

La clase media católica

El elemento que inundaba la Plaza de Mayo el 23 de setiembre de 1955 no difería fundamentalmente del que venía actuando en las manifestaciones públicas desde el 8 de diciembre de 1954. Y éste era típicamente diferente del que caracterizaba las concentraciones peronistas, constituido casi en su totalidad por la masa asalariada, con predominio de las extracciones más inferiores.

En homenaje a la verdad hay que reconocer que fue el peronismo quien planteó en nuestro país odiosamente el fenómeno de la lucha de clases, reclutando el grueso de sus adeptos en la masa asalariada, aunque una porción fuerte de clase media, disconforme con los métodos políticos tradicionales, estuvo a su lado. La “contra” típica fue de clase media para arriba. Sabido es que esta “contra”, dividida o debilitada en gran parte, no tuvo suficiente fuerza para derrotar a Perón, quien supo reunir en masa compacta a sus adherentes, mientras sector por sector iba golpeando y destruyendo a sus enemigos. Por eso, cuando la lucha se llevó contra la clase media “política”, la calle no se movió y Perón obtuvo fácil triunfo.

Recién con la persecución religiosa entra en la lucha política argentina una nueva fuerza que es la clase media católica.

Es necesario subrayarlo: se trata de una clase distintivamente media, de la cual un porcentaje apreciable acordó su apoyo implícito y aún, en muchos casos, explícito a Perón. Esta clase media es sociológicamente muy matizada. Hay mucho “barrio norte”, con ex alumnos del Champagnat y del Salvador. Pero hay también y principalmente muchos elementos de parroquias populares, como las de la Concepción y de San Cristóbal y aun de los alrededores de Buenos Aires. Componen esta clase empleados, profesionales, universitarios, pequeños y medianos industriales y comerciantes. Entran también en ella elementos seleccionados de los sindicatos. Para decir verdad es ésta una clase que no tiene oportunidad de expresarse políticamente. El partido radical, que lo es sobre todo de clase media, prefiere aferrarse a desusados moldes ideológicos de corte liberal o socialista antes que moldearse sobre la realidad política de un electorado que lo ha votado por no saber a quién votar.

Esta clase media católica es cada día más numerosa y fuerte y ha cobrado conciencia de su fuerza porque ha logrado mover la calle, que estaba inconmovible desde los días de las grandes manifestaciones peronistas. Esta clase media católica que no se sentía interpretada por el radicalismo, mucho menos podía sentirse interpretada por el peronismo. El peronismo estaba inmerso en las preocupaciones obreristas. Y el obrerismo todo lo mide en función de sus problemas de “trabajo” o de la “seguridad del hogar” al que destina el fruto de su trabajo. Esta clase media, en cambio, da por resuelto este problema imprescindible de la seguridad vital. Tiene aspiraciones de cierta libertad y cultura. Sobrepasa en cierto modo el plano de las necesidades económicas y entra en el de la vida civil propiamente tal, con aspiraciones confusas pero reales al gobierno político.

Sin embargo, por el hecho de que esta clase está cerca del plano económico, cuando no está trabajada por ideologías liberales y marxistas puede interpretar la preocupación de Perón por mejorar a las clases menos favorecidas y prestarle su apoyo. Pudo creer que Perón cumplía lealmente un programa necesario de justicia social. Cierto que le quedaba la duda sobre si este programa se cumplía en el sentido de las prescripciones pontificias o de los preceptos de Marx. De aquí que esta clase, cuando se hubo pronunciado en contra o a favor del peronismo, lo haya hecho con reservas.

La duda se debía ir disipando en unos más pronto que en otros. Pero con la persecución religiosa desatada por Perón se disipó del todo. Ella tuvo un efecto inconfundible en esta clase media fluctuante entre el peronismo o el antiperonismo. De un solo golpe la sacó de toda duda posible. Esta clase, a la que no se le puede pedir análisis intelectuales o sociológicos, comprendió que el ataque contra la Iglesia era una definición definitiva del carácter espiritual del peronismo: su “justicia social” era materialista.

El golpe a la Iglesia definió vitalmente la posición efectiva de la clase media católica. Entre una libertad sin seguridad que garantizan los opositores y una seguridad sin libertad que ofrece el peronismo cabe la justa solución de una superación de la seguridad y de la libertad por la prosecución del bien más alto de la vida espiritual del hombre. La lucha de los argentinos salió del plano puramente político en que la había colocado Perón y entró en el plano profundo en que de verdad estaba situada. La Argentina debía seguir siendo católica o debía trocarse en marxista. De nada valió que Perón sostuviera que la lucha no encerraba tal profundidad y que se reducía a una disputa entre algunos “malos curas” y las organizaciones del pueblo. La clase media católica se colocó en una posición definitiva. Ya nadie ni nada podía disuadirla de que entre la verdad católica y el peronismo no era posible ninguna conciliación.

Esto vendría a plantear otro problema y es el de la hondura religiosa de nuestro pueblo en general, y, en particular, el de nuestra clase media. Se habla de la superficialidad de nuestro catolicismo, tan sensible a las exteriorizaciones. Pero queda por determinar si la exteriorización fluye de una realidad vital interior o es un puro mimetismo externo sin base de sustentación. Como ya lo observó en su tiempo aquel gran pensador que fue Juan B. Terán, hace veinticinco o treinta años que se operó en nuestro suelo un auténtico despertar religioso. El Congreso Eucarístico de 1934, las manifestaciones de fe de nuestras ciudades y campaña, la naturalidad con que prendió y arraigó en nuestra escuela primaria y media la enseñanza religiosa son pruebas de que nuestro pueblo es católico y quiere vivir el catolicismo en su vida privada y pública. Y el anhelo fluido que se percibe en el ambiente de una democracia cristiana, sin saber qué se quiere y cómo se quiere es el modo de expresar que lo que en realidad se quiere es una política cristiana, vale decir, ordenada en el sentido de los valores católicos de vida.

Sería un error pensar que en nuestra clase media esto de política católica es algo así como política de curas. Felizmente no ha sido en vano el trabajo de adoctrinamiento religioso realizado en el último cuarto de siglo. Y aunque el sacerdote ha recobrado prestigio sobre todo después que se lo ha visto en todo el país encabezar la movilización general contra el peronismo, no es razón ello, sino por el contrario, para que se confunda la vida católica que es común a los clérigos y a los laicos con una influencia “política” de los clérigos. La clase media no lo sabrá explicar intelectualmente, pero entiende que una política cristiana debe auspiciar las legítimas libertades dentro del bien para reunirse y expresarse; que en el orden de la familia debe favorecer la constitución de hogares de numerosos hijos que puedan ser excelentes ciudadanos de este suelo y del cielo; que en el plano económico debe propender a una armónica distribución de la riqueza para que todas las familias puedan cumplir el destino para el que las puso Dios en la tierra y que en el plano político los ciudadanos deben alcanzar una suma de bienes económicos, culturales y humanos a la par de los pueblos más adelantados. Esta clase intuye la necesidad de una convivencia pacífica de todos los ciudadanos pero en forma tal que la nacionalidad continúe en la línea de la tradición católica de valores en que fue fundada por nuestros próceres.

Para presentar un cuadro completo de nuestra dase media debíamos hacer mención de sus manifiestas carencias, sobre todo, carencias políticas. Por ser una clase típicamente ascendente, que viene del estrato social más inferior, carece de experiencia social, y en particular, de experiencia política, moviéndose con aspiraciones confusas de orden y libertad, que está lejos de atinar a formular. Tiene inquietudes, es generosa, se siente capaz de hacer entregas, pero sin acertar a definir el objetivo y la causa a que entregarse.

Es difícil predecir cómo esta clase se canalizará electoralmente. Si se expresará en los tradicionales partidos políticos que sufrirán un consiguiente remozamiento o si en cambio entrará en nuevos partidos. Sea lo que fuere de ello, se puede dar por cierto que el porvenir inmediato depende de esta clase media católica, cuyo dinamismo irá en rápido aumento.

Pero la multitud de clase media que llenaba la Plaza de Mayo el 23 de setiembre estaba constituida por elemento ambivalente. Tomando un tipo medio de ese elemento podía uno emprender una dirección superior hasta llegar a las clases típicamente altas o podía descender hasta llegar a las bajas. De que predomine una u otra operación en la vida política argentina depende, creemos, la suerte y el destino del país. Por eso, quédanos estudiar la sociología de la otra mitad del país que no estaba en Plaza de Mayo el 23 de setiembre y que, en cambio, con espíritu agresivo se encontraba detrás de los puentes del Riachuelo en el Gran Buenos Aires.

Sociología de las masas asalariadas

No hay que titubear en reconocer que la clase trabajadora argentina ha dado un gran salto en su progreso social. No sólo porque ha conseguido mejorar efectivamente su bienestar económico-social sino sobre todo porque ha tomado conciencia de su propia iniciativa para la solución de sus problemas y aun de su poderío y limitaciones en este mismo aspecto. El peronismo ha significado un elemento activo poderoso en este incremento de nuestras masas sociales. Se podrá, es cierto, discutir el sentido y la eficacia de este mejoramiento y reconocer que él se ha cumplido en el camino del marxismo y que, por lo mismo, a la larga, llevaba a la esclavitud socialista y a la ruina del país. Pero lo que no puede ser negado es el Cambio fundamental de nuestra masa trabajadora, que de la noche a la mañana se convirtió de cenicienta de nuestra política en su elemento rector.

Pero aunque nuestra masa trabajadora se haya beneficiado con el peronismo, deberá reconocer que ha sido utilizada por éste. El mejoramiento de la masa trabajadora ha sido puramente extrínseco y gratuito. Se ha hecho a base de dádivas para que diera en cambio el apoyo a las medidas políticas de un dictador. El sindicalismo de la masa obrera no ha sido instrumento de educación ni en el plano económico ni en el plano político. No se trata de quitarle ahora a la masa obrera las conquistas logradas con el peronismo. Pero sí de que la masa obrera entienda que estas conquistas sólo valen en un régimen de libertades efectivas. Y éste, a su vez, se logra por la fuerza de una organización capaz de mantener por sí misma los propios derechos. Y esta fuerza que es sobre todo una fuerza moral es fruto del progreso educativo moral de la masa trabajadora. Hay el peligro de que las conquistas sociales, que se han grabado en los trabajadores con caracteres indesarraigables, hayan sido engullidas como un sólido sin sufrir antes indispensables transformaciones. Es menester que ahora estas conquistas se consoliden en un régimen de libertades efectivas y con el consentimiento de toda la comunidad del país.

No hay sindicalismo puro, porque aunque éste debe desenvolverse en el ámbito de lo social-económico, tiene derivaciones inevitables en lo político, y aun en el plano específicamente económico debe mantener su coexistencia con otros grupos sociales y, en especial, con el de los empresarios. El sindicalismo es una lucha por mejoras económico-sociales, las que se miden en función de un módulo de vida. El sindicalismo se orienta hacia una concepción marxista de la vida o hacia una concepción cristiana. Como lo advertimos ya, el sindicalismo peronista se ha deslizado hacia una concepción marxista.

Felizmente, este marxismo ha virtualmente fracasado. No ha logrado introducir el milicianismo en nuestras masas obreras. No por falta de valor, como sostiene la burguesía argentina, sino por falta de sentido. En nuestros obreros no ha arraigado el marxismo porque éste es una ideología y nuestros obreros quieren realidades humanas y no ideológicas. En realidad, nuestras masas trabajadoras son de buena salud moral y ésta constituye su mejor defensa.

Es importante subrayar estos puntos porque de la política que practiquen los otros grupos sociales y políticos depende el futuro político del país. Nuestra masa trabajadora debe ser estimada y valorada. No es de gran cultura pero es sana física y moralmente y es sana y segura en sus apreciaciones instintivas. Quiere paz social. Quiere ascender socialmente. Tiene conciencia de sus derechos económico-sociales. No tiene por ahora, ambiciones políticas. No está maleada por ideologías. Se siente impulsada en un sentido nacional.

División entre la clase media católica y la masa asalariada

Así como la clase media católica, en general, estuvo contra el peronismo y está ahora con la revolución triunfante, la masa asalariada estuvo con el peronismo y está ahora contra la revolución militar. Perón significa para la clase trabajadora el realizador y sostenedor de sus conquistas sociales. En realidad, es el único gobernante que ha visto la significación de las masas trabajadoras en la política, y ha tratado de sacarle provecho. No se podría decir que la masa asalariada acepta el peronismo como ideología marxista pero lo acepta de hecho a Perón como el realizador de mejoras sociales.

Esta actitud crea una grave situación en la posición religiosa de la masa asalariada. Hasta antes del 16 de junio ésta no acompañaba a Perón en su ataque a la Iglesia. Mantenía más bien una actitud expectante. Diríase que se sentía inclinada a mirar benévolamente a los católicos y a considerarlos arbitrariamente perseguidos. Pero después del 16 de junio esta situación ha sufrido un cambio fundamental. Sea por la propaganda sectaria de la prensa peronista, sea por la lógica endiablada como se han presentado los hechos, ha surgido la idea en los medios muy populares de la responsabilidad del clero en el golpe revolucionario del 16 de junio y, consiguientemente, en la matanza de obreros en Plaza de Mayo.

El hecho es que entre el sector obrerista que acompaña al peronismo y la clase media católica que lo combatió, se ha abierto una profunda fosa de división. Puédese considerar a uno y otro bloque, globalmente considerados, en campos antagónicos. Uno y otro bando se hallan ubicados en campos distintos e inconfundibles. El 23 de setiembre, después de contemplar la Plaza de Mayo, no había sino que cruzar el Riachuelo para tener idea exacta de cuáles eran estos campos, quién constituía cada uno, en qué sentimientos recíprocos se encontraban.

La figura y el discurso de Lonardi

La protección singular de la Virgen, que ha hecho el milagro del triunfo militar, va haciendo posible la marcha de la reorganización del país. Un militar limpio, austero, prudente y sereno maneja el gobernalle del Estado. Y en el acto del juramento ha dicho a la multitud reunida en Plaza de Mayo: “Yo tengo la convicción de que, aun siendo muy pequeños, hemos hecho una gran acción y que ello muestra el designio de Dios de prestarnos especial ayuda”.

El programa de gobierno del general Lonardi, prudente y juicioso, después de resumirlo en dos palabras, imperio del derecho, incluye un punto capital para la unión de los argentinos. Helo aquí:

“Ya he dicho en Córdoba que los sindicatos serán libres y las legítimas conquistas de los trabajadores serán mantenidas y superadas. Tanto como la de mis compañeros de armas, deseo la colaboración de los obreros y me atrevo a pedirles que acudan a mí con la misma confianza que lo hacían con el gobierno anterior. Buscarán en vano al demagogo, pero tengan la seguridad de que siempre encontrarán un padre o un hermano”.

Superación de la división del país

La realidad es que el país está profundamente dividido. Y el problema -pavoroso- es que esa división tiende a ser cada vez más profunda. ¿Cuál debe ser la actitud fundamental a adoptar para que las diferencias se allanen y desaparezca, en lo posible toda división? Entendemos que está en reconocer como hecho fundamental que el peronismo no ha pasado en vano en el país y que junto a mucho malo ha realizado muchas cosas buenas. Lo malo debe ser expulsado pero lo bueno debe ser mantenido y superado.

¿Qué es lo que se debe mantener de la década peronista?

Lo diremos sin titubeos. La realidad que se oculta o que se debe encerrar bajo la triple bandera, que enarboló el peronismo, de justicia social, recuperación económica y soberanía política, junto con la enseñanza religiosa. Hay una cosa real y es que el peronismo ha acertado en levantar el nivel económico de las clases asalariadas. Ello se debe mantener y acrecentar. Por de pronto corrigiendo el método con que lo ha alcanzado, es decir a costa de la clase media que ha sido visiblemente perjudicada. En su oportunidad estudiaremos el Plan Prebisch. Pero desde ya podemos decir que se debe promover una economía expansiva estimulando un acrecentamiento de todas las clases sociales, en especial de las más desheredadas. Esta es la única base sólida de asegurar la paz social. El ejemplo americano de gran producción redistribuida armoniosamente en todas las clases sociales de la población puede ser magníficamente practicado entre nosotros. Nada de que unas clases o grupos se enriquezcan a costa de otras clases o grupos. Una economía de alto consumo de todos los sectores de la población respaldada por un alto aparato productor de bienes agropecuarios e industriales que sostenga ese consumo. Porque producción y consumo, en definitiva, se igualan y se conjugan.

En segundo lugar, recuperación económica. Por recuperación económica entendemos una economía nuestra, manejada por nosotros, que podrá y deberá negociar con el extranjero, hacer concesiones y contraer empréstitos, si fueren necesarios y convenientes, pero todo ello en forma tal que el manejo de las riquezas del país esté en manos de las fuerzas económicas de la nación. El Río de la Plata no puede constituir ya tierra de disputas para intereses ingleses o americanos. Tiene su propietario natural que se halla en condiciones de un pleno ejercicio de sus derechos de dominio. Una economía de recuperación plena, sin xenofobias, puede conjugarse con un vasto programa de justicia social.

La soberanía política importará una nación con destino en el concierto de pueblos de América y del mundo, no precisamente en tercera posición, sino en posición rectora, marcando rumbos, dentro del área occidental de naciones, consciente de que lo fundamental para la vida nacional e internacional es una definición frente a los altos valores del Espíritu.

Por ello, en esta hora de crisis del mundo, implica una elocuente definición la enseñanza religiosa en las escuelas, con tolerancia para las conciencias; si la clase alta y media argentina busca y paga para sus hijos la enseñanza y educación religiosa en establecimientos privados, no es justo dar una enseñanza inferior, despojada de sentido religioso a las familias obreras y populares. La experiencia de los años de educación religiosa en las escuelas demuestra su fuerte poder educativo porque fue esa inculcación de los principios cristianos lo que determinó luego la reacción contra el tirano cuando éste arbitrariamente persiguió a la religión.

Además la definición religiosa le da sentido a la vida toda del país. Por encima del trabajo —marxismo—, o de la libertad —liberalismo— erige un valor más alto, verdaderamente digno de ser servido. Sólo los que erigen a Dios por Señor de sus vidas están en condiciones de neutralizar eficazmente al marxismo del peronismo y al liberalismo que engendró ese marxismo.

Este programa cuádruple debe ser cumplido dentro de un régimen de libertades públicas que impida entre otras cosas la corrupción administrativa y el enriquecimiento ilícito de los funcionarios. Pero lo importante, lo perentorio es no volver a antes del 4 de junio de 1943, como desean los partidos políticos, grupos liberales que quisieran retrotraer el país a 1853, y los socialistas a lo Américo Ghioldi. Bajo este aspecto, denunciamos severamente el grave peligro en que se halla la Revolución militar y el gobierno provisional, que por carecer de programa definido está siendo torpedeado por fuerzas parciales interesadas, que parecen carecer de noción del bien común; fuerzas liberales, en especial de izquierda, socialistas y comunistas que se han lanzado a la conquista del país como si estuviera vacante. Ya asoma el peligro de la partidocracia, en que cada partido, sin visión de la unidad nacional, se reparte al país y quiere manejarlo en todo o en parte como si fuera un feudo que le hubiera tocado en propiedad. No sabemos si este régimen es preferible al peronista. Porque si el peronismo manejaba al país discrecionalmente, los partidos políticos, al pretender manejarlo como propio, añaden la anarquía al uso discrecional de lo que debe ser bien común de todos los ciudadanos.

Pero volvamos al problema central. El país está, profundamente dividido y su división más profunda la constituye el hecho de que de un lado se halla su clase media y, del otro, su clase obrera. ¿Qué se ha de hacer? ¿Qué se ha de hacer incluso para que no se repita el fenómeno peronista y ya bajo signo comunista? No faltan quienes creen que el problema se soluciona con balas. Y lo curioso es que quienes se enardecían de indignación por el despliegue de represión policial contra el barrio norte y la oligarquía aceptan como solución expeditiva e ideal el ametrallar obreros. Otros no piensan recurrir a esas soluciones pero consideran que los obreros y los barrios populares son de calidad inferior, formada por sub-hombres que, de una u otra manera, hay que tener sometidos. Felizmente, sobre todo en la clase media católica predomina un sentido más humano. Hay que realizar una gran empresa —de justicia y caridad— para levantar el bienestar económico, cultural, religioso y político de las clases más desheredadas de nuestra patria: Abolición del proletariado industrial y rural. La base de esta campaña debe ser una economía de bienestar popular como propiciamos anteriormente. Ello determinará un levantamiento del nivel social que será base de un progreso cultural, religioso y político. Sólo así el peronismo será vencido profunda y radicalmente en nuestro país. Pero esta empresa sólo la pueden llevar a cabo la clase media católica con la clase obrera.

(PRESENCIA. -11-XI-1955)

 

Fuente: Meinvielle, Julio, Política Argentina 1949-1956, Bs. As., Editorial Trafac, 1956, pp. 290-301




Comentarios