Julio Irazusta – Actores y espectadores

Julio Irazusta – ESPERANZA Y TEMOR DEL SIGLO, Raymond Aron

Este sociólogo francés, que se ha hecho conocer por varios libros notables (EL OPIO DE LOS INTELECTUALES, EL HOMBRE CONTRA EL TIRANO, DEL ARMISTICIO A LA INSURRECCIÓN NACIONAL, EL GRAN CISMA y LAS GUERRAS EN CADENA) sigue su estudio del mundo contemporáneo, tal como surgió de las dos guerras mundiales, en otra serie de ensayos, que él dice “no partidarios”, y ha recogido bajo el título común de ESPERANZA Y TEMOR DEL SIGLO[1]. Trata en él de la derecha, para mostrar las transformaciones que sufrió entre dos épocas, la anterior y la posterior al diluvio, y sus actuales puntos de coincidencia con una izquierda también drásticamente evolucionada; de la decadencia, francesa y europea, para concluir en. dos paradojas, diciendo que “nada fracasa tanto como el éxito” y que “nada sirve tanto como el fracaso”; y de la guerra, para analizar los cambiantes aspectos de la guerra fría, a medida que se prolonga sin aparente solución.

El pensamiento del autor es de una densidad extraordinaria no siempre llevadera para el lector, pues su expresión no está a la altura del ambicioso propósito intelectual de comprenderlo y explicarlo todo. El provecho que se saca de sus páginas es enorme. Sus observaciones sobre todos los temas que toca son casi siempre acertadas, y a la vez novedosas. Una de las más interesantes es la que se refiere al último siglo y medio de historia francesa. Contrasta la inestabilidad constitucional del XIX con la inestabilidad ministerial del XX, para decir que ésta no es peor que aquélla. Las que dedica al milagro alemán no son menos instructivas. “Las masas obreras —dice— no son menos trabajadoras que antes, nada hostiles a quienes simbolizan el capitalismo alemán (Krupp-von Bohlen), optan en mayoría por el partido social-demócrata, ya no creen en el profetismo marxista. Con la elevación del nivel de vida y el pleno empleo, con el agotamiento del mesianismo, el sindicalismo ya no ejerce la misma atracción sobre los proletarios, ni la misma ocasión de comunidad y de combate. La TV y las motocicletas ejercen un mayor poder de evasión y de ensueño” Según Aron, se podría decir que los partidos que en Francia equivalen a los dos partidos ingleses se oponen menos que en Gran Bretaña, puesto que gobiernan juntos y no alternativamente.

Como a las controversias políticas, la evolución histórica quitó agudeza a las económicas, según Aron. “Las sociedades industriales —dice— siguen siendo fundamentalmente inigualitarias. Entre la base y la cima de la escala de salarios, en Unión Soviética, la diferencia es por lo menos de 1 a 40. Las rentas de los poseedores de yates en Estados Unidos, Inglaterra y Francia, son más de 40 veces superiores a la renta del obrero no calificado. Tal vez pequeños países, Suecia y aún más Noruega, lograron reducir las desigualdades rentísticas en el interior a límites más estrechos: el «rico» en Noruega parece no disponer sino de 3 a 4 veces más recursos que el «pobre». En Occidente, el progreso económico quitó sin embargo a las controversias sobre la desigualdad una parte de calor. La redistribución de todos los dividendos entre millones de asalariados no aportaría a cada uno de ellos sino algunos pesos suplementarios por semana. Pocos años de expansión económica enriquecen a los trabajadores más de lo que lo haría la expoliación de los ricos; en una sociedad en que los recursos colectivos aumentan de año en año, en lugar de ser aproximativamente fijos una vez por todas, la vieja querella de la desigualdad toma nuevo contenido. El partidario de la igualdad debe, a cada instante, en lo inmediato y para la sociedad de sus ensueños, demostrar que la igualación de las rentas no es desfavorable al enriquecimiento común”. Como se ve por este pasaje, el autor, pese a su tentativa de ponerse por encima de las posiciones extremas, opta entre ellas a favor del utopismo que aparenta descartar de su pensamiento.

Derecha e izquierda —agrega volviendo a su equilibrio anterior—, situadas en el interior de los regímenes mixtos de Occidente, colaboran sin dificultad, porque las condiciones de propiedad y modos de funcionamiento, no se presentan ya como absolutas (socialismo, capitalismo) entre las cuales se deba , sino como técnicas, cuyo empleo combinado es posible, teniendo cada combinación probablemente ventajas e inconvenientes (la que asegure un crecimiento más rápido puede acarrear una desigualdad aumentada). Esta cooperación de hecho no excluye el diálogo sobre los medios actualmente preferibles, mas que la oposición sobre los fines”. La digresión entre paréntesis, que parecería inclinar al autor hacia la derecha, no expresa su pronunciamiento final, que es a favor de la izquierda, puesto que en el pasaje citado de su obra dice que el igualitarismo económico extremo no conspira contra la productividad ni contra la prosperidad, como resulta probado de la experiencia.

La que Aron aduce en este libro es la de los países de la Europa Occidental, que según él han superado la crisis de la posguerra con la planificación y el igualitarismo. Pero el observador descuida la razón política, que está en la base de la economía europea actual: la ayuda financiera norteamericana. No es que la ignore o la omita en su libro, sino que no la relaciona debidamente con la fase actual de la evolución económica europea. Otra falla fundamental del libro está en que atribuye al colonialismo francés y al imperialismo inglés rasgos demasiado edulcorados, que no son los que conoce la historia, y que han sido admitidos por otros observadores europeos, ingleses y franceses. Según Aron, la expansión colonial europea no habría sido un proceso de expoliación de los países subdesarrollados, sino una valorización de economías atrasadas o estancadas. Apreciación que no cuadra con las consecuencias que aquélla está teniendo a nuestra vista.

Mucho más tradicionalista en política que en economía, el autor del libro que comentamos ha escrito su mejor ensayo al tratar la guerra fría. Para que se tenga idea de su acierto citaré esta frase: “Entre las tesis que planteamos al comienzo: salvar la paz con la amenaza de una guerra cada vez más multiplicar los distingos entre las modalidades de la guerra a fin de limitar la violencia, no tengo la menor duda de que la segunda es justa y la primera mortal. El espíritu geométrico, aplicado a las cosas humanas, es catastrófico… Entre la apacible discusión y el aniquilamiento recíproco, es preciso que subsistan términos medios. Todas las civilizaciones tuvieron la misma tarea: limitar la violencia. Sería ingenuo —agrega— afirmar que toda guerra será en adelante atómica, o que la violencia desaparecerá de la humanidad… Los sabios que nos ordenan crear mañana el Estado universal, so pena de perecer todos en un monstruoso holocausto, no animan nuestra voluntad: nos reducen a la desesperación … La sabiduría política no propone nada más que supervivencia por la    moderación”.

Una de sus mejores críticas a la estrategia occidental es la que muestra cómo al concentrar Occidente sus recursos en la producción de armas atómicas o bombas termo-nucleares, y descuidar las tácticas convencionales anteriores, hace difícil o imposible un acuerdo para evitar la catástrofe con la prohibición de los medios de apocalíptica destrucción. Por un lado, la censura de un profano, a los responsables de la estrategia occidental que supieron no abusar de su fuerza, cuando tenían el monopolio atómico, y demostraron previsión a largo plazo en siglo y medio de aciertos diplomáticos, es algo presuntuosa. Por otro lado, lo que dicha censura tiene de acertado parece haber sido admitido por aquellos dirigentes censurados, puesto que la estrategia occidental vuelve a prestigiar los grandes batallones, y a no concentrar sus recursos en la producción atómica y termo-nuclear.

Una última advertencia para el lector local: que reflexione sobre la posición del autor ante la civilización industrial, para la que admite una mayor dosis de intervencionismo estatal, de la que es prudente para poblar el desierto argentino. El dirigismo entre nosotros es aconsejable en una etapa de transición, para recuperar fuentes de riqueza, y quitar al capital extranjero el privilegio que de hecho o de derecho se le acuerda aquí tradicionalmente. El anti-capitalismo no tiene sentido en un país que debe acumular capitales, o repatriar los que se han evadido, antes de repartirlos; y que si cree convenientes o necesarias las inversiones extranjeras, no las puede atraer con persecuciones al capital y la propiedad privada, a no ser que les otorgue privilegios leoninos, que las vuelvan tan expoliatrices como fueron en el pasado.

REVISTA POLÍTICA, Buenos Aires, agosto de 1958.

Fuente: Irazusta, Julio, Actores y espectadores, Bs.As., Dictio, 1978, pp. 157-161


[1] ESPOIR ET PEUR DU SIÉCLE – ESSAIS NON PARTISANS, Paris. Calman-Lévy, año 1957.

 

 




Comentarios