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Julio Irazusta – Balance de Siglo y Medio (fragmento)

Condiciones de una solución

1. No es necesario encarecer mucho lo desastroso de la situación que atraviesa el país. Por hartos que estemos de oírlo, se lo debe repetir. Pues es la pura verdad, que con el tiempo que pasa, lejos de mejorar, empeora. Y esto mismo es un indicio acerca de la calidad de la crisis. Si un país con las riquezas de la Argentina, no sólo potenciales, sino efectivas, no puede superar una mala situación en lustros o décadas, cuando los países azotados por la guerra se hallan florecientes al cabo de pocos años, quiere decir que no se quiere, y no que no se puede arreglarlo. Cuando estaba Perón, podiamos creer que un loco desorbitado tenía la culpa. ¿Qué han hecho los sabios y los sensatos? Peor que él. Ellos significa que la solución no está en la inteligencia o en la sensatez, sino en la voluntad de bien. Que es lo que ha faltado desde el tirano despuesto para acá.

2. Principales características del mal: carestía del Estado.

La voracidad fiscal absorbe casi el cincuenta por ciento de la renta nacional, pero los servicios que devuelve a la comunidad no están en relación (ni lejos) con lo que cobra por prestarlos. Así siempre cierra su presupuesto con déficit, pese a que, por efecto de la inflación, la recaudación fiscal aumenta de año en año por lo menos en un 25 o en un 30% sobre el producido del presupuesto anterior. Al subir los precios, junto con el aumento del circulante, los réditos de cada contribuyente son mayores en apariencia, aunque las ganancias sean las mismas; en consecuencia, la Dirección General Impositiva los tasa sobre la base de una escala más elevada y les cobra más; de donde el aumento anual de la recaudación fiscal. Si de un año a otros se dejara fijo el mismo presupuesto, éste se equilibraría en meses. Si no se lo ha hecho en tantos años, es porque no se lo ha querido. Como los caranchos viven de la osamenta, el régimen de infamia vive del caos. La situación económico-financiera insoluble autoriza a mendigar empréstitos en dólares, que siempre dejan un reguero de dinero en coimas para los tramitadores.

3. Consecuencia inexorable de la voracidad fiscal, es el contrabando. Éste no depende de la mayor o menor inmoralidad de los habitantes de un país, a no ser en la medida que una serie de factores (como los que sufre el nuestro) concurre a desmoralizarlo del todo. Grávese a una población cualquiera en la forma que se lo hace en la nuestra, y el resultado será idéntico. Cuando los gravámenes sobrepasan el tanto por ciento que hasta las sentencias judiciales llaman inconstitucional y confiscatorio, superando un 33%, y llegan a más del 50%, el incentivo ofrecido por el fraude al fisco es demasiado grande para que el gran contribuyente se resista a intentarlo. Si a ello se agrega que el contrabando obtiene ganancias fabulosas, y tiene dinero de sobra para sobornar a los funcionarios encargados de vigilarlo, el cuadro quedará completo.

Hasta la supresión de algunos encargos a los productos del agro, los gravámenes a la exportación y la importación eran entre nosotros tan elevados, aquellos solos explican el auge del contrabando. Una firma contrabandista puede ganar un 30% o más sobre sus competidores, y arrebatarles los clientes con rebajas sobre el artículo importado o exportado, que a ella le son posibles por su amplio margen de ganancia. Está en la conciencia de todo el público hasta qué punto los artículos de importación entrados al país con fraude perturban el comercio, y aun la conciencia nacional. Cuanto a los artículos de exportación, los casos de irregularidades son aparentemente menos numerosos, aunque en los últimos tiempos volvióse frecuente el descubrimiento de embarques de carne hechos sin previo pago de los gravámenes fiscales, que recibían severas sanciones de las autoridades. Pero conociendo las facilidades que hay para embarcar mercadería en mayor cantidad que la estipulada en los certificados de carga, y sabiendo que los grandes exportadores en los principales renglones de nuestras ventas al exterior tienen flotas propias, o están estrechamente relacionados con las compañías de navegación extranjeras, no es suspicacia excesiva suponer que regularmente se producen cuantiosas filtraciones en los embarques de los grandes exportadores. Un pequeño exportador sorprendió en el puerto uno de estos fraudes: estando al lado de un barco, en una cola de camiones, con uno de mijo, entre varios de una firma cerealista del pulpo internacional, supo por el empleado de la Aduana, que él con su camión único y su poderoso vecino con varios habían cargado la misma cantidad de cereal.

4. La cantidad de recursos fiscales, y de riqueza nacional que se evade, es incalculable. A eso deben atribuir las cifras decrecientes de la estadística de exportación. Cierto, los precios de los productos de nuestra exportación han bajado en Europa, por causas ajenas a nuestra voluntad. Pero no es menos cierto que nuestro sistema de ventas a consignación en el principal de nuestros mercados, equivale a una especie de dumping, de que siempre se han quejado nuestros competidores australianos y neozelandeses, sistema que ha arruinado los precios en Europa, y contra el cual se defiende el Mercado Común, más de los que se cierra espontáneamente a nuestros frutos. En vísperas de la última licitación italiana de carnes, llegaron al país innumerables telegramas de Italia, publicados por La Nación, de Buenos Aires, en los cuales se nos advertía que nuestra preocupación para intervenir en ella debería ser, no una rebaja excesiva, sino formular una oferta conveniente, pero que no hiciese competencia ruinosa al productor italiano, a quien su gobierno defiende en su nivel de vida.

5. La evasión fiscal contra los gravámenes excesivos produce los mismos efectos en el orden interno, que en el de la exportación. Contra un Estado voraz que de año en año aumenta la escala de los gravámenes, sobre la base de aumentos ficticios de ganancias nominales, fruto de la inflación, debida al mismo Estado, el contribuyente aplica su ingenio a evadir el impuesto confiscatorio. Aparte del fraude liso y llano, que hacen miles de productores que ni siquiera están fichados en la Dirección General Impositiva, los recursos para evadir el impuesto nunca faltaron a las poblaciones agobiadas por la voracidad fiscal. Uno de ellos, y el más socorrido, estaba legalmente al alcance de los más inteligentes, en la política oficial de promover la pseudo-fabricación de automotores, con la liberación de impuestos para todo cliente de una de las nuevas fábricas que compre una camioneta de trabajo, un tractor, etc., etc., descontándole de la suma sobre la que debe pagar réditos, el 100% del precio pagado.

La mayoría de esas fábricas son pseudo-inversiones, a las que se les permite importar repuestos de automotor (uno de los rubros de importación más gravados con recargos: hasta del 80%) y vender las unidades al precio elevadísimo que resulta de esos recargos que exigen del comprador argentino de automotores dos, tres o cuatro veces más de los que éstos valen en el mercado internacional.

6. Otra consecuencia de los altos gravámenes que cobra el Estado argentino, es la evasión de divisas. El fruto de las fabulosas ganancias realizadas por los contrabandistas y los privilegiados del desarrollo o pseudo-inversores extranjeros, emigra del país: en el primer caso, porque en las ventas al exterior, el beneficiario deja sus ganancias netas depositadas en el extranjero; en el segundo, porque el pseudo-inversor tiene derecho a exportar sus ganancias con dólares baratos que el Estado argentino se ha comprometido a darle aunque no los tenga (tomándolos prestados), y gracias a la sobrevaloración del peso respecto del dólar, mientras se desvaloriza en todo lo demás.

Por el juego combinado de esos factores, la Argentina parece no exportar sino por valores decrecientes y no tener capital propio para financiar su desarrollo por sí misma. Pero si nos compenetramos de la verdad de lo antedicho podemos asegurar que el país exporta por dos o tres mil millones de dólares, que no pueden figurar en las estadísticas, porque son el fruto del fraude fiscal; y que sus ahorristas atesoran ingentes sumas que no pueden figurar en los depósitos bancarios, porque no quieren caer bajo la guillotina de las exacciones impositivas o están destinados a invertirse en colocaciones usurarias, a un interés del 4 o el 5 % mensual. La prueba está en la facilidad que hallan los pseudo-inversores para colocar en la plaza de Buenos Aires ingentes emisiones de títulos para integrar con capital argentino (en empresas extranjeras) las inversiones que se comprometen a traer del exterior. Un caso típico: una de las mayores firmas mundiales en la producción automotriz comprometióse a realizar una inversión de mil millones de pesos; su filial en el país tenía un taller de montaje, que valía cuatrocientos millones de pesos. La compañía internacional compró a su agencia local ese taller por un peso moneda nacional (sobre ese monto pagó el impuesto a la organización de una sociedad anónima); y emitió acciones por seiscientos millones de pesos: la inversión de mil millones de pesos estaba cumplida. Eran alrededor de doce millones de dólares que debieron venir de afuera, pero en realidad proceden del interior; sin embargo, los extranjeros dueños de la empresa tienen derecho a exportar sus ganancias en dólares, como si se tratara de una efectiva radicación de capital importado, cuando lo único que entró al país fueron las piezas de automotor exentas del gravamen del 80 % al repuesto (privilegio anexo a la radicación de capital) y el precio que cobran por las unidades montadas y vendidas será doble o triple del que vale la mercadería en el mercado internacional.

7. Así el desarrollo se hace con nuestro capital (disfrazado de extranjero), pero sus ganancias, como de empresas consideradas extranjeras, son exportables; lo que significa que no se capitalizará en beneficio del país, sino en su contra, y será un factor agravante de la ya deficitaria balanza de nuestros pagos al exterior.

Todo lo referente a la pseudo-inversión en la industria automotriz vale para las que se hicieron en los primeros años de la presidencia Frondizi, en la del petróleo y anexos de la producción de energía. Y produce los mismos efectos de atraer el ahorro nacional hacia empresas de rótulo extranjero, que exportarán sus ganancias con dólares baratos, estabilizados con préstamos externos, que luego de enriquecer al extranjero nos dejarán endeudados en forma irremediable, de continuar el comercio exterior con balanza de pagos desfavorable para nosotros como hasta ahora.

8. El contraste entre el dólar estabilizado para exportar ganancias (pero no para importar bienes de capital, puesto que éstos tienen recargos abusivos, de que se eximen únicamente los pseudoinversores extranjeros), y el declinante valor del peso en el orden interno, debido a la desenfrenada inflación que el gobierno continúa haciendo cuando le conviene, es una ventaja más que se otorga a los privilegiados del desarrollo. Con una contabilidad en dólares, la mano de obra y en general los costos locales se abaratan, mientras las ganancias exportables de las empresas extranjeras aumentan.

9. La cesación de pagos a que llegó el gobierno por períodos alternados con otros de euforia inflacionaria sella el fracaso de esa política. Proporcionalmente y absolutamente, la Argentina recibió más aporte aparente de capital extranjero que Alemania. Según confesión del ministro Webhe, debíamos dos mil quinientos millones de dólares. La República Federal debe tres mil quinientos millones de dólares de 1945 a 1955. Allá se produjo el milagro alemán de la restauración económico-financiera, acá el milagro argentino de la bancarrota. ¿No será porque lo que en Alemania fue realidad, aquí fue apariencia? Allá no hubo gobernantes capaces de prestarse a comprometer al país en deudas ficticias, en seudoinversiones que no son sino maniobras de malos argentinos, cómplices de aventureros internacionales, asociados para repartirse los despojos del trabajo nacional, según el modelo dejado por Perón y Jorge Antonio.

10. Con ser gravísimos, todos estos aspectos de la crisis no lo son tanto como la corrupción administrativa y la tortuosidad política, que son causa y efecto de aquéllos.

11. De todos los aspectos de la situación, el más peligroso es sin duda la posición asumida por las Fuerzas Armadas como órgano de control permanente para un Poder Ejecutivo que no inspira confianza. Aunque tal contralor sea indispensable para evitar males mayores, no hay tal vez ninguno peor que el de alterar las bases de nuestro régimen constitucional, que hacen del magistrado supremo el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. La subversión implícita en el hecho de que quienes deben obedecer impongan directivas al que los debe mandar, es un ejemplo funesto para el pueblo, que no puede leer sino a manera de letras grandes – como decía Platón – la acción de los gobernantes, para guiarse por las enseñanzas que de ella resulta. Como del fraude patriótico de 1930 a 1943 salió el peronismo, de la situación irregular que acabamos de describir en este acápite puede salir algo peor.

12. Un nuevo gobierno de hecho corregiría el mal señalado en último término, y no el menos peligroso, pero nos dejaría la tarea de remediar todos los demás.

13. Remontando en la enumeración de los aspectos de la situación, nos tocaría hablar en seguida de la crisis moral, a la que la mayoría de la opinión atribuye la permanencia y el agravamiento continuo de nuestros males, pese a la negación que de ella hacen sus principales culpables.

La crisis tiene causas anteriores al aumento de la corrupción generalizada que el país sufre; pero sin duda ha pasado ahora a ser su principal característica, según módulos espirituales que se han dado y repetido en los grandes países civilizados. Para no citar sino un ejemplo, la Francia de Enrique IV, al cabo de tres ignominiosos reinados de los Valois, había puesto a ese gran pueblo en situación que parecía irremediable. La inmoralidad entronizada en la cumbre del Estado parecía haber hecho de la nación que había tenido santos coronados, una Sodoma o una Gomorra. Y, sin embargo, Enrique IV la saneó en cuanto subió al poder, y al cabo de diez años de reinado dejó una situación tan floreciente, que la imaginación popular la sintetizó en dicho proverbial: que en cada hogar francés había una gallina en la olla. ¿Cómo se operó el milagro? ¿Por la sabiduría? Ni el rey ni su gran ministro Sully eran sabios. Pero eran héroes. Eran los hombres de encargo para salvar a los países en crisis moral, según el aforismo de Santo Tomás cuando decía: que nos enseñe el sabio, pero que nos gobierne el prudente. La prudencia, en medio de todas las otras virtudes que adornan al héroe, es la que en él preside las demás.

No sólo: estas crisis, en apariencia insolubles, sirvieron a los países predestinados a la grandeza, de trampolín para saltar a mayores alturas con la ambición de alcanzarla. Una nación privilegiada por la naturaleza, y con veinte millones de habitantes (base de la que partieron las grandes potencias para entrar en la carrera de la supremacía) no necesita sino aprovechar sus recursos con heroísmo durante período razonable para llegar a una meseta de la que después no se desciende sino como todas las dominaciones y poderes que en el mundo han sido. Como decía Vico, primer estudioso de las sociedades en la época moderna, los obstáculos suelen ser oportunidades para las naciones afortunadas.

14. La medida más urgente de un buen gobierno en las actuales circunstancias es el abaratamiento del Estado. La rebaja impositiva, cuya necesidad intuye a veces la propia administración, es impostergable si se quiere reactivar el comercio, aumentar la producción, permitir al contribuyente argentino capitalizar el fruto de su trabajo y suprimir la irritante desigualdad entre el pseudo-inversor extranjero, que viene a producir exento de gravámenes y a exportar ganancias, mientras el habitante del país (nacional o extranjero) produce bajo una presión fiscal abrumadora que lo descapitaliza y desalienta. Las formas de la rebaja impositiva deberían estudiarse de inmediato como el camino real para encaminarse a una solución.

Al poco tiempo arrojaría un aumento de la recaudación fiscal, pues desalentaría el contrabando y la evasión de los impuestos, quitándoles sus incentivos. Pero en el momento produciría un déficit.

Para remediarlo en seguida, hay dos factores: la vigilancia heroica de la inversión del presupuesto, que es un árbol podrido, lleno de ramas muertas, cuya savia es secada por la corrupción administrativa, en complicidad con los aventureros; y la relativa pequeñez de la deuda interna, en un país cuyos ahorristas detienen cantidades de dinero incalculables, que no pueden figurar en las estadísticas oficiales, porque financian el contrabando y la usura, pero que al quedar éstos desalentados por la rebaja impositiva, deberían orientarse al crédito oficial para invertirse con provecho, a la vez que contribuirían a la solución de los problemas económico-financieros nacionales. Un gobierno que inspire confianza desde el comienzo, y no se desviase de esa conducta, no hallaría dificultad en apelar al crédito interno para resolver los problemas más urgentes.

15. En segundo lugar, se impone una revisión o renegociación de las inversiones extranjeras, reales o supuestas. Porque el país no puede soportar en las condiciones actuales de las balanzas de comercio y de pagos, la hemorragia financiera que aquéllas provocan.

16. Cuanto a la moneda, la valorizaría de inmediato la confianza merecida por el gobierno. Así lo mostró el cambio de Perón a Lonardi. De mantenerse la opinión entre el público de que la administración es incorruptible, el factor psicológico, esencial en la cotización de las monedas, permitiría no sólo estabilizar el signo monetario sin afectar las reservas, sino valorizarlo paulatinamente, como ha sucedido en Alemania. Con lo que se valoriza el salario y se atenúan los conflictos laborales.

17. Una vez arreglada la casa, y robustecida la posición económico-financiera del gobierno, habría llegado el momento de acometer otra de las tareas impostergables de una administración que tenga la voluntad de resolver el problema, y no meramente de conservarse en el poder, dividiendo para dominar: a saber, la reforma o reestructuración del comercio exterior.

En parte, ésta quedaría hecha por la rebaja impositiva, que al quitar incentivo al contrabando y el fraude fiscal, haría aflorar a las estadísticas el verdadero monto de nuestras ventas al exterior, y nos daría pronto los recursos necesarios para financiar las importaciones sin quebranto. Pero siempre quedaría el hecho de que malbaratamos nuestras exportaciones, con ventas a consignación en el principal mercado comprador, con lo que provocamos la incesante baja de los precios para los mejores frutos del país, y la imposibilidad de cobrar mis en los otros mercados exteriores.

Pero esto sería oportuno únicamente cuando la economía y las finanzas estuviesen saneadas, y hubiésemos dejado de ser mendigos de dólares en todas las plazas financieras del mundo. Porque en cada problema de comercio hay implícito un problema de diplomacia. Y siendo deudores pródigos, no podríamos negociar con nuestros acreedores para resolver la crisis de los precios que nos dejan sin renta. Se sabe que una de las condiciones del Club de Paris, es no intentar la menor defensa de nuestras posiciones en el comercio mundial. Sin embargo, el Mercado Común ha introducido un cambio en esa política de Europa respecto de Hispanoamérica. Al revés de lo que dicen los agoreros, en vez de ser una amenaza para nuestras ventas les abre brillantes perspectivas futuras. Como tiende (con éxito ya logrado) a elevar el nivel de vida europeo, los mejores observadores han afirmado que aumentará el consumo de carne per cápita y que nos comprarán mayores cantidades de este producto a mejor precio. Las restricciones a la introducción de la carne argentina en la Europa del Mercado Común se han establecido como medidas defensivas contra el dumping que australianos y neozelandeses siempre nos acusan y con razón) de hacer en el mercado internacional del producto.

18. Antes de poner punto final, conviene insistir en la principal característica que deberá tener cualquier gobierno que quiera disipar el caos fabricado por todos los anteriores. No se necesitan sabios para resolver la crisis; es indispensable la voluntad de bien. Y para esto se necesita el héroe. Si el país no lo tiene para colocarlo a la cabeza del Estado tendrá que resignarse al caos, la otra alternativa que por desgracia nos ofrece el porvenir inmediato.

 

Fuente: Irazusta, Julio: Balance de siglo y medio, Bs. As., Theoría, 1966, p.p. 255-264




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