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Héctor Hernández – Ensayo sobre el liberalismo económico (fragmentos)

  1. EL ORDEN DEL MERCADO: El argumento del orden del mercado resulta atrayente y tiene algún viso de verdad:

Si un productor quiere vender caro (como tienden a hacerlo todos los productores), y los consumidores nos proponemos no comprarle y de hecho ninguno de nosotros le compra, presumiblemente irá a la quiebra. Si nos ponemos de acuerdo y le compramos al que vende más barato, éste será favorecido: en el mercado triunfará el que venda lo más barato posible dentro de un límite que le permita tener ganancias. Los consumidores seremos servidos, beneficiados, por los productores.

Trataremos de esquematizar la crítica en estos puntos:

1) Podemos ciertamente pensar en un orden semejante; y esto puede tener usos gnoseológicos de interés, por ejemplo para reflexionar sobre “tipos” de economía y de comportamientos humanos.

-Pero, tratándose del problema práctico de cómo se ha de ordenar la actividad económica real, concreta, el asunto radica obviamente en analizar sus posibilidades y probabilidades reales de aplicación. En qué medida es posible encarnar tal sistema económico en la realidad, habida cuenta de cómo suelen suceder las “cosas humanas”. Se volverá con la respuesta infra en 3.

2) Entretanto, señalemos que es verdaderamente llamativo, asombroso, y exigiría más explicaciones por parte de los liberales el hecho de que, intentando todos los agentes económicos un fin determinado, se logre un fin no sólo distinto sino contradictorio con aquél. Todos intentan el fin egoísta; pero todos obtendrían precisamente de ese modo el fin no egoísta. [25]

No resulta imposible que la Providencia Divina “escriba derecho con trazos torcidos”; pero sostener que siempre Ella quiera producir el efecto inmediato benéfico para toda la comunidad a través de actos egoístas de sus componentes, no es algo que resulte evidente ni que esté probado. La presunción es más bien contra esta tesis. Porque nos consta la causación que a veces ejercemos en la vida social; y quienes admitimos la Providencia Divina sabemos que Ella actúa, regularmente, a través de las causas segundas.

Queda sin tratar el tema de qué liberales admiten y quienes no tal “Providencia” o la “existencia” de Dios. A pesar de una eventual división entre ellos en ese punto, entiendo coincide todo liberalismo económico en sostener al menos la tendencia al buen efecto beneficioso del egoísmo individual.

De todos modos, se advierte aquí algo que ciertamente resulta paradójico: el poco aprecio que el liberalismo económico tiene en definitiva por la libertad del hombre en la economía. Pues éste debe resignarse, en ese campo, y contra el sentir común de las gentes, a estudiar esas especies de “leyes naturales”, frente a las cuales la libertad o bien nada tiene que hacer o bien sólo debe no impedir. Advierto la semejanza de estos planteos necesaristas con la “necesariedad” de la revolución comunista, que para el hombre sería como un eclipse de sol, no obstante lo cual él sólo podría acelerarla o retardarla, nada más.

Afinidad del liberalismo con el marxismo: Gonnard señala en varios lugares “las ocultas afinidades del liberalismo individualista con el socialismo” . Lo ilustra con “la evasión de Stuart Mili hacia el socialismo”, (p. 251; cfr. pp. 261, 264, 288, 304). El libro cuarto de la historia económica de aquel autor, “la escuela liberal”, tiene como subtítulo o lema “Prometeo, desencadenado”.

Recuérdese al respecto que Marx hace suya la “fe de Prometeo”. Y que autores como Hayeck, por ejemplo, también provienen del socialismo. Oigamos a éste mismo: “…No sólo yo, sino que también la mayoría de mis colegas economistas libertarios (sic) contemporáneos, fuimos en un principio llevados a la economía por creencias socialistas más o menos firmes…y el estudio de la economía política nos transformó en antisocialistas radicales” (“Socialismo y ciencia”, p.260).

Oigamos también al antiliberal Cathrein: “Creemos que con perfecto derecho se puede y se debe llamar al socialismo hijo legítimo del liberalismo, aunque éste se avergüence de tal paternidad. La cuestión está únicamente en si los principios establecidos por los liberales llevan o no lógicamente al socialismo. Y planteada así la cuestión no dudamos en resolverla afirmativamente”. (“Socialismo”, p. 217 y ss.) Ilustra el punto, entre otras analogías, precisamente con la “teoría del precio”.

Un título de Irazusta señala una coincidencia entre ambas posiciones: “El liberalismo y el Socialismo. Dos efectos de la misma causa: dos causas del mismo efecto”, “ensayo sobre… fraternos enemigos” (p. 330, introducción), escrito en 1932. Pavan señala que para la escuela austríaca la actividad económica es concebida como “una actividad que se despliega en el hombre, pero que no es del hombre; frente a la cual el hombre es pasivo espectador mas bien que actor responsable” (p. 68). Con todo, reconoce dentro de ese necesarismo una cierta libertad del hombre para enriquecerse.

En nuestros días -Solzhenitsvn testifica la coincidencia entre la sociedad capitalista y el comunismo: “Me atrevo a señalar que la vida occidental de nuestros días se caracteriza precisamente por el hecho de que el espíritu ha sido ahogado por la materia”.( cit. por Mazzeo, p.37)

Queda también expresada aquí una verdadera “creencia” liberal, algo que sería como un objeto de fe, que no parece congeniar (me refiero a los que realmente creen en la armonía del mercado) con las pretensiones “científicas” de sus cultores.

Quede abierta la cuestión de determinar en qué medida la tesis de la armonía es o no en el liberaleconomismo algo secundario, que viene después de la afirmación fundamental de la libertad, del deseo de lucro, del egoísmo. Y que sirve de “legitimación ad hoc “ de lo demás de la doctrina. O, por el contrario, en qué medida responde a una concepción esencial y primera en la armonía natural, cósmica y humana. Quizá en esta cuestión haya que distinguir distintos liberalismos: los viejos, que trasuntaban cierta creencia deísta, de los nuevos, que rechazan toda religiosidad, así sea deísta. Otra cuestión ardua, y cuya respuesta insinuamos supra, es la siguiente: ¿En qué medida puede considerarse al liberalismo defensor de esa causación típica del hombre que proviene de su libertad? Paradójico. Adviértase que Sorman define así a los liberales: “Son liberales solamente aquellos que admiten que el mundo obedece a leyes que nosotros no dominamos”. (“La solución, p. 63)

3) Para aproximarnos a la respuesta sobre la posibilidad real de aplicación de la “economía liberal” debemos reparar en los supuestos necesarios para que pueda funcionar una verdadera “economía de mercado”. Dos autores argentinos los enumeran así:

1> “Todos los mercados deben tener gran cantidad de oferentes y de demandantes”; 2 > “Ninguno de éstos puede tener tanto poder (en términos de las cantidades que compra o vende) como para influir en la determinación de los precios”; 3 > Todos los demandantes tienen algún nivel de ingreso y no se considera el efecto que tiene la “distribución desigual de recursos”; 4 > Se supone que “no existe ningún acuerdo entre los agentes involucrados”. “Los agentes se conciben entonces como entidades totalmente aisladas unas de otras, cuyo único objetivo es la “maximización de ganancias” para las empresas y la maximización de la utilidad para los consumidores. Esta sociedad supone por lo tanto que la sociedad es una simple suma de unidades, cada una de las cuales tiene intereses absolutamente particulares, sin que les resulte ventajoso coaligarse en ninguna circunstancia”; 5 > Se supone, también, la perfecta información = “todos los participantes en los mercados conocen en forma transparente todas las cantidades y precios que se ofrecen y demandan” ; 6 > También se supone que “los demandantes no pueden ser engañados vendiéndoles cosas iguales como si fueran distintas”; 7 > “La teoría requiere que todos sean libres de entrar o salir de cualquier actividad; no deben existir ‘barreras’ como la tecnológica, como el acceso desigual al crédito, etc.; 8 > Debe haber “inexistencia de incertidumbre con respecto a las cantidades de bienes y precios en el futuro, por lejano que éste sea”; 9 > Además, la economía de mercado tiene en cuenta solamente “los efectos o condiciones que se expresan a través de los precios”. (Calcagno. “Versos”, p. 101/2)

Vito por su parte, señala: “Nada impide construir una teoría económica sobre la base de la libre concurrencia en el mercado de los productos y en el mercado del trabajo, así como sobre la función negativa del Estado, que asume, en vía de principio, exclusivamente la misión de garantizar el tranquilo desenvolverse de la libre concurrencia. Pero un principio de evidencia elemental condena la aplicación de una mi teoría a la economía”, (p. 6)

El propio A. Smith llegó a escribir: “Confiar en poder implantarse en Inglaterra el libre cambio, sería tan absurdo como el que esperase ver realizada algún día la ‘Océana ‘ o la ‘ Utopía’”, (p. 415)

Pareciera que nos acercamos a la verdadera realidad con este texto tan descarnado, por así decir, escrito en nuestras tierras: “El dirigismo tiene el sentido que le da el que dirige, y siempre hay dirigismo. Sólo que se llama dirigismo cuando dirige el Estado y libertad económica cuando dirigen los grupos monopolistas particulares, que en los países coloniales o semicoloniales no son muy particulares, porque a su vez están dirigidos por la política del imperio dominante”. (Jauretche. “Política y economía”, p. 15)

4) Son tantos, efectivamente, los supuestos que deben darse para que el modelo funcione, que podemos arribar a una conclusión que expresaremos con el liberal ( o “semiliberal”) Röpke de esta forma:

“La formación de precios en régimen de libre competencia y de monopolio perfecto no son, en realidad, más que casos marginales extraordinariamente raros, ya que ambos suponen condiciones que en la realidad no se dan nunca”. – Y lo ilustra muy bien con “el ejemplo de la compra del sombrero”: “Cuando entro en una tienda para comprarme un sombrero, entro ciertamente en el ‘mercado de los sombreros’…Pero…falta una rápida visión general sobre la situación del mercado. Es necesario haber visitado ya muchas tiendas antes de  poder juzgar los precios de los sombreros, y es menester que muchos clientes hayan salido de la tienda encogiéndose de hombros antes que el propietario baje los precios y que, a su vez, pida precios menos elevados al fabricante de sombreros…Todo el mecanismo de la formación de los precios trabaja (en este caso) muy lentamente y ha de vencer no pocas resistencias que explican las muchas modalidades de la formación del precio en el comercio al por menor que rayan en el monopolio”, (p. 95)

La realización de la economía liberal, pues, esto es el régimen de verdadera libre competencia, no es algo realmente posible, salvo excepcionalmente. Y en las cosas prácticas la propuesta social de lo que no es posible, de lo que es utópico, no es algo “lindo”, ni algo “piadoso”, ni algo “interesante”, sino algo radicalmente nocivo.

Advirtamos el estado habitual de la polémica con el liberal. Nosotros le venimos a decir, en definitiva:

Se necesitan tales y tantos supuestos para que funcione tu economía que ella de hecho no puede funcionar, tu propuesta es utópica y entonces es nociva; te criticamos, aparte los supuestos filosófico-sociales, porque la economía que propones no puede funcionar; y, entonces, las ventajas con que justificas tu propuesta, esto es la libre competencia que abarata los precios en favor de los consumidores y la consiguiente posibilidad de satisfacer las necesidades de todos, etc., no son tales pues nunca serán reales.

-Pero esto no quiere decir que no sea conveniente cierta relativa libertad de mercado; cierta regulada competencia (regulada, se entiende, por algo que no sea la “regla-libertad” que sería la ausencia de regla o el propio mercado como regla); cierta propiedad privada orientada, “aristotélicamente”, por otro criterio que la libertad, etc.. A lo que nos oponemos es a la libre competencia como principio.

No se trata de “moderar el liberalismo”; de aplicar el liberalismo “compensado” con otros criterios o con un poco de moral. El liberalismo —ya lo dijimos— no consiste en la defensa de la libertad; sino en considerar doctrinalmente a la misma como valor supremo.

El liberal no puede objetar, para repeler las críticas, con que en tal o cual caso no se aplica la “economía de mercado”, diciendo que erramos al blanco. Pues encontramos que es de la esencia de la economía de mercado su inaplicabilidad. Así cortamos un “atajo” habitual usado por los apologetas de aquella, que si no tenemos en cuenta lo anterior aparece con cierta fuerza de convicción: precisamente por tal inaplicabilidad siempre el liberal puede decir, y con bastante razón, “allí no se aplicó la economía de mercado”.

CUARTA CONCLUSION CRÍTICA: Se puede pensar en una sociedad que se comporte económicamente según el librecambio; o en el mercado libre. Pero eso, el liberaleconomismo no se puede aplicar.


 

  1. A QUÉ LLEVA LA RELATIVAMENTE POSIBLE LIBRE COMPETENCIA:

Pero, si no los doctrinarios liberales, al menos la ya aludida mentalidad liberal suele volver al ataque, derrocado el supuesto “paraíso del mercado”, con nuevos bríos, quizá de esta forma:

“Dejemos de lado la libertad como principio, dejemos de lado la ‘libre competencia pura; dejemos de lado la doctrina liberal. Dado que el mercado puro y todas esas cosas son difíciles de alcanzar, siendo la política ‘el arte de lo posible’, no pretendemos purezas utópicas; pero, con todo, “no hay como la libertad’ ; no se nos podrá negar, entonces, enarbolar el lema ‘tanta libertad como sea posible’. Si la libertad pura es una utopía, la libertad moderada posible será real y la mejor forma de lograr una economía legítima y eficiente”.

La objeción debe ser abordada. En definitiva, consiste en “más de la misma cosa”: una cierta libertad relativizada, moderada, posible, como principio del orden económico.

Contestaremos con un autor inglés a quien los liberales suelen elogiar, y me animo a decir que lo hacen porque no lo han leído. La pregunta será, entonces: ¿Qué sucede si intentamos, en la medida de lo posible, v lo más posible, la libre competencia? Esta es la respuesta del prestigioso pensador católico Hilaire Belloc:

Tras hacer un elogio de la “buena competencia” tal cual se dio —lo afirma—en los “siglos católicos”, regulada, controlada, para defender al débil frente al fuerte y lograr el bien común, indica “siete procesos mediante los cuales la competencia no controlada destruye al pequeño propietaria”, a saber:

1 > Los “gastos administrativos” resultan menores en proporción para las empresas grandes que para las pequeñas;

2 > Las unidades grandes tienen más facilidad en cuanto a obtener información del mercado—da ejemplos “sabrosos”—;

3 > Al operador más fuerte le resulta menos costosa la propaganda y a la vez le resulta más influyente;

4 > Tiene más poder para “comprar el silencio”;

5 > Los primeros pasos en la acumulación del capital son infinitamente más difíciles que los restantes;

6 > Lo mismo sucede con el acceso al crédito, en que se benefician, dejada la cuestión a la libertad, los más fuertes;

7 > “Pero la peor, y en la práctica la más nociva de todas esas funciones, mediante la cual el capital importante destruye la pequeña propiedad, reside en la facultad de vender a precios por debajo del costo de producción”, con lo que logran arruinar la competencia y quedar solos en el mercado. (pp. 142/143 y 145) [26]

En definitiva, la libre competencia, dejada a sí misma, en cuanto relativamente se aplica, en cuanto relativamente se la puede aplicar, tiende de suyo a su propia destrucción por el dominio del fuerte sobre el débil.

De ahí que no sea de extrañar que, en general, la doctrina liberal económica sea seguida en general por los económicamente pudientes (individuos o Estados; ya lo veremos); lo que nos devuelve, una vez más, al tema de la insinuada relación “doctrina-interés”. Pero no nos anticipemos.

QUINTA CONCLUSION CRÍTICA : Vamos a expresar la conclusión crítica respecto del punto que venimos tratando, con estas autorizadas palabras del Papa, que aluden a la concreta relativa aplicación de “la ilimitada libertad de los competidores” como a un hecho histórico:

“Esta acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el fruto natural de la ilimitada libertad de los competidores, de la que han sobrevivido sólo los más poderosos, lo que con frecuencia es tanto como decir los más violentos y los más desprovistos de conciencia”.

“Últimas consecuencias del espíritu individualista en economía son…: la libre competencia se ha destruido a sí misma: la dictadura económica se ha adueñado del mercado libre: por consiguiente, al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición de poderío; la economía toda se ha hecho horrendamente dura, cruel, atroz”. (Pío XI, “Quadragesimo”. 108 y 109).

 

Fuente: Hernández, Héctor, Ensayo sobre el liberalismo económico, Bs.As., Fundación Juan de Garay, 1994, pp. 140-155

[25] Sacheri, p. 86: El liberalismo capitalista invoca absurdamente “la utopía de que los egoísmos individuales se armonizan espontáneamente; lo cual traducido en buen romance equivale a sostener que cien mil injusticias individuales engendran automáticamente un orden social justo”.

[26] Hayek lo elogia en Camino. A la mentalidad liberal agrada el énfasis del inglés contra “el estado servil”, título de uno de sus libros. Pero hay que leerlo para ver que no es un alegato liberal sino católico.




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