libro-el-hombre-light-enrique-rojas-autoayuda-21240-MLA20205859246_122014-F

Enrique Rojas – Sobre la palabra Libertad (fragmento de “El hombre light”)

  1. EL CAMINO DEL NIHILISMO

SOBRE LA PALABRA «LIBERTAD»

Hay que distinguir bien los conceptos libertad y liberal. Griegos y romanos aplicaban el adjetivo correspondiente al término libertad para referirse al hombre no esclavizado, no sometido. Así, una persona «utilizaba su libertad» cuando era capaz de decidir por sí misma. Ya Sócrates, Platón y Aristóteles establecían una distinción entre libertad de la voluntad, por un lado, y libertad de elección, por otra. Con la primera aludían a ese proceso necesario de educar la voluntad para que ésta sea capaz de inclinarse hacia las metas más altas; con la segunda, a la búsqueda de la felicidad, dirección a la que debe apuntar nuestra conducta. Ambas concepciones están estrechamente relacionadas. No hay elección adecuada sin una voluntad templada en el <<horno>> de la disciplina.

Libertad es, pues, autodeterminación y responsabilidad. A lo largo de la historia del pensamiento han existido tres concepciones de ella:

  1. Libertad natural, que nos impone un determinado tipo de orden que está en la naturaleza y en el que descubrimos cómo lodos los acontecimientos se encuentran estrechamente imbricados.
  2. Libertad política o social, que no es otra cosa que el medio exterior en el cual se desarrolla el hombre.
  3. Libertad personal, que significa autonomía, independencia, ser uno mismo, poder hacer lo que se quiera dentro de un orden y dirigir los propios pasos hacia donde uno crea que es mejor.

Surge de inmediato la cuestión de que la libertad puede usarse bien o mal. Ya lo decía Ovidio: «Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor.» El mismo San Pablo comentaba: «Pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto» (Rom 7, 15). Ahí reside la contradicción del hombre, la dificultad para canalizar su existencia hacia lo más positivo. El mejor objetivo de la libertad es el bien. Se trata de buscar lo mejor. Intentar conquistar las cimas a las que realmente se puede aspirar. El bien es lo que todos apetecen o, dicho de otra forma, aquello que es capaz de saciar la más profunda sed del hombre.

Por eso, mejor que hablar de libertad de o para —como dirían los existencialistas—, hay que referirse a la libertad fundamental, aquella que es base y origen de las demás: la búsqueda del bien o de la felicidad.

Por lo que respecta a la palabra liberal, ésta se aplica más a los ámbitos sociopolíticos y de la actuación personal. Su origen se remonta al siglo XIX y significa persona abierta, pluralista, transigente, tolerante, capaz de dialogar con aquellos que defienden posturas distintas y contrarias a la suya. Fue en Inglaterra donde adquirió un claro significado político, oponiéndose al término conservador; en Alemania se utilizó en un sentido más cultural y en España comenzó a circular en las Cortes Constituyentes de Cádiz (1812).

De aquí se derivan dos consecuencias muy distintas:

  1. La política. El Estado liberal es el que se estructura sin jerarquías ni privilegios, ya que el pueblo regula y elige a sus representantes.
  2. La moral. Lleva a no considerar ninguna norma de conducta como sustancial; todo es absolutamente Individual y subjetivo. Esta concepción va a tener repercusiones importantes en el tema que nos ocupa.

 

¿Qué significa permisividad?

Quiero citar, al respecto, un texto de Miguel de Unamuno:[1]

<<Se dice, y acaso se cree, que la libertad consiste en dejar crecer una planta, en no ponerle rodrigones, ni guías, ni obstáculos; en no podarla, obligándola a que tome ésta u otra forma; en dejarla que arroje por sí, y sin coacción alguna, sus brotes y sus hojas y sus flores. Y la libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos del cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida o con tierra de muerte>>.

La idea de abrir de par en par las puertas de la libertad es preciso entenderla de forma adecuada. Se trata de descubrir aquello que verdaderamente hace progresar al hombre, de modo que su proyecto como persona sea lo más rico y positivo posible. Dado que el ser humano es perfectible y defectible, el uso adecuado de la libertad y la voluntad serán las velas que empujen su navegación a buen puerto.

Por el contrario, permisividad significa que uno ya no tiene prohibiciones, ni territorios vedados ni impedimentos que lo frenen, salvo las coordenadas externas de las leyes cívicas, de por sí muy generales. La permisividad se sustenta sobre una tolerancia total, que considera todo válido y lícito, con tal de que a la instancia subjetiva le parezca bien.

Emergen así intereses miniaturizados, grupos pequeños que provocan una sorpresa inicial en la sociedad y que, más tarde, una sorpresa inicial en la sociedad y que, más tarde, se deslizan hacia una indiferencia relajada, una mezcla de insensibilidad fría, escéptica, desapasionada y cruel que, antes o después, aterrizará en el vacío. Se ha dicho que la época posmoderna es una etapa marcada por la desustancialización, impregnada, precisamente, de la lógica del vacío.

¿Por qué tiene un trasfondo nihilista la permisividad? La respuesta es que un hombre hedonista, consumista y relativista es un hombre sin referentes, sin puntos de apoyo, envilecido, rebajado, codificado, convertido en un ser libre que se mueve por todas partes, pero que no sabe a dónde va; un hombre que, en vez de ser brújula, es veleta.

Así viene a la mente un conjunto de estados anímicos engarzados por el tedio, el aburrimiento, la desolación, una especial forma de tristeza… Entonces aflora una nueva pasión: la pasión por la nada; y un nuevo experimento: hacer tabla rasa de todo para ver qué sale de esta rotura de las directrices y superficies de la geometría humana. Y ello sin dramas, sin catástrofes ni vértigos trágicos.

Hoy, a excepción del ámbito político, no hay debate ideológico en la Europa del bienestar y la opulencia, y un ejemplo claro es la televisión: se trata de ganar audiencia como sea y no, precisamente, estimulando las vertientes culturales. Se acude a la pornografía, a la violencia o a los programas de escándalo, y en estas circunstancias todo invita al descompromiso. [2] La desidia está de moda; está de moda la vida rota, deshilachada, así como los personajes sin mensaje interior. [3]

El hombre light es vacío, que vive en la era del vacío o, como afirma Daniel Bell, en una etapa de rebelión contra todos los estilos de vida reinantes. Guy Debord habla de la sociedad del espectáculo, aquella en la que se produce una discusión vacía y los medios de comunicación insisten una y otra vez en no decir nada. Y otro pensador contemporáneo, Hans Magnus, dice que estamos ante la mediocridad de un nuevo analfabetismo.

Como hemos adelantado, permisividad y subjetivismo forman un binomio estrechamente entrelazado. El subjetivismo, que insiste una y otra vez en que la única norma de conducta es el punto de vista personal, se va instalando de espaldas a la verdad del hombre y de su naturaleza, buscando y persiguiendo el beneficio inmediato. Con ello se quiere afirmar que la verdad es lo útil, lo práctico, y, en consecuencia, nada es absoluto ni definitivo; todo depende de un entramado de relaciones complejas, nada es verdad ni mentira. Siguiendo esta línea argumental caemos en el relativismo de querer encontrar la verdad a través de nuestros deseos y pensamientos. Así alcanzamos una verdad subjetiva, replegada sobre sí misma, sin vinculación alguna con la realidad. Es la apoteosis de las opiniones y los juicios particulares, con lo que se cae en un nuevo absoluto: todo es relativo.

El relativismo se define, por tanto, como aquella postura según la cual no existe ninguna verdad absoluta, universal, válida y necesaria para todos los seres humanos. Dicho en lenguaje matemático: la verdad es una mera función de una variable condicionada.

Ya Protágoras afirmaba que <<el hombre es la medida de todas las cosas>>. La mente de cada sujeto y su visión de la realidad, así como los tipos de vivencias que hayan surcado su vida, darán un tipo u otro de verdad.

 

Fuente: Rojas, Enrique: El hombre light, Planeta, Bs. As., 1995, pp. 43-49

[1] Diario íntimo, Alianza Editorial, Madrid, 1969.

[2] Quizás el ejemplo más patente lo tenemos en la vida conyugal. Para algunos el matrimonio estable de hace tan sólo quince o veinte años es una empresa entre utópica e imposible. ¿por qué? Porque sólo quien es libre es capaz de comprometerse. Y el hombre posmoderno es cada vez más esclavo de sus pasiones, de sus gustos subjetivos. Prefiere una bulimia de sensaciones: probarlo todo, verlo todo, bajar al fondo de todo… Pero no para conocer mejor los recortes personales y buscar una mejoría, sino para divertirse sin más. Ya no hay inquietudes culturales, ni denuncias, ni grandes aspiraciones sociales. En Occidente lo interesante es jugar, vivir sin objetivos nobles o humanistas. Este es el drama de la permisividad: una existencia indiferente, sin aspiraciones, edificada de espaldas a cualquier compromiso trascendente.

[3] Recuerdo un lema que leí en un viaje a Londres: <<No hay nada que decir… ¡qué mas da! — Lo único que queremos es experimentar y sentir placeres>>. Eran jóvenes <<vegetando>> sin motivaciones ni intereses. La permisividad llega a ser una religión, cuyo credo es una curiosidad de sensaciones dispersa, un atreverse a llegar cada vez más lejos, un culto a la tolerancia total, sin cortapisas. En pocas palabras, indiferencia general hilvanada de curiosidad y tolerancia infinita.




Comentarios