Diego Andrés Díaz – LA “REVOLUCIÓN FRANCESA NO EXISTIÓ”: por un análisis de larga duración.
Uno de los elementos más significativos de la obra de Alexis de Tocqueville sobre la revolución francesa es explicar de forma prematura y diáfana la naturaleza del “fenómeno”: la revolución consagró los cambios y transformaciones que la sociedad francesa había transitado en los siglos anteriores.
El análisis plantea en algún sentido la percepción del fenómeno de forma inversa: no existe rupturismo, solo consagración. La “revolución” avanzó firmemente en los pies del modelo absolutista, y mostró su último capítulo en los sucesos derivados del 14 de julio. Este elemento no solo debilita el relato “mítico” del evento “rupturista” de la revolución, sino que transmite también otro de los elementos claves: fue el modelo absolutista y centralista francés el padre del nacimiento del estado-nación moderno, y los alborotados revolucionarios le dieron el sello final a un modelo que se fue gestando en las cortes francesas durante mucho tiempo.
El Historiador Francoise Furet retoma este análisis inicial de Alexis de Tocqueville y a partir del análisis “de larga duración” de series documentales de datos. El trabajo en series cronológicas de datos homogéneos permiten, como bien sugiere Furet, resignificar el objeto de estudio: el tiempo, la concepción que del mismo se hace y su representación. Es por ello que la historia serial como conceptualización de la historia redimensiona el tiempo y se enfrenta a la “historia acontecimiento”. Ésta se funda principalmente en que estos acontecimientos son únicos, imposibles de integrar en una distribución estadística, y representa el material “por excelencia” de la historia. Lo que desnuda mayormente Furet es el hecho que detrás de la “historia acontecimiento” se esconde la ideología finalista, lineal y progresista propia de la modernidad y sus diferentes variantes. La “revolución” funciona en esta concepción como modelo arquetípico -en el sentido que lo entiende M. Eliade- de connotaciones simbólicas: “año cero”, “cambio de era”. Parte de su glorificación obligatoria radica en representar el “inicio” donde siempre debemos volver cuando “nos desviamos”.
Furet sostiene que “el acontecimiento” coloca a la historia en una perspectiva de “…corto plazo (…) como el acontecimiento, irrupción súbita de lo único y lo nuevo en la cadena del tiempo, no puede compararse con ningún antecedente, el único medio de integrarlo a la historia es el de darle un sentido teleológico: si no tiene pasado, tendrá futuro…”. Esta conceptualización de la historia es propia de la modernidad y su idea progresista de la misma: el hombre –siempre ente abstracto, universal- desencadena “acontecimientos” rupturistas –“revoluciones”- que se nutren en una concepción lineal del progreso humano. Además, si no tiene “pasado” y es solo un cambio dramático, “iniciatico” es solo futuro inevitable.
El acontecimiento justifica per se la ideología moderna –tanto en su vertiente positivista como en la socialista- ya que coloca en el “acontecimiento” como un cambio radical, como el origen de una nueva época, una ruptura, y sobretodo, un “año cero” dónde se refunda la humanidad. Furet observa en la propia historia nacional francesa, y su “acontecimiento” por excelencia –la “revolución francesa”- un ejemplo paradigmático al respecto. Lo que la historia serial nos muestra –como expondré más adelante- es que, por ejemplo, la “revolución francesa” solo existe cuando se funda su análisis en la vivencia de los Revolucionarios.
Es aquí que toma dimensión para Furet, la obra de Alexis de Tocqueville, historiador francés del siglo XIX, la cual impugna por primera vez, “el acontecimiento”: “… ¿pensáis que la Revolución Francesa representa una ruptura brutal en nuestra historia nacional?, dice a sus contemporáneos. En realidad en ella nuestro pasado alcanza su plenitud. Ahí culmina la obra de la monarquía. Lejos de constituir una ruptura, la Revolución sólo puede ser comprendida en y gracias a la continuidad histórica; esta continuidad se hace evidente en los hechos, mientras que la ruptura aparece ante las conciencias…”.
La impugnación al análisis tradicional del fenómeno revolucionario y las miradas nacionalistas, jacobinas, positivistas, republicanas y socialistas, es en sí una refutación al corto plazo, al acontecimiento, a la historia-ruptura, a la historia ideológica de la modernidad. El método utilizado para este removedor análisis no es otro que el que el historiador normando utilizo para su monumental “El antiguo régimen y la Revolución”: las fuentes seriales ponen en evidencia que “…la “Revolución” en lo que para Tocqueville son sus elementos constitutivos (Estado administrativo que gobierna sobre una sociedad con una ideología igualitaria) había sido ampliamente realizada por la monarquía antes de ser consumada por los jacobinos y el Imperio. Lo que se denomina la “Revolución Francesa”, aquel acontecimiento fechado, catalogado, glorificado como una aurora, no es nada más que la aceleración de la evolución política y social anterior (…) Tocqueville piensa la revolución en términos de balance y no en términos de acontecimiento; como un proceso y no como una ruptura…”.
ALGUNOS APUNTES TEÓRICOS.
Lo sustancial y medular de la propuesta que subyace al análisis de los acontecimientos revolucionarios, es que quiebra el relato cronológico, aborda un problema, no un período. En ese sentido, la metodología de Tocqueville representa un antecedente interesante de historia serial. Su tratamiento del Apéndice y sobre todo las Notas permiten ver la intención de serialización de las fuentes en búsqueda de continuidades. Esto es notorio en los nombres de los capítulos, que intentan hacer explicito desde la concepción misma de la historia desde la larga duración y sus procesos. La historia serial tiene sentido solo si se sitúa en el largo plazo, y descubre un ritmo de evolución, lo que muta enmarcado en lo constante.
Furet igualmente aclara que este protagonismo de lo serial, no representa el abandono de la pretensión de la historia de aprehensión de lo global. También aquí se reformula la utilidad de la filosofía de la historia como marco referencial, y no ya como punto de partida que conlleva el peligro de caer en la “ilusión teleológica”.
Creo importante también subrayar como una mirada de larga duración arroja luz sobre las dificultades que representa continuar analizando la historia desde la inmediatez que imponen el “relato”, siempre cargado de discurso finalista, siempre imbuido en un afán justificativo de circunstancias políticas y sociales contemporáneas a él. Por ejemplo, la historia “acontecimiento”, entendida esta además como una ruptura, ha sido una constante en la historiografía nacional para encontrar, ese “quiebre” mítico que justifique el cambio socialpropuesto, en el pasado, en la historia. Con esta perspectiva, el historiador se transforma en un historiador-panfletario, soldado de una batalla política, el cual reduce la aprehensión del pasado a una justificación cuasi-arquetípica –pero no menos patética- de sus pequeñas pasiones políticas de la hora.
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