Collingwood – La naturaleza el objeto el método y el valor de la historia
Lo que la historia sea, de qué trata, cómo procede y para qué sirve, son cuestiones que hasta cierto punto serían contestadas de diferente manera por diferentes personas. Sin embargo, pese a esas diferencias, hay en buena medida acuerdo entre las contestaciones. Tal acuerdo, por otra parte, se hace más estrecho si se examinan las contestaciones con vista a desechar aquellas que proceden de testimonios tachables. La historia, como la teología o las ciencias naturales, es una forma especial de pensamiento. Si eso es así, las cuestiones acerca de la naturaleza, el objeto, el método y el valor de esa forma de pensamiento tienen que ser contestadas por personas que reúnan dos condiciones.
La primera condición es que tengan experiencia de esa forma de pensamiento. Tienen que ser historiadores. Ahora bien, hoy día todos somos historiadores en cierto sentido, puesto que toda persona educada ha recibido una enseñanza que incluye cierta proporción del pensar histórico. Pero eso no basta para considerar que esas personas estén calificadas para poder opinar acerca de la naturaleza, del objeto, del método y del valor del pensamiento histórico. La razón es, primero, que la experiencia del pensar histórico que así obtienen es, con toda probabilidad, muy superficial, de tal suerte que las opiniones fundadas en dicha experiencia tendrían parecido valor al que puedan tener las opiniones acerca del pueblo francés de alguien que sólo las fundara en una visita de fin de semana a París. Pero, segundo, la experiencia obtenida en cualquier terreno a través de las vías educativas comunes y corrientes tiene que estar invariablemente atrasada. En efecto, la experiencia del pensar histórico adquirida por esas vías se modela sobre lo que dicen los libros de texto, y estos libros siempre se atienen no a lo que se está pensando por los auténticos historiadores al día, sino por lo que pensaron los auténticos historiadores de algún momento en el pasado cuando se estaba creando el material en bruto del cual se compaginó el libro de texto. Y no son tan sólo los resultados del pensamiento histórico lo que está atrasado para la fecha en que quedan incorporados al libro de texto, sino también los principios que rigen el pensamiento histórico, es decir, las ideas acerca de la naturaleza, el objeto, el método y el valor de ese tipo de pensamiento. En tercer lugar y en conexión con lo que acaba de decirse, todo conocimiento adquirido por vía de educación trae aparejada una ilusión peculiar: la ilusión de los definitivo. Cuando un estudiante está in statu pupillari respecto a cualquier materia, tiene que creer que las cosas están bien establecidas, puesto que su libro de texto y sus maestros así las consideran. Cuando por fin sale de ese estado y prosigue el estudio por su cuenta, advierte que nada está finalmente establecido, y el dogmatismo, que siempre es señal de inmadurez, lo abandona. Considera, entonces, a los llamados hechos bajo una nueva luz y se pregunta si aquello que su libro de texto y su maestro le enseñaron como cierto, realmente lo es. ¿Qué razones tuvieron para creer que era la verdad? Pero además ¿eran, acaso, adecuadas tales razones? Por otra parte, si el estudiante sale del estado pupilar y no prosigue sus estudios, jamás logra desechar la actitud dogmática, circunstancia que precisamente, lo convierte en una persona especialmente inadecuada para contestar las preguntas que arriba se han planteado. No hay nadie, por ejemplo, que con toda probabilidad conteste peor esas preguntas que un filósofo de Oxford que, por haber leído en su juventud a Greats, fue un estudiante de historia y cree que esta juvenil experiencia del pensar histórico lo califica para decir lo que la historia es, de qué trata, cómo procede y para qué sirve.
La segunda condición qué debe reunir una persona para contestar esas preguntas consiste en que no sólo tenga experiencia del pensar histórico sino que también haya reflexionado sobre tal experiencia. Tiene que ser no sólo un historiador, sino un filósofo, y en particular que su preocupación filosófica haya concedido especial atención a los problemas del pensar histórico. Ahora bien, es posible ser un buen historiador (aunque no un historiador del más alto rango) sin que concurra esa reflexión acerca de la propia actividad de historiador. Es aún más plausible ser un buen profesor de historia (aunque no la mejor clase de profesor) sin tal reflexión. Sin embargo, es importante reconocer al mismo tiempo que la experiencia es previa a la reflexión sobre esa experiencia. Aún el historiador menos reflexivo reúne la primera condición: posee la experiencia sobre la cual ha de reflexionarse, y cuando se le incita a reflexionar sobre ella, es casi seguro que sus reflexiones sean pertinentes. Un historiador que haya trabajado poco en filosofía probablemente contestara nuestras cuatro cuestiones de un modo más inteligente y positivo que un filósofo que haya trabajado poco en historia.
Fuente: Collingwood, R.G., Idea de la historia, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2017, pp. 66-67
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