Carlos Fayt – Nicolás Maquiavelo
- Nicolás Maquiavelo: DISCORSI y EL PRÍNCIPE
Nicolás Maquiavelo (1469-1527) durante el ejercicio de sus funciones de secretario del gobierno republicano de Florencia, desempeñó distintas legaciones ante los gobiernos extranjeros, acumulando una valiosa experiencia política que le permitió comprender, como pocos, la naturaleza del poder y la realidad social humana. Auténtico hombre de Estado, escudriñó hasta sus últimos pliegues el mecanismo del comportamiento político de gobernantes y gobernados, en un mundo en el que el poder y la riqueza se habían convertido en móviles directos de la actividad política. Con él la política adquiere categoría de un fin en sí.
En efecto, Maquiavelo marca el fin del sometimiento de la política a la religión y a la moral e inaugura la ciencia política moderna, autónoma, reducida a sus propios principios.
Esa separación entre religión y política es consecuencia de sus ideas acerca de la función que la religión cumple como instrumento al servicio del poder político. Maquiavelo considera que un pueblo religioso es más fácil de gobernar. Los principios cristianos, dice, ponen la felicidad suprema en la humildad, la abyección y el desprecio de las cosas humanas; hacen al hombre más débil y está visto que se puede tiranizar sin temor a los hombres que a fin de merecer el paraíso están más dispuestos a soportar las injurias que a vengarlas”. El sabe, por otra parte, la ventaja que reporta la unión de la autoridad del sacerdote a la del monarca para gobernar a los hombres y el valor de la creencia de que un Estado se encuentra gobernado por “medios sobrehumanos”.
Sus obras fundamentales son Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, El Príncipe, El arte de la guerra, una Historia de Florencia y un Proyecto de Constitución para Florencia.
Lo más importante de su producción política, es decir, los Discursos y El Príncipe, fueron escritos en 1513, cuando, desterrado de Florencia, se vio obligado a vivir en su villa de Sant’ Andrea, en la comuna de San Casciano, situada en los alrededores de la ciudad.
En Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, Maquiavelo expone su pensamiento sobre la república romana y se muestra amante de la libertad. Es, sin duda, su obra más significativa. En El Príncipe, en cambio, trata de la monarquía, particularmente referida a los príncipes nuevos. Este constituye la primera teoría de cómo se adquiere, cómo se conserva y cómo se pierde el poder. Algunos lo califican de manual de la tiranía; otros, en cambio, de tratado para destruir a los pueblos sobre los peligros de la tiranía. Es su obra más conocida y la que ha vulgarizado su nombre a través de los siglos. Por último, el Arte de la guerra tiene indudable interés político, porque en ella desarrolla integralmente su pensamiento sobre la necesidad de que existan ejércitos nacionales, como instrumentos para el establecimiento y la defensa de la unidad territorial, oponiéndose a la subsistencia de ejércitos mercenarios, en los que veía una de las causas de la división y debilidad de las ciudades-repúblicas italianas.
La contradicción aparente entre el contenido de los Discursos y El Príncipe provocó la formulación de juicios dispares sobre la intención de Maquiavelo al escribir El Príncipe. Así, Juan Jacobo Rousseau, en El Contrato Social, repite un juicio sobre Maquiavelo expuesto por Alberico Gentile, jurisconsulto del siglo XVII, cuando sostiene que el florentino “en vez de dar lecciones a los reyes las ha dado a los pueblos: El Príncipe de Maquiavelo es el libro de los republicanos”, aclarando en una nota que “Maquiavelo era un hombre honrado, un buen ciudadano; pero agregado a la casa de los Médicis estaba forzado dentro de la aprensión de su patria, a disfrazar su amor a la libertad. La elección de sus execrable héroe, solamente, manifiesta bastante su intención secreta, y la oposición que hay entre las máximas de El Príncipe y las de sus Discursos de Tito Livio y su Historia de Florencia demuestran que este profundo político no ha tenido hasta aquí sino críticos superficiales y corrompidos”. Este punto de vista respecto de la “intención secreta” de Maquiavelo fue compartido por Fichte.
Otros, como Kahler, consideran que Maquiavelo marca una época por la forma directa y descarnada con que expresa y enfrenta sin miedo los hechos. Y juzgan El Principe, como un libro, que objetiva y subjetivamente, es un documento franco. La rudeza de sus afirmaciones, dicen, traslucen una amargura y una desilusión profunda de la naturaleza humana. Trasunta una búsqueda franca de la verdad, tal cual la entendía Maquiavelo. Es, en el fondo, y esto aparece claro en el último capítulo de El Príncipe, una búsqueda afanosa del salvador de Italia. Apela a los Médicis como dos siglos antes Dante lo hiciera a Enrique III para que restableciese la paz. “Es un llamamiento desesperado, pues no existía la persona concreta a quién dirigirlo”. El libro estaba dedicado a Giuliano de Médicis que murió antes de que llegara a sus manos, y su sobrino, Lorenzo, era un hombre mediocre. “El salvador no apareció, dice Kahler, y este libro peligroso se convirtió en la Biblia de los gobernantes sin escrúpulos de todos los siglos que siguieron” [i](7). Le atribuyen, pues, el propósito de lograr la unidad e independencia de Italia, desgarrada por la división y las guerras internas y convertida en campo de batalla por el emperador alemán y los reyes de Francia.
Por último, otros entienden que la única finalidad buscada por Maquiavelo era obtener un empleo de los Médicis. Éstos lo habían privado del cargo que desempeñó durante catorce años, lo encarcelaron y fue sometido a tortura por sospechoso. Desde su retiro no dejó de rogar a su amigo Francisco Vettori, embajador de Florencia en Roma, que intercediera ante aquéllos. Así obtuvo que se le confiara la redacción de un proyecto de constitución para Florencia, por encargo del Papa León X y que luego se le designara en un empleo de escasa importancia.
Por cierto que este punto de vista encuentra confirmación en la carta que Maquiavelo envía a Vettori con fecha 10 de diciembre de 1513, en la que, entre otras cosas, le dice: “Anoté de las conversaciones de los grandes hombres de la antigüedad todo cuanto me ha parecido de alguna Importancia; y así he compuesto un opúsculo: El Príncipe. Si mis apreciaciones os han sido gratas alguna vez, ésta no os será desagradable. Ella debe, sobre todo, convenir a un príncipe y todavía más, a un príncipe nuevo. He aquí por qué dedico mi obra a la magnificencia de Julián… Es la necesidad en que me hallo la que me obliga a publicarle: porque me consumo y no puedo permanecer mucho tiempo en la posición en que estoy sin que la pobreza me haga objeto de todos los desprecios. En consecuencia yo deseo vivamente que estos señores Médicis me concedan un empleo”. Janet afirma que la verdad es, sencillamente, que Maquiavelo compuso esta obra para complacer a los Médicis y obtener de ellos algún empleo [ii](8).
Nos inclinamos a considerar El Príncipe como un llamado a la unidad italiana. Esa intención no nos parece ni secreta ni oculta. Por lo contrario, el propio Maquiavelo la expone diáfana y clara en el capítulo final de la obra, titulado “Exhortación para librar a Italia de los bárbaros”, cuando dice: “No dejemos escapar la ocasión presente. Que Italia, después de tan larga espera, vea en fin, aparecer a su libertador. No puedo encontrar las palabras para expresar con qué amor, con qué sed de venganza, con qué fidelidad inquebrantable, con qué veneración y con qué lágrimas de alegría sería recibido un ejército nacional en todas las provincias que han sufrido estas inundaciones de extranjeros”. ¿Qué puertas quedarían cerradas ante él? ¿Qué pueblos le negarían obediencia? ¿Qué envidia se opondría a sus triunfos? ¿Qué italiano le negaría su respeto? ¿Hay alguien a quién la dominación de los bárbaros no haga estremecer el corazón?”.
Mariano de Vedia y Mitre afirma que el pensamiento de Maquiavelo es democrático: En este sentido, expresa, lo esencial de su pensamiento está contenido en los Discorsi, donde razona sobre el modo de que el pueblo alcance su libertad y se gobierne por ella. En El Príncipe discurre sobre los medios de fundar una monarquía nueva y absoluta para obtener la independencia y la unidad de la Patria; y en el Arte de la Guerra expone cómo se debe armar al pueblo para defender la libertad e independencia del Estado, ya sea éste una República o una monarquía“ [iii](9).
El Príncipe, es una teoría del Poder. Complementariamente, una técnica acerca del uso de la astucia y la violencia, del fraude y la infidelidad política.
Su modelo de príncipe nuevo es César Borgia, duque de Valentinois, cuya intimidad había frecuentado. Lo trató en distintas oportunidades, cumplió una legación ante él y fue testigo de la tragedia de Sinigaglia, trampa artera que le permitió al Borgia liquidar a sus enemigos, luego de atraerlos a su castillo con el señuelo de una transacción. Maquiavelo dio cuenta del suceso a la “signoria” florentina sin el menor asomo de indignación. Por lo contrario, todo indica que la astucia de César Borgia le producía admiración. En una de sus cartas Maquiavelo alude al duque de Valentinois, cuyo ejemplo, dice “citaré siempre cuando de un príncipe nuevo se trate”. Su punto de partida es la realidad política tal cual la entiende, comprende y observa. “Algunos publicistas, dice, han descripto repúblicas y gobiernos a los cuales no se les ha visto nunca y que sin duda no han existido jamás. Hay tan gran diferencia entre el modo que tienen los hombres de vivir y aquel como sería justo que vivieran, que el que abandona lo que se hace por lo que se debiera hacer corre hacia una segura ruina. Aquel que quiere ser un hombre perfectamente bueno, se halla de seguro, en peligro en medio de aquellos que no lo son. Es necesario que el príncipe aprenda a no ser siempre bueno a fin de que aplique o no, según le convenga en atención a las circunstancias, estas máximas”.
Esa realidad no se compadece con lo que debiera ser. El fin justifica los medios de acuerdo a la lógica de la situación. La acción del príncipe está regida por la razón de Estado, ante la cual los medios son indiferentes. “Sin duda será una dicha, expresa Maquiavelo, sobre todo para un príncipe, reunir todas las buenas cualidades, pero, como nuestra naturaleza no tiene gran perfección, se necesita mucha prudencia para poder preservarla de los vicios que pudieran perderla, y respecto de los que no pueden comprometer su seguridad, debe garantizarse, si esto le es posible, pero si esto se halla fuera del alcance de sus fuerzas, menos puede atormentarse por ello. No debe incurrir en vituperio por los vicios que le serán útiles al mantenimiento de sus Estados, porque bien considerado, cualidad que parecía buena y laudable le perderá inevitablemente, y tal otra que parecía mala y viciosa, hará su bienestar y su seguridad”.
Estos “vicios útiles” son la crueldad y la mala fe. La técnica de Borgia la proporciona un ejemplo elocuente. Cuando Orsini, Vitelli y Oliverotti, entre otros, aceptaron “meterse entre sus manos en Sinigaglia” fueron demasiado confiados, facilitando su exterminio. El duque de Valentinois, mediante la matanza de Sinigaglia, “había puesto sólidos fundamentos a su poder”. A su juicio, Borgia obró de acuerdo a la lógica de la situación y “su conducta no podía ser diferente”. “En conjunto, dice Maquiavelo, tales son las acciones del duque que yo no habré de reprocharle nada; y bien merece que se le proponga, como yo lo he hecho, para modelo de aquellos que por la fortuna, las armas o de otro modo, han llegado al poder”. En cuanto al uso de la crueldad, sólo se justifica, según él, si está bien empleada, si es necesaria para adquirir o conservar el poder. De ahí su reproche a Agatocles: “No hay virtud en hacer matanzas de conciudadanos, en burlar a los amigos, en proceder de mala fe sin piedad ni religión; todo esto puede conducir al poder pero no a la gloria. Podrá ser reputado como mejor o peor capitán, pero su inhumanidad, su crueldad feroz, los crímenes infinitos cometidos por él, impiden que se lo coloque entre los hombres grandes. Es de admirar – prosigue – que Agatocles y otros como él vivan largo tiempo en paz en su patria, teniendo que defenderse de enemigos superiores, sin que jamás sus conciudadanos hayan conspirado contra ellos, mientras que otros príncipes nuevos, a causa de sus crueldades, no han podido mantenerse ni en tiempo de paz, mucho menos en los de guerra. Yo creo que esto es debido al buen o mal uso que han hecho de la crueldad. Se puede decir que está bien empleada, si es posible llamar bien a eso, que es mal, cuando no se ejerce sino una sola vez, cuando se funda en la necesidad de asegurarse en el poder y no hay otro recurso que utilizar para el bien del pueblo. Las crueldades mal ejercidas son aquellas que siendo al principio de poca importancia crecen luego y se extienden”. En cuanto a la mala fe Maquiavelo confiesa que: “entre los hombres de nuestro tiempo que más cosas admirables han hecho, no hemos hallado ningún que… tenga escrúpulos en engañar al os que confían en su lealtad”. “Los animales de los cuales deben los príncipes revestir sus formas, son la zorra y el león. De la primera aprenderán a ser mañosos y del segundo a ser fuertes. Aquellos que desdeñan hacer el papel de la zorra no entienden bien su oficio. En otros términos, un príncipe debe evitar sostener las promesas que considere contrarias a sus intereses. Como todos los hombres se hallan siempre dispuestos a faltar a su palabra, el príncipe no debe procurar ser más fiel a la suya. No faltará nunca un pretexto para cubrir una falta de buena fe. Los hombres son tan simples y tan esclavos de las necesidades presentes, que aquel que quiera encontrar confiados los hallará siempre”.
La virtud es sólo un instrumento para captar y conservar el poder. “Un príncipe debe procurar formarse una reputación de verdad, de decencia, de piedad, de fidelidad a sus compromisos y de justicia. De tener todas estas buenas cualidades, pero permaneciendo bastante dueño de sí mismo para emplear las contrarias cuando sea conveniente. Creo, en efecto, que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede ejercer impunemente todas las virtudes, porque el interés de su conservación le obliga a burlar con frecuencia, las leyes humanas, las de la caridad y las religiosas… La cuestión es mantener la propia autoridad: los medios serán siempre juzgados honorables y loables, porque el vulgo se paga de las apariencias y no juzga sino por los resultados”.
El Príncipe está dirigido a los príncipes nuevos, a los que acceden al poder por la violencia, la usurpación, la mala fe. No a los que heredan su principado. Le basta a un príncipe hereditario, dice, no traspasar el orden y las medidas establecidas por sus predecesores y ceder en proporción a los acontecimientos… El príncipe natural, teniendo menos ocasión y necesidad de vejar a sus súbditos, debe ser más amado: pues si vicios extraordinarios no le hacen odioso, es natural que aquellos sientan inclinación hacia él”. Este consejo a los príncipes hereditarios es consecuencia de lo que al respecto expone en Discorsi: “Que los príncipes se penetren, pues, de esta verdad: que comienzan a perder el trono en el instante mismo en que violan las leyes, en que se apartan de las antiguas instituciones y en que abrogan las costumbres bajo las cuales han vivido los hombres largamente. Es más fácil hacerse amar de los buenos que de los malos, obedecer a las leyes que mandar. Los reyes que quieran instruirse de la manera de gobernar bien, no tienen más que aprender el ejemplo de los grandes príncipes, tales como Timoleón de Corinto, Arantos de Scione y otros muchos, en cuyo ejemplo hallarán tanta seguridad para tranquilidad y su dicha, como para la de los gobernados por ellos. Los pueblos, cuando están bien gobernados no desean otra libertad”.
Para Janet, “las doctrinas de Maquiavelo encierran las teorías todas del terrorismo revolucionario. Es un principio general sin excepción, para el secretario florentino, que todo nuevo gobierno no se puede establecer sino por el terror…”[iv] (10). En efecto, sobre todo en Discorsi, Maquiavelo dice: “Quien se eleva a la tiranía y no hace perecerá Bruto, quien restablece la libertad, y, como Bruto, no inmola a sus propios hijos, no se sostiene sino por muy poco tiempo”. De ahí su crítica a Soderini cuando teniendo en sus manos el gobierno de Florencia, luego de expulsar a los Médicis, no aniquiló a sus adversarios: “… fue engañado por su propia opinión; no comprendió que la maldad no se deja amansar por su propia opinión; no comprendió que la maldad no se deja amansar por el tiempo ni desarmar mediante los beneficios y, por no haber sabido imitar a Bruto, perdió su patria, al Estado y su gloria”. El poder se afirma mediante: “un golpe terrible dado contra los enemigos del nuevo gobierno”. Es decir, una acción ejecutiva enérgica y memorable contra los enemigos de la nueva situación política. Y esto exige, según Maquiavelo, la “muerte de los hijos de Bruto”. “Llamo así, a todos aquellos que viven sin hacer nada, del producto de sus posesiones, que no se invierten en la agricultura ni en ningún otro oficio o profesión; tales hombres son peligrosos en todas las repúblicas y en todos los Estados. Son más peligrosos aún aquellos que además de posesiones en tierras, poseen castillos o mandan subordinados que les obedecen. El reino de Nápoles, el territorio de Roma, la Romaña y la Lombardía hormiguean de esta especie de hombres. Por eso nunca se ha formado un Estado libre en estas provincias pobladas de estos enemigos naturales de toda sociedad política. Por el contrario, los pueblos de la Toscana tienen formada una constitución y leyes que mantienen su libertad, y estos es resultado de que en este país hay pocos magnates y ninguno posee castillos”. De ahí que para establecer la libertad y la igualdad sea necesario destruir sin piedad a la nobleza, recurrir a vías extraordinarias, a la violencia y a las armas, apoderarse del poder y reformar la organización política, teniendo siempre presente que “la grandeza del crimen encubre su infancia”. Maquiavelo divide las formas de gobierno en repúblicas y monarquías. Así lo expresa en las palabras iniciales de El Príncipe y sus ideas son desarrolladas en su discurso sobre la reforma de la Constitución de Florencia. “Digo que no se puede asegurar la constitución del Estado sino estableciendo una verdadera república o una verdadera monarquía, y que todos los gobiernos intermedios son defectuosos. La razón es evidente; tales gobiernos sólo son un medio de destrucción así para las repúblicas como para las monarquías; para las primeras es ir hacia las monarquías, para las segundas, descender hacia las repúblicas, y de aquí nacen todas las revoluciones a que aquellas formas de gobierno son propensas”. En Discursos sobre la primera Década de Tito Livio, Maquiavelo expone su preferencia por la república y examina sus ventajas sobre la monarquía: la libertad de los ciudadanos, la prudencia del gobierno, el acierto general de sus elecciones y decisiones, su fidelidad en las alianzas, la renovación de los gobernantes y su mayor adaptabilidad a los cambios. Su pensamiento, en esta materia, es el de un republicano.
Pero es un pesimista de la naturaleza humana. Está convencido que así como los hombres fueron, son y seguirán siendo. Que los hombres son malos por naturaleza, egoístas, desleales, hipócritas, desagradecidos, cobardes y ávidos de ganancia. Que con ellos no son buenas la sinceridad ni la bondad exclusivamente. Que el pueblo no se interesa de la política y lo único que pretende es seguridad y bienestar. Que el príncipe debe ser amado y temido. Pero en la alternativa es mejor ser temido que amado. El príncipe debe ser bueno o malo según lo aconsejen las circunstancias. Debe ser amigo de la virtud, honrar a los que sobresalen en alguna profesión, alentar a sus vasallos para que ejerzan tranquilamente su función respectiva lo mismo en la agricultura que en el comercio y en las artes liberales.
Cree que los hombres, como los animales, se agrupan en torno del más fuerte. “Los hombres suelen ser ingratos, versátiles, dados a la ficción, esquivos al peligro y muy amigos de las ganancias. Si les favorece se dicen absolutamente tuyos y te ofrecen su sangre, sus bienes, sus hijos y hasta su vida, cuando como ya se ha dicho no haya peligro alguno de que tales cosas puedan resentirse. Como peligren, se pondrán en frente de ti. El príncipe que descansa en la promesa de los hombres y no cuenta con otros medios que tales promesas, está perdido, porque el afecto que se compra y no se alcanza por la nobleza de ánimo deja de existir cuando los contratiempos de la vida lo ponen a prueba. De modo que no puede contarse con él. Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen, porque la amistad como es lazo moral se rompe muchas veces por los malvados. En cambio, el temor hace que piensen en un castigo que tratarán de evitar”. “…los hombres podrán olvidar la muerte del padre, pero no la pérdida del patrimonio”. “Las ofensas deben hacerse todas de una vez, porque cuanto menos se repitan, menos hieren. Y los beneficios conviene ejecutarlos poco a poco para que se saboreen mejor. Quien hace otra cosa, por timidez o mal consejo, necesita estar constantemente con el cuchillo en la mano y ninguna confianza podrá tener en sus súbditos, a quienes por las continuas y recientes injurias tampoco puede inspirar seguridad alguna”.
Según Janet, Maquiavelo “sobresale en los problemas de política práctica que revelan su experiencia de hombre de Estado. Son sus estudios modelos admirables de psicología política. Conoce las pasiones de príncipes y pueblos como hombre que ha servido a una república y ha negociado con monarcas. Ha fundado la ciencia política moderna introduciendo la libertad de examen, el espíritu histórico y el método de observación, pero ha sentado una doctrina detestable, cubriendo a la astucia y la violencia con su alta autoridad” [v](11).
Sabine, por su parte, entiende que Maquiavelo, en una época en que se estaban derrumbando las instituciones feudales y surgiendo con deslumbradora rapidez los elementos de las nuevas estructuras sociales y políticas, vio, como ningún otro pensador político de su tiempo, la tendencia de la evolución política y la significación y contenido de la organización política moderna. Él utilizó por primera vez la palabra “estado” para designar al poder organizado tipo nacional. El Estado “se convirtió no sólo en la típica institución política moderna, sino en la institución más poderosa de la sociedad moderna. Sobre el Estado recayeron en grado cada vez mayor el derecho y la obligación de regular y controlar a todas las demás instituciones sociales y de dirigirlas siguiendo líneas trazadas francamente en interés del propio Estado” [vi](12).
Político sagaz, profundo conocedor del alma humana, hizo un escrutinio despiadado de los móviles de la acción y la conducta política. Por cierto que el comportamiento político reconoce otras vertientes, además de las que él trata. Pero también es cierto que su doctrina del fraude y del engaño como expresión de una concreta técnica para captar el poder, puede servir para educar a los pueblos y advertirlos de los peligros del “realismo” político.
Fuente: Fayt, Carlos, Historia del pensamiento político , pp. 201-207
[i] (7) Kahler, Erich, Historia Universal del Hombre, Ed. F.C.E., México, 1946, op.cit., p. 287
[ii] (8) Janet, Paul, Historai de las Ideas Políticas en sus relaciones con la Moral, Madrid, 1910, ts. I y II; op. cit., t.II, p.9
[iii] (9) De Vedia y Mitre, op.cit., p.226
[iv] (10) Janet, Paul, op. cit., t. II, p.28
[v] (11) Janet, Paul, op. cit., t. II, p. 51
[vi] (12) Sabine, G. H., op. cit., p. 340
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