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Benedicto XVI – La renuncia

Hablemos de esa decisión que, por sí sola, convierte ya a su pontificado en histórico. Con su dimisión, por primera vez en la historia de la Iglesia un pontífice realmente en ejercicio ha renunciado a su ministerio. Con este acto revolucionario ha transformado Ud. el papado más profundamente que nadie en la Modernidad. El papado ha devenido más moderno, en cierto sentido también más humano, más cercano al origen petrino. Ya en 2010 afirmó Ud. en nuestro libro Luz del mundo: << Si un papa no se encuentra ya en condiciones físicas o psíquicas de desempeñar su ministerio, tiene el derecho y eventualmente incluso la obligación de renunciar a sus responsabilidades >>. ¿Vivió Ud. no obstante una intensa lucha interior para tomar esta decisión?

 

(Inhalación profunda). Eso no resulta, por supuesto, nada fácil. Dado que en mil años ningún papa había dimitido y que en el primer milenio hubo solo una excepción, se trataba de una decisión nada fácil de tomar y a la que uno debe darle muchas vueltas. Por otra parte, para mí la evidencia era tan grande que no hubo ninguna lucha interior especialmente intensa. Conciencia de la responsabilidad y gravedad de la decisión, que exige el más concienzudo examen y tiene que ser sopesada una y otra vez ante Dios y ante uno mismo: eso sí, pero no en el sentido de que ello me desgarra por dentro.

 

¿Contaba con que su decisión causaría también decepción, incluso perplejidad?

 

Fue quizá más fuerte lo que preveía; y tampoco contaba con que precisamente algunos amigos – personas que, por así decir se habían atenido a mi mensaje y para las que este resultaba importante y orientador – por un momento se quedaran turbados y se sintieran abandonados.

 

¿Esperaba la conmoción?

 

No había más remedio que asumirla.

 

Debe de haberle costado muchísimo dar el paso.

 

En situaciones así, uno es ayudado. Pero también tenía claro que debía hacerlo y que ese era el momento adecuado. La gente lo aceptó también. Muchos agradecen que ahora el nuevo papa se dirija a ellos con un nuevo estilo. Habrá quienes quizá añoren algunas cosas, pero entretanto también estos se sienten agradecidos. Saben que había pasado mi hora y que cuanto yo podía dar está dado.

 

¿Cuándo tomó la decisión ya en firme?

 

Diría que en las vacaciones de verano de 2012.

 

¿En agosto?

 

Aproximadamente.

 

¿Estaba atravesando Ud. una depresión?

 

Una depresión, no, pero es cierto que no me encontraba bien. Y vi que el viaje a México y Cuba me había cansado mucho. Además, el médico me había dicho que no debía hacer ya más viajes transatlánticos. Según el calendario previsto, la Jornada Mundial de la Juventud no debía celebrarse en Río de Janeiro hasta 2014. Pero a causa del Mundial de fútbol se adelantó un año. Tenía claro que la renuncia debía producirse en un momento que permitiera al nuevo papa disponer de algún tiempo antes del viaje a Río. En este sentido, mi decisión maduró poco a poco tras el viaje a México y Cuba. De lo contrario, habría intentado aguantar hasta 2014. Pero así cobré conciencia de que ya no tenía fuerzas.

 

¿Cómo se hace para tomar una decisión de tal alcance sin hablar con nadie al respecto?

 

Con el buen Dios sí que hablé largo y tendido sobre ello.

 

¿Estaba al tanto su hermano?

 

No de inmediato, pero algo supo. Sí, sí.

 

Hasta poco antes del anuncio público tan solo cuatro personas conocían su decisión. ¿Hubo alguna razón para ello?

 

Sí, por supuesto, pues en el momento en que la gente supiera se cuartería el mandato, porque entonces quedaría debilitada la autoridad. Era importante que pudiera desempeñar de verdad mi ministerio y realizar plenamente mi servicio hasta el último momento.

 

¿Tenía miedo de que alguien pudiera disuadirle de dar este paso?

 

No. (Risa divertida). Es cierto que lo pensé, pero no era algo que me diera miedo, porque tenía la certeza interior de que debía hacerlo; y cuando uno está convencido de algo, no se le puede desistir de ello.

 

¿Cuándo se escribió el texto del anuncio de la renuncia? ¿Quién lo escribió?

 

Yo mismo. Ahora no podría decir exactamente cuándo, pero lo escribí a lo sumo catorce días antes del anuncio público.

 

¿Por qué en latín?

 

Porque algo así de importante se anuncia en latín. Además, el latín es una lengua que domino hasta el punto de poder escribir correctamente en ella. También podría haberlo escrito en italiano, claro, pero con el peligro de que se me deslizaran un par de errores.

 

Originariamente quería Ud. hacer efectiva su renuncia ya en diciembre, pero luego se decidió por el 11 de febrero, lunes de Carnaval, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. ¿Tiene esa fecha un significado simbólico?

 

No me di cuenta de que sería el lunes de Carnaval. Ello causó extrañeza en Alemania (donde ese día el día grande de Carnaval, el Rosenmontag.) Era el día de la Virgen de Lourdes. La fiesta de santa Bernardette de Lourdes coincide, por otra parte, con mi cumpleaños. En este sentido sí que existen conexiones, y me pareció adecuado hacerlo en esa fecha.

 

Así pues, el momento elegido tiene…

 

… una significación intrínseca, en efecto.

 

¿Qué recuerdo guarda ese día histórico? Es de suponer que no dormiría bien la noche anterior.

 

Pero tampoco del todo mal. Para la opinión pública representaba, por supuesto, un paso nuevo y enorme, como se vio. Yo, en cambio, había luchado interiormente con ello todo el tiempo; el trago íntimo ya lo había pasado en cierto modo. En este sentido, no fue un día de especial sufrimiento para mí.

 

A la mañana siguiente, ¿fue todo como siempre, justo la misma rutina?

 

Yo diría que sí.

 

Las mismas oraciones…

 

Las mismas oraciones, aunque un par de ellas, por supuesto, especialmente intensas dado el momento, eso sí.

 

¿No se levantó mas temprano, no desayunó más tarde?

 

No, no.

 

Aproximadamente setenta cardenales estaba sentados en forma de herradura en esa inmensa sala que tiene el bello nombre de Sala del Consistorio. Era un consistorio convocado para anunciar diversas canonizaciones. Cuando Ud. entró en la sala, nadie podía esperar, pues, lo que iba a suceder.

 

En efecto, aprobamos un par de nuevas canonizaciones.

 

La estupefacción comenzó cuando Ud. se puso de repente a hablar en latín: << Queridos cardenales, no les he convocado únicamente para hacerles partícipes de las canonizaciones, sino también para comunicarles algo importante>>. Todo estaban ya confundidos. Mientras Ud. leía su declaración, algunos rostros parecían petrificados, otros incrédulos, y también los había que manifestaban desconcierto o conmoción. Tan solo cuando el cardenal decano, Angelo Sodano, tomó la palabra, comprendieron todos qué estaba ocurriendo en realidad. ¿Qué pasó justo después? ¿Fueron los cardenales a habar con Ud.? ¿Le asediaron a preguntas?

 

(Ríe). No, eso no habría sido posible. Cuando termina el consistorio, el papa abandona solemnemente la sala, así que no se le puede asediar con preguntas. En un caso así, el papa es soberano.

 

¿Qué se le pasó por la cabeza ese día, un día que hizo historia?

 

Por supuesto, también la pregunta: ¿Qué dirá ahora la humanidad?, ¿qué pensará de mí? En mi casa fue, naturalmente, un día triste. También me puse de manera especial delante del Señor. Pero no fue nada específico.

 

En la declaración de renuncia menciona como causa para su dimisión la mengua de sus fuerzas. Pero ¿es la disminución de la capacidad de rendimiento razón suficiente para abandonar la sede petrina?

 

Ahí cabe hacer el reproche, por supuesto, de que eso sería un equívoco funcionalista. En efecto, el seguimiento de Pedro no está asociado solo a una función, sino que penetra hasta el ser. En este sentido, la función no es el único criterio. Pero, por otra parte, el papa tiene que hacer también cosas concretas, debe tener en mente una imagen global de la situación, debe saber qué prioridades hay que marcar, etc. Comenzando por la recepción de jefes de Estado y de obispos, con quienes es necesario poder entablar una conversación realmente profunda e íntima, hasta las decisiones que hay que tomar a diario. Aunque se diga que se puede prescindir de algo de ello, aún quedan muchas cosas esenciales. Si se quiere desempeñar adecuadamente la tarea, está claro que, cuando uno no tiene ya la capacidad suficiente, lo pertinente es – al menos para mí, otro puede verlo de manera distinta – dejar libre la sede pontificia.

 

El cardenal inglés Reginald Pole (1500-1558), a quien Ud. aludió en una conferencia, afirma en su teología de la cruz: la cruz es el verdadero lugar del vicario de Cristo. El primado papal tendría, según esto, una estructura martirológica.

 

Aquello me conmovió mucho entonces. Hice que se escribiera una tesis doctoral sobre él. Eso sigue siendo verdad en tanto en cuanto el papa debe dar martyría (testimonio) todos los días y está expuesto a la cruz a diario; además, siempre habrá maryría en el sentido del sufrimiento del mundo y sus problemas. Esto es algo muy importante. Si un papa no recibiera más que aplausos, debería preguntarse qué es lo que no está haciendo bien. Pues en este mundo el mensaje de Cristo, empezando por Cristo mismo, es un escándalo. Siempre encontrará oposición, y el papa será inevitablemente signo de contradicción. Es una rasgo que le incumbe. Pero eso no significa que deba morir decapitado.

 

¿Quería Ud. evitar tener que presentarse al mundo como su predecesor?

 

Mi predecesor tenía su propia misión. Estoy convencido de que – después de que él irrumpiera en escena con una energía inmensa, se echara, por así decirlo, la humanidad a los hombros, soportara durante veinte años con enorme energía los sufrimientos y las cargas del siglo y anunciara el mensaje – a su pontificado le era inherente, como si dijéramos, una fase de sufrimiento. Y ello tuvo un mensaje propio. La gente lo vio también así. En realidad, se les hizo verdaderamente querido sobre todo como persona sufriente. Es en esas situaciones cuando uno, siempre que esté abierto a ello, se acerca interiormente a la persona. Visto así, aquello tenía todo su sentido. Sin embargo, estoy convencido de que eso no se debe repetir a discreción. Y de que, tras un pontificado de ocho años, no se pueden aguantar, en caso de que aún se viva tanto tiempo, otros ocho años en los que uno aparezca así ante el mundo.

 

Dice Ud. que también en esta decisión se dejó asesorar, en concreto por su jefe supremo. ¿Cómo se hace eso?

 

Uno tiene que exponer ante él las cosas con la mayor claridad posible e intentar valorar la renuncia al ministerio no solo con categorías de eficiencia o de cualquier otro tipo, sino contemplándola desde la fe. Justo desde esta perspectiva llegué a la convicción de que el encargo petrino exigía de mí decisiones concretas, discernimientos concretos, pero que, dado que en breve eso no iba a ser posible ya, el Señor tampoco me lo pedía y me liberaba, por así decirlo, de la carga.

 

En algún momento corrió la noticia de que había vivido Ud. una <<experiencia mística>> que le había movido a dar este paso.

 

Eso fue un malentendido.

 

¿Está Ud. en paz con el Señor?

 

Sí, de verdad.

 

¿Tuvo la sensación de que su pontificado se había agotado en cierto modo, de que ya no avanzaba adecuadamente? ¿O de que posiblemente la persona del papa ya no era la solución, sino el problema?

 

De ese modo, no. Quiero decir que era consciente de que en realidad no podía dar ya mucho más. Pero nunca tuve ni tengo la percepción de que yo era, por así decirlo, el problema para la Iglesia.

 

¿Desempeñó algún papel el hecho de que estuviera decepcionado de su propia gente, de que no se sintiera suficientemente apoyado?

 

Tampoco. Creo que el caso Paolo Gabriele fue mala suerte. Pero, primero, no era culpa mía – él había sido examinado por las instancias competentes y asignado a ese puesto – y, segundo, con tales incidentes hay que contar cuando se trabaja con personas. En verdad, no soy consciente de haber cometido ahí ningún error.

Sin embargo, algunos medios italianos especulan con la posibilidad de que el trasfondo verdadero de su renuncia haya que buscarlo en el caso Vatileaks, del que no solo forma parte el caso Paolo Gabriele, sino que incluye problemas económicos e intrigas en la Curia. La gota que habría colmado el vaso habría sido, según tales especulaciones, el informe de trescientas páginas redactado por la comisión encargada de investigar estos asuntos, que le habría conmocionado hasta el punto de ver ya otra salida que dejar paso a un sucesor.

 

No, eso no es cierto, en absoluto. Al contrario, estos asuntos estaban completamente esclarecidos. En aquel entonces – dije – creo que fue a Ud. mismo – que no se debe dimitir cuando las cosas van mal, sino cuando la tempestad se ha calmado. Pude renunciar porque el sosiego había vuelto a esta situación. No cedí a ninguna presión ni tampoco hui por incapacidad de manejar ya estas cosas.

 

Algunos periódicos hablaron incluso de chantaje y conspiración

 

Todo eso es enteramente absurdo. No, en realidad es un asunto prosaico – debo decir – que una persona, por cualesquiera razones, imaginara que debía ocasionar un escándalo para así purificar a la Iglesia. Pero nadie intentó chantajearme. Yo tampoco me habría prestado a ello. Si alguien hubiera intentado algo así, yo no habría entrado al trapo, porque no puede ser que uno quede sometido a semejante presión. Tampoco es cierto que estuviera decepcionado ni nada por el estilo. Al contrario, gracias a Dios la decisión se tomó con el ánimo pacificado y con la sensación de haber superado el problema. Con la certeza de que podía entregar realmente tranquilo el timón al siguiente.

 

Uno de los reproches que se le hacen es que su renuncia ha contribuido a secularizar el papado. Este habría dejado de ser un ministerio incomparable para convertirse en un cargo como otro cualquiera.

 

Eso tenía que asumirlo y ponderar si de ese modo, digámoslo así, el funcionalismo se extendía por completo al ministerio papal. Pero ya se había dado un paso análogo con los obispos. Antaño tampoco el obispo podía renunciar a su ministerio, y había una serie de obispos que decían: <<Soy “padre” y voy a seguir siéndolo. Uno no puede dejar de serlo sin más. Eso equivaldría a una funcionalización y mundanización, a una suerte de concepción funcionarial que no se le debe aplicar al obispo>>. A eso tengo que objetar que también un padre biológico deja de serlo llegado un momento. Nunca deja de ser padre, por supuesto, pero sí que se libera de la responsabilidad concreta. Siguen siendo padre en un sentido profundo e íntimo y con una relación y una responsabilidad especiales, pero no con las tareas de antes. Y así ocurrió también con los obispos.

En cualquier caso, entretanto todo el mundo ha comprendido que el obispo es portador de una misión sacramental, que, por una parte, le sigue comprometiendo interiormente, pero que, por otra, no puede mantenerlo atado eternamente a la función. Y así, pienso que está claro asimismo que el papa no es un superhombre y que su existencia no basta por sí sola, sino que también tiene que desempeñar funciones. Si renuncia al ministerio, mantiene en un sentido interior la responsabilidad que asumió en su día, pero no la función. Visto así, se entenderá poco a poco que el ministerio papal no ha perdido nada de su grandeza, aunque quizá haya hecho más patente la humanidad del ministerio.

 

Inmediatamente después del anuncio de su decisión, la Curia se retiró como es costumbre después del Miércoles de Ceniza, para hacer los ejercicios espirituales de Cuaresma. ¿Hablaron con Ud. De su renuncia al menos allí?

 

No, los ejercicios son unos días de silencio y escucha, de oración. Formaba parte de la planificación, por supuesto, que hubiera una semana de silencio en la que todos, al menos obispos, cardenales y colaboradores de la Curia, pudieran dedicarse a asimilar interiormente aquello. Que durante unos días todo lo exterior quedara a un lado y que los miembros de la Curia se pusieran juntos ante el Señor.

En este sentido, resultó para mí conmovedor y bueno que reinara el retiro y el silencio y que nadie pudiera molestarme, porque no había audiencias y todo estábamos apartados del ajetreo diario y nos encontrábamos apartados del ajetreo diario y nos encontrábamos interiormente muy cercanos, ya que rezábamos y escuchábamos meditaciones juntos cuatro veces al día, pero, por otra parte, cada cual estaba ante el Señor en su responsabilidad personal.

Así pues, debo decir que la planificación fue bastante buena. A posteriori me parece incluso mejor de lo que pensé al principio.

 

¿Se ha arrepentido en algún momento de su renuncia, siquiera por un minuto?

 

¡No! No, no. Todos los días veo que fue la decisión correcta.

 

O sea, que no ha habido ningún momento en que quizá se haya dicho a sí mismo…

 

No, en absoluto. Lo había reflexionado durante bastante tiempo y lo había hablado con el Señor.

 

¿Hubo algún aspecto que no tomara en consideración, algo en lo que quizá solo hay caído a posteriori?

 

No.

 

¿Consideró también, pues, la posibilidad de que en el futuro puedan planteársele a un papa exigencias de dimisión justificadas?

 

A las exigencias no puede uno plegarse, por supuesto. Por eso, en mi discurso subrayé que era algo que hacía libremente. Uno nunca debe irse si se trata de una huida. Nunca se debe ceder a las presiones. Uno solo puede marcharse cuando nadie lo exige. Y a mí nadie me lo exigió. Nadie. Fue una sorpresa absoluta.

 

Pero es posible que el hecho de que su renuncia propiciara de inmediato un giro hacia otro continente fuera una sorpresa incluso para Ud., ¿no?

 

En la santa Iglesia hay que contar con todo.

 

Benedicto XVI, Últimas conversaciones, Agape Libros, 2016, pp. 43-56




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