Henry Hazlitt – Pobreza y Población
Pobreza y población
Desde finales del siglo XVIII, en cualquier estudio serio sobre las causas de la pobreza, se hace referencia a la explosión demográfica. El descubrimiento de Malthus de tal forma dejó patente esta conexión, que resulta imposible ignorarlo en cualquier comentario. La tesis de su primer Ensayo sobre la población, publicado en 1798, podría resumirse en los siguientes términos: los sueños sobre una abundancia a escala universal son utópicos, porque existe una tendencia inevitable a que el número de habitantes exceda al abastecimiento de alimentos. «La población, cuando no se controla, aumenta en proporción geométrica, mientras que los recursos alimenticios lo hacen solamente en proporción aritmética». Hay un límite irrebasable en la existencia de tierra y en la cuantía de las cosechas que pueden lograrse por cada hectárea de terreno cultivable. Malthus resaltó las que para él eran consecuencias funestas de esta desproporción:
En los Estados Unidos de América, donde los medios de subsistencia han sido mayores… que en cualquier país de Europa, la población se ha duplicado en los últimos veinticinco años… Consideramos como principio fundamental y afirmamos que la población, cuando no se controla, se duplica cada veinticinco años, es decir, aumenta en proporción geométrica… Si calculamos la población mundial en mil millones, por ejemplo, la especie humana aumentaría en la proporción de 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, 512, etc., y los medios de subsistencia, en 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, etc. Al cabo de dos siglos y cuarto, la población mantendría, respecto a los medios de subsistencia, una proporción de 512 a 10; al cabo de tres siglos, sería ya de 4096 a 13…
Esta terrible realidad aritmética llevó a Malthus a una conclusión un tanto desesperante que se apoyaba sobre estos dos postulados: «En primer lugar, que los alimentos son necesarios para la subsistencia del hombre y, en segundo lugar, que la atracción de los sexos es inevitable y que permanecerá prácticamente invariable como en la actualidad». Como no veía ningún otro camino a elegir, a no ser el de la «continencia», y esto le parecía inviable, llegó a la conclusión de que la humanidad seguiría creciendo hasta el límite de subsistencia y, por tanto, se vería siempre sometida a la miseria, guerras, pestilencia y hambre. «El constante aumento de la población donde hay medios de subsistencia es algo fácilmente demostrable a través de la historia de los pueblos».
La aparición de este Ensayo desencadenó un aluvión de críticas y de vituperios sobre su autor. Por ello Malthus publicó cinco años después, en 1803, una segunda edición de su Ensayo. Este era mucho más extenso, se trataba prácticamente de un nuevo libro, y sirvió como texto básico para las seis ediciones siguientes.
En esta segunda edición se aprecian dos importantes modificaciones. Malthus pretendió reforzar su tesis original con gran cantidad de datos y estadísticas sobre el crecimiento de la población, tomados no solamente de la historia, sino de las condiciones concretas de su tiempo y de la situación de otros países. Pero, además de aportar nuevas pruebas a su tesis, hacía una concesión: «En esta nueva obra —escribió en el prefacio de la segunda edición— difiero de la anterior en que reconozco que existe un freno al aumento de la población diferente del que procede de una acción racional o del vicio o la miseria».
Su nueva aportación consistía en proponer el «freno moral», es decir, abstenerse del uso del matrimonio cuando no se obtienen del mismo gratificaciones especiales; la limitación consciente de una gran parte de las parejas para no engendrar un número excesivo de hijos, utilizando para ello la reflexión, la prudencia y la inteligencia. Malthus descubrió que en la Europa de su tiempo este freno moral «había sido el control más eficaz de la explosión demográfica».
Sus adversarios afirmaron que Malthus, al hacer estas concesiones, abandonaba prácticamente su tesis anterior: «La introducción de un control prudencial (“freno moral”) —escribe Schumpeter— constituye una diferencia decisiva. Pero todo lo que la teoría gana con este procedimiento es poder retirarse ordenadamente abandonando la artillería [11]». Incluso un crítico tan adicto a Malthus como Gertrude Himmelfarb, escribe:
Resulta que el principio democrático deja de ser un obstáculo fatal a los sueños e ideales del hombre. Realmente el principio en sí mismo no era tan inexorable como había sugerido anteriormente. Ahora resulta que la población no supera necesariamente a las reservas alimenticias ni aumenta forzosamente al existir mayores cantidades de alimentos… Los hombres ya no están a merced de fuerzas que no pueden controlar: «todo individuo posee, en alto grado, la capacidad de poder evitar las consecuencias catastróficas, para él mismo y para la sociedad, por medio de la práctica de una virtud dictada a cada uno por la luz de la naturaleza y sancionada por la religión revelada». Liberada de la eterna amenaza de la superpoblación y de los eternos males de la miseria y del vicio, la sociedad puede ahora lanzarse con optimismo hacia la unión de «los dos grandes ideales: una población muy numerosa y un tipo de sociedad en la que la abyecta pobreza y la dependencia apenas tengan lugar; dos objetivos que no son incompatibles [12]».
A pesar de las declaraciones explícitas del mismo Malthus, creemos que las diferencias entre la primera edición y las siguientes no son tan grandes como sostienen los críticos anteriormente citados. En realidad, el cambio más llamativo reside en el tono, y no en lo esencial de su pensamiento. Malthus se había visto afectado por los duros ataques lanzados contra sus conclusiones pesimistas, y deseaba suavizarlas resaltando, en cuanto le era posible, cualquier matiz esperanzador. En la primera edición no quiso admitir la posibilidad de que una gran parte de la humanidad pudiera considerar como realmente efectivo el «freno moral»; en las ediciones siguientes ya admitió esa posibilidad, pero no la probabilidad. De hecho, puesto que le habría repelido el «vicio» de nuestros modernos métodos mecánicos y químicos del birth control (malamente bautizados ahora con el nombre de «neomalthusianismo»), aun en el caso de que los hubiera previsto, ¿cómo habría podido creer en la probabilidad de una abstención, durante casi toda la vida, en las relaciones sexuales, como único camino para que cada pareja, sin métodos de birth control, pudiera limitarse a tener nada más que dos o tres hijos?
La aportación de Malthus
La principal dificultad con que se tropieza cuando se discute sobre Malthus es que la mayoría de las personas intenta demostrar que sus teorías son totalmente verdaderas o completamente falsas. Nosotros procuraremos ver más bien cuál fue exactamente la contribución de Malthus, en qué tuvo razón y en qué cosas se equivocó.
La principal aportación de Malthus fue la de ser el primero en establecer claramente y con una relación mutua dos proposiciones muy importantes. La primera es el instinto de toda población, animal y humana, a aumentar, si no existen controles, en progresión geométrica, o, dicho en términos técnicos modernos, en índice exponencial. Malthus hablaba de poblaciones que se duplican cada veinticinco años, como en los Estados Unidos de su tiempo, o cada cuarenta años, como en Inglaterra. Habló sobre los índices de crecimiento tomando como medida las generaciones. En la actualidad, los expertos en demografía normalmente hablan del crecimiento de la población en términos de índices anuales. Pero todo índice porcentual, si es continuo, es compuesto. Una población que aumentara solamente a un ritmo del 2% anual se duplicaría cada treinta y cinco años; una población que creciera a un ritmo del 3% anual se duplicaría cada veinticuatro años, etc. Algunos adversarios de Malthus han intentado impugnar esta proposición por ser un tanto «trivial» o demasiado «obvia». Sus conclusiones son algo más que triviales, y solamente resultaron obvias una vez que Malthus las expuso.
La segunda gran aportación de Malthus, basada en la limitación de los recursos alimenticios y en la productividad de la tierra, fue en realidad la primera manifestación clara y rotunda hecha en inglés de lo que más tarde se conocería como la «ley del rendimiento decreciente». No se encuentra ninguna formulación de esta ley en Adam Smith (una óptima descripción de esta materia la hizo el economista francés Turgot, pero Malthus, según todos los indicios, no llegó a conocerla). Posteriormente, en los Principios de Economía política, 1848, de John Stuart Mill, encontramos una formulación precisa y cualificada:
La tierra se diferencia de otros elementos de producción en que no es susceptible de un crecimiento indefinido. Su extensión es limitada, y mucho más lo es la de las parcelas más productivas. También es evidente que la posibilidad de aumento de la capacidad de producción de cualquier parcela de terreno no es indefinida… Generalmente se piensa… que por el momento la limitación de producción o de población se encuentra a una distancia indefinida y que tendrá que pasar todavía mucho tiempo antes de que se presente la necesidad imperiosa de tener que considerar seriamente el principio de limitación… A mi juicio, esto no solamente es erróneo, sino que es lo más disparatado que pueda decirse en el campo de la economía política. Esta cuestión es más importante y fundamental que cualquier otra; afecta íntegramente al fondo de las causas de la pobreza… Una vez alcanzado un cierto grado de desarrollo en la agricultura, aunque sea pequeño, la ley de producción de la tierra establece que, dado un determinado nivel de conocimientos técnicos y experiencias agrícolas, el aumento del producto no es proporcional al aumento del trabajo empleado; dicho de otra forma: todo aumento de producción se obtiene por algo más que por un crecimiento proporcional de la aplicación del trabajo a la tierra. Esta ley general de la industria agrícola es la formulación más importante en economía política… La producción de la tierra aumenta, caeteris paribus, en proporción inversa al trabajo empleado [13].
Es preciso matizar varios puntos de esta formulación. Descarta el quimérico índice «aritmético» 1-2-3 del crecimiento de subsistencia propugnado por Malthus y lo sustituye por una formulación más generalizada y exacta, e incluye la indispensable matización que hemos puesto en cursiva. La ley del beneficio decreciente se aplica únicamente con referencia a una situación dada de conocimientos técnicos. Mill insistía constantemente en esto: «Hay otro elemento en el antagonismo habitual de la ley del rendimiento decreciente de la tierra»; se trata «ni más ni menos que del factor progreso de la civilización», concretamente «el progreso del conocimiento, de la experiencia y de la capacidad de invención en la agricultura».
Debido a que Malthus pasó por alto esta cualificación vital, el «malthusianismo» cayó en descrédito a los cincuenta años de haber aparecido el libro de Malthus y así permaneció durante un siglo entero. No hay que olvidar que Malthus escribió prácticamente en los albores de la Revolución Industrial. Durante esta Revolución (aproximadamente de 1760 a 1830) se produjo un aumento sin precedentes en la población británica y al mismo tiempo hubo también un incremento hasta entonces desconocido de la producción per cápita. Ambos aumentos fueron posibles a causa de la introducción, relativamente repentina, de inventos y técnicas de producción nuevos. Como la formulación de Malthus había fracasado estrepitosamente, se pensó que la ley del rendimiento decreciente era insostenible. El temor a un crecimiento excesivo de la población fue desechado por falta de fundamento.
Hay que señalar entre paréntesis que la ley del rendimiento decreciente, en su aplicación concreta a la tierra, se considera hoy únicamente como un caso especial de un principio mucho más amplio que rige tanto el rendimiento creciente como el decreciente. El rendimiento decreciente no se aplica únicamente a la agricultura y a la minería, como pensaban los economistas de mediados del siglo XIX, ni el rendimiento creciente se aplica exclusivamente a la industria. La ley del rendimiento en su enunciado actual indica simplemente que existe una ratio óptima en la que, dada cierta base técnica, dos o más factores complementarios de producción pueden ser empleados para obtener una producción máxima, y que cuando nos desviamos de esta combinación óptima, como puede ser al aumentar cuantitativamente un factor sin incrementar también cuantitativamente los otros, podemos conseguir en realidad un aumento en la producción, pero éste será menor de lo que correspondería proporcionalmente. La ley puede expresarse de modo más satisfactorio en forma algebraica [14]. Pero la antigua ley del rendimiento decreciente de la tierra, considerada en sus auténticas dimensiones, sigue siendo válida si se considera como un caso especial.
Malthus estaba en lo cierto al afirmar que existe una tendencia en la población, si no se establece ningún control, a aumentar en progresión «geométrica». No se equivocó al formular la ley del rendimiento decreciente de la tierra. Pero se equivocó (en la primera edición) al desconocer las posibilidades de una limitación voluntaria de la población. No acertó a prever las posibilidades de la contracepción por medios mecánicos y químicos. Se equivocó, nuevamente, cuando formuló la ley del rendimiento decreciente al no ser capaz de reconocer el enorme potencial del progreso técnico.
Los progresos realizados en Estados Unidos y en Europa durante los 175 últimos años que siguieron a la publicación del libro hicieron que Malthus fuera considerado en algunos aspectos como el peor profeta de todos los tiempos. Aunque la población en esos países «desarrollados» aumentó en una proporción sin precedentes, el bienestar económico per cápita alcanzó niveles jamás soñados. No hay signos ni síntomas de que este ritmo de progreso técnico vaya a disminuir. El profesor Dudley Kirk, del Instituto de Investigación de Alimentación de la Universidad de Stanford, afirmaba en 1968 que «lejos de tener que enfrentarse con la escasez, el mundo tiene la mejor perspectiva de recursos alimenticios para toda una generación». Atribuía este progreso a una nueva «revolución verde», gracias al empleo de nuevas semillas y a una utilización más amplia de los fertilizantes.
Una nueva histeria
A pesar de los graves errores de Malthus, hemos asistido durante la última década a la violenta aparición del «neomalthusianismo», un nuevo temor general, algunas veces rayano en la histeria, por una explosión demográfica mundial. Paul Erlich, profesor de Biología de la Universidad de Stanford, en su libro titulado The Population Bomb, nos advierte que todos pereceremos si no controlamos el crecimiento de la población. El profesor Dennis Meadows, del Instituto de Tecnología de Massachussets, afirma:
Antes, la población mundial tardaba en duplicarse unos mil quinientos años. Ahora se duplica cada treinta años… La humanidad tendrá que enfrentarse con una escasez total de alimentos, con epidemias, contaminación incontrolable y guerras, a menos que se descubran nuevos métodos para el control demográfico e industrial y se pongan en práctica rápidamente. Si nuestra sociedad no resuelve satisfactoriamente estos problemas durante la próxima década, creo que luego será demasiado tarde [15].
Incluso las cifras actuales se consideran ya como alarmantes. El proceso evolutivo ha sido aproximadamente el siguiente: hasta 1830 la población mundial no llegó a los mil millones. En 1930 se alcanzaron los dos mil millones. Ahora nos encontramos ya en los tres mil quinientos millones. El presidente Nixon estimó en 1970 que, dados los actuales índices de crecimiento, la población mundial llegará a los siete mil millones al final de este siglo y que a partir de entonces el aumento será de mil millones cada cinco años o menos.
La mayoría de estas predicciones se hace extrapolando por las buenas el porcentaje anual del crecimiento y suponiendo que continuará así, suceda lo que suceda. Si consideramos estas cifras país por país, hallaremos que el verdadero problema se crea por lo que está sucediendo no en Europa ni en los Estados Unidos, sino en los países llamados «subdesarrollados», es decir, los de Asia, África y América Latina.
Las Naciones Unidas, en su boletín estadístico con datos recogidos en abril de 1971, y basándose no en una simple progresión, sino más bien en cálculos sobre el porcentaje cambiante de nacimientos y defunciones, así como en otros factores, estimaba que la población de China continental, que se suponía era de 740 millones en 1969, llegaría a los 1165 millones en el año 2000. Se espera que la India pase de los 537 millones de 1969 a los 1084 millones en el año 2000. También para el año 2000, según los datos estadísticos de las Naciones Unidas, la población mundial será de 6494 millones, con la particularidad de que 5040 millones pertenecerán a los países menos desarrollados y solamente 1454 millones a los más desarrollados. En otras palabras, el estudio prevé un índice porcentual de crecimiento de solamente alrededor del 1% anual en los países más desarrollados, mientras que será de un 2,2% aproximadamente en los menos desarrollados, es decir, la mayor parte de Asia, África y América latina. Esta perspectiva es, al menos, un desagravio parcial a Malthus. Su tesis central, basada en las últimas ediciones de su Ensayo y con una gran cantidad de datos, es la siguiente: todo avance de los medios de subsistencia fue absorbido en el pasado por el aumento subsiguiente de población, impidiendo, por tanto, cualquier elevación en el índice del nivel de vida. Malthus estaba en lo cierto en lo que respecta al pasado; es más, acertó en sus predicciones en cuanto a la mayor parte del mundo. En general, se admite que de los 3500 millones de la población mundial actual casi 2000 millones se encuentran subalimentados y parece que donde ya existe la subalimentación hay una tendencia a multiplicarse con más rapidez hasta el límite de subsistencia.
Aunque el problema de crecimiento de la población es más urgente en los países atrasados, en el resto de los países también existe. Los más preocupados por este problema de superpoblación en los países desarrollados lo ven hoy día menos como una amenaza inmediata de falta de alimentos que como una amenaza a «la calidad de vida». Prevén aglomeraciones, ciudades todavía mayores, más automóviles, más carreteras, un tráfico más intenso, mayor despilfarro, más desperdicios, más aguas residuales, más humos nocivos, más contaminación, más elementos de polución y más toxicidad.
Aunque tales temores pueden ser exagerados, tienen una base real. Podemos admitir razonablemente que en la mayor parte del mundo, e incluso en los países más desarrollados, la población ya ha alcanzado o superado un nivel óptimo en términos estrictamente económicos. En otras palabras, quedan ya muy pocos lugares en los que una mano de obra adicional pueda contribuir a un aumento más que proporcional en los rendimientos. Más bien sucede todo lo contrario. En consecuencia, podemos afirmar que todo crecimiento de población reducirá la producción por habitante, no necesariamente en su cifra global, sino comparándola con lo que ésta podría ser sin dicho aumento de población. En esta perspectiva, el problema de la superpoblación no es algo que afecte al futuro, sino que ya existe ahora incluso en los países desarrollados.
¿Cuál es, entonces, la solución? Por desgracia, la mayoría de los neomalthusianos son colectivistas en su forma de pensar y desean resolver el problema en conjunto y a través de la coacción del gobierno. No solamente quieren gobiernos que inunden sus países de propaganda a favor de la píldora y de los contraceptivos modernos, estimulando incluso el aborto, sino que quieren esterilizar a hombres y mujeres. Exigen el «crecimiento cero de la población ahora mismo, ya». Un profesor de «Ecología humana» de la Universidad de California declara que la comunidad no puede «cuidar a niños desnutridos». Por tanto, «si la comunidad acepta la responsabilidad de mantener vivos a los niños, también debe poder decidir cuándo tienen que ser engendrados. Solamente así podremos salvamos a nosotros mismos de la degradación de un crecimiento galopante de la población [16]».
El mencionado profesor ha tenido el valor de ser consecuente con sus premisas.
Este fue el gran mérito de Malthus: haber sido no solamente el primero en ver con claridad el problema, sino también en proponer el camino más adecuado para solucionarlo. Fue un crítico implacable de las leyes sobre la pobreza de su tiempo:
Las leyes sobre los pobres en Inglaterra tienden a rebajar las condiciones generales de los afectados por ellas… Su primera consecuencia lógica es aumentar la población, pero sin incrementar los alimentos para su mantenimiento. Cualquier persona pobre puede casarse con poca o ninguna perspectiva de poder mantener a una familia a no ser con la asistencia pública. Por tanto, se puede decir que crean al pobre que mantienen… Si se afirma que todos los nacidos, sea cual fuere su número tienen derecho a ser alimentados y que no se puede ejercitar ningún tipo de prudencia en el matrimonio para controlar el número de nacimientos, habrá que admitir que, según todos los principios conocidos de la naturaleza humana, se cederá inevitablemente a las tentaciones y que cada vez serán más los que dependan de la asistencia pública [17].
Las críticas de Malthus influyeron en la reforma de la Ley de pobres de 1834. Pero ningún gobierno del mundo está dispuesto a aceptar hoy día sus conclusiones un tanto desagradables. Toda su labor se reduce en la práctica a ayudar económicamente y premiar a las madres indigentes o a las familias en proporción directa al número de hijos, legítimos o ilegítimos, que hayan traído al mundo y a los que no pueden mantener. Malthus era individualista y liberal. El remedio que proponía para corregir la superpoblación era voluntario y simple:
No veo ninguna dificultad en imaginar una sociedad en la que cada individuo esté dispuesto a cumplir plenamente con sus obligaciones… La felicidad de todos será la consecuencia de la felicidad de cada uno, y por consiguiente hay que empezar por conseguir ésta. No es necesaria la cooperación. Cada uno obra por su cuenta. Aquel que cumpla con sus obligaciones disfrutará plenamente de su felicidad, sea cual sea el número de los que fracasen. Esta obligación la entiende hasta la persona menos inteligente. Cada uno debe traer al mundo sólo los hijos que pueda alimentar [18].
Si cada uno de nosotros aceptara este principio, no existiría el problema de la superpoblación.
Fuente: Hazlitt, Henry, La conquista de la pobreza, 1973
NOTAS:
- Joseph A. Schumpeter, History of Economic Analysis, Oxford University Press, 1954, p. 580; trad. Esp.: Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona, 1971
- Introducción a la edición de la Modern Library (1960), de On Population, de Thomas Robert Malthus, pág. XXX
- John Stuart Mill, Principles, libro 1, cap. XII
- Ludwig von Mises, Human action, Henry Regnery, edición de 1966, páginas 127-31 y 341-50 (trad. Esp.: La Acción Humana, 2ª ed. Sopec., Madrid, 1968); Murray N. Rothbard, Man, Economy and State, D. Van Nostrand, 1962, págs. 28-32 y Joseph A. Schumpeter, History of Economic Analysis, Oxford University Press, 1954, p. 587 (trad. Esp.: Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona, 1971)
- National Enquirer, 16 de mayo, 16, 1971
- Garret Hardin en el New York Times, 6 de mayo, 1971
- Malthus, Essay on Population, libro III, cap. VI y VII
- Ibid., Libro IV, cap. III
Ultimos Comentarios
[…] http://debatime.com.ar/el-lockdown-y-la-destruccion-de-la-estructura-economica/?fbclid=IwAR3oudYvCWy… […]
[…] hecho nuestras críticas al liberalismo clásico en dos escritos: Los neomaritaineanos[1] y Liberalismo clásico, constitucionalismo y orden social cristiano[2]. Pero a […]
[…] [xiv] Ver: http://debatime.com.ar/derechos-de-propiedad-el-escarmiento-del-proyecto-ecologista/ […]