Andre Maurois – Historai de Inglaterra

André Maurois – ciudades y corporaciones de la edad media

VIII

LAS COMUNIDADES

1 – CIUDADES Y CORPORACIONES

  1. Para comprender cómo, después de la Carta Magna, el poder feudal se transformó lentamente en poder parlamentario, es preciso estudiar el nacimiento, en la Inglaterra de la Edad Media, de esas fuerzas nuevas que fueron las comunidades. El derecho feudal protege al propietario guerrero e, indirectamente, a los siervos de éste. Pero una sociedad a la que no inquietaban ya las invasiones y que se enriquecía poco a poco, no podía ser ya ni guerrera ni agrícola. Los ciudadanos, los comerciantes, los estudiantes, en fin, todos los que escapaban a los cuadros de la sociedad feudal, no tenían otra probabilidad que agruparse. Los burgueses de una ciudad, los artesanos de una corporación, los estudiantes de una universidad, los monjes de un monasterio se unirán, pues, para formar comunidades que sabrán hacerse respetar. Ya hemos visto cómo, desde la época Runnymere. la ciudad de Londres tenía jerarquía de terrateniente colectivo.
  2. En la época de las invasiones sajonas, la mayoría de las pequeñas ciudades romanas cayeron en ruinas, pero algunas sobrevivieron. Londres, Winchester, York, Worcester, por ejemplo, no cesaron nunca de ser ciudades. Hacia el siglo XIII, Londres tiene cerca de treinta mil habitantes; todas las demás naciones o burgos (hay cerca de doscientos) son muy pequeños. ¿Cuál es su origen? Algunas se forman alrededor de un monasterio; otras son sólo lugares de paso, como recuerdan tantos nombres terminados por ford (vado) o bridge (puente); otras, cruces de caminos o puertos, pero casi todas puntos fortificados. La palabra burgués viene de bourgh, fortaleza, y recuerda que toda ciudad fue durante largo tiempo un refugio. Poseía murallas de tierra o de piedra, un puente levadizo, y, en los tiempos normandos, una fortaleza real. Algunos pequeños propietarios territoriales poseían, en tiempos de guerra o de peligro, una casa que alquilaban durante el período tranquilo. Encerradas en sus murallas, las ciudades de la Edad Media no podían extenderse; las casas eran también pequeñas y las calles angostas. Los techos de paja multiplicaban los incendios. Estas ciudades eran sucias. La primera fuente pública de Londres data del siglo XIII y el agua se reservaba para bebida de los pobres, ya que todos los que podían bebían cerveza. Las basuras eran lanzadas a las calles, lo que producía fétidos olores. De cuando en cuando alguna enfermedad contagiosa se llevaba una parte de la población. Todas las ciudades eran todavía semirrurales. Dentro de sus muros, Londres poseía huertos de cultivo, y el alcalde tenía que recordar sin cesar la orden de que no circulasen cerdos por las calles. Cuando en el siglo XIV el Rey disuelve el Parlamento, envía «a los nobles a sus deportes y a los plebeyos a sus cosechas». En efecto, la ciudad participa en la recolección; los trabajos de los tribunales y de las universidades son interrumpidos, de julio a octubre, para dejar paso a los trabajos del campo; de ahí datan las «grandes vacaciones» anuales.
  3. En tiempos de la conquista, todas las ciudades dependen de un señor. Los impuestos son percibidos por el sheriff. El ciudadano depende del tribunal del señorío. Poco a poco los burgueses que se enriquecen compran «libertades» (esto es, privilegios). En un relato del siglo XII, se cuenta de dos pobres diablos condenados por el tribunal señorial a disputarse en duelo una propiedad. Se baten desde el amanecer, el Sol está ya alto; uno de ellos, fatigado, se deja acorralar hacia un foso y está a punto de caer cuando su adversario siente piedad, aun contra su propio interés y le grita que tenga cuidado. Entonces los burgueses de la ciudad, conmovidos y compadecidos, compran al señor, mediante un censo, el derecho a ser ellos mismos árbitros en tales conflictos.
  4. En el siglo XIII, cuando los burgueses del Continente inventan la «comuna», especie de conjuración de los habitantes de una ciudad que juran defenderse los unos a los otros, la palabra y la idea atraviesan pronto la Mancha. Los señores se asustan. «Comuna», palabra nueva y detestable… Una invención por la cual «los súbditos no pagan ya más que tributos fijos y multas determinadas». Cuando la ciudad obtiene el estatuto de un terrateniente colectivo, encuentra su puesto en el edificio feudal. Tiene su tribunal, que preside el alcalde, y su patíbulo; percibe sus propios impuestos; muy pronto será convocada al Parlamento. Las ciudades (lo mismo en Francia que en Inglaterra) poseerán escudo, una divisa, un sello, porque son señores. El individuo, en la Edad Media, no puede llegar a representar un papel en el Gobierno si no es noble, pero las comunidades son fuerzas y como tales reconocidas por la ley. La House of Commons no será la Cámara de los Comunes, sino la Cámara de las Comunidades: condados, ciudades, universidades. Inglaterra no pasará del vínculo personal y feudal al vínculo patriótico y nacional, sino al vínculo entre el Rey y los Estados o comunidades del reino.
  5. Nada se parece tanto a una ciudad del siglo XII o XIII como los soukhs (zocos) de Fez o de Marruecos. Todos los hombres del mismo oficio se agrupan en un mismo barrio. Existe así la calle de los Carniceros, la de los Armeros, la de los Sastres. El objeto del gremio (guild) o corporación es, de una parte, proteger a sus miembros contra toda competencia exterior, y, de otra, imponerles reglas que sean de garantía para el consumidor. Las ideas de la Edad Media sobre el comercio eran opuestas a las de nuestros economistas liberales. La Edad Media no admitía la competencia ni el mercado libre. Comprar por adelantado para volver a vender era un delito; comprar al por mayor para vender al detalle, olio delito. Si un miembro del gremio hacía una compra, cualquier otro miembro podía, si lo deseaba, participar en ella al mismo precio. Ningún extranjero tenía derecho a establecerse en una ciudad para ejercer un oficio. Ser miembro de un gremio era privilegio hereditario. Al principio los artesanos pobres podían llegar a ser amos, después de haber servido como aprendices durante seis o siete años; más tarde los gremios se cerraron. La Edad Media no reconocía «la ley de la oferta y la demanda». Creía que para cada mercancía existía un «premio justo», que debía permitir al mercader vivir bien sin dejarle beneficio excesivo.
  6. Naturalmente, los mercaderes no eran santos y trataban, por mil fraudes, de escapar a la vigilancia del gremio y de la municipalidad. Los panaderos hacían panes que no tenían el peso legal, o bien, cuando sus clientes traían la masa para cocer, tenían a un chiquillo escondido bajo el mostrador para que substrajera un puñado de masa antes de meterla en el horno. Se les castigaba llevándoles a la picota, colgándoles al cuello sus panes fraudulentos. Al mercader que vendía vino en mal estado se le vertía el resto por la cabeza. Se quemaba la carne averiada bajo las narices de su vendedor, para que sufriera el olor repugnante. Pero el interés estimula tan maravillosamente el ingenio de los defraudadores como la actividad de los trabajadores. Pese a la severidad de estas reglas, los comerciantes se enriquecían. Ya en 1248, la prosperidad de la ciudad de Londres indignaba al rey Enrique III que, no habiendo podido recoger bastante dinero mediante el impuesto, hubo de vender su vajilla de plata y sus joyas, enterándose de que habían sido compradas por los mercaderes de la capital. «Yo sé — decía – que si los tesoros de la Roma imperial estuvieran en venta, los compraría todos esta ciudad. Estos clowns de Londres que se llaman a sí mismos barones, son tan ricos que dan asco. Esta ciudad es un pozo sin fondo.» Durante toda la Edad Media, el poder político de Londres fue enorme. Sus ciudadanos armados, las bandas de aprendices, siempre a punto de participar en cualquier motín, formaban un segundo ejército que tan pronto contenía al soberano como lo sostenía.
  7. Los métodos comerciales de la Edad Media fueron más tarde severamente juzgados por los economistas del siglo XVIII, y es cierto que las corporaciones debían, como tantas cosas humanas, convertirse en causas de abuso. Pero el sistema tuvo grandes ventajas. La supresión de intermediarios y la imposibilidad de toda especulación, hicieron que en los campos la vida fuera, hasta mediados del siglo XIV, singularmente estable. La Edad Media no conoció las alzas y bajas artificiales que sufrimos nosotros. Si estudiamos los precios de las construcciones antiguas, nos quedamos estupefactos ante su baratura. Thorold Rogers ha calculado que la torre del Merton College, en Oxford, costó sólo ciento cuarenta y dos libras, esto es, cerca de mil quinientas libras en moneda inglesa. Hoy costaría mucho más cara, y los albañiles de entonces no estaban mal pagados. ¿De dónde procede esa diferencia? Del pequeño número de intermediarios. Si una persona rica quería construirse un castillo o una iglesia, alquilaba una cantera de piedra, cortaba las vigas de los árboles del propio parque, compraba cabrias, se convertía en su propio contratista. Si un burgués quería una copa de plata, compraba el metal, se entendía con un orfebre para cincelarla y, pesando la copa acabada, se hacía devolver el metal que había sobrado. El gremio protegía al mismo tiempo al comprador y al vendedor contra los excesos de la competencia. Era un órgano regulador.
  8. Los extranjeros no tenían derecho a dedicarse por sí mismos al comercio al por menor, sino que debían tratar con los mercaderes ingleses. La Liga de ciudades flamencas, y sobre todo la Liga Hanseática (Hamburgo, Bremen, Lubeck), poseían sus almacenes en Londres. La casa de la Liga Hanseática, el Stelyard, estaba fortificada; los mercaderes alemanes solteros, vivían reunidos, sometidos a unas reglas, como los Templarios o los Caballeros de San Juan. Compraban a los ingleses metales, lana; importaban sedas, joyas y especias, que recibían de Oriente por Bagdad, Trebizonda, Kiew y Novgorod. Los mercaderes franceses de Amiens y de Corbie mantenían también en Londres organizaciones colectivas. Estos extranjeros, franceses, alemanes, genoveses, venecianos, estaban autorizados para acudir a las grandes ferias. Tener una feria era privilegio concedido por el Rey a las ciudades y a las abadías. El objeto de las ferias era doble. Permitían a los productores ingleses encontrar compradores más numerosos que en los mercados de los burgos, y a los habitantes de los condados procurarse las mercancías que no encontraban en los pueblos cercanos. La mayor parte de las ciudades no tuvieron tiendas antes del siglo XVIII. En la feria, el bailío compraba el pescado salado y vendía la lana del señorío; allí encontraba también el alquitrán necesario para marcar sus ovejas. En ocasión de la gran feria de Storbridge surgió una verdadera ciudad de madera. Las gentes acudían desde Londres; los cambistas normandos estaban allí con sus balanzas; los mercaderes venecianos instalaban sus sedas y sus terciopelos, sus cristalerías y sus joyas. Los flamencos de Brujas traían sus telas y sus encajes. Los griegos y cretenses exponían pasas, almendras y algunas raras nueces de coco, muy buscadas, que después de vaciadas se montaban en plata labrada. El mercader de Hamburgo o de Lubeck pagaba en especias importadas de Oriente las balas de lana producidas en los señoríos ingleses. Los nobles compraban sus caballos, sus vestidos forrados de piel. Los empleados del Exchequer circulaban por la feria para percibir los derechos de importación. Pero el Rey, para facilitar su labor, designó una ciudad única por la que debían pasar todas las exportaciones del reino. Esta ciudad, que se llamó the staple, en francés estaple (de donde viene etapa y el nombre de la ciudad de Etaples), fue primero Brujas, después Calais. Así el gran comercio y la industria empiezan en la Edad Media a desarrollarse en Inglaterra, pero su papel, en esta época feudal y agrícola, es todavía humilde.

Fuente: Maurois, André, Historia de Inglaterra, Barcelona, Editorial Zurco, 1960, pp. 123-128




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