Jorge Ocantos – Una divergencia que se ahonda hacia dentro de la Iglesia argentina
En la última semana ocurrieron dos hechos distintos de significativa relevancia para la Iglesia argentina que tal vez puedan parecer desconectados entre sí.
El primero de ellos, la celebración de una misa en la plaza de Luján pedida por algunos dirigentes sindicales caracterizados por su entronamiento en el poder desde hace decenas de años, sus modos patoteriles, un patrimonio inexplicable (construido a expensas de declamarse defensores de los trabajadores), y múltiples causas de corrupción.
En un acto inequívoco, que no admite ingenuidades, un pastor (y antes ya lo había hecho otro) se mostró partidario de estos dirigentes y les dio su apoyo explícito ante el silencio del resto de los suyos.
El segundo de ellos, fue la anunciación de que Mons. Angelelli finalmente será beatificado por martirio el 27 de abril de 2019.
Aquí también se trata de una señal clara y explícita favorable hacia un Obispo que en el conflicto de los ´70 que dividió a nuestro país, y lo bañó de sangre, ejerció una opción expresa por uno de los dos bandos. Una opción que hasta reivindicó la violencia armada.
La Iglesia, con sus luces y sombras, en su actuar suele caracterizarse por la prudencia, como Madre y Maestra que es tiene conciencia de que el anuncio del Evangelio y su mensaje de salvación tiene que alcanzar a todos los hombres. No tiene hijos preferidos por sobre otros.
Sin embargo, en este último tiempo parece encontrarse en algunas oportunidades dentro de la Iglesia una visión sesgada de la realidad.
Miremos el caso de la beatificación de Mons. Angelelli, ni quienes lo critican ni quienes lo aclaman desconocen su compromiso con una pastoral que, en muchos casos, terminó justificando la violencia armada.
No parece una pregunta descabellada interrogar por qué un pastor que juzgó legítima la violencia es beatificado.
Sin embargo, no se advierte de parte de la Iglesia ninguna respuesta al respecto.
Pero salgamos de la coyuntura para tratar de entender una realidad muchas veces compleja, ¿lo que ocurre es casualidad o tiene explicación?
Desconozco si hay una única respuesta, sin embargo, lo que sí es posible advertir son elementos comunes a estas cuestiones y a algunas otras que ocurrieron en este último tiempo provocando muchas veces perplejidad y confusión en sus fieles.
Incluso, cabe hacerlo a riesgo de que se puede juzgar este comentario como una simplificación, si, por el contrario, alguien tiene una mejor explicación, bienvenida sea.
La Teología del Pueblo a la que el Papa adhirió en nuestro país y que hoy sostiene desde la Santa Sede es una Teología muchas veces partidaria, partidaria en el sentido de que toma partido por distintas opciones, no pretende tomar distancia de las realidades temporales. Más allá de los esfuerzos hechos por el P. Tello (uno de sus más destacados animadores), quien solía recurrir a Santo Tomás de Aquino para fundar su pensamiento, no se trata de una Teología inscrita en la tradición teológica de la Iglesia Católica sino que como variante de la Teología de la Liberación que es, se trata de una Teología rupturista, revolucionaria y novedosa.
Su origen suele verse precisamente en el mismo marco de la Teología de la Liberación, en la lectura que del Concilio Vaticano II la Conferencia del Episcopado en Medellín en 1968 hizo para Latinoamérica.
Su rasgo fundamental es que se trata de una Teología que sostiene que dentro de la cultura de un país deben asumirse de modo expreso determinadas realidades temporales de su historia, tradición o culturas que se juzguen más afines a la fe católica. De allí que no pretende tomar distancia de las realidades temporales sino tomar partido por las que juzgue mejores.
No se trata de un pensamiento sistemático, sino más bien de una praxis pastoral, pero a la cual distintas figuras emblemáticas le han dado mayor organicidad conceptual. Hay dos sacerdotes muy queridos y valorados por quienes adhieren a ella, como ya dijimos el P. Tello y el otro es el P. Gera, pero también (desde su praxis) puede agregarse al P. Mugica.
En el caso del P. Mugica, sin dudas se trata de una figura muy reconocida hoy en Buenos Aires, por quien los sacerdotes de las villas profesan muchísimo cariño y a quien el Papa cuando era Arzobispo siempre reivindicó. Incluso hizo una reivindicación cerrada, sin palabra crítica (al menos de trascendencia pública, como sí lo tuvo su apoyo), al hecho de que el P. Mugica haya alentado a los jóvenes / adolescentes a la lucha armada lo cual es un hecho reconocido tanto por quienes lo valoran como por sus detractores.
No pretendemos abordar aquí en toda su complejidad la Teología del Pueblo (que merecería mucha más extensión y desarrollo) sino, como dijimos, destacar que en su praxis y concepto es una Teología partidaria, es decir, toma partido expreso por las realidades temporales incluso presumiendo de ello.
En esta lógica, ya no es tarea de la Iglesia sólo anunciar la conversión y predicar el Evangelio, sino adentrarse en los conflictos que se presentan en la sociedad ejerciendo una opción al modo del análisis de la realidad a la luz de la dialéctica marxista, tan propio de la Teología de la Liberación de la cual la Teología del Pueblo es casi una hija dilecta.
Y, estas opciones, se dan de un modo más expreso en el campo social ya que muchas veces en su praxis, para algunos de sus partidarios, Pueblo de Dios terminan siendo casi exclusivamente los pobres[1] (en sentido material). Y, en esta lógica dialéctica, los no-pobres (no necesariamente los ricos) pueden ser vistos como no-pueblo.
Esto no siempre se asume de un modo expreso de manera conceptual pero, como praxis que es, sí es lo que cabe concluir muchas veces de distintas acciones.
En materia política, para la Teología del Pueblo, la expresión más genuinamente católica inserta en su cultura y tradición es el peronismo.
Pero la referencia al peronismo, de ningún modo puede ser entendida, o reducida al partido, sino que se trata del peronismo como movimiento, como expresión cultural e histórica de un pueblo (que recordemos, Pueblo, son fundamentalmente los pobres en sentido material).
El peronismo es visto como la opción política mayoritaria, la más elegida por los pobres en Argentina, por lo tanto si lo eligen los pobres, o mejor dicho, si se trata de la expresión cultural – política emergente de la clase popular, luego entonces en la lógica de la Teología del Pueblo, el peronismo será la opción política cristiana más genuina.
La política (e incluso los políticos) aquí no es juzgada por sus mayores aciertos o desaciertos, sino por quien es el que lo elige. Lo determinante para juzgarlo será si los pobres lo eligieron ya que ellos como pueblo son los que se encuentran legitimados para definir lo que es más acorde a la historia de la salvación[2].
Por supuesto que esta posición no es universal dentro de la Iglesia, pero sí sin dudas es la más afín a la Santa Sede y a la conducción de la Iglesia argentina.
Insistimos, en que el rasgo fundamental de su análisis de la realidad, del mismo modo que en la Teología de la Liberación, es el método dialéctico, el planteo de la realidad como conflicto / confrontación, donde debe hacerse una opción excluyente. Se trata del mismo método que mereciera reproche para la Santa Sede en el documento Libertatis Nuntius cuando este análisis fuera criticado con relación a la Teología de la Liberación.
Volviendo al comienzo y a los dos hechos que motivaron este comentario.
El primero de ellos, el apoyo a distintos líderes sindicales por algunos Obispos, leído en esta clave de lectura es un apoyo hacia una de las expresiones más fuertes del movimiento peronista, el sindicalismo. No importa el mayor o menor nivel de desnaturalización de su función (sindicalistas millonarios, patoteros y corruptos). El sindicalismo peronista es la expresión cultural de la defensa de la clase trabajadora en este caso.
El segundo, la beatificación de Mons. Angelelli, quien en el tiempo en que vivió hizo una opción expresa, es cierto que apoyando a una organización terrorista, pero lo hizo en el marco de la opción por los pobres que, en definitiva, y en una lógica radicalizada (como la que está dispuesta a la defensa de la violencia) son el Pueblo.
Es curioso como en estos casos los medios se convierten en fines, por más que estos medios se desentiendan por completo de sus fines. Pero esta desproporción entre medios y fines es una caracterización propia de la dialéctica como análisis metodológico de la realidad.
El trigo y la cizaña no tienen que ser separados sino que pareciera que germinan en dos campos del todo distintos.
Por supuesto que sería del todo injusto generalizar y decir que este es el posicionamiento de toda la Iglesia, por el contrario, muchísimos sacerdotes, laicos y religiosos (los más) trabajan ajenos a todas estas cuestiones.
No obstante, no pueden desconocerse estas cuestiones / hechos / gestos y otros muchos que se fueron sucediendo dentro de la Iglesia en los últimos años, los que han provocado una suerte de división dentro de ella que, en el último tiempo, lamentablemente parece ahondarse antes que atenuarse.
No queremos utilizar un lenguaje político, como se puso de moda en el último tiempo en nuestro país y llamarla grieta; por el contrario, se trata de un disenso muchas veces silencioso y respetuoso realizado, en muchos casos, casi con sentido de la obediencia pero, del mismo modo que se hace con respeto, o mejor dicho, por este mero hecho, no parece justo ignorar.
A veces, cuando se observa que estos hechos / gestos se siguen sucediendo, y de un modo cada vez más acentuado, no está claro si no hay conciencia de esta división o si se ha decidido ignorarla.
No debiera ser tan llamativo si tenemos en consideración que esta Iglesia se encuentra en Argentina y, por tanto, formada por argentinos a quienes nos suele caracterizar una casi completa incapacidad para resolver nuestras diferencias.
Si bien, como mencionamos, es muy difícil dar una explicación monocausal, creemos que un análisis posible es valorar estas cuestiones a la luz de un método teológico que muchas veces utiliza el análisis dialéctico para enjuiciar la realidad. Un análisis que en nombre de la salvación muchas veces pareciera dividir hoy a los Hombres, como si ya nos encontráramos (sobre la tierra) viviendo la imagen del juicio final del Evangelio de San Mateo.
Pero, la Iglesia como Madre que es, está por sobre las divisiones circunstanciales de sus hijos, por sobre los partidos y sus opciones e, incluso, por sobre los propios pecados de sus hijos.
Muy por el contrario, antes que estar tomando partido por algunos de ellos, es en definitiva una auténtica Madre y Maestra.
[1] Es interesante destacar como de la Conferencia de Medellín (1968) a la Conferencia de Puebla (1979) se pasó de la opción por los pobres, a una opción preferencial por los pobres. Es decir, de una opción que en su literalidad podía ser interpretada como excluyente, a una opción no excluyente. A tantos años, muchas veces, aún nos seguimos debatiendo en ello.
[2] El P. Mugica lo dice con toda claridad: “¿Cuál es el juez que me permitirá valorar si el peronismo es hoy la instancia histórica a través de la que me interpela Cristo, a través de la que voy a mostrar mi amor a mi pueblo y a mis hermanos? El juez es la gente, el pueblo, los oprimidos. La categoría pueblo casi coincide con la categoría pobres, aunque no la abarque totalmente.
Yo sé por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia humana desde los pobres. Y en la Argentina, la mayoría de los pobres son peronistas, para decirlo de manera muy simple”.
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